20 de enero de 2016

S. BASILIO MAGNO (1ª parte)

PADRE DE LA IGLESIA, OBISPO, TEÓLOGO, PATRIARCA DEL MONACATO ORIENTAL

      1-INTRODUCCIÓN
      Basilio de Cesarea (329-379), dotado de capacidad política, genial en el reflexión teológica, excelente escritor y predicador, capitanea la guerra contra el arrianismo entre el 370-378 y propone soluciones teológicas que son aplicadas por el Primer Concilio de Constantinopla del 381[1].

        Teodoro Balsamone, canonista bizantino del S. XII, dice que Basilio de Cesarea es “el más grande de los Padres, la gloria de los habitantes de Cesarea, el maestro del orbe terrestre con sus discursos inspirados por Dios, en los que enseñaba la vida ascética”[2].

      Benedicto XVI, nos dice que San Basilio “Fue un gran obispo del siglo IV, por el que siente admiración tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por la excelencia de su doctrina y por la síntesis armoniosa de capacidades especulativas y prácticas”[3]

      Según Santiago Morillo, fue la admiración de los intelectuales por su elocuencia, asombro de los teólogos por su actuación en las controversias dogmáticas. Asceta por vocación, fue el gran legislador de la vida monástica. Merece un puesto de honor entre los grandes obispos. Hombre de acción por temperamento, gobernó una vastísima provincia eclesiástica; de una personalidad rica espiritualmente, reformó valerosamente a su pueblo, siendo así el exponente de la misión práctica y pastoral de la Iglesia.

      Por su profundidad de pensamiento, su arrebatadora elocuencia, su dinamismo y por su bellísimo estilo, fue llamado por sus compatriotas, “el Grande".

      La belleza de Basilio es la virtud, su grandeza es la teología, su fuerza es la palabra que lleva a los demás, su vida es un movimiento hacia Dios. Su voz ha tocado el corazón de muchos, aportando material suficiente a quien se dedica con diligencia a la cultura.
                      
2- HEREJÍAS PRINCIPALES

      Durante el S. IV, en la Iglesia hubo varias herejías, entre ellas, la herejía por antonomasia, fue el arrianismo. Mas en el seno de la Iglesia aparecieron otras que hicieron que le dieron ocasión para que se determinara el dogma en una forma clara y definitiva. En la lucha contra estas herejías el Espíritu Santo asistió a la Iglesia que salió siempre victoriosa.     

      Las herejías fueron:
      *El Arrianismo: herejía Trinitaria que consideraba que Jesús no era Dios sino una criatura.
      *El Anomeísmo: Sostiene la absoluta diferencia sobre la naturaleza de las tres Personas divinas.
    *El Eunomianismo: Como las “operaciones” de las Personas divinas, son diferentes, así se demuestra también la diferencia de la sustancia de las Personas mismas. Jesús es sacado de la nada por  la voluntad del Padre.

      *El Macedonianismo o Pneumatología: donde el Espíritu Santo sería una criatura de Dios y subordinado al Padre. Herejía Trinitaria.

        *El Monarquianismo Moralista: negaba las distinción personal en favor de la unidad, dando lugar al “sabelianismo” —el Hijo y el Espíritu Santo son modos del Padre, único Dios—; al “adopcionismo” —el Hijo es un hombre elevado a la dignidad de Hijo adoptivo de Dios—; y al “dinamismo” —Cristo es un hombre dotado de una dinamismo “fuerza divina” que le empuja a actuar—. Y el “subordinacionismo” consideraba que el Hijo y el Espíritu Santo eran entidades diferentes, subordinadas, y que no participaban de la Esencia divina del Padre.

      *El Apolinarismo: fue el principio de las herejías cristológicas. Fue una reacción exagerada contra el error de Arrio. Apolinar piensa en un Cristo que no es plenamente humano, ni únicamente Dios, sino un ser intermedio derivado de la unión substancial entre Dios, el Hijo, y un cuerpo inanimado.

      *Nestorianismo: herejía cristológica. Nestorio, patriarca de Constantinopla, fue más bien el propagador y sostenedor de la herejía que lleva su nombre. María, decía en sustancia Nestorio, no es Madre de Dios sino de Cristo, puesto que la persona de Cristo, nacida de María, no es idéntica a la persona del Verbo engendrado por el Padre; o sea, que las dos naturalezas en Cristo están unidas en una nueva persona que no es ni la persona del Verbo ni la persona del hombre, sino la persona del compuesto. Por consiguiente, en Cristo, no se pueden atribuir las propiedades divinas al hombre ni las propiedades humanas a Dios (comunicatio idiomatum).

      *Monofisisimo o Eutiquianismo: Herejía cristológica. El monofisismo o doctrina de la unidad física entre la naturaleza humana y la naturaleza divina de Cristo, tuvo como primer promotor a Eutiques, monje archimandrita de un gran monasterio de Constantinopla. Había sido Eutiques un decidido adversario de Nestorio, pero empeñado en querer interpretar al pie de la letra, sostuvo que, antes de la Encarnación, había dos naturalezas en Cristo; en la encarnación la naturaleza humana fue absorbida por la naturaleza divina. 

      *El Priscilianismo, surgido en España pero que tuvo un alcance universal. Constituyó un rebrote de las falsas concepciones gnósticas y maniqueas.

      Hubo además en esta época, otros errores o desviaciones como: el donatismo; el cisma del antipapa Félix; la cuestión promovida por Lucifer de Cagliari, cuyos partidarios fueron llamados “luciferianos”.           
           
      3-LOS PADRES CAPADOCIOS

      La Capadocia (actual Turquía) es una región en el interior de la península de Anatolia y marginal respecto a los grandes centros como Alejandría, Antioquia y la provincia de Asia.

      Junto a San Atanasio, lucharon en Oriente, entre otros, los conocidos como los tres grandes capadocios: San Basilio el Grande; su hermano San Gregorio de Nisa, tipo de filósofo cristiano; y el gran amigo de Basilio, San Gregorio Nacianceno, modelo de asceta y apóstol, y gran teólogo[4].

      Los tres tienen en común una formación clásico-pagana indispensable para el estudio de la Sagrada Escritura. Cultivaban el ideal monástico aun desarrollando diversos cargos eclesiales. Se realiza el binomio: cultura y vida de fe. Personalidades diferentes, pero que fueron capaces de incidir en el ámbito político y cultural, oponiéndose contra el arrianismo, difundiendo el monacato y elevando la cultura teológica.

      Los tres capadocios expusieron sus enseñanzas sobre este tema siguiendo la dirección especulativa de la Escuela de Alejandría: ésta ha estudiado intensamente la cultura profana, en particular el platonismo, re-elaborando un sistema teológico y cosmológico válido para la doctrina cristiana, donde la especulación racional, no siempre en armonía con el Evangelio, certifica la pertenencia a la Iglesia. Aunque Orígenes fuese el modelo para los capadocios, se hace necesario una nueva elaboración.

      La aportación teológica de los Padres Capadocios: Basilio el Grande (330-379), Gregorio de Nisa (331?-400?), y Gregorio Nacianceno (329-389), resultó decisiva en la solución de la controversia arriana (el problema de la Trinidad), en el desarrollo del monaquismo y en la liturgia (Bautismo, Eucaristía y Penitencia).

       4-PERÍODO HISTÓRICO

El período en que San Basilio vivió, fue marcado por una fuerte controversia entre varias corrientes de pensamiento dentro del cristianismo. De ser una religión perseguida por los emperadores romanos, a partir del Edicto de Milán (313), el Emperador Constantino permite a los cristianos el derecho de gozar de la libertad religiosa establecida. Lo que entonces se trataba era “la Creación, la naturaleza de Cristo y su relación con el Padre y el Espíritu Santo; es decir: el cimiento del cristianismo, la Santísima Trinidad”[5]. En el año 325, El Concilio de Nicea, convocado por Constantino, condenó las ideas de Arrio (260-336), Obispo de Alejandría, ya que afirmaba que Dios y Cristo no poseían la misma substancia (ousía), es decir, el Hijo sería inferior al Padre, diferente en substancia, aunque hubiese sido creado antes del tiempo y fuese superior al resto de la Creación. En Nicea se adoptó el concepto de homousios (de substancia idéntica) para establecer la relación entre Padre e Hijo, y así se describió en el Credo de Nicea.

      Mas no hubo unanimidad en Nicea, y después del Concilio, el arrianismo siguió su andadura durante sesenta años más, que junto a las persecuciones imperiales a los cristianos de Oriente van a ser el telón de fondo en la redacción de la vida de Basilio.

       5-SAN BASILIO

      5.1 La familia de Annesi[6]
San Basilio es nieto de Santa Macrina la Antigua; ésta fue discípula de San Gregorio Taumaturgo (siglo III). Cuando el emperador Maximino Galerio decretó una persecución contra la Iglesia, Macrina la antigua y su esposo huyeron al desierto abandonando todas sus riquezas. Hacia el 313, regresaron a la ciudad pero el marido murió en la persecución de Maximino Daia.

Fallecida Macrina la Antigua, hacia el año 350, quizás un poco más tarde, encontramos a miembros de su familia viviendo en Annesi, una posesión que se alzaba a la orilla del río Iris, en el Ponto -riberas del Mar Negro-. Annesi quedaba cercana a la ciudad de Neocesárea.

Aquí nos encontramos con una familia compuesta por la madre, Emelia, su hija Macrina y sus dos hermanos Naucracio y Pedro y compartían una vida ascética bajo la dirección de Eustacio o Eusebio de Sebaste.

Emelia y su marido tuvieron diez hijos; la mayor, Macrina, nació sobre el 327 y fue prometida con doce años a un joven capadocio que murió. Y ante tal desgracia, Macrina decidió permanecer fiel al recuerdo de su prometido y consagrar su virginidad al Esposo inmortal manteniendo una piedad profunda y una gran ascesis. Macrina fue de gran ayuda a su madre en la educación de sus hermanos; tres de ellos, Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste, fueron santos y obispos. Naucracio, destacó por su piedad y su vida de gran ascesis y murió siendo joven todavía.

Pedro, el menor, fue educado íntegramente por Macrina. Dirigió algunos años un monasterio en el Ponto antes de ser nombrado obispo de Sebaste. Este hermano hizo una inteligente defensa del Espíritu Santo en el primer Concilio ecuménico de Constantinopla.

Gregorio, debido a sus triunfos, había entibiado su fervor religioso y a los veinte años, siendo lector, abandonó el ministerio y quizás, contrajo matrimonio. Pero debido a la educación de sus padres y a la influencia ejercida por sus hermanos Macrina y Basilio, tomó la resolución de consagrarse a Dios. El joven volvió a Annesi para ejercitarse como monje antes de ser obispo de Nisa. Es elocuente el influjo de su hermana en la vida y escritos de Gregorio y también escribió una Vida de su hermana

Naucracio, gracias a la educación recibida por Macrina, dio abundante frutos de virtudes cristianas en su joven existencia. Era considerado por un ángel por quienes le conocían y murió debido a un accidente de caza. Poseía una profunda vida interior y un fuerte espíritu de renuncia a favor de los pobres ancianos que recogía en un edificio construido en el bosque. De él, Gregorio escribe: “…era superior a los demás por la bondad de su carácter y belleza física, por su complexión atlética, capacidad de trabajo y por sus muchas habilidades… Atraído por Dios, despreció un porvenir halagüeño, y siguiendo los impulsos de su corazón se retiró a una vida solitaria e indigente sin llevar consigo más que así mismo…; cuidaba a unos ancianos enfermos y pobres en extremo… Era solícito y obediente a cuanto su madre pudiera mandarle”.

Es posible que Basilio, ante el ejemplo de la vida de su hermano Naucracio, se inspirara para en el 366 construir una ciudad que él llamo Basilíades, en donde hallaban cobijo y caridad cristiana  los peregrinos, enfermos e incluso leprosos, a quienes besaba el santo; también había alojamiento para miembros del clero y obispos de Cesarea[7].

El patriarca Fozio[8] defina a esta familia como un catálogo de héroes, cuya fe cristiana se transmite por vía femenina.

La familia llevó, en el bosque, una vida muy similar a la del futuro monaquismo.

5.2 Apuntes biográficos

Basilio, aristocrático por su cultura y sentido de la responsabilidad, además de por sus grandes posesiones territoriales en el Ponto y Armenia, nace en el año 329 en Cesarea de Capadocia.

 Realizó los estudios primarios en Cesarea, fue a perfeccionarse más en Constantinopla y después, pasó a Atenas, que era el centro más importante de estudios filosóficos. Aquí, fue donde Basilio estrechó su relación con Gregorio, el fututo Nacianceno, que ya había sido su compañero de estudios en Cesarea.

En el año 356, de nuevo ya en su patria, inició los estudios de retórica pero debido al influjo ejercido por su hermana Macrina,  abandona los estudios, se convierte a la vida ascética y pide el bautismo. Viaja a Egipto, Siria y Mesopotamia con la intención de conocer a los grandes ascetas que le llevó a fundar una comunidad de monjes en una propiedad familiar en el Ponto después de renunciar a todos sus bienes. Lo siguieron su hermano Gregorio (el futuro Gregorio de Nisa), y algunos discípulos de Gregorio de Nacianzo. Cuando le visitó Gregorio Nacianceno en el año 358,  compilaron una antología de escritos de Orígenes, la Philocalia, y las dos Reglas, que tuvieron una gran influencia en la expansión de la vida monástica en común, y le conquistaron el título de “legislador del monaquismo griego”. También llegó a este lugar, Eusebio de Sebaste, autor desde el 340 de un movimiento evangélico radical.

Basilio se distancia de Eusebio decidiéndose por un monacato equilibrado, fundado sobre una comunidad que ora, desarrolla trabajos manuales, y está abierta a los hermanos. Es importante la formación intelectual de los monjes: estudio de la Biblia; interés por los clásicos de la literatura y de la filosofía pagana.

El obispo de Cesarea, Dianio, lo desvió de la vida monástica y le nombró “lector” en su iglesia. A la muerte de Dianio, fue llamado a sucederle, Eusebio, un hombre que aunque era influyente, no estaba preparado para aquel cargo. Ordenó a Basilio, ya presbítero desde el año 364, que fuera su colaborador en el gobierno de la Iglesia. Sin embargo, las relaciones entre ambos, se deterioran muy pronto: el prestigio de Basilio hacía sombra a Eusebio, y el carácter fuerte de Basilio, hacía difícil ponerse de acuerdo con él. Toda esta situación, hizo que Basilio abandonara al obispo para dirigirse a su amada soledad, pero la intervención de Gregorio (Nacianceno), logró la reconciliación mutua, y Basilio volvió a su puesto. A la muerte de Eusebio, Basilio fue consagrado obispo de Cesarea en el año 370, dignidad que incluía el llamado “exarcado” (rango inmediatamente inferior al de patriarca), es decir,  una especie de gobernador del Ponto. “El 14 de junio tomó posesión, para gran contento de San Atanasio y una contrariedad igualmente grande para Valente, el emperador arriano. El puesto era muy importante y, en el caso de Basilio, muy difícil y erizado de peligros, porque al mismo tiempo que obispo de Cesarea, era exarca del Ponto y metropolitano de cincuenta sufragáneos, muchos de los cuales se habían opuesto a su elección y mantuvieron su hostilidad, hasta que Basilio, a fuerza de paciencia y caridad, se conquistó su confianza y su apoyo”[9]

Funda las Basilíades: complejo de instituciones y edificios para pobres y enfermos, de iglesias y de conventos; una ciudad con autonomía propia bajo la guía de un obispo y que suscita las críticas de la administración estatal. Gegorio Nacianceno, refiriéndose a ellas, habla de toda una “nueva ciudad”.

Ya que el partido arriano contaba con la protección del emperador arriano Valente, durante la controversia sobre el Espíritu Santo, Basilio adoptó una postura que buscara lo políticamente posible, más ventajosa que una postura imprudente que habría hecho caer la importante sede de Cesarea en manos de los arrianos. Por esta razón, no declaró explícitamente que el Espíritu Santo es Dios, pero incitó a sus amigos a que lo hicieran, y él mismo, empleó medios indirectos para hacerlo. Su actitud no se debió a la cobardía, ya que supo mostrarse tan firme a las amenazas del prefecto Modesto, que el emperador Valente renunció enviarle al exilio aunque dividió su diócesis civil con objeto de reducir su influencia. Basilio nombró obispo de Nisa a su hermano Gregorio y, a Gregorio Nacianceno, obispo de Sásima, dentro del territorio en litigio, para así, apoyar la causa de la ortodoxia, aunque Gregorio Nacianceno se mostró reacio a ser obispo de Sásima y nunca tomó posesión de la sede, actitud que decepcionó mucho a Basilio.

Basilio estuvo realmente preocupado por conseguir la unidad de la Iglesia, pues apenas existía entre los cristianos del Oriente y los obispos del Este y del Oeste. Escribió incluso una carta al Papa Dámaso. Estaba seguro que la ortodoxia triunfaría, pero existía un grave obstáculo entre la unidad del Este y del Oeste: la disputa entre Melecio y Paulino sobre cuál era el verdadero obispo de Antioquía. No se pudo lograr la unidad, porque él defendía a Melecio, y la jerarquía romana apoyaba a Paulino. Así es que las cartas que volvieron de Roma afirmaban la comunión de la fe, pero no ofrecieron ayuda alguna.
En el año 378 murió el emperador Valente, por lo que las condiciones para la paz se hicieron posibles. Basilio murió el 1 de enero del 379, con sólo 49 años.

Con San Gregorio Nacianceno y San Gregorio de Nisa contribuyó de manera decisiva a precisar el significado de los términos con que la Iglesia expone el dogma trinitario, preparando de esta manera el Concilio I de Constantinopla (año 381), que enunció de forma definitiva la doctrina de fe sobre la Santísima Trinidad. Basilio no pudo asistir a este Concilio pues como acabamos de apuntar, falleció en el año 379.
Hna. Marina Medina


CONTINÚA



[1] Primer Concilio de Constantinopla: II Concilio Ecuménico. Reunido durante el pontificado del Papa San Dámaso y el emperador Teodosio el Grande. Fue contra los macedonianos. Junto a los Concilios de Nicea, Éfeso y Calcedonia, fue determinante para establecer la cuestión Trinitaria y Cristológica.
[2] Adele Scarnera, San Basilio di Cesarea e il monachesimo: la vita trasfigurata novità del Battesimo, Curso de Formación Monástica de la Orden Cisterciense, Roma 2013, p.1.
[3] Benedicto XVI, Audiencia General en Roma, 4 de julio del 2007.
4 Juan Evangelista; Gregorio Nacianceno; Simeón.
[5] Adriana Zierer, Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia Menor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001).
[6] Marina Medina Postigo, Madres del Desierto, Pontificio Ateneo de San Anselmo. Curso de Formación Monástica. Roma 2008, p.  12. 13-14.
[7] Sira Carrasquer Pedrós y Araceli De La Red Vega, Madres del Desierto, Matrología, T. 1, Col. Espiritualidad Monástica, Monasterio de las Huelgas, Burgos 1999. p. 150.
8 Focio I de Constantinopla, llamado el Grande (Constantinopla, 820 aproximadamente – Armenia, 6 de febrero 893), fue un bibliógrafo y patriarca bizantino. También enseñó filosofía en la Universidad Imperial de Constantinopla. Fue patriarca de Constantinopla por dos veces: la primera desde la Navidad del 858 al 867; la segunda vez desde el 877 al 886. Es venerado como santo por la Iglesia Ortodoxa.
 [9] Benedicto XVI, Audiencia General en Roma, 4 de julio del 2007.

16 de enero de 2016

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


“Había una boda en Caná de Galilea: la madre de Jesús estaba allí y también Jesús y sus discípulos”. San Juan evoca un episodio de la vida de Jesús que deja entrever a la vez su dimensión humana y el anuncio de la obra de salvación que ha venido a realizar en el mundo. En una fiesta de bodas, que en aquellos tiempos duraban varios días y en las que el vino corría en abundancia, se llega a una situación desesperada: el vino empieza a faltar. Es la madre de Jesús que con femenina intuición advierte lo delicado de la situación. Para los novios y familiares se ciernen las críticas, el bochorno y la vergüenza. A menudo en la Biblia encontramos momentos parecidos: una situación límite, en la que parece que no hay salida desde el punto de vista humano, pero que generalmente se resuelve con una intervención de Dios.

A la constatación que hace María, Jesús responde de manera algo enigmática: “Todavía no ha llegado mi hora”. La falta de vino pasa de la dimensión de un problema doméstico que interesa a los que celebran la boda, a ser imagen de una realidad mucho más importante: la situación del hombre ante el misterio de la salvación. La hora de Jesús es, sin duda alguna, la hora de su entrega al Padre, de su sacrificio supremo que obtendrá para todos los que crean la plenitud de la vida, evocada por la imagen del vino. María, entrando de lleno en la intención de su Hijo, propone a los sirvientes y en ellos a todos nosotros, la actitud justa para aprovecharse de la hora de Jesús: “Haced todo lo que él diga”.

La transformación del agua en vino que sigue es un signo, como dice san Juan. Ciertamente, la abundancia de un vino nuevo y mejor saca del embarazo a los de la boda, pero sobre todo indica la salvación inesperada, excelente, copiosa que Jesús ha ofrecido cuando llegó su hora. Si el mayordomo puede felicitar al esposo por el vino nuevo que ha reservado para el final, nosotros podemos agradecer a Dios el amor que nos ha manifestado en Jesús y responder con una fe activa, como la de los discípulos, al signo que el Señor nos ofrece.

A los padres y exegetas que han comentado esta página no ha pasado desapercibido el significado de este banquete de bodas del que nada se nos dice de los interesados, ni del esposo ni de la esposa. De ahí que se ha querido entender la realidad significada por esta boda a un nivel más profundo: la relación entre Dios y su pueblo a menudo descrita como un matrimonio entre Dios e Israel, entre Dios y Sión, entre Dios y Jerusalén, que culminará en la intimidad entre Cristo y la Iglesia.

El tema aparece descrito en la primera lectura: El profeta, en los momentos delicados de la restauración después del destierro, quiere fortalecer la esperanza del pueblo y le invita a mirar hacia el futuro, en el que, por obra del mismo Dios, la salvación será una realidad. Si los judíos, incluso en los momentos de graves dificultades habían sabido conservar un amor tan vibrante hacía la ciudad de Jerusalén, confiando ver realizada en ella la salvación, cuanto más nosotros hemos de amar a la Iglesia, la esposa por la que Jesucristo se ha entregado, para purificarla de sus pecados e introducirla en la riqueza desbordante de su amor.


En la Iglesia, de la que formamos parte, encontramos el vino nuevo y óptimo que es el don del Espíritu, del que nos ha hablado san Pablo en la segunda lectura. El Espíritu se manifiesta por medio de diversos dones, servicios y funciones, todos orientados al bien común, para que Dios obre todo en todos. Cada uno de nosotros hemos de ser conscientes de la propia vocación, de la llamada recibida, para contribuir, con los carismas que se nos han confiado, al crecimiento de la Iglesia.

9 de enero de 2016

BAUTISMO DEL SEÑOR Ciclo (C)

           


                        
             “Yo os bautizo con agua, pero viene el que puede más que yo y él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Juan el Bautista advertía a  quienes se presentaban para escucharle que su ministerio era simplemente una preparación para recibir la salvación que estaba por llegar, y que su bautismo no era más que un anuncio del que el Mesías ofrecería, un bautismo de Espíritu y fuego, que traería para todo el que lo recibiese la salvación que Dios ofrece a los hombres. Y un día, ante el Bautista se presentó el que estaba por venir, que pidió a Juan ser bautizado junto con todos los que reconocían sus pecados y esperaban al Mesías. La tradición cristiana se ha preguntado sobre el sentido que puede tener que Jesús, el que venía a quitar los pecados del mundo, quisiera comportarse como los demás hombres pecadores.

            Los Padres y comentaristas de este episodio afirman que el sentido del mismo se encuentra en su momento final, cuando, según el evangelista se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre Jesús en forma de paloma, y vino la voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. Jesús de Nazaret, el Hijo de María, es reconocido públicamente por Dios como su Hijo, como el enviado, el Mesías, el heredero de las promesas y la plenitud del Espíritu de Dios se posa sobre él para que pueda llevar a cabo la obra de salvación que le ha sido confiada. Las palabras de la voz del cielo han de interpretarse en el contexto de los cánticos del siervo de Yahvé del libro de Isaías, que anuncian que Jesús es el verdadero siervo, con cuya inmolación se consumará la redención.

            La realidad de esta manifestación, de hecho, quedó reservada al mismo Jesús y a Juan, ya que no se habla de que hubiese sido percibida por la muchedumbre presente. Sin embargo, el cuarto evangelio informa como el Bautista, testigo del hecho, no se calló, sino que lo fue anunciando, porque esta visión convalidaba definitivamente su actividad como Precursor. El bautismo, que los discípulos de Jesús recibieron de su Maestro para comunicarlo a los creyentes del mundo entero no sería sólo una ablución más o menos religiosa, sino el signo  que contendría la presencia de la Trinidad: el Padre acogiendo al recién bautizado, y en Jesús, por Jesús y con Jesús, reconociéndole como hijo, colmándolo con la plenitud del Espíritu.

          Los evangelistas, al transmitir el encargo que Jesús confió a los apóstoles después de Pascua, y que explica la actividad que la Iglesia ha llevado a cabo durante dos mil años, recuerden la necesidad de predicar y de bautizar a los que crean a sus palabras. Jesús no propone  un rito mágico, sino un signo que señala la incorporación en la Iglesia de los creyentes y a la vida trinitaria. El bautismo, para el individuo que lo recibe, es el gesto que le ayuda a tener conciencia de la opción que hace de seguir a Jesús y a su evangelio, del compromiso que asume personalmente y ante los demás creyentes. De la parte de Dios, este signo externo significa y lleva a cabo una realidad importante: el bautizado se convierte en hijo de Dios, se incorpora al cuerpo de Cristo, forma parte de la Iglesia.

           Desde esta perspectiva cabe preguntarse: ¿Nosotros que por el bautismo nos hemos puesto de parte de Jesús, somos fieles a las exigencias que comporta el compromiso que hemos asumido? No estará de más recordar que Jesús dijo un día: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre en el cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo”. Que la conmemoración del Bautismo de Jesús nos ayude a renovar nuestra conciencia de bautizados, de modo que sepamos mostrar con nuestra vida de cada día, la realidad del bautismo que hemos recibido.

5 de enero de 2016

Fiesta de la Epifanía del Señor (Ciclo C)

          

            “Ha sido revelado ahora por el Espíritu el misterio que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Estas palabras del apóstol Pablo resumen el contenido de la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía es un término de la lengua griego que significa manifestación, aparición, revelación y que la liturgia cristiana ha adoptado para recordar la dignación de Dios a manifestarse a los hombres en el misterio de la encarnación de su Hijo. Nosotros, cristianos, creemos y afirmamos que el Hijo de Dios, la Palabra que siempre ha estado junto al Padre, y que ha querido asumir nuestra misma naturaleza y convivir con los hombres y mujeres de su tiempo, para comunicarles el mensaje de salvación del que es portador. 


            Si en el evangelio de la noche de Navidad Lucas hablaba de unos pastores judíos que velaban en la noche junto a sus rebaños y fueron los primeros en recibir el mensaje del nacimiento del hijo de María, hoy es Mateo que hace llegar a los pies del recién nacido a unos personajes no judíos, venidos de Oriente, siguiendo una estrella. Mateo propone de hecho un mensaje acerca del Mesías, el esperado Salvador del mundo, envuelto en determinadas coordenadas históricas que le dan viveza, que ayudan a retener los detalles y percibir su verdadero contenido de dimensión teológica.

            Mateo habla de unos personajes, a los que da el apelativo de magos, término ambiguo que por el contexto hay que entender como gente dedicada al estudio de los astros. Igualmente imprecisa es la indicación de su procedencia. Es bien poco y por esto la piedad cristiana ha confeccionado leyendas alrededor de estos personajes. Lo que interesa sobre todo es saber que estos hombres, estos magos descubrieron una estrella y supieron interpretarla como signo de un nuevo Rey, que debía salvar a los hombres. Les basta algo tan fugaz como el brillo de una estrella, para dejarlo todo de lado y convertirse en peregrinos en búsqueda de su ideal. Como comentan los Padres, a los pastores judíos fueron ángeles que les movieron, a los paganos una simple luz del cielo. Vieron la estrella, un signo, pero creyeron y no pararon hasta postrarse ante un niño, que de hecho es otro signo. Los magos ven un pobre niño envuelto en pañales, signo de su condición humana, que sólo será Rey, Mesías y Señor en la gloria de su resurrección.

            Mateo, para expresar gráficamente la actitud de adoración de los magos ante el Niño, o si se prefiere para mostrar que la fe no puede quedar en simple adhesión mental, habla de los dones que le ofrecieron: oro, incienso y mirra. La devoción de los Padres de la Iglesia se ha entretenido en buscar significados a estos tres dones viendo en el oro, en cuanto signo de poder, la condición regia del Mesías recién nacido, en el incienso, elemento importante en el culto del templo de Jerusalén, la dimensión sacerdotal de Jesús, que en la cruz se ofrecerá como víctima de salvación. En la mirra, substancia olorosa muy usada en el antiguo oriente, se ha querido ver un anuncio velado de la sepultura del Señor. La oración sobre las ofrendas nos recordará hoy que aquellos elementos eran signos materiales que aludía al misterio de Jesús que hoy está presente en los dones del pan y del vino.


            Lo importante es retener que todo peregrino de la fe debe traducir en formas concretas la nueva realidad que le ha iluminado. Por si no bastase, Mateo concluye su relato diciendo que los magos recibieron un oráculo, para que evitaran a Herodes y volvieran a sus tierras por otro camino. El que ha sido iluminado, el que se ha revestido de Jesús, el que ha llegado a confesar su fe, no puede quedarse en los caminos trillados, que no conducen precisamente a la vida. Es una invitación a la conversión que constituye uno de los puntos importantes del mensaje de Jesús, que no cesa de repetirnos: “Convertíos, que el Reino de Dios está cerca”. Acojamos con la prontitud y geneosidad de los magos la invitación del Señor.

2 de enero de 2016

II DOMINGO DE NAVIDAD

        

    “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. Estas palabras de san Juan hacen palpar la gran paradoja de la fe cristiana: La lejanía y a la vez la cercanía de Dios para con nosotros. De una parte Dios es el gran desconocido. Nadie en la historia de la humanidad ha podido pretender haber visto a Dios cara a cara, conocerle tal como él es, en su esencia inmensa y omnipotente. Pero al mismo tiempo, Dios no ha querido quedar escondido en una profunda y tremenda oscuridad, sino que de muchas maneras ha intentado acercarse a los hombres, darse a conocer, para establecer un diálogo con ellos.

            El autor de la carta a los Hebreos dice: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas”. Esta afirmación hay que entenderla abrazando toda la revelación que, poco a poco, ha sido hecha a la humanidad para que conociera a Dios de alguna manera. Y ésto, no solamente en la linea representada por la fe judeocristiana, sino también en todas las demás corrientes de pensamiento y espiritualidad que han ido apareciendo a lo largo de la historia. Pues, como reconoce el Concilio Vaticano II, en la Declaración «Nostra ætate» sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, estas otras formas religiosas encierran también algo de santo y verdadero, y reflejan un destello de la Verdad eterna e indefectible que ilumina a todos los hombres.

            Dios pues, sin dejarse ver cara a cara, ha querido que el hombre descubriera paulatinamente su pensamiento, su voluntad, lo que en verdad esperaba de los humanos. Nuestro Dios no está encerrado en sí mismo, sino que reclama de los que quieren rendirle culto como elemento primordial una atención respetuosa hace los demás hombres. El programa está claro y perdura sin duda hasta hoy. Cualquier deseo de complacer a Dios pasa por la atención decidida a las necesidades del hermano, sea quien sea.

            La inicial y paulatina manifestación de Dios alcanzó su momento culminante cuando Dios quiso hablar por su Hijo Jesús, al que ha constituido heredero de todo y por quien ha ido realizando las edades del mundo. En aquel niño de carne y hueso, nacido de la Virgen María, cantado por los ángeles y manifestado a los pastores, el mismo Hijo de Dios, su Palabra hecha carne, vino con la misión fundamental de dar a conocer a Dios, al Padre como ama llamarle Jesús. A Dios pues sólo podemos conocerlo a través y por medio de Jesús, de sus enseñanzas, de su evangelio. Y cabe preguntarnos: Y yo, ¿cómo conozco a Jesús? ¿He trabajado sinceramente para profundizar en mi fe, para superar los límites de mi formación cristiana, recibida seguramente en mi infancia, para llegar a descubrir a Jesús como el Mesías, el Señor, el amigo con el cual he de construir mi existencia, el que ha de acompañarme en las vicisitudes de la vida, buenas o malas que sean? Por desgracia la experiencia muestra que el nivel de formación religiosa entre los que nos llamamos cristianos y católicos a menudo es sumamente elemental, y hace posible que las dudas y los planteamientos seculares minen la posibilidad de una relación adulta con Jesús, e incluso puedan ahogar la fe, para caer en un agnosticismo autosuficiente con pretendidas respuestas a todos los problemas que acucian al hombre de todos los tiempos.


            Aprovechemos este tiempo de Navidad, estos días del Dios con nosotros, para revisar nuestra relación personal con Jesús y ver el modo de actualizar nuestra fe, una fe adulta, exigente, comprometida, que nos haga salir de nuestro confortable y más o menos cómodo reducto religioso y nos disponga al combate de la vida. En contra de lo que se ha dicho a menudo, una fe cristiana sólida no significa evasión sino más bien dedicación plena a las necesidades del mundo y de la sociedad, un saber estar en la brecha para construir guiados por la luz que es Jesús, la Palabra que ha acampado entre nosotros.

31 de diciembre de 2015

Fiesta de santa María Madre de Dios


“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”. El leccionario recuerda hoy la antigua fórmula de bendición que los sacerdotes israelitas pronunciaban sobre su pueblo. Bendecir, en lenguaje bíblico, significa invocar a Dios, para que manifieste hacia su pueblo su favor y su protección, contemple a los que son sus hijos y les acompañe en todas sus vicisitudes y asegure la paz. La gran bendición que nosotros, cristianos, hemos recibido de Dios es Jesús, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre. Y esta bendición la hemos recibido por medio de María. Por esto hoy, ocho días después de la Navidad, honramos de modo especial a la Virgen Madre que ha dado a luz al Rey eterno, a aquella que tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad.

                  María recibió de Dios esta doble condición de virgen y de madre, pero la asumió de modo consciente, con todo lo que entrañaba. La divina maternidad de María, que se hizo realidad cuando pronunció su “si” al escuchar el anuncio angélico, no es todo gozo y alegría. Es también dolor y sufrimiento. Porque María es Madre no sólo en Navidad, sino también el Viernes Santo, cuando, al pie de la cruz, repite con generosidad su “si” incondicional. El evangelio recuerda hoy a María en una actitud contemplativa, conservando y meditándo en su corazón todos los particulares del nacimiento de su Hijo. María es la primera creyente, la totalmente disponible a Dios y a su voluntad.

Según nuestro calendario, uno de los tantos calendarios que el ingenio humano ha ideado en el curso de la historia, empezamos hoy un nuevo año. El tiempo es una realidad palpable que el hombre ha experimentado, desde que tuvo conciencia de su existencia: es un sucederse de luz y tinieblas, que llamamos día y noche, de calor y frío, que llamamos estaciones, y que hemos organizado en semanas, meses, años y siglos. Este pasar del tiempo significa a la vez el pasar de nuestra existencia y en consecuencia cada vez que iniciamos un año podemos decir que es un año más que hemos pasado y un año menos que nos queda por vivir.
Nuestro calendario, con más o menos precisión, calcula el tiempo a partir del nacimiento de Jesús de Nazaret. Este hecho tiene su importancia. Quiere decirnos que consideramos que Jesús es el centro de la historia, del tiempo. Para antiguas culturas provenientes del oriente, el tiempo era entendido como un ciclo eterno en el que las cosas se reproducían sin cesar. Y en esta concepción, la salvación, la liberación consistía en salir del tiempo, en romper este círculo fatal que oprime. En cambio, los primeros cristianos, fieles a la tradición recogida en el Antiguo Testamento, entendieron el tiempo en un sentido lineal que parte del acto creador de Dios, al principio de todo y que encontrará su fin, al final de la historia. Y es precisamente en este tiempo que fluye que proclamamos que Dios ha intervenido para ofrecer a los hombre la verdadera salvación, salvación que no consiste en huir del tiempo sino en asumirlo para responder con generosidad a la voluntad divina.


En este sentido, san Pablo ha podido afirmar en la segunda lectura que cuando se cumplió el tiempo, es decir, cuando llego el momento adecuado según el plan divino, Dios envió a su Hijo para salvar al mundo. Y este Hijo aparece entre nosotros por la vía normal de los hombres: nace de una mujer, nace en un pueblo concreto y acepta estar bajo la ley que en él regía. Una vez hecho hombre, el Hijo de Dios ha llevado a cabo su obra redentora, que el apóstol define como un dejar de ser esclavos para llegar a ser hijos de Dios por adopción, y también herederos de las promesas de salvación. Con la encarnación del Hijo de Dios el tiempo deja de ser profano en cuanto se convierte en el escenario en el que se actúa la salvación querida por Dios. Por esto los cristianos aceptamos en todo su significado el tiempo; damos gracias por el tiempo transcurrido e invocamos la ayuda del Señor para poder aprovechar el tiempo que nos queda por delante.

FIESTA DE “SANTA MARÍA MADRE DE DIOS”



El título de “Santa María Madre de Dios”, expresa muy bien la misión de María en la historia de la salvación. Todos los demás títulos atribuidos a la Virgen se fundamentan en su vocación de Madre del Redentor. El hombre es elegido por Dios para realizar el plan de la salvación, centrado en el gran misterio de la “encarnación del Verbo divino en María”. Pues aunque va a ser un poco más largo, vale la pena que dejemos a San Bernardo cante aquí sus grandezas,  para eso se le ha dado el apelativo de Cantor de María. ¡Quién mejor que él!

            “Dichosa fue en todo María, a quien ni faltó la humildad, ni dejó de adornarla la virginidad. Singular virginidad, que no violó, sino que honró la fecundidad; ilustrísima humildad, que no disminuyó sino que engrandeció su fecunda virginidad; incomparable fecundidad, a la que acompañan juntas la virginidad y humildad”.

“Qué maravillas que Dios, a quien leemos y vemos admirable en sus Santos, se haya mostrado más maravilloso en su Madre?”.

“Por eso quiso que fuese Virgen, para tener una Madre Purísima, él que es infinitamente puro y venía a limpiar las manchas de todos quiso que fuese humilde para tener una Madre tal, él que es manso y humilde de corazón, a fin de mostrarnos en sí mismo el necesario y saludable ejemplo de todas estas virtudes. Quiso que fuese Madre el mismo Señor que la había inspirado el voto de virginidad y la había enriquecido antes igualmente con el mérito de la humildad”.

“Oh Virgen admirable y dignísima de todo honor. ¡Oh mujer singularmente venerable, admirable entre todas las mujeres que trajo la restauración a sus padres y la vida a sus descendientes!”.

“Y fue enviado, dice, el ángel Gabriel a una Virgen, Virgen en el cuerpo, Virgen en el alma, Virgen en la profesión, Virgen como la que describe el Apóstol, santa en el alma y en el cuerpo, no hallada nuevamente o sin especial providencia sino escogida desde la Eternidad, conocida en la presencia del Altísimo y preparada para sí mismo, guardada por los Ángeles, designada por los antiguos Padres, prometida por los profetas”.

“¿Qué pronosticaba en otro tiempo aquella zarza de Moisés, echando llamas pero sin consumirse sino a María dando a luz sin sentir dolor? ¿Qué anunciaba aquella vara de Aarón que floreció estando seca, sino a la misma concibiendo pero sin obra de varón alguno? El mayor misterio de este gran milagro lo explica Isaías diciendo: Saldrá una vara de la raíz de Jesé y de su raíz subirá una flor extendiendo en la vara a la Virgen y en la flor a su hijo divino el Redentor”.

“Si ella te tiene de su mano no caerás, si te protege, nada tendrás que temer, no te fatigarás si es tu guía, llegarás felizmente al puerto, si ella te ampara, y así en ti mismo experimentarás con cuanta razón se dijo: El nombre de la Virgen era María”.

“En los peligros, en las angustias, en las dudas, acuérdate de María, invoca a María”.

“Suele llamarse bendito al hombre, bendito al pan, bendita la mujer, bendita la tierra y las demás cosas, pero singularmente es bendito el fruto de tu vientre, porque es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos”.

“¿En dónde habías leído, Virgen devota, que la sabiduría de la carne es muerte, y no queráis contentar vuestra sensualidad satisfaciendo a sus deseos? ¿En dónde habías leído de la vírgenes, que cantan un nuevo cántico que ningún otro puede cantar y que siguen al Cordero a donde quiera que vaya? ¿En dónde habías leído que son alabados los que hicieron continentes por el reino de Dios? ¿En dónde habías leído: aunque vivimos en la carne, nuestra conducta no es carnal? Y aquel que casa a su hija hace bien y aquél que no la casa hace mejor. ¿Dónde habías oído: Quisiera que todos vosotros permanecierais en el estado en que yo me hallo, y bueno es para el hombre si así permaneciere como yo le aconsejo?”.

“Quitad a María, estrella del mar, de ese mar vasto y proceloso, ¿qué quedará, sino oscuridad que todo lo ofusque, sombras de muerte y densísimas tinieblas?”.

“Con todo lo más íntimo, pues de nuestra alma, con todos los afectos de nuestro corazón y con todos los sentimientos y deseos de nuestra voluntad veneramos a María, porque esta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo recibiéramos por María. Esta es repito, su voluntad, pero para bien nuestro”.

“Resplandeciente día es sin duda, la que se elevó cual aurora naciente, hermosa como la luna, escogida como el sol”.

“Pero sea lo que fuere aquello que dispones ofrecer, acuérdate de encomendarlo a María, para que vuelva la gracia al Dador de la misma, por el mismo cauce por donde corrió. No le faltaba a Dios ciertamente, poder para infundirnos la gracia sin valerse de este Acueducto, si El hubiera querido, pero quiso proveerte de ella por este conducto. Acaso tus manos están aún llenas de sangre, o manchadas con dádivas sobornadoras, porque todavía no las tienes lavadas de toda mancha. Por eso aquello poco que deseas ofrecer procura depositarlo en aquellas manos de María, grandiosísimas y dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor y no sea desechado”.

“Necesitando como necesitamos un mediador cerca de este Mediador, nadie puede desempeñar tan provechosamente este oficio como María”.

“Aquella fue instrumento de la seducción, esta de propiciación: aquella sugirió la prevaricación, esta introdujo la redención”.

“¡Oh, Señora! Cuán familiar de Dios habéis llegado a ser. ¡Cuán allegada, mejor dicho, cuán íntima suya merecisteis ser hecha! ¡Cuánta gracia hallasteis a sus ojos. En vos está y vos en El: a El le vestís y sois vestida por El. Le vestís con la sustancia de vuestra carne y El os viste con la gloria de su majestad. Vestís al sol con una nube, y sois vestida vos misma de un sol. Porque; como dice Jeremías, un nuevo prodigio ha obrado el Señor sobre la Tierra y es que una mujer virgen encierre dentro de sí al hombre de Dios, que no es otro que Cristo, de quien se dice: He aquí un varón cuyo nombre es Oriente. Y otro prodigio semejante ha obrado Dios en el cielo, y es, que apareciese allí un mujer vestida de sol: Ella le coronó y mereció ser coronada por El.

Salid, hijas de Sión y ved al Rey Salomón con la diadema con que le coronó su Madre, contemplad a la dulce Reina del cielo adornada con la diadema con que la coronó su Hijo”.

“En todo el contexto de los cuatro Evangelios, no se oye hablar a María más que cuatro veces. La primera con el Ángel, pero cuando ya una y dos veces le había hablado él: la segunda Isabel cuando la voz de su salutación hizo saltar a Juan de gozo y tomando ocasión de las alabanzas que su prima le dirigía, se apresuró a magnificar al Señor: la tercera con su Hijo siendo éste ya de doce años, manifestándole como ella y su padre llenos de dolor le habían buscado: la cuarta en las bodas de Caná, primero con Jesús y después con los que servían a la mesa.
           
Y en esta ocasión fue cuando brilló de una manera más especial su ingénita mansedumbre y modestia virginal, puesto que tomando como propio el apuro en que iban a verse los esposos no le sufrió el corazón permanecer silenciosa, manifestando a su Hijo la falta de vino; y al ver que Jesús al parecer no atendía a su súplica, como mansa y humilde de corazón no le respondió palabra, sino que se limitó a recomendar a los ministros que hiciesen lo que El les dijese, esperando en que no saldría fallida su confianza”.

“¡Cuántas veces oyó María a su Hijo no solo hablando en parábolas a las turbas, sino descubriendo aparte a sus discípulos el misterio del reino de Dios! ¡Vióle haciendo prodigios, vióle pendiente de la Cruz, vióle expirando, vióle cuando resucitó, vióle, en fin, ascendiendo a los Cielos, y en todas estas circunstancias ¿cuántas veces se menciona haber sido oída la voz de esta pudorosísima Virgen, cuántas el arrullo de esta castísima y mansísima Tórtola?”.

“María siendo la mayor de todas y en todo, se humilló en todo y más que todos. Con razón, pues, fue constituida la primera de todos, la que siendo en realidad la más excelsa, escogía para sí el último lugar. Con razón fue hecha Señora de todos, la que se portaba como sierva de todos. Con razón, en fin, fue ensalzada sobre todos los coros de los coros de los Ángeles, la que con inefable mansedumbre se abatía a sí misma debajo de las viudas y penitentes, y aún debajo de aquella de quien había sido lanzados siete demonios. Ruegoos, fieles amadísimos, que os prendéis de esta virtud si amáis de veras a María: si anheláis agradarla, imitad su modestia y humildad. Nada hay que tan bien sienta al hombre, nada tan necesario al cristiano, nada que tanto realce al religioso como la verdadera humildad y mansedumbre”.


26 de diciembre de 2015

Fiesta de la Sagrada Familia



          “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. ¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo de-bía estar en la casa de mi Padre?”. En el primer domingo después de Navidad, en la celebración de la Sagrada Familia, el evangelio invita a contemplar a Jesús en la casa de José y María. El episodio evangélico, más que un ejemplo de convivencia entre Jesús, María y José, muestra un momento de tensión en su experiencia familiar, con motivo de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo. San Lucas, al escribir el evangelio de la infancia de Jesús, lo hace a la luz de los acontecimientos pascuales, que dan sentido a toda la fe cristiana, y es desde esta perspectiva que hemos de entender este episodio.

         José y María, como buenos israelitas, suben a Jerusalén para celebrar la Pascua, y aquel año llevan consigo a Jesús, con doce años cumplidos, pues, según las costumbres judías, los adolescentes llegaban a la mayoría de edad desde el punto de vista religioso a los trece año. Jesús, en el momento en el momento del regreso a Nazaret, se queda en Jerusalén. Sus padres lo buscan ansiosos durante tres días. Estos tres días remiten al hecho de la muerte y resurrección. En efecto, el drama de los apóstoles y discípulos en el momento de la pasión al desaparecer su amado Maestro lo vivieron anticipadamente María y José al perder a su hijo. María y José encuentran a su hijo en el templo en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas, y todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. La sabiduría que Jesús mostraba a los doce años sorprenderá también más tarde a sus paisanos, cuando hablará en las sinagogas y la gente exclamará: ¿De dónde saca éste esa sabiduría?

         La reprensión de María a su hijo es del todo legítima. Más que un regaño es una queja, expresión de amor en el fondo. María se siente herida en su condición de madre en cuanto su hijo desaparece sin decir nada. María se siente madre; ahora constata que tiene un hijo, pero que no lo posee de forma egoísta. En su espíritu se repetía la pregunta que no tiene respuesta: ¿Por qué? El drama interior de María anuncia el drama de la comunidad apostólica que no acaba de entender el escándalo de la cruz. Y aún hoy la Iglesia continua preguntándose sobre el por qué de la cruz, sobre la necesidad de la muerte del Salvador.

         La respuesta de Jesús a sus padres es, en el fondo, el planteamiento de la dimensión trascendente del mensaje cristiano, que es invitación a superar las coordenadas humanas y ponernos en camino en pos de Jesús. Llamada nada fácil, porque son demasiado fuertes los vínculos que nos atan a la realidad de este mundo. Es comprensible que María y José no comprendieran lo que quería decir Jesús, como más tarde los apóstoles no entendían a Jesús cuando hablaba de muerte y de resurrección.


         En este sentido María aparece como el prototipo de creyente. No ha entendido lo que su hijo intentaba decirle, pero en lugar de rechazarlo haciendo valer su autoridad de madre, trata de penetrar más y más en su significado, a través de una asidua, atenta y constante meditación: “María conservaba todo esto en su corazón”. La palabra de Jesús puede, a menudo, aparecer como llena de sombras, de oscuridad, pero, a la larga, siempre es la respuesta justa que el hombre necesita para sus problemas. La propuesta de la fe no es siempre verificable, quizá no lo es nunca; hay que aceptarla, meditarla hasta que se pueda asumir con generosidad, como hizo María, como hace la Iglesia. María y José nos muestran el camino de la fe, de la humilde aceptación de la voluntad de Dios, el único que existe para llegar a la verdadera alegría de la vida terna. 

24 de diciembre de 2015

SANTA NAVIDAD DEL SEÑOR

       

            “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre”. Para explicar de alguna manera el objeto de la celebración de la Navidad de Jesús, hemos escuchado la página que Juan, el discípulo amado, compuso como prólogo de su evangelio. Empieza remontándose a antes del comienzo de los tiempos, para afirmar que  la Palabra existía desde el principio, que esta Palabra ha existido siempre, que Palabra está junto a Dios, porqué es Dios. A continuación, Juan dice que aquella Palabra ha descendido hasta hacerse carne, o mejor para entenderlo más claramente, se hizo hombre como nosotros. Y utiliza una imagen muy gráfica para gente que vivía en el desierto o en la estepa, que acompañaba a sus ganados en la búsqueda de pastos, pero que dice bien poco a los hombres de la era espacial: “acampó entre nosotros, plantó su tienda entre nosotros”.

            Indudablemente estamos en el ámbito de la fe. Creer es asumir lo que se nos propone aunque no se acabe de ver claro, pues si se viese claro ya no sería fe. Hemos de creer pues lo que nos dice Juan y entender que sus palabras intentan darnos unas coordenadas para entender mejor nuestra existencia. Porque la aventura de esa Palabra no es algo que interese sólo a ella, pues estaba junto a Dios, y por medio de ella se hizo todo lo que existe, porque en ella había vida y la vida era luz para los hombres. Con otras palabras, la realidad que llamamos universo depende de esa Palabra, pues ella fue que la creó, la iluminó, le dio vida.

            Per Juan sigue con su exposición que adquiere un tinte dramático al afirmar que ha existido, existe y existirá una de confrontación entre esta Palabra y los hombres a los cuales iba dirigida: “Al mundo vino y en el mundo estaba y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron”. Israel profesaba devoción a la Escritura y esperaba ardientemente al Mesías, pero cuando llegó no lo recibieron. El Mesías que se les presentó no encajaba en el proyecto que se había hecho, lo que provocó el rechazo. Aún hoy, son legión en el mundo los que o no han oído hablar de la Palabra, o no han querido acogerla, o la han combatido, o, simplemente, quieren ignorarla, porque sus exigencias molestan, son incómodas. Estamos ante el problema siempre actual de la fe y de la incredulidad, de la aceptación y del rechazo.

            El mismo evangelista deja abierta la posibilidad de que algunos, que de hecho han sido muchos a lo largo de los siglos, han recibido esta Palabra, se han abierto a ella, y así han recibido el poder de ser hijos de Dios, en la medida en que creen en su nombre. Estas reflexiones del evangelista invitan a plantearnos la realidad de nuestra fe cristiana. Creer en Cristo no quiere decir simplemente repetir con los labios el símbolo de la fe, manifestar oralmente que aceptamos determinadas verdades o dogmas, participar al menos externamente en actos y celebraciones. Creer en la Palabra significa abrir nuestro corazón al mensaje que nos ofrece, dejar nuestros planteamientos egoístas y ambiciosos para acoger la ley del amor que es, en resumen, el contenido fundamental del evangelio de Jesús.

            Si la Palabra ha acampado entre nosotros, si Dios ha querido hacerse hombre es para enseñarnos a valorar lo que significa ser hombre, lo que representa cada hombre de cualquier raza, lengua, pueblo, cultura o mentalidad. La Navidad que celebramos ha de hacernos más sensibles al hermano que tenemos al lado. Es con nuestro amor, con nuestra dedicación al prójimo que llevaremos a cabo la labor evangelizadora que Jesús ha venido a iniciar en este mundo. Queda mucho por hacer, pero si todos nos apuntamos con decisión y entusiasmo, el Señor continuará haciendo maravillas.