30 de diciembre de 2019

Todos somos llamados a la " vida de oración"


La vida espiritual nos pide al menos, atención porque en general, tiene numerosos altibajos, colinas, valles pronunciados, desvíos, senderos con numerosas curvas, sorprendentes cumbres y peligrosas depresiones. Lo expresamos con estas imágenes que muestran con claridad las experiencias que atravesamos quienes deseamos estar dispuestos en la búsqueda de Dios, los que hemos emprendido este viaje hacia lo profundo del corazón, los que sumergiéndonos en pos del silencio vamos en búsqueda del secreto que en él se oculta.
Hoy en día somos extraños en un mundo extraño. Somos como peregrinos que llegamos de lejos, con una mirada de forasteros, poco tenemos en común con un mundo en el que todo brilla y suena reclamando atención, prometiéndonos claridades inmediatas y efímeras que nos vuelve a dejar en la oscuridad existencial, a cambio de la Luz que anima el espíritu, da vida y esta sí es eterna.
Todos somos llamados a una vida de silencio y oración, que nos lleva misteriosamente hacia el recogimiento y la contemplación. Es verdad que a veces dudamos de nosotros mismos, de nuestras convicciones y preguntamos si realmente hay en nosotros cordura, pero eso ocurre cuando no logramos aceptar del todo la vocación de amor a Dios a la que todos hemos sido llamados. Es por eso precisamente, que lo que nos rodea tiende a incorporársenos, los valores imperantes luchan por agregarse nuestra alma, buscando en ella la sumisión y entrega que nos lleva a la perturbación, al desequilibrio y a la infelicidad total.
Hace falta que cada día renovemos el deseo de vivir las promesas del bautismo y nos centremos en esa disposición con la cual debemos encarar la jornada y cada una de las actividades que nos ofrezca ésta.
La vida espiritual precisa de una ascesis, que es el deseo creciente de vivir con amor los pequeños o grandes sacrificios que conlleva la vida diaria, de otro modo desvariamos nuestra vida de caminantes hacia Dios. Pero tendremos que distinguir bien, para no terminar desanimándonos. Lo que es ascesis no es rigidez. No tiene que darse, ni escrúpulo, ni tensión esforzándonos inadecuadamente. Es más bien una especie de orden en función de lo que queremos, para que nos facilite vivir con serenidad y paz lo que deseamos: vivir en la presencia y el amor de Dios en cada momento de nuestra vida.
No debemos hacer problema cuando teniendo ese deseo de vida en el Señor, no encontramos el ánimo para practicarla, cuando nos extraviamos de nuestra misma meta y las decisiones de unos momentos de oración nos resultan ajenas, como si no hubiera sido yo el que decidió seguir el camino estrecho que he elegido para caminar. Como se ha dicho, se trata de encontrar la disposición adecuada en cada momento, tratando de evitar todo aquello que nos pueda hacer daño en nuestra relación con el Señor, eligiendo siempre las prioridades en este sentido, aunque cueste sacrificios, pues el amor siempre supone ascesis, o sacrificio, incluso el puramente humano. De lo contrario la ascesis queda relegada como un proyecto bien intencionado pero impracticable.
En la práctica de la vida espiritual hay que evitar el apremio, las prisas que vienen de dentro y a de afuera y buscar siempre la manera y la forma de situarnos que nos permita hacer bien lo que tengamos que hacer. Eso nos proporcionara la paz que necesitamos para vivir la vida espiritual que deseamos en cada momento y en todo.
Debemos recordar esto cuando advertimos que hemos perdido un poco esa sintonía con el Señor y nos estamos empezando a desanimar en seguir el camino espiritual. Es por eso que hemos que estar siempre atentos, para mantenernos en ese camino y no dejarnos zarandear por los estímulos del medio en que vivimos.
Todo es gracia, pero también disposición de nuestra parte. Porque la fuerza de la gracia esta siempre disponible, pero hay que permanecer abiertos a su acción, interesados en recibirla, confiados en que Dios quiere hacernos crecer en su amor, pero nos pide que le dejemos “hacer” viviendo en esta disposición y deseo.
Vivir en la Presencia de Aquél que amamos y en quién nos refugiamos es la meta de nuestra peregrinación en este mundo. Queremos vivir con Dios en Dios y para Dios. Desear tener siempre limpio nuestro corazón para que nunca dejemos de ser “morada preciosa” de Dios Trinidad.
Hna. LMJP


6 de diciembre de 2019

SOLEMNIDAD DE LA IMMACULADA CONCEPCIÓN



El dogma de la Inmaculada Concepción afirma que María, por una especial gracia de Dios, fue redimida anticipadamente por el sacrificio de Cristo, permaneciendo ajena al pecado desde el mismo instante de su concepción. Su nacimiento supone la aparición, en un mundo oscurecido y deformado por el poder del pecado, de una fuente pura y cristalina de la que nacerá una humanidad nueva y victoriosa.
Dice el Evangelista S. Lucas en su Evangelio que María cuando el Ángel le anunció que sería la madre de Dios se turbó y se preguntaba Como será eso si no conozco varón[1]. Seguramente, también nosotros nos turbamos, con mucho amor ante la cercanía de Dios, y nos preguntamos a qué nos invita el Él en cada momento  concreto de nuestra vida.
Como cristianos, ya en el Bautismo, asumimos el compromiso de luchar contra el mal, en creer lo que Dios nos ha revelado como amigo, en vivir amándole a Él y a los hermanos, construyendo así su Reino de amor y de paz. En en sacramento de la Confirmación recibimos más plenamente el Espíritu para realizar esta misión. La Palabra de Dios ilumina siempre nuestro camino y en el sacramento de la Eucaristía recibimos el alimento para andarlo.
Tenemos un gran camino común a todos. Sobre ello, nos queda discernir la vocación y servicio al que hoy nos llama el Señor a cada uno. Hemos de seguir preguntándonos siempre: ¿qué puedo aportar yo? ¿en qué puedo servir mejor? ¿a qué me está invitando Dios? Esto lo tenemos que hacer cada uno de nosotros, tengamos la edad que tengamos.
El Señor nos va dando señales y capacidad de discernir, en el silencio de la oración, en las invitaciones de otros hermanos, en los acontecimientos diarios que van surgiendo en la Iglesia, en la sociedad, en la familia etc.
Ante dudas y dificultades, como a María, Dios nos dice: No temasyo derramaré sobre ti mi gracia, mi Espíritu. Como María estamos llamados a confiar y responder con Ella el Sí, que tanta transcendencia tuvo en la Historia de Salvación, también nuestros nuestro  a todo lo que Dios quiera de nosotros tiene transcendencia salvífica.
María es la Mujer del Adviento, mujer de esperanza que alienta nuestra esperanza, es la Figura del Adviento modelo de esperanza y de espera. Ella pertenecía al resto de Israel, a los anawin, los pobres de Yaveh que se confían enteramente en Dios. Acogió la increíble propuesta de Dios; más allá de no poder comprender cómo, confió, y quedó biológicamente en estado de buena esperanza sin obra de varón, por intervención del Espíritu Santo, y dará a luz al Mesías, al Señor. 

Así pues, con la confianza puesta en Oh Dios, le pedimos que, fecundados por su amor, engendremos a Cristo dándolo a luz en cada momento de nuestras vidas, en la Iglesia y el mundo. ¡Oh María Inmaculada, ponemos en tus manos nuestras súplicas, para que tú que eres la Reina de la Pureza y la llena de Gracia, intercedas por nosotros ante tu Hijo nuestro Señor! Mira nuestras preocupaciones, concédenos la paz; mira que tenemos miedo… y con frecuencia éste nos paraliza, porque nos hace desconfiar. Aumenta nuestra fe y fortaleza espiritual, ya que a veces también perdemos la esperanza y nos faltan estímulos para caminar. María Madre de Dios y nuestra, que sepamos siempre poner toda nuestra confianza en Dios. Que en tu de tu corazón humilde, sincero, amemos cada día más a Jesús tu Hijo. Madre Inmaculada, purifica nuestra alma, para que un día podamos glorificar a Dios en el cielo por los siglos de los siglos. Amén.
Hna. LMJP