“Si yo, el
Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los
pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis”. Cada año, en la misa vespertina del Jueves Santo
escuchamos estas palabras con las que el mismo Jesús intentaba explicar a sus
discípulos el gesto que acababa de llevar a cabo. Lavarse los pies unos a otros
era un elemento importante en la cultura de aquellos tiempos y contenía un
auténtico significado. En nuestra cultura del siglo XXI, lavarse los pies unos
a otros queda lejos de nuestro comportamiento normal. Por esta razón, repetir
el gesto durante la liturgia del Jueves Santo podría reducirse a un gesto vacío
de contenido. La autenticidad impone como necesario pasar del gesto al contenido,
de la imagen a la realidad.
El gesto de Jesús de lavar los pies de
los discípulos en aquella noche significaba que, consciente de su dignidad,
deseaba decir a los suyos que, por amor a ellos, porque los amaba hasta el
extremo, iba a entregar su vida temporal para ofrecerles una vida eterna. Al
lavar los pies de los discípulos quiere mostrar que ha adoptado la actitud de
un esclavo, puesto al servicio de todos por amor. Este es su mensaje y esto es
lo que quiere inculcar a los apóstoles, y en ellos a todos los que aceptamos
creer en Jesús. Se nos invita pues a ser, por amor, siervos unos de otros, es
decir estar al servicio de los demás.
He aquí el ideal cristiano. Y si somos sinceros, hemos de reconocer que no
nos amamos de modo que en la sociedad prevalga el respeto de la dignidad de toda
persona, la búsqueda de la justicia y de la libertad para todos sin distinción.
Nos hiere que Jesús repita que hemos de lavarnos los pies unos a otros, pero en
cambio no nos inquieta demasiado que en nuestro país la natalidad disminuya,
que la población envejezca, que las familias se disgreguen, que la juventud
abuse del alcohol, droga y sexo, que unos se enriquezcan cada vez más y otros
vean empobrecidos continuamente, sólo para citar algunos ejemplos. La voz de
Jesús resuena: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis”.
En el evangelio de San Juan, la escena
de Jesús lavando los pies a sus discípulos ocupa el lugar que en los evangelios
de Mateo, Marcos y Lucas aparece la institución de la Eucaristía. El gesto de
lavar los pies expresa en realidad lo mismo que insinúa el gesto de la fracción
del pan en la Eucaristía. Partir el pan es un gesto de comunión, de servicio,
como lo puede ser lavar los pies. Lo que pasa es que la repetición del rito de
la Eucaristía lo entendemos como un simple acto de culto a Dios, olvidando
demasiado a menudo que no sirve de nada partir el pan sobre el altar si después
no lo partimos con los demás hermanos en la vida de cada día, una vez salidos
del lugar de culto. Cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía el
altar ha de ser el centro de nuestra atención, del mismo modo que los
comensales que se reunen para celebrar un banquete se colocan alrededor de la
mesa. En la eucaristía, Jesús nos convoca para distribuir el pan y el vino,
elementos escogidos de la vida de cada día, que él mismo ha querido que sean
signos reales de su cuerpo y de su sangre, como recordaba san Pablo en la
segunda lectura: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Esta cáliz es
la nueva alianza sellada con mi sangre”. Con este rito Jesús anuncia y hace
presente el misterio de su muerte cruenta que tendrá lugar el viernes santo
sobre el madero de la cruz.
Pero la muerte de Jesús tuvo lugar precisamente
durante la celebración de la Pascua, la gran solemnidad del pueblo escogido,
que recordaba su liberación de la esclavitud para pasar a ser pueblo libre,
hijo de Dios. Aquella liberación sin embargo no era sino imagen, figura, de la
verdadera liberación que Jesús nos obtiene con su sacrificio. Si es esta la fe
que nos convoca esta tarde, hagamos el propósito de no ser meros espectadores
de un rito religioso. Oigamos la voz del Señor, no endurezcamos el corazón,
sino más bien dispongámonos para adoptar en nuestra vida de cada día la actitud
generosa que Jesús ha expresado con las imágenes gráficas de lavar los pies de
los hermanos, de partir el pan con los necesitados, y mostrar así que queremos
ser los discípulos de Aquel que nos ha amado hasta el extremo.
J.G.
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