6 de diciembre de 2019

SOLEMNIDAD DE LA IMMACULADA CONCEPCIÓN



El dogma de la Inmaculada Concepción afirma que María, por una especial gracia de Dios, fue redimida anticipadamente por el sacrificio de Cristo, permaneciendo ajena al pecado desde el mismo instante de su concepción. Su nacimiento supone la aparición, en un mundo oscurecido y deformado por el poder del pecado, de una fuente pura y cristalina de la que nacerá una humanidad nueva y victoriosa.
Dice el Evangelista S. Lucas en su Evangelio que María cuando el Ángel le anunció que sería la madre de Dios se turbó y se preguntaba Como será eso si no conozco varón[1]. Seguramente, también nosotros nos turbamos, con mucho amor ante la cercanía de Dios, y nos preguntamos a qué nos invita el Él en cada momento  concreto de nuestra vida.
Como cristianos, ya en el Bautismo, asumimos el compromiso de luchar contra el mal, en creer lo que Dios nos ha revelado como amigo, en vivir amándole a Él y a los hermanos, construyendo así su Reino de amor y de paz. En en sacramento de la Confirmación recibimos más plenamente el Espíritu para realizar esta misión. La Palabra de Dios ilumina siempre nuestro camino y en el sacramento de la Eucaristía recibimos el alimento para andarlo.
Tenemos un gran camino común a todos. Sobre ello, nos queda discernir la vocación y servicio al que hoy nos llama el Señor a cada uno. Hemos de seguir preguntándonos siempre: ¿qué puedo aportar yo? ¿en qué puedo servir mejor? ¿a qué me está invitando Dios? Esto lo tenemos que hacer cada uno de nosotros, tengamos la edad que tengamos.
El Señor nos va dando señales y capacidad de discernir, en el silencio de la oración, en las invitaciones de otros hermanos, en los acontecimientos diarios que van surgiendo en la Iglesia, en la sociedad, en la familia etc.
Ante dudas y dificultades, como a María, Dios nos dice: No temasyo derramaré sobre ti mi gracia, mi Espíritu. Como María estamos llamados a confiar y responder con Ella el Sí, que tanta transcendencia tuvo en la Historia de Salvación, también nuestros nuestro  a todo lo que Dios quiera de nosotros tiene transcendencia salvífica.
María es la Mujer del Adviento, mujer de esperanza que alienta nuestra esperanza, es la Figura del Adviento modelo de esperanza y de espera. Ella pertenecía al resto de Israel, a los anawin, los pobres de Yaveh que se confían enteramente en Dios. Acogió la increíble propuesta de Dios; más allá de no poder comprender cómo, confió, y quedó biológicamente en estado de buena esperanza sin obra de varón, por intervención del Espíritu Santo, y dará a luz al Mesías, al Señor. 

Así pues, con la confianza puesta en Oh Dios, le pedimos que, fecundados por su amor, engendremos a Cristo dándolo a luz en cada momento de nuestras vidas, en la Iglesia y el mundo. ¡Oh María Inmaculada, ponemos en tus manos nuestras súplicas, para que tú que eres la Reina de la Pureza y la llena de Gracia, intercedas por nosotros ante tu Hijo nuestro Señor! Mira nuestras preocupaciones, concédenos la paz; mira que tenemos miedo… y con frecuencia éste nos paraliza, porque nos hace desconfiar. Aumenta nuestra fe y fortaleza espiritual, ya que a veces también perdemos la esperanza y nos faltan estímulos para caminar. María Madre de Dios y nuestra, que sepamos siempre poner toda nuestra confianza en Dios. Que en tu de tu corazón humilde, sincero, amemos cada día más a Jesús tu Hijo. Madre Inmaculada, purifica nuestra alma, para que un día podamos glorificar a Dios en el cielo por los siglos de los siglos. Amén.
Hna. LMJP

25 de noviembre de 2019

PREPARÁNDONOS PARA VIVIR UN SANTO ADVIENTO -I)

ADVIENTO: ESPERA VIGILANTE (I)

El Adviento es el primer periodo del año litúrgico cristiano, que consiste en un tiempo de preparación para el nacimiento de Cristo. Navidad y Adviento no son fiestas independientes. El Adviento nació como tiempo de preparación para celebrar la fiesta de la Navidad, igual que la Cuaresma respecto a la Pascua.

La pedagogía de la Iglesia Católica propone el tiempo de Adviento como una época de espera alegre, espera de conversión y de esperanza, ya que es memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal.  Es así mismo, espera suplicante de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y Juez universal. La liturgia de Adviento  con frecuencia invita a la conversión,  mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan Bautista: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos [1], invita además a vivir en la fe y la esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo [2] y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión, la fe en visión y nosotros seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es [3]. Por todo esto La preparación que la Iglesia quiere en sus fieles no es una preparación para sólo los días de Navidad, porque el Adviento nos sitúa frente a lo temporal y frente a lo eterno, pues la venida de Cristo no se circunscribe al día 25 de diciembre. A este respecto, es famoso el quinto sermón de San Bernardo sobre el Adviento, que trata de las tres venidas de Cristo:
Existen tres Advientos. El primero y el último son evidentes: la llegada de Jesús como hombre en la natividad y su venida al final de los tiempos. El intermedio permanece oculto al contrario de los otros dos. A cada Adviento le corresponde una renovación. En ese Adviento intermedio la palabra se guarda en el corazón y no en la memoria pues la ciencia engríe y tiene sus lagunas. La palabra debe ser guardada dentro del alma donde se asimilen sus afectos y las costumbres tal como se hace con el alimento que ingerimos. Antes, nuestro corazón estaba ocupado por un hombre viejo; lleno de bajos deseos y de instintos de dominación. En el hombre nuevo cristiano la caridad se opone a los bajos deseos y la humildad a los instintos de dominación [4] . 

Y  en el sermón 4 también dice S. Bernardo:

Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido, sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!

Es así cómo nos conduce S. Bernardo al Adviento en el que siempre vive el creyente, pues el cristiano siempre está esperando la venida de Jesús a su alma, y amándole para que Él haga en nosotros su morada. Así, el Adviento cobra un sentido que trasciende el tiempo concreto, muestra una actitud del alma que espera a Cristo y que grita desde lo profundo «Ven, Señor Jesús.

Hna. Lmjp 



[1] Mt 3, 2
[2] Rom 8, 24-25
[3] Jn 3, 2
[1] San Bernardo de Claraval, Sermón 4 en el Adviento del Señor

11 de septiembre de 2019

“AMOR Y PASIÓN DE JESUCRISTO POR LA HUMANIDAD”


Para empezar, conviene hacer un breve recorrido sobre la Historia de Salvación. En el libro del Génesis, Eva es tentada por el demonio, Caín mata a Abel, y la historia continua; la lucha entre el bien y el mal ha existido desde siempre; luego llegan los profetas enviados de Dios para la conversión de la humanidad, y finalmente el Padre entrega al Hijo para la salvación del mundo, que, con su muerte en cruz, la humanidad es redimida y nos hace participes de su vida divina.
Jesús desde que nace, es amenazado de muerte por Herodes, y en adelante toda su vida se torna en una dinámica continua de lucha contra el mal, dándose el inicio de su pasión, desde la Encarnación hasta la crucifixión.

1.     La oración de Jesús en el Huerto de los Olivos

Conviene recordar la “Doctrina de las dos naturalezas” que hay en Jesús, según el Concilio de Calcedonia (451 dC): «JC es verdadero hombre y verdadero Dios», porque sin darnos cuenta, vivimos nuestra relación con Dios de manera distante, o, nos cuesta aceptar que el “Hijo de Dios” siendo hombre y Dios, haya sufrido en su cuerpo y en su alma, por amor a la humanidad.
Getsemaní, es el momento más importante en la historia de la Humanidad, se puso en juego nuestra salvación o la condena eterna; Jesús con su “sí”, ha dado un cambio en la historia, para la salvación del mundo.
No deja de ser un misterio de nuestra fe, ver a Jesús que, siendo Dios, padeció y asumió en todo, nuestra humanidad pecadora, Él se hizo pecado sin dejar de ser Dios, esta es la escena más dramática y desconcertante, que muchas veces no queremos ver. 
En Mt, 26, 39 ss., Jesús dijo: «Padre, si es posible, pasa de mí este cáliz, más no se haga mi voluntad, sino la tuya».  Esta fue la imagen de un Dios que sudó sangre, que tiembla porque tiene miedo a morir, se siente triste, turbado en su mente, vive la ausencia del padre y de los apóstoles; se convierte en un mendigo de compañía y consuelo de los hombres. Su ser divino no le impidió los padecimientos, se hizo uno como nosotros en todo, menos en el pecado. Jesús pasó “miedo y angustia” (Mc 14, 33), recordemos que Jesús enseñó a no tener miedo a los que matan el cuerpo, sin embargo, Él asume el riesgo de morir, el miedo no le paralizó, tampoco huyó; ante el miedo, confía en su Padre, ora y pide a los apóstoles que oren con él. Sudó sangre, porque empieza a vivir lo que la redención va a ser para él. Redimir la humanidad, es hacer suyo los pecados de los hombres; Jesús toma nuestro lugar. Asume los pecados desde el principio que el mundo es mundo, hasta el momento que vive la redención.
En Mt 26, 36-38 «Cuando Jesús llegó con sus discípulos a Getsemaní… comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: Mi alma siente una tristeza de muerte». Jesús, se siente morir, porque le afectó el hacerse pecado, fue violento, supuso para él, ir contra su propia naturaleza divina, porque el pecador rechaza a Dios; tuvo que hacerse contrario a lo que más amaba, su Padre. Es una situación dolorosa y desgarradora, nunca en la historia había sucedido algo así, un “Dios haciéndose pecado”, con el fin de evitarnos el mal y la muerte. Nadie humanamente hubiera sido capaz de hacer lo que hizo Jesús, solo pudo ser asumido únicamente por un Dios-Jesús.    
En Mt 27, 46 «Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»”.  Jesús tuvo la experiencia de abandono y rechazo por parte de su Padre, porque sustituye y representa a los pecadores del mundo. No es rechazado por ser Hijo, es rechazado porque se hizo pecado del mundo.
La ausencia de Dios se reconoce por su silencio, mientras el Hijo grita de manera desgarradora. ¿Cómo se entiende esto?  La respuesta está, en la Carta a los Hebreos: «Era necesario que Jesús, aunque Hijo de Dios, aprendiese “la obediencia” en la escuela del dolor y se convirtiese, así, para cuantos desobedecen en “autor de la eterna salvación».
La oración de Jesús fue escuchada por su Padre, no le libra de la muerte, pero le resucita el tercer día, y después de morir le hace vencedor de la muerte. El Padre en su silencio, está sosteniendo al Hijo en sus brazos, para que espere contra toda esperanza. Lo más normal hubiera sido huir frente al desamparo de Dios, sin embargo, Jesús permaneció fiel al Padre, confió en su amor, cree en él, y llega a beber libremente el cáliz de la salvación.  

2.     La Teología de la Cruz y el Sufrimiento en el mundo

Los cristianos nos sentimos identificamos con la cruz de Cristo, mientras que, para el apóstol san Pablo, no sólo se identifica con ella, sino que la hace suya, y llega a comprender, que la cruz de Cristo es “locura” para los sabios, “escándalo” para los piadosos e “incómodo” para los poderosos. 

La cruz tiene dos caras; por un lado, está la cruz desnuda y solitaria, expuesta al odio humano; y por el otro lado, la cruz está habitada y doliente, está Jesús amando con amor humano y divino. Von Balthasar nos dice: «Cuando el Hijo de Dios se Encarna, Dios-Jesucristo, asume la experiencia humana de pecado e infierno, por lo que la pasión del mundo se transforma en la pasión de Jesucristo».  
Con Jesucristo surge un cambio en cuanto a la imagen que tenemos de Dios, (castigador, distante, justiciero); porque al acercarse Dios al sufrimiento de la humanidad, la Trinidad asume el dolor y la muerte. Dios por su omnipotencia supera el dolor y la muerte, pero no puede evitar el mal en el mundo.  
La cruz por sí misma, no es un símbolo del amor, sino que es señal del poder vengador para los que le llevaron a muerte, a Jesús.  Jesús asume la cruz, como señal de fidelidad a Dios y a los hombres y como símbolo de un Amor Sufrido.
Dios no puede ser indiferente ante el sufrimiento y el dolor humano, Dios está con el que sufre, está en el débil, está con el desamparado, con el que es rechazado y marginado por la sociedad; lo que pasa, es que no se puede comprender desde la razón, sino desde la “fe y el amor”. La cruz es escándalo para la razón, porque la razón busca las causas del dolor y las razones del mal; mientras que la “lógica del Amor” se encuentra en la cruz, en un rostro ensangrentado, en la fragilidad de un cuerpo herido y maltratado.
En los tiempos de Jesús, hasta la época de Constantino, aquel que muere en una cruz era considerado un maldito, por eso los judíos se negaban a aceptar que Dios le pudiera resucitar. Los judíos tenían el corazón endurecido y la mente cerrada, se aferraron a las observancias de la ley, despreciaron y rechazaron la presencia de Dios en el Hijo (Gal 3,1). Ellos esperaban la venida de un Mesías lleno de poder, sin embargo, la vida de Jesús se tornó para ellos en escándalo (Jesús come con pecadores, la persona es más importante que el sábado).
El mal ha sido vencido con las fuerzas del poder del amor de Dios Trino, por eso Cristo ha Resucitado. Jesucristo vive después de haber vencido a la muerte y con Él resucitaremos. Dios tiene la capacidad y el poder de transformar la cruz en Amor, y hacer de ella una bendición (Gal 3,13).

3.     La cruz hoy, cómo la vivimos y qué podemos hacer

Lc 9,23: Jesús nos dice: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga». Quiere decir, que, lo primero que tenemos que hacer es: renunciar a nosotros mismos, que viene a ser, “conócete a ti mismo”, para luego, cargar con nuestra propia cruz, que es, “asumir y aceptar nuestra condición frágil, débil, pecadora y limitada”. Pero en la vida también nos encontramos con las cruces de los demás, que alguna vez nos hace la vida compleja o difícil.
Conviene recordar lo que san Pablo escribe en la Carta a los Efesios, a sus seguidores en Éfeso: (6,10-11) «…fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder. Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las insidias del demonio».  San Pablo, nos recuerda, que, frente a nuestra debilidad y condición pecadora, la fuerza nos viene de Dios, y nos invita a tomar las armaduras de Dios, que son: la verdad, la justicia, la paz, la fe y la Palabra de Dios, para luchar y vencer frente a las tentaciones y el espíritu del mal.
Carlo María Martini nos dice que, frente a la lucha entre el bien y el mal, podemos decidir entre dos opciones:
1º Reconocer a Dios en la realidad que me rodea, y dar un sentido divino/sobrenatural a las personas y las cosas. O…
2º Negar la existencia de Dios en el mundo, colocando al hombre como centro del universo.
En todo momento de nuestra vida diaria, tomamos decisiones, y nos ponemos ante una situación de lucha interior: “yo o Dios”. El hombre vive su existencia humana, entre: una tensión teologal (inclinación y deseo de buscar a Dios) y su condición mundana (pecadora). Ejemplo de lucha ha sido Jesús, que con su vida y muerte nos ha mostrado que su Padre estaba por encima de todo y que nos ama infinitamente.
Para llegar al conocimiento de nosotros mismos, es importante tomar conciencia de nuestra pequeñez frente a Dios, solo desde este principio es posible acoger y comprender la Palabra de Dios, y dejarnos transformar por ella. Dirá el maestro Eckhar «Nadie puede conocer a Dios, sino se conoce primero así mismo».
Conviene “meditar sobre nuestras fragilidades y debilidades”, sobre nuestra forma de pensar y el modo de sentir; darnos cuenta que confiamos más en nosotros mismos que en Dios, esta confianza en mí, crea desconfianza en Dios, y esto es una puerta abierta a la tentación; esta confianza en mí, hace que prevalezca en mi vida yo, antes que Dios. Debo reconocer que la fuerza procede de Dios, Él ha vencido el mal.
Cuando reconozco mi fragilidad y mi pecado, mirándole a Él, y contemplando su rostro en la cruz, nos sentiremos abrazados por la fuerza de su amor. Jesucristo en su debilidad y aspecto en apariencia repugnante, con semblante sereno, guarda el “rostro mas bello”, lleno de dulzura, amor y misericordia; en él no hay odio, ni maldad. ¡Esa es la fuerza del Amor!, que aun, habiéndose hecho pecado, prevalece el Amor del Padre en Él, y su amor llega a la toda la Humanidad y al mundo entero.
En la actualidad, vivimos en una sociedad individualista. Resulta que un grupo de psicólogos y terapeutas, realizaron un estudio sobre un grupo de personas, que consistía en  ayudar a la autorrealización  de la persona,  potenciando el “desarrollo de su ego”, bajo la aparecía de la  “búsqueda de su bienestar personal”; al finalizar el estudio, se dieron cuenta que había sido un error, porque, los resultados fueron: el egocentrismo, el narcicismo, y lo peor, es que había “originado enfermedades mentales”; porque el individualista egocéntrico pierde el contacto con la realidad, aniquila a los demás, y por supuesto a Dios.
Nuestro “ego”, no es nuestro verdadero yo, es el falso; y lo que hace es crearnos una falsa imagen de lo que no somos. Se basa en la “ilusión” de que, somos los mejores, autosuficientes, casi dioses. San Pablo también experimento el “ego” en su carne; “hago el mal que no deseo y dejo de hacer el bien que deseo”, y termina diciendo que, si al final hace lo que le impulsa su ego, no es él, es el “ego”, el falso el que actúa.
El ego aparte de ser “egoísta y posesivo”, manifiesta su poder y autoridad, buscando tener el control, sobre todo: personas y situaciones; por eso carece de comprensión y empatía, puede llegar a convertirse en cruel, tirano, y destructor de su hermano; haciendo sufrir a los demás, se ama a sí mismo y es incapaz de amar a los demás.
El egoísmo puede ser algo propio de la naturaleza humana, bien, pero la naturaleza no es estática, no basta con decir que somos así, todos podemos cambiar si queremos. No se trata de aniquilar mi ego, hay que educarlo, desarrollar lazos de unión, relación de amistad, unicidad, comunidad de amor. (2Co 12,8-9)
¿Cómo puedo llegar a ser desinteresado y no egoísta? Siendo “consciente de mi ego”; por ejemplo, puede que mi ego se muestre “seguro” frente a mis miedos, preocupaciones e inseguridades, pero no deja de ser falso. Hay que “reconocerlo” como una falsa imagen y que no es real, hay que “distanciarnos de él”, no hacerle caso y reírme de él conmigo mismo. Hay que “objetivarlo”, ver cómo actúa mi ego, sabiendo que “no soy yo”, que “no me permite vivir en la realidad”, sino en el “engaño y la mentira”, no dejándome “ver mi fragilidad y debilidad”. Si lo llego a “objetivar”, lo veré fuera de mí, y de esta forma dejaré de “identificarme” con él.
Llegados al reconocimiento de nuestro “yo verdadero”, “soy yo mismo” cuando experimento: a) Grandes deseos de conocer la verdad, y vivir en ella. b) Cuando empiezo a tener sentimientos de compasión por los demás. c) Cuando soy agradecido, por los dones que Dios nos da. d) Cuando empiezo a sentir arrepentimiento por algo que sabemos que no hemos actuado en consecuencia. e) Cuando recuperamos el asombro y la admiración, como cuando éramos niños; admiración frente a la naturaleza, la creación, el arte; es una forma de tomar conciencia de los pequeños acontecimientos en la vida diaria. Y por último la “alegría y el humor”, es también señal de conocimiento de sí mismo.
Para llegar al conocimiento de sí mismo, hay que trabajar mucho, se requiere tiempo, pasar horas en “silencio y soledad”; búsqueda de encuentros conmigo mismo y con el Señor desde el interior, siendo necesario también las ayudas externas (retiros, Ejercicios Espirituales, confesión, un Director Espiritual, acompañamiento espiritual). Y lo más importante: ¡nunca estar solos y ser su propio guía!  Aprender a ser humildes y dejarnos ayudar.

¿Cómo vivir desprendidos o no-ser-egoísta?

La palabra desprendimiento se ha entendido mal; como indiferencia y ausencia de sentimientos; el no-ser-egoísta, es aquel que “vive desprendido” y logra la “libertad interior”, esto es: llegar a la pureza del corazón o a la pobreza espiritual. Tenemos el ejemplo del joven rico: El joven busca ser feliz, cumple los preceptos, es bueno, y cuando éste le pregunta a Jesús ¿qué hacer para heredar la vida eterna?, Jesús le responde: que venda todo, pero el joven no aceptó, simplemente estaba apegado a sus bienes.
El desprendimiento, no es solo de lo material, cuesta también el “desprendimiento de mí mismo”, mi reputación, el qué dirán, y Jesús nos dice en (Lc 6,22) «¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
El apego se puede manifestar de diversas formas: apego por la limpieza; apego por amor a las personas, mal entendido como “un amor posesivo”; apego al tiempo; apego a las ideas, que es algo grave, porque genera conflicto, distancia y malos entendidos; e incluso podemos tener “apego a algo bueno” como estar recogidos y en oración. Maestro Eckhart dice «hay que estar desprendidos de nuestra contemplación».
Por último, está “la disposición para morir”, es otra manera de vivir desprendidos, nos los recuerda Jesús, en (Mt 10, 39) «El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará», llegados hasta aquí, se trata del “abandono definitivo de nuestro ego”. El apóstol san Pablo confiesa en la carta a los Gal 2,20: «ya no vivo yo, ¡sino que Cristo vive en mí!».
Confiar en Dios y tener nuestro fundamento en Él, no significa estar “aferrados” del todo a él, aunque suene chocante. El desprenderse incluye “no agarrase a nada”, fue lo que le sucedió a Jesús al final de su vida, se encontró con el silencio de su Padre, y el abandono de sus amigos. Jesucristo se anonadó, se despojó de su rango, se vacío; así lo declara el himno a los Filipenses (Fl 2,6-11). Jesús se desprendió de todo, de sí mismo, de su vida, y aun de su Padre. 
Jesús llegó a sentir el abandono del Padre, pero sabemos que no fue así; prevalece en Jesús el amor y la confianza en su Padre, Jesús se abandonó a Él, le entrega su vida, no se sujeta a nada, salta a sus brazos, y Dios le sostiene. (Lc 23,46) «Jesús, con un grito, exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y diciendo esto, expiró». Este es el momento cuando cielo y tierra se unen, cuando Jesús hace la entrega su vida al Padre, sosteniendo y llevando en sus brazos la humanidad redimida, junto con el Espíritu Santo. Somos divinizados y agraciados por el poder del Amor de Dios Trino. El mal ha sido vencido por las fuerzas del AMOR.
Un Dios cercano e íntimo:  así nos lo hace ver el maestro Eckhart «Dios está más cerca de mí, que yo mismo: Dios está cerca de nosotros, pero nosotros estamos lejos de Dios. Dios está dentro, nosotros estamos fuera. Dios está en casa, nosotros hemos salido de ella».
Dios está cerca de nosotros, con independencia de si somos buenos o malos, cristianos o no creyentes; aun cuando lo ignoramos. Nosotros podemos alejarnos de Dios en nuestro pensamiento, y no ser conscientes de su presencia, mientras Dios permanece; porque si Dios estuviera lejos de nosotros, dejaríamos de existir.
El desafío está, en “no ser incrédulos”, estamos invitados a tomar conciencia y creer en la presencia de Dios en nosotros. Dios se hace uno conmigo, está dentro de nosotros, con nosotros, está presente y vivo en nuestra realidad, y en los acontecimientos de la vida diaria.   
La verdadera libertad: Jesús fue radicalmente libre para hacer la “voluntad de Dios”, aun siendo su vida signo de contradicción y de escándalo para muchos, fue “libre para amar a todos”, al pobre, al rico, a las mujeres, las viudas, los niños, los enfermos, al recaudador de impuestos. No tenía miedo a nadie, ni a nada; fue libre para morir y dar su vida por el Reino, no estaba sujeto ni a su propia vida, su reputación, ni al fracaso de su misión, muere como un maldito en una cruz.
La base de la libertad, está en la “confianza” y en el “amor que Dios nos tiene”, somos amados por Dios. Los frutos de la libertad interior se manifiestan en: a) un amor sin límites hacia los demás, b) cuando aprendemos a aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos, y en aceptar a los demás tal como son, y no como yo quisiera que fuesen. El amor te libera y hace libre, ejemplo de esta vida, de libertad verdadera, ha sido san Francisco de Asís.

Para finalizar, XXI siglos de amor de Dios, por la Humanidad y el Universo

Veamos lo que nos dice José Luis Martin Descalzo: «Jesús no muere al morir, no se va al resucitar, no deja de vivir al desaparecer de entre los hombres. Vive en su eucaristía; vive en su Palabra; vive en la comunidad; vive en cada creyente; vive incluso, en cada hombre que lucha por amar y vivir»
Cuando Jesús se va después de resucitar, los apóstoles empiezan a entender, y a vivirle en su corazón y en medio de ellos: (Lc 24, 32) Camino de Emaús: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». La Iglesia primitiva es Cristo viviendo, le viven, le sienten presente en sus vidas.
Después de los Apóstoles, los padres de la Iglesia, los santos, los mártires, etc., nunca ha faltado en esta historia de amor de Cristo por la Humanidad, hombres y mujeres que creyeron en él y le amaron con locura. Ellos que fueron testigos y entregaron su vida por amor a Jesucristo y la humanidad, es lo que justifica y da sentido a toda nuestra vida cristiana.
Así como los padres de la Iglesia experimentaron en su relación con Dios, “veneración, adoración y asombro”; en la Edad Media la relación con Dios es de “intimidad y ternura”, experimentan la “humanidad” de Jesucristo. Ejemplo tenemos a santa Teresa de Jesús y su encuentro con la humanidad de Jesús.
Y, por último, desde el siglo XIX hasta la actualidad, se vive a Jesús como el eje, el centro y el pensamiento de todos los pontífices. Este hecho nos demuestra los XXI siglos de amor y de fidelidad que Dios tiene por la humanidad.

Marlene Suárez Francia

Lic. Teología Espiritual-U.P. Comillas