8 de marzo de 2019

Cuaresma tiempo de conversión

 

El amor restablecido

            En la Cuaresma suena una palabra con insistencia: ¡conversión! ¿Qué significa esta palabra que martilleará nuestros oídos a lo largo del tiempo cuaresmal? Significa, ante todo, volver nuestros pasos hacia otra dirección. Si el pecado nos aleja de Dios, la conversión nos hace añorar su amor y contemplarle como la meta de nuestros pasos. “Sí, me levantaré y volveré junto a mi Padre”, es el inicio de la conversión del famoso hijo de la parábola y el primer sentimiento que debemos provocar y alimentar en este tiempo de Cuaresma. Pero ¿por qué queremos volver a la casa del Padre? ¿Cuál es nuestra intención más profunda? Conviene distinguir: “no es lo mismo conciencia de pecado que sentimiento de culpabilidad”. Esto es, no es lo mismo “arrepentirme de mis pecados” que "tener remordimiento de los mismos”. En la práctica nunca van disociados y en estado puro. Vamos a distinguir entre arrepentimiento y remordimiento para poder purificar nuestro corazón en nuestro deseo de volver a la casa del Padre. “Sí, me levantaré y volveré junto a mi Padre”.
Benedicto XVI



6 de enero de 2019

Reflexión: LOS REYES MAGOS

      
       
           Hoy, como en Navidad, la luz está presente en la liturgia. El profeta Isaías en la Primera Lectura, en cierto sentido, profetiza lo que acontecerá en el Evangelio, pero, sobre todo, lo que ocurrirá cuando, finalmente, aparezca la fulgurante gloria del Señor que llevará a esa gloria a la humanidad. Esta es una “llama de luz viva” que iluminará nuestro camino y mantendrá nuestra esperanza en la larga noche del mundo. Un mundo que parece vivir constantemente en la noche, tanto que, para muchos, la vida se desenvuelve en las tinieblas, se distrae durante las noches inconsciente de que la vida tiene necesidad de la luz, de tal modo que se dice cuando uno nace: “se ha dado a luz”. Una pregunta que hoy nos debemos hacer es esta: “¿Vivo en la luz o en las tinieblas de la noche?”.
Hoy, sin embargo, recordamos la venida de Oriente de los Magos. Ellos buscan un niño y encuentran al Rey de reyes. Van guiados por una estrella y encuentran “la Estrella”, pero no donde está Herodes ya que es fuera de su presencia cuando de nuevo vuelven a ver la estrella que ilumina el camino que conduce al lugar donde está Cristo.
 ¿Qué nos puede enseñar esto?, pienso que quiere decir que aquel que vive consciente y voluntariamente en el mal no puede ver el justo camino que conduce a Jesús, mientras para el que elige y se propone vivir alejándose del mal, la estrella aparecerá siempre, antes o después, para indicarle el camino de la alegría que conduce a Dios. En verdad, esta estrella es Cristo: Camino, Verdad y Vida.
Volviendo a nuestros Magos, debemos decir que habían venido por un camino, pero regresan a su país por otro camino. El haber visto a Cristo ha producido en ellos un cambio de camino porque, después de haber visto a Jesús, después de haber comprendido quién era Jesús, vuelven ciertamente siendo mejores de lo que eran antes de ir. Es decir, también para nosotros hay dos caminos, un camino que conduce a la perdición y el otro lleva al Reino de Dios: el que conduce a Herodes es el más fácil, no necesita esfuerzos, y por lo que produce falsas y efímeras alegrías, porque lo que, como ya sabemos, lo que cuesta poco, vale poco. El camino de Cristo a veces cuesta mucho, sin embargo, lo que se recibe después, es una alegría grande y duradera.
Los Magos dieron regalos al pequeño Jesús; nosotros le damos a Él nuestra vida a fin de que en el transcurrir de nuestro tiempo siempre se nos dé la sabia luz de Su estrella.

6 de noviembre de 2018

Padre, me pongo en tus Manos


 

       La oración del corazón consiste simplemente en encontrar el camino que me permita tener respecto al Padre una actitud gracias a la cual Él mismo pueda santificar su nombre en mí. En mi y en todos sus hijos. En su único Hijo compuesto de sí mismo y de todos sus hermanos. Llamar Padre a Dios significa tener la certeza de que nos quiere. Una certeza que no forma parte de ideas muy sabias, sino de una convicción muy íntima de que el Padre me ama, por eso puedo dirigirme a él con plena seguridad y confianza. No me presento respaldado por mis méritos o razones, sino que confío en la ternura infinita del Padre de Jesús que por él es también mi Padre. Ese es el Padre a quien me dirijo yo en la oración. El único que me puede dar una vida que es copia exacta de la suya; Él solo me exige a cambio que me deje hacer a su propia imagen y semejanza. Y eso es lo que deseo y manifiesto cuando le pido “Santificado sea tu nombre”. Padre, que seas tú mismo, dentro de mí. Que tu nombre de Padre se realice a la perfección en la relación que se establece entre nosotros. Te pido que seas mi Padre, que me engendres a tu imagen y semejanza por puro amor para que yo en respuesta pueda llegar a ser, por pura gratuidad tuya, ternura hacia ti y en ti a los hermanos.