31 de diciembre de 2015

Fiesta de santa María Madre de Dios


“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”. El leccionario recuerda hoy la antigua fórmula de bendición que los sacerdotes israelitas pronunciaban sobre su pueblo. Bendecir, en lenguaje bíblico, significa invocar a Dios, para que manifieste hacia su pueblo su favor y su protección, contemple a los que son sus hijos y les acompañe en todas sus vicisitudes y asegure la paz. La gran bendición que nosotros, cristianos, hemos recibido de Dios es Jesús, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre. Y esta bendición la hemos recibido por medio de María. Por esto hoy, ocho días después de la Navidad, honramos de modo especial a la Virgen Madre que ha dado a luz al Rey eterno, a aquella que tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad.

                  María recibió de Dios esta doble condición de virgen y de madre, pero la asumió de modo consciente, con todo lo que entrañaba. La divina maternidad de María, que se hizo realidad cuando pronunció su “si” al escuchar el anuncio angélico, no es todo gozo y alegría. Es también dolor y sufrimiento. Porque María es Madre no sólo en Navidad, sino también el Viernes Santo, cuando, al pie de la cruz, repite con generosidad su “si” incondicional. El evangelio recuerda hoy a María en una actitud contemplativa, conservando y meditándo en su corazón todos los particulares del nacimiento de su Hijo. María es la primera creyente, la totalmente disponible a Dios y a su voluntad.

Según nuestro calendario, uno de los tantos calendarios que el ingenio humano ha ideado en el curso de la historia, empezamos hoy un nuevo año. El tiempo es una realidad palpable que el hombre ha experimentado, desde que tuvo conciencia de su existencia: es un sucederse de luz y tinieblas, que llamamos día y noche, de calor y frío, que llamamos estaciones, y que hemos organizado en semanas, meses, años y siglos. Este pasar del tiempo significa a la vez el pasar de nuestra existencia y en consecuencia cada vez que iniciamos un año podemos decir que es un año más que hemos pasado y un año menos que nos queda por vivir.
Nuestro calendario, con más o menos precisión, calcula el tiempo a partir del nacimiento de Jesús de Nazaret. Este hecho tiene su importancia. Quiere decirnos que consideramos que Jesús es el centro de la historia, del tiempo. Para antiguas culturas provenientes del oriente, el tiempo era entendido como un ciclo eterno en el que las cosas se reproducían sin cesar. Y en esta concepción, la salvación, la liberación consistía en salir del tiempo, en romper este círculo fatal que oprime. En cambio, los primeros cristianos, fieles a la tradición recogida en el Antiguo Testamento, entendieron el tiempo en un sentido lineal que parte del acto creador de Dios, al principio de todo y que encontrará su fin, al final de la historia. Y es precisamente en este tiempo que fluye que proclamamos que Dios ha intervenido para ofrecer a los hombre la verdadera salvación, salvación que no consiste en huir del tiempo sino en asumirlo para responder con generosidad a la voluntad divina.


En este sentido, san Pablo ha podido afirmar en la segunda lectura que cuando se cumplió el tiempo, es decir, cuando llego el momento adecuado según el plan divino, Dios envió a su Hijo para salvar al mundo. Y este Hijo aparece entre nosotros por la vía normal de los hombres: nace de una mujer, nace en un pueblo concreto y acepta estar bajo la ley que en él regía. Una vez hecho hombre, el Hijo de Dios ha llevado a cabo su obra redentora, que el apóstol define como un dejar de ser esclavos para llegar a ser hijos de Dios por adopción, y también herederos de las promesas de salvación. Con la encarnación del Hijo de Dios el tiempo deja de ser profano en cuanto se convierte en el escenario en el que se actúa la salvación querida por Dios. Por esto los cristianos aceptamos en todo su significado el tiempo; damos gracias por el tiempo transcurrido e invocamos la ayuda del Señor para poder aprovechar el tiempo que nos queda por delante.

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