El Adviento es el primer periodo del año litúrgico cristiano, que
consiste en un tiempo de preparación para el nacimiento de Cristo. Navidad y
Adviento no son fiestas independientes. El Adviento nació como tiempo de
preparación para celebrar la fiesta de la Navidad, igual que la Cuaresma
respecto a la Pascua.
La pedagogía de la Iglesia Católica propone el tiempo de Adviento como
una época de espera alegre, espera de conversión y de esperanza, ya que es memoria
de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal. Es así mismo, espera suplicante de la última
y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y Juez universal. La liturgia
de Adviento con frecuencia invita a la conversión,
mediante la voz de los profetas y sobre
todo de Juan Bautista: Convertíos, porque
está cerca el reino de los cielos [1], invita además a vivir en la
fe y la esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo [2] y las realidades de la
gracia ya presentes en el mundo lleguen a su madurez y plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión, la fe en visión y nosotros seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es [3].
Por todo esto La preparación que la Iglesia quiere en sus fieles no es una
preparación para sólo los días de Navidad, porque el Adviento nos
sitúa frente a lo temporal y frente a lo eterno, pues la venida de Cristo no se
circunscribe al día 25 de diciembre. A este respecto, es famoso el quinto
sermón de San Bernardo sobre el Adviento, que trata de las tres venidas de
Cristo:
Existen tres Advientos. El primero y el último son evidentes: la
llegada de Jesús como hombre en la natividad y su venida al final de los
tiempos. El intermedio permanece oculto al contrario de los otros dos. A
cada Adviento le corresponde una renovación. En ese Adviento intermedio la
palabra se guarda en el corazón y no en la memoria pues la ciencia engríe y
tiene sus lagunas. La palabra debe ser guardada dentro del alma donde se
asimilen sus afectos y las costumbres tal como se hace con el alimento que
ingerimos. Antes, nuestro corazón estaba ocupado por un hombre viejo; lleno de
bajos deseos y de instintos de dominación. En el hombre nuevo cristiano la
caridad se opone a los bajos deseos y la humildad a los instintos de dominación [4] .
Y en el sermón 4 también dice S. Bernardo:
Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del
Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación,
inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera
venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido, sino
también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis
objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en
vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la
segunda!
Es así cómo nos conduce S. Bernardo al Adviento en el que
siempre vive el creyente, pues el cristiano siempre está esperando la venida de
Jesús a su alma, y amándole para que Él haga en nosotros su morada. Así, el
Adviento cobra un sentido que trasciende el tiempo concreto, muestra una
actitud del alma que espera a Cristo y que grita desde lo profundo «Ven, Señor
Jesús.
Hna. Lmjp
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