“En el principio ya existía la
Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Y la Palabra
se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria
propia del Hijo único del Padre”. Para explicar de alguna manera el objeto de la
celebración de la Navidad de Jesús, hemos escuchado la página que Juan, el
discípulo amado, compuso como prólogo de su evangelio. Empieza remontándose a
antes del comienzo de los tiempos, para afirmar que la Palabra existía desde el principio, que
esta Palabra ha existido siempre, que Palabra está junto a Dios, porqué es
Dios. A continuación, Juan dice que aquella Palabra ha descendido hasta hacerse
carne, o mejor para entenderlo más claramente, se hizo hombre como nosotros. Y
utiliza una imagen muy gráfica para gente que vivía en el desierto o en la
estepa, que acompañaba a sus ganados en la búsqueda de pastos, pero que dice
bien poco a los hombres de la era espacial: “acampó entre nosotros, plantó su
tienda entre nosotros”.
Indudablemente estamos en el ámbito de la fe. Creer es
asumir lo que se nos propone aunque no se acabe de ver claro, pues si se viese
claro ya no sería fe. Hemos de creer pues lo que nos dice Juan y entender que
sus palabras intentan darnos unas coordenadas para entender mejor nuestra
existencia. Porque la aventura de esa Palabra no es algo que interese sólo a
ella, pues estaba junto a Dios, y por medio de ella se hizo todo lo que existe,
porque en ella había vida y la vida era luz para los hombres. Con otras
palabras, la realidad que llamamos universo depende de esa Palabra, pues ella
fue que la creó, la iluminó, le dio vida.
Per Juan sigue con su exposición que adquiere un tinte
dramático al afirmar que ha existido, existe y existirá una de confrontación
entre esta Palabra y los hombres a los cuales iba dirigida: “Al mundo vino y en
el mundo estaba y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la
recibieron”. Israel profesaba devoción a la Escritura y esperaba ardientemente
al Mesías, pero cuando llegó no lo recibieron. El Mesías que se les presentó no
encajaba en el proyecto que se había hecho, lo que provocó el rechazo. Aún hoy,
son legión en el mundo los que o no han oído hablar de la Palabra, o no han
querido acogerla, o la han combatido, o, simplemente, quieren ignorarla, porque
sus exigencias molestan, son incómodas. Estamos ante el problema siempre actual
de la fe y de la incredulidad, de la aceptación y del rechazo.
El mismo evangelista deja abierta la posibilidad de que
algunos, que de hecho han sido muchos a lo largo de los siglos, han recibido
esta Palabra, se han abierto a ella, y así han recibido el poder de ser hijos
de Dios, en la medida en que creen en su nombre. Estas reflexiones del
evangelista invitan a plantearnos la realidad de nuestra fe cristiana. Creer en
Cristo no quiere decir simplemente repetir con los labios el símbolo de la fe,
manifestar oralmente que aceptamos determinadas verdades o dogmas, participar
al menos externamente en actos y celebraciones. Creer en la Palabra significa
abrir nuestro corazón al mensaje que nos ofrece, dejar nuestros planteamientos egoístas
y ambiciosos para acoger la ley del amor que es, en resumen, el contenido
fundamental del evangelio de Jesús.
Si la Palabra ha acampado entre nosotros, si Dios ha
querido hacerse hombre es para enseñarnos a valorar lo que significa ser
hombre, lo que representa cada hombre de cualquier raza, lengua, pueblo,
cultura o mentalidad. La Navidad que celebramos ha de hacernos más sensibles al
hermano que tenemos al lado. Es con nuestro amor, con nuestra dedicación al
prójimo que llevaremos a cabo la labor evangelizadora que Jesús ha venido a
iniciar en este mundo. Queda mucho por hacer, pero si todos nos apuntamos con
decisión y entusiasmo, el Señor continuará haciendo maravillas.
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