6 de noviembre de 2018

Padre, me pongo en tus Manos


 

       La oración del corazón consiste simplemente en encontrar el camino que me permita tener respecto al Padre una actitud gracias a la cual Él mismo pueda santificar su nombre en mí. En mi y en todos sus hijos. En su único Hijo compuesto de sí mismo y de todos sus hermanos. Llamar Padre a Dios significa tener la certeza de que nos quiere. Una certeza que no forma parte de ideas muy sabias, sino de una convicción muy íntima de que el Padre me ama, por eso puedo dirigirme a él con plena seguridad y confianza. No me presento respaldado por mis méritos o razones, sino que confío en la ternura infinita del Padre de Jesús que por él es también mi Padre. Ese es el Padre a quien me dirijo yo en la oración. El único que me puede dar una vida que es copia exacta de la suya; Él solo me exige a cambio que me deje hacer a su propia imagen y semejanza. Y eso es lo que deseo y manifiesto cuando le pido “Santificado sea tu nombre”. Padre, que seas tú mismo, dentro de mí. Que tu nombre de Padre se realice a la perfección en la relación que se establece entre nosotros. Te pido que seas mi Padre, que me engendres a tu imagen y semejanza por puro amor para que yo en respuesta pueda llegar a ser, por pura gratuidad tuya, ternura hacia ti y en ti a los hermanos.    






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