5 de marzo de 2020

LA IDEA DE LA INTERIORIDAD SEGÚN BASILIO


(CARTA 2) A SU AMIGO GREGORIO)
a)      Basilio comienza esta carta poniéndole a su amigo un ejemplo, como señal al reconocimiento de su carta. Le reprocha que, sin saber de sus costumbres en aquel lugar, opine sobre ello; pero a la vez alaba su decir, de que todo es nada en la tierra comparado con la promesa del Señor.
Le confiesa que se avergüenza de escribir sobre lo que hace allí y dice no sentirse satisfecho. Se lamenta de haber dejado las ocupaciones, pero no la causa de sus males, que es él mismo; y para explicárselo, recurre al ejemplo de los navegantes que se marean en un navío grande, y pensando que este es la causa de su mareo, cambian a otro más pequeño, pero siguen mareados, pues el origen de él, lo llevan dentro de sí. No es el lugar, sino nuestra disposición interior: la negación de nosotros mismos, tomando la cruz y siguiendo al Señor, nos hará seguir con fidelidad a Aquel que nos mostró el camino, Dios mismo.

b)      La tranquilidad del alma (comienzo de la purificación) se consigue con la gracia de Dios, el esfuerzo (ascesis) y evitando la dispersión de los sentidos; de esta forma se ve con nitidez y se encuentra la Verdad. Para que esto se haga realidad es necesaria la separación del mundo, con todo lo que esta expresión lleva consigo: abandono de todo lo material, y un vivo deseo de ser instruidos por la Palabra de Dios, que se nos da como alimento, sobre todo, en la Lectio Divina. Olvidar el pasado es imprescindible, así como disponer el corazón para grabar en él lo nuevo, las cosas del Espíritu.
La soledad es un bien para el cuerpo porque adormece las pasiones y libera la razón, dejando libre al alma para vencer: tensiones, tristezas, desesperación, ímpetus, etc. El lugar (la soledad) es importante pues, alejados de los hombres, no son interrumpidos por ellos y, siendo alimentados por pensamientos divinos, será una vida angélica: dedicación total a la alabanza divina que consuela y tranquiliza el alma.
Evitando la dispersión hacia lo exterior, el espíritu se recoge y eleva hacia Dios. Contemplándole a Él, que es la Belleza inmarcesible, se olvida todo lo terreno, volcando todo el celo en los bienes que perduran y ejercitándose en las cuatro virtudes cardinales.

c)      Las Sagradas Escrituras. Es vital meditarlas pues nos muestran el deber y cómo conducirnos, encontrando cada uno en ellas el remedio a sus males. Las vidas de hombres como José, Job, David y Moisés, que han sido fieles a Dios, son modelos a imitar porque son imagen de Aquel a quien seguimos.

d)      Las oraciones que siguen a las lecturas ayudan a avivar el deseo, imprimiendo en el alma una idea más clara de Dios. Se llega a ser “templos de Dios” cuando las inquietudes y emociones terrenas no turban el espíritu, ahuyentando todo lo que invita al mal y practicando la virtud.

e)      Exalta el uso equilibrado de la palabra y la delicadeza en todo. De la palabra: fijarse una medida para hablar y para escuchar… la voz emitirla en tono medio, dulce en las conversaciones… En el trato: Ser afable en los encuentros, dulce en las conversaciones, acogida amable, rechazar la rudeza. La humildad es imprescindible: rebajarse por humildad. Nos pone el ejemplo del profeta Natán cuando advierte a David para hacerle ver su pecado, erigiéndolo en juez de su propio pecado. David -porque es humilde- no puede reprochar al hombre que lo había avergonzado.

f)       Lo que acompaña a la humildad exterior lo asemeja a los que están de duelo, y que se ha de manifestar espontáneamente. La ropa y el calzado han de ser útiles para cubrir las necesidades del cuerpo, no para lucirlos. Y lo mismo el alimento, solo lo necesario, para que en todo sea Dios glorificado.

g)      La oración ha de preceder y seguir a las comidas, ya que estos son dones de Dios, los presentes y los futuros. Remarca la importancia de la regularidad en la comida, pues la ocupación principal del asceta es el trabajo espiritual, así como la moderación en el sueño para ejercitarse en la piedad, pues la calma de la noche proporciona solaz al alma.

2.         Análisis lingüístico

            En la carta abundan los verbos. Unos son de acción como: vigilar, trabajar, disponer, renunciar, purificar, desasir, esforzar, padecer, vencer, salir, nutrir, romper, perder, hacer, preparar, echar, cambiar, procurar, encontrar, cuidar, comenzar, mostrar, elevar, cultivar, levantar, encontrar, volver, purificar, imitar, etc. y ayudan al alma en su ascensión a la unión con Dios, sin interrumpir la ascesis. Otros son de quietud, y evitan la distracción, la dispersión en el camino emprendido hacia la interioridad; verbos como: ser, retirar, dejar, adormecer, pensar, posar, estar, fijar, mirar, detenerse, ver, cesar, querer, saber, recibir, desear, esperar, etc., muy importantes en el proceso de la santificación, pues el alma ha de cesar en su actividad y estar receptiva a la acción de Dios en su alma. Otros son de lucha contra el enemigo que tienta hacia el mal: distraer, turbar, exasperar, apoderar, separar, excitar, interrumpir, revolotear, aflojar, dispersar.
            Sustantivos: Creador: el que nos creó para Sí y al que debemos tener siempre presente. Náuseas, tensiones, campos: son palabras simbólicas del proceso interior, del trabajo-ascesis. Constancia: con ella vamos adquiriendo la virtud; eternos: todo se hace, pensando en agradar al que contemplaremos en la eternidad, el Bien Supremo, Dios. Soledad, que, como dice Basilio, es donde el hombre se encuentra el hombre a sí mismo y a Dios. Melodías, himnos y cánticos, con los que -según Basilio- se imita a los ángeles y no hay mayor felicidad en la tierra, pues nos procuran consuelos. Felicidad, tranquilidad, simpatía, nitidez, amistad, íntimas, divinas, hermosos, pura, etc., definen distintos estados del alma en gracia. Malestar, oscuridad, tristezas, excitación, violencia, pasiones: van apareciendo en el proceso de ascesis-purificación del alma, y son dificultades-peligros que el enemigo va poniendo al alma.
            Adjetivos: imposible: Basilio quiere expresar con él la imposibilidad que siente el hombre en el camino hacia su purificación-interiorización. Brillante y resplandeciente (como el brillo de Dios, algo inexplicable a nuestro entender humano).

3.       Fuentes bíblicas

En el número 1, hay una cita bíblica explícita a Lc 9, 23; Mt 16, 24; Mc 8, 34: Si alguno quiere venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame. Y también otra cita casi explícita a Rm 8, 18: todo es nada en la tierra comparado con la promesa del Señor. Y a 1 Co 2, 9: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman.
En el número 3, encontramos cinco citas bíblicas implícitas, y en el 4, una.
-Gen 39,7-20, cuando José es acusado por la mujer de Putifar de un falso intento de violación
-Jb 2,7-11; 3 ss.: Job no se irrita a pesar de su desgracia y, ante los discursos de sus amigos, se mantiene fiel a Dios.
-2 Sam 11 y 12. Se describe el pecado de David con Betsabé. También es un hombre profundamente bueno que no es capaz de hacerles mal a los enemigos; pocos capítulos antes (cap. 9,1-13) se cuenta cómo hace buscar por todas partes a los descendientes de Saúl y de Jonatán, y los hace llamar
-Ex 34, 5-9 “…entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró. Y dijo: Si ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad”. Num 20, 1-13; 21, 4-9. Dios no es solo santo, sino que también es misericordioso con su pueblo. Aquí estaba la clave que buscaba Moisés, y Dios le manifestó a él Su gloria en la montaña:
-1 Co 3, 16: “Así llegamos a ser templo de Dios cuando las inquietudes no interrumpen la continuidad de este recuerdo…”.

4.         Ideas principales del texto

Sobre Dios. En el nº 2, habla del espíritu que, atento a las cosas interiores, se eleva hacia Dios, que es belleza, y cumple las virtudes cardinales de prudencia, justicia, fortaleza y templanza en todos los actos de su vida. En el nº 4: El que ama a Dios, se retira cerca de Él, ahuyentando y alejándose de los deseos que invitan al mal.
Sobre el hombre. En el nº 2: Huida del mundo, y ventajas que procura la soledad al alma, dejándola libre. Y el esfuerzo por mantener el espíritu tranquilo y establecer el alma en la alegría. Dice cómo debe ser su comportamiento.
Equilibrio en todo. En el nº 5 y 6: moderación en el hablar, sin deseos de ser admirado, sin ostentación, con una formación e instrucción sin envidia. Aprendiendo también lo bueno de los demás. Compostura en el hablar, en el vestir; sólo lo que sea útil: moderación en el alimento, en el sueño, ya que esto ayuda al asceta.
Es imprescindible que el hombre se aleje del mundo, pero más importante aun es dejarse a sí mismo.
Sagradas Escrituras. En el nº 3 nos dice: que meditando la Sagradas Escrituras, encontramos en ellas el cumplimiento del deber, y, cada persona, cada espíritu, el remedio a sus males. Con su lectura y las oraciones, llegamos a ser Templos de Dios” (1 Co 3,16), e imprimen en el alma una idea más clara de Él, colocándolo en lo profundo de sí mismos y aplicándolo así a la práctica de las virtudes. En las Escrituras halla el modelo para imitar a los santos, dedicándose al trabajo y perfección de la virtud.

5.         Reflexión 

La carta es bellísima y deja claro el camino que ha de llevar al alma a la interioridad, que no es otro que “olvidarse de sí misma, y negarse para seguir a Cristo”. El cumplimiento estricto de la disciplina, de la ascética, nos ayudará a ello. El autor explica muy bien que no es suficiente retirarse lejos del mundanal ruido si nuestro interior sigue alimentándose por las cosas de él, sin cambiar el corazón. Describe lo que suele ocurrirnos cuando nos irritamos contra todo lo exterior: personas, cosas, lugares, etc., (ejemplo: del navío o del barquillo ligero), sin darnos cuenta que el obstáculo principal está en lo más íntimo de nuestro corazón, de nuestro egoísmo, de nuestra alma, herida por el pecado.
El contenido doctrinal de la carta es un estímulo en el proceso de mi vida espiritual; me apremia y me ilumina el camino y me impulsa al agradecimiento, por el don de la vocación que me lo facilita. Apoyándome en su enseñanza, me pongo en disposición de que Dios purifique mi corazón y me aleje de cuanto no es Dios ni me conduce a Él. Como dice Basilio a su amigo, el lugar es muy importante, ya que es protección (donde se quitan los obstáculos que perjudican al alma), obteniendo la seguridad para acoger el don de Dios, y despertando en el alma el amor hacia Él con un amor de gratitud, de acción de gracias por haber sido elegida para Sí, para morar en su tienda (Sal 22,6). Es desde el agradecimiento desde donde puedo amarle más y más. Es como si me aconsejase a mí: “Aléjate, entra dentro de ti misma”. O bien, como dice San Benito: entra simplemente y ora (RB 52,4).
“Nuestro interior”, es el ámbito del encuentro de lo humano con lo divino, con nosotros mismos, nuestra morada interior. Es crisol donde se avivan las virtudes teologales y cardinales. Alejados del exterior penetramos en el interior de la conciencia, con el fuego divino de la meditación de la Sagradas Escrituras y la oración sálmica.
Esta carta de Basilio a su amigo Gregorio es de plena actualidad. Los cristianos que quieran, ante todo, alcanzar la perfección, han de realizar a su modo y según su condición el ideal moral vivido en el desierto (ascesis y disciplina).
Hallar la paz y el sosiego del cuerpo, pero sobre todo del espíritu, es un deseo cada vez más urgente para las personas del siglo XXI; y meditar esta carta, puede ayudar a buscar la soledad para encontrar en ella la paz y el sosiego que tanto necesita el hombre de hoy. De la intimidad de la persona con Dios nace una exigencia, la necesidad de “esa soledad exterior”, imprescindible para hallar “la paz interior, el sosiego y la armonía que necesita el alma”. Solo estando a solas con nosotros mismos y llenándonos del Señor, podemos encontrar “ese descanso del alma” que cada persona, cada alma, necesita para encontrarse consigo mismo y con Dios, y así poder ser feliz.

Hna. Florinda Panizo




2 de febrero de 2020

La Presentación del Señor - 2 de febrero



Rv. P. Lluc Trocal
¡Que exista la luz! Y la luz existió[1]
Qué maravilla más grande nos habría sido posible haber contemplado la aparición de la luz primordial en la nada más absoluta. Poder ver la primera brizna de luz creada, la primera chispa de la encantadora creación de Dios. Dios, la bienaventurada Trinidad y unidad primera, que es luz y fuente de la luz[2], quiso dar, en primer lugar, existencia fuera de sí mismo a la misma luz. Por eso dijo: ¡Que exista la luz! Y la luz existió.
            Una maravilla semejante habría de experimentar el viejo Simeón, ya cargado de años y movido por el Espíritu Santo, cuando, al entrar María y José con el niño Jesús en el templo, contempló aquel en quien residía la plenitud de toda su esperanza y lo confesó como luz que se revela a las naciones y gloria de Israel, su pueblo. Simeón, el hombre que guardó la fidelidad y mantuvo firme su corazón, vio en el niño que entraba en el templo la realización de la esperanza de su propio pueblo, una esperanza tan largamente probada. Vio en él la ley de Moisés cumplida, el primogénito consagrado al Señor y rescatado en recuerdo de la liberación de Israel de la tierra donde eran esclavos, Egipto: el Señor, con mano fuerte, nos sacó de Egipto, la tierra donde éramos esclavos. Y como el faraón se empeñó en no dejarnos salir, el Señor hizo morir a todos los primogénitos de Egipto, tanto los de los hombres como los de los animales. Por eso yo sacrifico al Señor todos los primogénitos machos de los animales y rescato mis hijos primogénitos[3]. Vio en él cumplida la promesa que le había hecho el Espíritu Santo de no morir antes de ver al Mesías del Señor; el cumplimiento, por tanto, de la esperanza mesiánica del hijo de David. Vio, al mismo tiempo, en él el cumplimiento de todas las profecías que anunciaban el consuelo de Israel, la luz que brillaba en el país tenebroso[4]. Vio, todavía en él, al Señor que Israel buscaba, al ángel de la alianza que Israel deseaba, entrando en su templo por la puerta que da al oriente[5]. Vio en él la luz y la gloria del Señor llenando nuevamente su templo, llenando nuevamente el lugar santo. Contempló, en fin, la entrada en Sion de su rey pacífico y salvador. Motivo de alegría y alegría inmensa para el viejo hombre que había hecho de esta visión la razón de toda su vida. Por eso, al ver el don de Dios en Jesús niño, tomó éste en brazos, bendijo a Dios y le dio gracias. Simeón, evocó el recuerdo del amor de Dios en medio del templo y realizó, así, la invitación del profeta Isaías que dice: Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz: sobre ti amanece la gloria del Señor [6]. Simeón es, en efecto, esta Jerusalén que se alza radiante porque ha llegado su luz.
Moisés y la Ley, David y el Mesías, los profetas y los salmistas, la elección y el universalismo, el templo... toda la tradición veterotestamentaria se hace presente en esta escena porque en Simeón es todo el pueblo de Israel, el pueblo de la Alianza, que ha salido al encuentro de su Señor, de su Mesías Salvador y ha levantado los lindeles de las puertas y agrandado los portales para que el rey de la gloria pueda entrar en su templo.

Aun así, las profecías anunciaban también que sólo un resto acogería la luz de Jerusalén. Lo recoge san Juan cuando dice: La Palabra era la luz verdadera, que viene a este mundo y alumbra a todo hombre. (...) Vino a su casa, y los suyos no la recibieron [7]. Por eso el niño que es la gloria de Israel, será a la vez motivo que muchos en Israel caigan y otros se levanten; será una bandera discutida, para que se revelen los sentimientos escondidos en el corazón de muchos. En el plan oculto de Dios, Israel no ha conseguido lo que buscaba, sino sólo unos elegidos. Los otros, en cambio, se han endurecido[8]. La caída de Israel ha servido, sin embargo, para que la salvación llegara a los paganos[9]: la gloria de Israel es a la vez, según la tradición más genuina del pueblo escogido, luz de las naciones. Jesús se ha emparentado con nosotros para hacer de todos nosotros, paganos y judíos, un nuevo pueblo escogido, una única familia de Dios[10]. A todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios[11].

Fue, ciertamente hermanos, una gran maravilla la creación de la luz, su vocación a la existencia. Dios dijo: ¡Que exista la luz! Y la luz existió[12]. Fue, sin embargo, una maravilla aún más admirable que el que es esencialmente luz increada e invisible hiciera resplandecer de manera humana y visible, en el rostro de su Hijo, esa misma luz increada. Por ello, para que la luz increada pudiera resplandecer toda ella en el rostro de Cristo, era necesario que antes existiera la luz creada que permitiera ver la maravilla admirable del rostro visible de la luz invisible, la gloria de Israel y la luz de las naciones.

Nosotros hemos recibido el que es la luz verdadera, venido al mundo[13], y hemos creído en su nombre. Acogiéndolo nos convertimos también nosotros en luz para el mundo. Miremos, pues, hermanas y hermanos, de no oscurecer con nuestra cerrazón, con nuestro egoísmo, con nuestro juicio y con nuestra falta de amor, esta luz que se nos ha dado para llevar a la luz a nuestros hermanos contemporáneos que aún viven en la oscuridad, en medio de las tinieblas de este mundo, y podamos llegar felizmente todos juntos a la gloria de aquella luz que es esencialmente la bienaventurada Trinidad. Amén.


[1]Gn 1,3
[2] cf. 1 Jn 1, 5
[3]Ex 13, 14-15
[4] Is 9, 2
[5]cf. Ml 3, 1
[6]Is 60,1
[7] Jn 1, 9 y 11
[8] Rm 11, 7
[9] Rm 11, 11
[10]cf. He 2,14
[11]Jn 1, 12
[12]Gn 1,3
[13]Jn 1, 9

30 de diciembre de 2019

Todos somos llamados a la " vida de oración"


La vida espiritual nos pide al menos, atención porque en general, tiene numerosos altibajos, colinas, valles pronunciados, desvíos, senderos con numerosas curvas, sorprendentes cumbres y peligrosas depresiones. Lo expresamos con estas imágenes que muestran con claridad las experiencias que atravesamos quienes deseamos estar dispuestos en la búsqueda de Dios, los que hemos emprendido este viaje hacia lo profundo del corazón, los que sumergiéndonos en pos del silencio vamos en búsqueda del secreto que en él se oculta.
Hoy en día somos extraños en un mundo extraño. Somos como peregrinos que llegamos de lejos, con una mirada de forasteros, poco tenemos en común con un mundo en el que todo brilla y suena reclamando atención, prometiéndonos claridades inmediatas y efímeras que nos vuelve a dejar en la oscuridad existencial, a cambio de la Luz que anima el espíritu, da vida y esta sí es eterna.
Todos somos llamados a una vida de silencio y oración, que nos lleva misteriosamente hacia el recogimiento y la contemplación. Es verdad que a veces dudamos de nosotros mismos, de nuestras convicciones y preguntamos si realmente hay en nosotros cordura, pero eso ocurre cuando no logramos aceptar del todo la vocación de amor a Dios a la que todos hemos sido llamados. Es por eso precisamente, que lo que nos rodea tiende a incorporársenos, los valores imperantes luchan por agregarse nuestra alma, buscando en ella la sumisión y entrega que nos lleva a la perturbación, al desequilibrio y a la infelicidad total.
Hace falta que cada día renovemos el deseo de vivir las promesas del bautismo y nos centremos en esa disposición con la cual debemos encarar la jornada y cada una de las actividades que nos ofrezca ésta.
La vida espiritual precisa de una ascesis, que es el deseo creciente de vivir con amor los pequeños o grandes sacrificios que conlleva la vida diaria, de otro modo desvariamos nuestra vida de caminantes hacia Dios. Pero tendremos que distinguir bien, para no terminar desanimándonos. Lo que es ascesis no es rigidez. No tiene que darse, ni escrúpulo, ni tensión esforzándonos inadecuadamente. Es más bien una especie de orden en función de lo que queremos, para que nos facilite vivir con serenidad y paz lo que deseamos: vivir en la presencia y el amor de Dios en cada momento de nuestra vida.
No debemos hacer problema cuando teniendo ese deseo de vida en el Señor, no encontramos el ánimo para practicarla, cuando nos extraviamos de nuestra misma meta y las decisiones de unos momentos de oración nos resultan ajenas, como si no hubiera sido yo el que decidió seguir el camino estrecho que he elegido para caminar. Como se ha dicho, se trata de encontrar la disposición adecuada en cada momento, tratando de evitar todo aquello que nos pueda hacer daño en nuestra relación con el Señor, eligiendo siempre las prioridades en este sentido, aunque cueste sacrificios, pues el amor siempre supone ascesis, o sacrificio, incluso el puramente humano. De lo contrario la ascesis queda relegada como un proyecto bien intencionado pero impracticable.
En la práctica de la vida espiritual hay que evitar el apremio, las prisas que vienen de dentro y a de afuera y buscar siempre la manera y la forma de situarnos que nos permita hacer bien lo que tengamos que hacer. Eso nos proporcionara la paz que necesitamos para vivir la vida espiritual que deseamos en cada momento y en todo.
Debemos recordar esto cuando advertimos que hemos perdido un poco esa sintonía con el Señor y nos estamos empezando a desanimar en seguir el camino espiritual. Es por eso que hemos que estar siempre atentos, para mantenernos en ese camino y no dejarnos zarandear por los estímulos del medio en que vivimos.
Todo es gracia, pero también disposición de nuestra parte. Porque la fuerza de la gracia esta siempre disponible, pero hay que permanecer abiertos a su acción, interesados en recibirla, confiados en que Dios quiere hacernos crecer en su amor, pero nos pide que le dejemos “hacer” viviendo en esta disposición y deseo.
Vivir en la Presencia de Aquél que amamos y en quién nos refugiamos es la meta de nuestra peregrinación en este mundo. Queremos vivir con Dios en Dios y para Dios. Desear tener siempre limpio nuestro corazón para que nunca dejemos de ser “morada preciosa” de Dios Trinidad.
Hna. LMJP