La
vida espiritual nos pide al menos, atención porque en general, tiene numerosos
altibajos, colinas, valles pronunciados, desvíos, senderos con numerosas curvas,
sorprendentes cumbres y peligrosas depresiones. Lo expresamos con estas imágenes
que muestran con claridad las experiencias que atravesamos quienes deseamos
estar dispuestos en la búsqueda de Dios, los que hemos emprendido este viaje
hacia lo profundo del corazón, los que sumergiéndonos en pos del silencio vamos
en búsqueda del secreto que en él se oculta.
Hoy
en día somos extraños en un mundo extraño. Somos como peregrinos que llegamos
de lejos, con una mirada de forasteros, poco tenemos en común con un mundo en el
que todo brilla y suena reclamando atención, prometiéndonos claridades
inmediatas y efímeras que nos vuelve a dejar en la oscuridad existencial, a
cambio de la Luz que anima el espíritu, da vida y esta sí es eterna.
Todos
somos llamados a una vida de silencio y oración, que nos lleva misteriosamente
hacia el recogimiento y la contemplación. Es verdad que a veces dudamos de nosotros
mismos, de nuestras convicciones y preguntamos si realmente hay en nosotros
cordura, pero eso ocurre cuando no logramos aceptar del todo la vocación de
amor a Dios a la que todos hemos sido llamados. Es por eso precisamente, que lo
que nos rodea tiende a incorporársenos, los valores imperantes luchan por
agregarse nuestra alma, buscando en ella la sumisión y entrega que nos lleva a la
perturbación, al desequilibrio y a la infelicidad total.
Hace
falta que cada día renovemos el deseo de vivir las promesas del bautismo y nos
centremos en esa disposición con la cual debemos encarar la jornada y cada una
de las actividades que nos ofrezca ésta.
La
vida espiritual precisa de una ascesis, que es el deseo creciente de vivir con
amor los pequeños o grandes sacrificios que conlleva la vida diaria, de otro
modo desvariamos nuestra vida de caminantes hacia Dios. Pero tendremos que
distinguir bien, para no terminar desanimándonos. Lo que es ascesis no es rigidez. No tiene que darse, ni escrúpulo,
ni tensión esforzándonos inadecuadamente.
Es más bien una especie de orden en función de lo que queremos, para
que nos facilite vivir con serenidad y paz lo que deseamos: vivir en la presencia y el amor de Dios en
cada momento de nuestra vida.
No
debemos hacer problema cuando teniendo ese deseo de vida en el Señor, no encontramos el ánimo para practicarla, cuando
nos extraviamos de nuestra misma meta y las decisiones de unos momentos de
oración nos resultan ajenas, como si no hubiera sido yo el que decidió seguir el camino estrecho que he elegido
para caminar. Como se ha dicho, se trata de encontrar la disposición adecuada
en cada momento, tratando de evitar todo aquello que nos pueda hacer daño en nuestra
relación con el Señor, eligiendo siempre las prioridades en este sentido,
aunque cueste sacrificios, pues el amor siempre supone ascesis, o sacrificio,
incluso el puramente humano. De lo contrario la ascesis queda relegada como un proyecto bien intencionado pero
impracticable.
En
la práctica de la vida espiritual hay que evitar el apremio, las prisas que
vienen de dentro y a de afuera y buscar siempre la manera y la forma de
situarnos que nos permita hacer bien lo que tengamos que hacer. Eso nos proporcionara
la paz que necesitamos para vivir la vida espiritual que deseamos en cada
momento y en todo.
Debemos
recordar esto cuando advertimos que hemos perdido un poco esa sintonía con el Señor y nos estamos
empezando a desanimar en seguir el camino espiritual. Es por eso que hemos que
estar siempre atentos, para mantenernos en ese camino y no dejarnos zarandear
por los estímulos del medio en que vivimos.
Todo
es gracia, pero también disposición de nuestra parte. Porque la
fuerza de la gracia esta siempre disponible, pero hay que permanecer abiertos a
su acción, interesados en recibirla, confiados en que Dios quiere hacernos
crecer en su amor, pero nos pide que le dejemos “hacer” viviendo en esta disposición
y deseo.
Vivir
en la Presencia de Aquél que amamos y en quién nos refugiamos es la meta de
nuestra peregrinación en este mundo. Queremos vivir con Dios en Dios y para
Dios. Desear tener siempre limpio nuestro corazón para que nunca dejemos de ser
“morada preciosa” de Dios Trinidad.
Hna. LMJP
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