Para
empezar, conviene hacer un breve recorrido sobre la Historia de Salvación. En el
libro del Génesis, Eva es tentada por el demonio, Caín mata a Abel, y la
historia continua; la lucha entre el bien y el mal ha existido desde siempre;
luego llegan los profetas enviados de Dios para la conversión de la humanidad, y
finalmente el Padre entrega al Hijo para la salvación del mundo, que, con su muerte
en cruz, la humanidad es redimida y nos hace participes de su vida divina.
Jesús
desde que nace, es amenazado de muerte por Herodes, y en adelante toda su vida
se torna en una dinámica continua de lucha contra el mal, dándose el inicio de
su pasión, desde la Encarnación hasta la crucifixión.
1. La
oración de Jesús en el Huerto de los Olivos
Conviene
recordar la “Doctrina de las dos naturalezas” que hay en Jesús, según el
Concilio de Calcedonia (451 dC): «JC es verdadero hombre y verdadero Dios», porque sin darnos cuenta, vivimos
nuestra relación con Dios de manera distante, o, nos cuesta aceptar que el “Hijo
de Dios” siendo hombre y Dios, haya sufrido en su cuerpo y en su alma, por amor
a la humanidad.
Getsemaní,
es el momento más importante en la historia de la Humanidad, se puso en juego
nuestra salvación o la condena eterna; Jesús con su “sí”, ha dado un cambio en la
historia, para la salvación del mundo.
No
deja de ser un misterio de nuestra fe, ver a Jesús que, siendo Dios, padeció y
asumió en todo, nuestra humanidad pecadora, Él se hizo pecado sin dejar de ser
Dios, esta es la escena más dramática y desconcertante, que muchas veces no
queremos ver.
En Mt, 26, 39 ss., Jesús dijo: «Padre, si es posible, pasa de mí este
cáliz, más no se haga mi voluntad, sino la tuya». Esta fue la imagen de un
Dios que sudó sangre, que tiembla porque tiene miedo a morir, se siente triste,
turbado en su mente, vive la ausencia del padre y de los apóstoles; se convierte
en un mendigo de compañía y consuelo de los hombres. Su ser divino no le impidió
los padecimientos, se hizo uno como nosotros en todo, menos en el pecado. Jesús
pasó “miedo y angustia” (Mc 14, 33), recordemos que Jesús enseñó a no
tener miedo a los que matan el cuerpo, sin embargo, Él asume el riesgo de morir,
el miedo no le paralizó, tampoco huyó; ante el miedo, confía en su Padre, ora y
pide a los apóstoles que oren con él. Sudó sangre, porque empieza a vivir lo
que la redención va a ser para él. Redimir la humanidad, es hacer suyo los
pecados de los hombres; Jesús toma nuestro lugar. Asume los pecados desde el
principio que el mundo es mundo, hasta el momento que vive la redención.
En
Mt 26, 36-38 «Cuando Jesús llegó con sus discípulos a Getsemaní…
comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: Mi alma siente una
tristeza de muerte». Jesús,
se siente morir, porque le afectó el hacerse pecado, fue violento, supuso para
él, ir contra su propia naturaleza divina, porque el pecador rechaza a Dios; tuvo
que hacerse contrario a lo que más amaba, su Padre. Es una situación dolorosa y
desgarradora, nunca en la historia había sucedido algo así, un “Dios haciéndose
pecado”, con el fin de evitarnos el mal y la muerte. Nadie humanamente hubiera sido
capaz de hacer lo que hizo Jesús, solo pudo ser asumido únicamente por un
Dios-Jesús.
En
Mt 27, 46 «Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»”.
Jesús tuvo la experiencia de abandono y rechazo por parte de su
Padre, porque sustituye y representa a los pecadores del mundo. No es rechazado
por ser Hijo, es rechazado porque se hizo pecado del mundo.
La
ausencia de Dios se reconoce por su silencio, mientras el Hijo grita de manera
desgarradora. ¿Cómo se entiende esto? La
respuesta está, en la Carta a los Hebreos: «Era necesario que Jesús, aunque Hijo
de Dios, aprendiese “la obediencia” en la escuela del dolor y se convirtiese,
así, para cuantos desobedecen en “autor de la eterna salvación».
La
oración de Jesús fue escuchada por su Padre, no le libra de la muerte, pero le
resucita el tercer día, y después de morir le hace vencedor de la muerte. El
Padre en su silencio, está sosteniendo al Hijo en sus brazos, para que espere
contra toda esperanza. Lo más normal hubiera sido huir frente al desamparo de
Dios, sin embargo, Jesús permaneció fiel al Padre, confió en su amor, cree en
él, y llega a beber libremente el cáliz de la salvación.
2. La
Teología de la Cruz y el Sufrimiento en el mundo
Los
cristianos nos sentimos identificamos con la cruz de Cristo, mientras que, para
el apóstol san Pablo, no sólo se identifica con ella, sino que la hace suya, y
llega a comprender, que la cruz de Cristo es “locura” para los sabios, “escándalo”
para los piadosos e “incómodo” para los poderosos.
La
cruz tiene dos caras; por un lado, está la cruz desnuda y solitaria, expuesta
al odio humano; y por el otro lado, la cruz está habitada y doliente, está
Jesús amando con amor humano y divino. Von Balthasar nos dice: «Cuando el
Hijo de Dios se Encarna, Dios-Jesucristo, asume la experiencia humana de pecado
e infierno, por lo que la pasión del mundo se transforma en la pasión de Jesucristo».
Con
Jesucristo surge un cambio en cuanto a la imagen que tenemos de Dios, (castigador,
distante, justiciero); porque al acercarse Dios al sufrimiento de la humanidad,
la Trinidad asume el dolor y la muerte. Dios por su omnipotencia supera el
dolor y la muerte, pero no puede evitar el mal en el mundo.
La
cruz por sí misma, no es un símbolo del amor, sino que es señal del poder
vengador para los que le llevaron a muerte, a Jesús. Jesús asume la cruz, como señal de fidelidad a
Dios y a los hombres y como símbolo de un Amor Sufrido.
Dios
no puede ser indiferente ante el sufrimiento y el dolor humano, Dios está con
el que sufre, está en el débil, está con el desamparado, con el que es rechazado
y marginado por la sociedad; lo que pasa, es que no se puede comprender desde
la razón, sino desde la “fe y el amor”. La cruz es escándalo para la razón,
porque la razón busca las causas del dolor y las razones del mal; mientras que
la “lógica del Amor” se encuentra en la cruz, en un rostro ensangrentado, en la
fragilidad de un cuerpo herido y maltratado.
En
los tiempos de Jesús, hasta la época de Constantino, aquel que muere en una
cruz era considerado un maldito, por eso los judíos se negaban a aceptar que
Dios le pudiera resucitar. Los judíos tenían el corazón endurecido y la mente
cerrada, se aferraron a las observancias de la ley, despreciaron y rechazaron
la presencia de Dios en el Hijo (Gal 3,1). Ellos esperaban la venida de un
Mesías lleno de poder, sin embargo, la vida de Jesús se tornó para ellos en escándalo
(Jesús come con pecadores, la persona es más importante que el sábado).
El
mal ha sido vencido con las fuerzas del poder del amor de Dios Trino, por eso Cristo
ha Resucitado. Jesucristo vive después de haber vencido a la muerte y con Él
resucitaremos. Dios tiene la capacidad y el poder de transformar la cruz en
Amor, y hacer de ella una bendición (Gal 3,13).
3. La
cruz hoy, cómo la vivimos y qué podemos hacer
Lc
9,23: Jesús nos dice: «El que quiera venir detrás de mí, que
renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga». Quiere decir, que, lo primero
que tenemos que hacer es: renunciar a nosotros mismos, que viene a ser, “conócete
a ti mismo”, para luego, cargar con nuestra propia cruz, que es, “asumir y
aceptar nuestra condición frágil, débil, pecadora y limitada”. Pero en la vida
también nos encontramos con las cruces de los demás, que alguna vez nos hace la
vida compleja o difícil.
Conviene recordar lo que san Pablo escribe en
la Carta a los Efesios, a sus seguidores en Éfeso: (6,10-11) «…fortalézcanse en el Señor con la fuerza de
su poder. Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las
insidias del demonio». San Pablo,
nos recuerda, que, frente a nuestra debilidad y condición pecadora, la fuerza
nos viene de Dios, y nos invita a tomar las armaduras de Dios, que son: la
verdad, la justicia, la paz, la fe y la Palabra de Dios, para luchar y vencer
frente a las tentaciones y el espíritu del mal.
Carlo María Martini nos dice
que, frente a la lucha entre el bien y el mal, podemos decidir entre dos
opciones:
1º
Reconocer a Dios en la realidad que me rodea, y dar un sentido
divino/sobrenatural a las personas y las cosas. O…
2º
Negar la existencia de Dios en el mundo, colocando al hombre como centro del
universo.
En
todo momento de nuestra vida diaria, tomamos decisiones, y nos ponemos ante una
situación de lucha interior: “yo o Dios”. El hombre vive su existencia humana,
entre: una tensión teologal (inclinación y deseo de buscar a Dios) y su
condición mundana (pecadora). Ejemplo de lucha ha sido Jesús, que con su vida y
muerte nos ha mostrado que su Padre estaba por encima de todo y que nos ama
infinitamente.
Para
llegar al conocimiento de nosotros mismos, es importante tomar conciencia de nuestra
pequeñez frente a Dios, solo desde este principio es posible acoger y
comprender la Palabra de Dios, y dejarnos transformar por ella. Dirá el maestro Eckhar «Nadie puede conocer a Dios, sino se conoce
primero así mismo».
Conviene
“meditar sobre nuestras fragilidades y debilidades”, sobre nuestra forma de
pensar y el modo de sentir; darnos cuenta que confiamos más en nosotros mismos
que en Dios, esta confianza en mí, crea desconfianza en Dios, y esto es una
puerta abierta a la tentación; esta confianza en mí, hace que prevalezca en mi
vida yo, antes que Dios. Debo reconocer que la fuerza procede de Dios, Él ha
vencido el mal.
Cuando
reconozco mi fragilidad y mi pecado, mirándole a Él, y contemplando su rostro
en la cruz, nos sentiremos abrazados por la fuerza de su amor. Jesucristo en su
debilidad y aspecto en apariencia repugnante, con semblante sereno, guarda el “rostro
mas bello”, lleno de dulzura, amor y misericordia; en él no hay odio, ni
maldad. ¡Esa es la fuerza del Amor!, que aun, habiéndose hecho pecado,
prevalece el Amor del Padre en Él, y su amor llega a la toda la Humanidad y al
mundo entero.
En
la actualidad, vivimos en una sociedad individualista. Resulta que un grupo de psicólogos
y terapeutas, realizaron un estudio sobre un grupo de personas, que consistía
en ayudar a la autorrealización de la persona, potenciando el “desarrollo de su ego”, bajo la
aparecía de la “búsqueda de su bienestar
personal”; al finalizar el estudio, se dieron cuenta que había sido un error, porque,
los resultados fueron: el egocentrismo, el narcicismo, y lo peor, es que había “originado
enfermedades mentales”; porque el individualista egocéntrico pierde el contacto
con la realidad, aniquila a los demás, y por supuesto a Dios.
Nuestro
“ego”, no es nuestro verdadero yo, es el falso; y lo que hace es crearnos una
falsa imagen de lo que no somos. Se basa en la “ilusión” de que, somos los
mejores, autosuficientes, casi dioses. San Pablo también experimento el “ego”
en su carne; “hago el mal que no deseo y
dejo de hacer el bien que deseo”, y termina diciendo que, si al final hace lo
que le impulsa su ego, no es él, es el “ego”, el falso el que actúa.
El
ego aparte de ser “egoísta y posesivo”, manifiesta su poder y autoridad, buscando
tener el control, sobre todo: personas y situaciones; por eso carece de
comprensión y empatía, puede llegar a convertirse en cruel, tirano, y destructor
de su hermano; haciendo sufrir a los demás, se ama a sí mismo y es incapaz de
amar a los demás.
El
egoísmo puede ser algo propio de la naturaleza humana, bien, pero la naturaleza
no es estática, no basta con decir que somos así, todos podemos cambiar si
queremos. No se trata de aniquilar mi ego, hay que educarlo, desarrollar lazos
de unión, relación de amistad, unicidad, comunidad de amor. (2Co 12,8-9)
¿Cómo
puedo llegar a ser desinteresado y no egoísta? Siendo “consciente de mi ego”; por
ejemplo, puede que mi ego se muestre “seguro” frente a mis miedos, preocupaciones
e inseguridades, pero no deja de ser falso. Hay que “reconocerlo” como una
falsa imagen y que no es real, hay que “distanciarnos de él”, no hacerle caso y
reírme de él conmigo mismo. Hay que “objetivarlo”, ver cómo actúa mi ego,
sabiendo que “no soy yo”, que “no me permite vivir en la realidad”, sino en el “engaño
y la mentira”, no dejándome “ver mi fragilidad y debilidad”. Si lo llego a “objetivar”,
lo veré fuera de mí, y de esta forma dejaré de “identificarme” con él.
Llegados
al reconocimiento de nuestro “yo verdadero”, “soy yo mismo” cuando experimento:
a) Grandes deseos de conocer la verdad, y vivir en ella. b) Cuando empiezo a
tener sentimientos de compasión por los demás. c) Cuando soy agradecido, por
los dones que Dios nos da. d) Cuando empiezo a sentir arrepentimiento por algo
que sabemos que no hemos actuado en consecuencia. e) Cuando recuperamos el
asombro y la admiración, como cuando éramos niños; admiración frente a la
naturaleza, la creación, el arte; es una forma de tomar conciencia de los
pequeños acontecimientos en la vida diaria. Y por último la “alegría y el humor”,
es también señal de conocimiento de sí mismo.
Para
llegar al conocimiento de sí mismo, hay que trabajar mucho, se requiere tiempo,
pasar horas en “silencio y soledad”; búsqueda de encuentros conmigo mismo y con
el Señor desde el interior, siendo necesario también las ayudas externas (retiros,
Ejercicios Espirituales, confesión, un Director Espiritual, acompañamiento
espiritual). Y lo más importante: ¡nunca estar solos y ser su propio guía! Aprender a ser humildes y dejarnos ayudar.
¿Cómo
vivir desprendidos o no-ser-egoísta?
La
palabra desprendimiento se ha entendido mal; como indiferencia y ausencia de
sentimientos; el no-ser-egoísta, es aquel que “vive desprendido” y logra la “libertad
interior”, esto es: llegar a la pureza del corazón o a la pobreza espiritual. Tenemos
el ejemplo del joven rico: El joven busca ser feliz, cumple los preceptos, es
bueno, y cuando éste le pregunta a Jesús ¿qué hacer para heredar la vida eterna?,
Jesús le responde: que venda todo, pero el joven no aceptó, simplemente estaba
apegado a sus bienes.
El
desprendimiento, no es solo de lo material, cuesta también el “desprendimiento
de mí mismo”, mi reputación, el qué dirán, y Jesús nos dice en (Lc 6,22) «¡Felices ustedes, cuando los hombres los
odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a
causa del Hijo del hombre!
El
apego se puede manifestar de diversas formas: apego por la limpieza; apego por
amor a las personas, mal entendido como “un amor posesivo”; apego al tiempo; apego
a las ideas, que es algo grave, porque genera conflicto, distancia y malos
entendidos; e incluso podemos tener “apego a algo bueno” como estar recogidos y
en oración. Maestro Eckhart dice «hay que
estar desprendidos de nuestra contemplación».
Por
último, está “la disposición para morir”, es otra manera de vivir desprendidos,
nos los recuerda Jesús, en (Mt 10, 39) «El
que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la
encontrará», llegados hasta aquí, se trata del “abandono definitivo de
nuestro ego”. El apóstol san Pablo confiesa en la carta a los Gal 2,20: «ya no vivo yo, ¡sino que Cristo vive en mí!».
Confiar
en Dios y tener nuestro fundamento en Él, no significa estar “aferrados” del
todo a él, aunque suene chocante. El desprenderse incluye “no agarrase a nada”,
fue lo que le sucedió a Jesús al final de su vida, se encontró con el silencio
de su Padre, y el abandono de sus amigos. Jesucristo se anonadó, se despojó de
su rango, se vacío; así lo declara el himno a los Filipenses (Fl 2,6-11). Jesús se desprendió de todo, de sí
mismo, de su vida, y aun de su Padre.
Jesús
llegó a sentir el abandono del Padre, pero sabemos que no fue así; prevalece en
Jesús el amor y la confianza en su Padre, Jesús se abandonó a Él, le entrega su
vida, no se sujeta a nada, salta a sus brazos, y Dios le sostiene. (Lc 23,46) «Jesús, con un grito, exclamó: “Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu”. Y diciendo esto, expiró». Este es el momento
cuando cielo y tierra se unen, cuando Jesús hace la entrega su vida al Padre, sosteniendo
y llevando en sus brazos la humanidad redimida, junto con el Espíritu Santo. Somos
divinizados y agraciados por el poder del Amor de Dios Trino. El mal ha sido
vencido por las fuerzas del AMOR.
Un
Dios cercano e íntimo: así nos lo hace
ver el maestro Eckhart «Dios está más
cerca de mí, que yo mismo: Dios está cerca de nosotros, pero nosotros estamos
lejos de Dios. Dios está dentro, nosotros estamos fuera. Dios está en casa,
nosotros hemos salido de ella».
Dios
está cerca de nosotros, con independencia de si somos buenos o malos, cristianos
o no creyentes; aun cuando lo ignoramos. Nosotros podemos alejarnos de Dios en
nuestro pensamiento, y no ser conscientes de su presencia, mientras Dios
permanece; porque si Dios estuviera lejos de nosotros, dejaríamos de existir.
El
desafío está, en “no ser incrédulos”, estamos invitados a tomar conciencia y
creer en la presencia de Dios en nosotros. Dios se hace uno conmigo, está dentro
de nosotros, con nosotros, está presente y vivo en nuestra realidad, y en los
acontecimientos de la vida diaria.
La
verdadera libertad: Jesús fue radicalmente libre para hacer la “voluntad de
Dios”, aun siendo su vida signo de contradicción y de escándalo para muchos, fue
“libre para amar a todos”, al pobre, al rico, a las mujeres, las viudas, los niños,
los enfermos, al recaudador de impuestos. No tenía miedo a nadie, ni a nada; fue
libre para morir y dar su vida por el Reino, no estaba sujeto ni a su propia
vida, su reputación, ni al fracaso de su misión, muere como un maldito en una
cruz.
La
base de la libertad, está en la “confianza” y en el “amor que Dios nos tiene”,
somos amados por Dios. Los frutos de la libertad interior se manifiestan en: a)
un amor sin límites hacia los demás, b) cuando aprendemos a aceptarnos a
nosotros mismos tal y como somos, y en aceptar a los demás tal como son, y no
como yo quisiera que fuesen. El amor te libera y hace libre, ejemplo de esta
vida, de libertad verdadera, ha sido san Francisco de Asís.
Para finalizar, XXI
siglos de amor de Dios, por la Humanidad y el Universo
Veamos
lo que nos dice José Luis Martin Descalzo: «Jesús
no muere al morir, no se va al resucitar, no deja de vivir al desaparecer de
entre los hombres. Vive en su eucaristía; vive en su Palabra; vive en la
comunidad; vive en cada creyente; vive incluso, en cada hombre que lucha por
amar y vivir»
Cuando
Jesús se va después de resucitar, los apóstoles empiezan a entender, y a
vivirle en su corazón y en medio de ellos: (Lc 24, 32) Camino de Emaús: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras
nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». La Iglesia
primitiva es Cristo viviendo, le viven, le sienten presente en sus vidas.
Después
de los Apóstoles, los padres de la Iglesia, los santos, los mártires, etc., nunca
ha faltado en esta historia de amor de Cristo por la Humanidad, hombres y
mujeres que creyeron en él y le amaron con locura. Ellos que fueron testigos y
entregaron su vida por amor a Jesucristo y la humanidad, es lo que justifica y
da sentido a toda nuestra vida cristiana.
Así
como los padres de la Iglesia experimentaron en su relación con Dios, “veneración,
adoración y asombro”; en la Edad Media la relación con Dios es de “intimidad y ternura”,
experimentan la “humanidad” de Jesucristo. Ejemplo tenemos a santa Teresa de
Jesús y su encuentro con la humanidad de Jesús.
Y,
por último, desde el siglo XIX hasta la actualidad, se vive a Jesús como el
eje, el centro y el pensamiento de todos los pontífices. Este hecho nos
demuestra los XXI siglos de amor y de fidelidad que Dios tiene por la humanidad.
Marlene
Suárez Francia
Lic.
Teología Espiritual-U.P. Comillas
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