El dogma de la Inmaculada Concepción afirma que María,
por una especial gracia de Dios, fue redimida anticipadamente por el sacrificio
de Cristo, permaneciendo ajena al pecado desde el mismo instante de su
concepción. Su nacimiento supone la aparición, en un mundo oscurecido y
deformado por el poder del pecado, de una fuente pura y cristalina de la que
nacerá una humanidad nueva y victoriosa.
Dice el Evangelista S. Lucas en su Evangelio que María
cuando el Ángel le anunció que sería la madre de Dios se turbó y se
preguntaba Como será eso si no conozco varón[1]. Seguramente,
también nosotros nos turbamos, con mucho amor ante la cercanía de Dios, y nos
preguntamos a qué nos invita el Él en cada momento concreto de nuestra
vida.
Como cristianos, ya en el Bautismo, asumimos el
compromiso de luchar contra el mal, en creer lo que Dios nos ha revelado como
amigo, en vivir amándole a Él y a los hermanos, construyendo así su Reino de
amor y de paz. En en sacramento de la Confirmación recibimos más plenamente el
Espíritu para realizar esta misión. La Palabra de Dios ilumina siempre nuestro
camino y en el sacramento de la Eucaristía recibimos el alimento para andarlo.
Tenemos un gran camino común a todos. Sobre ello, nos
queda discernir la vocación y servicio al que hoy nos llama el Señor a cada
uno. Hemos de seguir preguntándonos siempre: ¿qué puedo aportar yo?
¿en qué puedo servir mejor? ¿a qué me está invitando Dios? Esto lo
tenemos que hacer cada uno de nosotros, tengamos la edad que tengamos.
El Señor nos va dando señales y capacidad de discernir,
en el silencio de la oración, en las invitaciones de otros hermanos, en los
acontecimientos diarios que van surgiendo en la Iglesia, en la sociedad, en la
familia etc.
Ante dudas y dificultades, como a María, Dios nos dice: No
temas, yo derramaré sobre ti mi gracia, mi Espíritu. Como María
estamos llamados a confiar y responder con Ella el Sí, que
tanta transcendencia tuvo en la Historia de Salvación, también nuestros
nuestro sí a todo lo que Dios quiera de nosotros tiene transcendencia
salvífica.
María es la Mujer del Adviento, mujer de esperanza que
alienta nuestra esperanza, es la Figura del Adviento modelo
de esperanza y de espera. Ella pertenecía al resto de Israel, a los
anawin, los pobres de Yaveh que se confían enteramente en Dios. Acogió la
increíble propuesta de Dios; más allá de no poder comprender cómo, confió, y
quedó biológicamente en estado de buena
esperanza sin obra de varón, por intervención del Espíritu Santo, y
dará a luz al Mesías, al Señor.
Así pues, con la confianza puesta en Oh Dios, le pedimos
que, fecundados por su amor, engendremos a Cristo dándolo a luz en cada momento
de nuestras vidas, en la Iglesia y el mundo. ¡Oh María Inmaculada, ponemos en
tus manos nuestras súplicas, para que tú que eres la Reina de la Pureza y la
llena de Gracia, intercedas por nosotros ante tu Hijo nuestro Señor! Mira nuestras
preocupaciones, concédenos la paz; mira que tenemos miedo… y con frecuencia
éste nos paraliza, porque nos hace desconfiar. Aumenta nuestra fe y fortaleza
espiritual, ya que a veces también perdemos la esperanza y nos faltan estímulos
para caminar. María Madre de Dios y nuestra, que sepamos siempre poner toda nuestra
confianza en Dios. Que en tu de tu corazón humilde, sincero, amemos cada día
más a Jesús tu Hijo. Madre Inmaculada, purifica nuestra alma, para que un día
podamos glorificar a Dios en el cielo por los siglos de los siglos. Amén.
Hna. LMJP
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