“El Señor se presentó
y le llamó como antes: «¡Samuel, Samuel!» Él respondió: «Habla, que tu siervo
te escucha». El joven Samuel vivía en el templo dedicado al Señor, pero como
dice el texto, no conocía al Señor, pues nadie le había explicado la palabra de
Dios. Quizá también nosotros, que frecuentamos a menudo a la casa de Dios, puede
darse que no nos apliquemos a escuchar y a entender su Palabra, con el
resultado de que Dios sea un desconocido para nosotros, que no progresemos en
su amistad y conocimiento, y que cuando nos llame quizá no mostremos interés en
responder a su llamada. Samuel, a pesar de no conocer al Señor, demuestra una
actitud disponible y no tiene miedo a responder, para él Dios no es un
aguafiestas, que puede hacer fracasar todos sus planes e ilusiones. Y el texto
termina diciendo que Samuel crecía y Dios estaba con él y ninguna de sus
palabras dejó de cumplirse.
En este ambiente de
llamada de Dios conviene leer el texto del evangelio de hoy. Consideremos en
primer lugar la idea de movimiento que ofrece la escena: Jesús pasa, hace su
camino. Y arrastrados de alguna manera por este pasar de Jesús, los discípulos,
incitados por las palabras de Juan, siguen a Jesús; éste les invita a ir dónde
estaba él, Andrés lleva a Pedro ante Jesús. Este movimiento va acompañado de
otra acción: ver, mirar. Juan se fija en Jesús que pasa, Jesús ve a los que le
siguen; éstos ven donde vive el Señor, Jesús mira a Pedro. Al final la escena
permite encontrar reposo: se quedaron con él. El juego de estos verbos ayuda a
entender el sentido de la vocación. La vocación es, sí, una llamada que Dios
dirige al hombre, pero éste no pierde su libertad de acción, ha de prestar
atención, fijarse, ha de ver, ha de seguir, ha de convencerse, ha de decidirse,
sin volver la mirada hacia atrás. Sólo así podrá quedarse, permanecer con el
Señor en la paz.
Jesús es el primer
llamado, por decirlo así. La llamada que Jesús ha recibido queda definida en la
frase de Juan: “Este es el cordero de Dios”: esta frase hace alusión a una serie
de referencias bíblicas: Jesús es el verdadero Isaac, ofrecido en sacrificio,
es el cordero pascual que significa la liberación de Israel, es el siervo
obediente, que dará su vida por su pueblo. Precisamente porque Jesús ha
entendido su vocación no se queda parado, pasa, camina, va hacia el
cumplimiento de su misión. Los que quieran ir en pos de él, después que han
visto el camino y la meta que el Señor ha mostrado han de imitarle, no pueden
perder tiempo, han de seguirle, no podrán pararse hasta que se queden con él,
allí donde vive.
A menudo, cuando se
habla de vocación se entiende sólo de aquellos que abrazan o el ministerio
sacerdotal o la vida religiosa. Es ésta una visión empobrecedora. La llamada de
Dios va dirigida a todos los miembros del pueblo de Dios, no sólo a aquellos a
quienes, en este pueblo de Dios, se les ha de encomendar una función de
servicio. Todos los que hemos sido bautizados hemos sido llamados por Dios,
para realizar nuestra propia misión en el cuerpo que es la Iglesia. Y esta misión,
esta función no es tanto hacer algo, cuanto ser algo, dar a la propia vida un
sentido.
La llamada de Jesús,
cuando se recibe con fe viva, toca no sólo la inteligencia o la voluntad, sino toda
la persona. Un ejemplo lo hallamos en la segunda lectura de hoy, en la que
Pablo intenta resolver la práctica de la fornicación, que entorpecía a la joven
iglesia de Corinto y demuestra como la fe en Jesús transforma la situación real
del hombre. Quién ha seguido a Jesús y ha decidido permanecer junto a él, sabe
que su cuerpo, y no sólo el espíritu, es del Señor, porque ha llegado a ser una
cosa con él, porque es miembro de su cuerpo. El hombre que ha creído no puede
pecar contra su cuerpo, porque ahora está unido al Señor, forma un solo
espíritu con él. Tratemos de dar la respuesta justa a la llamada de Dios.