5 de octubre de 2021

Curso de formación de la Orden Cisterciense sobre la oración, 27/10/2021 Capítulo 1

  

 1º Capítulo del Abad General Mauro-Giuseppe Lepori OCis

1. El espacio entre el corazón y Dios 

Comenzamos este curso de formación online de cinco días que se ofrece a toda la Orden, desde Asia hasta América pasando por Europa y África. Es como un pequeño curso de ejercicios espirituales que no sólo debe reunirnos para hablar y meditar sobre el tema de la oración, sino también reunirnos en la oración. Es un gesto y un signo de comunión que queremos vivir juntos en este momento tan especial de la historia del mundo en el que tantos contactos directos se han interrumpido o han sido difícil de implementar. Por eso agradezco a todos los que aceptan participar en este gesto, ya sea ofreciendo los cursos, ya sea organizándolos técnicamente, ya sea traduciendo, y también a todos los que participan individualmente o en comunidad, ciertamente no sin algún sacrificio.

Me pregunté desde qué punto de vista meditaría la oración. Está claro que me siento impulsado a hacerlo dentro de la preocupación pastoral con la que miro a la Orden, y por tanto desde la experiencia de las visitas y encuentros con las distintas comunidades, en las distintas culturas. Somos una Orden monástica y esto significa que la oración debe ser lo que más nos une, lo que nos une más profundamente. ¿Es esto cierto? ¿Y cómo se produce? Me parece una preocupación importante porque, al fin y al cabo, esto es válido para toda la Iglesia en todo el mundo y en todas las épocas de la historia. Y esto es así dentro de cada comunidad. ¿Están nuestras comunidades unidas en la oración? Para comprenderlo, tenemos que entender lo que significa “estar unidos en la oración”. Tal vez sea precisamente este tema el que es importante profundizar con vosotros para que este curso, enriquecido por el magisterio autorizado, y ciertamente mucho más conspicuo que el mío, de sor Manuela Scheiba y del padre Jordi-Agustí Piqué, ambos benedictinos y profesores del Pontificio Ateneo Sant'Anselmo, nos ayude a dar un salto de conciencia y también de conversión en el modo de vivir juntos nuestra vocación, nuestro carisma benedictino-cisterciense, aunque las circunstancias actuales hagan raros y difíciles nuestros encuentros.

Sabemos que San Benito nos pide que empecemos todo con la oración: “Ante todo, cuando te dispones a realizar cualquier obra buena, pídele con oración muy insistente y apremiante que él la lleve a término”[1]. Este modo de expresarse me parece un eco de lo que San Pablo escribe a los Colosenses: “Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor, y no a los hombres: sabiendo que recibiréis del Señor en recompensa la herencia. Servid a Cristo Señor”.[2]

“Hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor”. ¿Qué significa esto? Significa que entre nuestra alma, nuestro corazón y Dios hay, por así decirlo, un espacio por llenar, un espacio en el que nuestra libertad está llamada a elegir lo que quiere poner ahí, o cómo quiere vivirlo. Ahora bien, cuando San Benito nos pide que recemos antes de iniciar todo el camino de nuestra vocación, es como si fuera consciente de que, si queremos que toda nuestra vida sea algo bueno, algo bien hecho, algo bien vivido (quidquid agendum… bonum) entre nuestro corazón y Dios, es necesario, en primer lugar, llenar este espacio con la oración. La oración con la que nuestra libertad clama con gran insistencia, es decir, siempre, significa preparar para nuestra vida, para todo lo que vivimos y todo lo que sucede y sucederá, un espacio entre nuestro corazón y el Señor. Mejor: un espacio para nuestro corazón que es el Señor, porque no hay espacio fuera de Él. Nuestro corazón, nuestra alma, están hechos para respirar en un espacio infinito, y este espacio es el Corazón de Dios, es decir, un Dios que es Amor y que nos ama personalmente, hasta el punto de saber cuántos cabellos tenemos en la cabeza[3].

“Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor, y no a los hombres”. San Pablo, como San Benito, y sobre todo como el mismo Jesús, nos advierte que el espacio entre nuestro corazón y los hombres es demasiado limitado para contener toda la vida, todo lo que estamos llamados a vivir, a hacer, a desear. Siempre tenemos la tendencia a vivir sólo en una dimensión horizontal, una dimensión “plana”, bidimensional. Pablo habla aquí sólo de la relación entre los seres humanos, pero también podría añadir que no debemos vivir sólo para las cosas, para los bienes, para nuestro cuerpo y, en última instancia, ni siquiera para nuestro corazón, porque todo lo que es sólo horizontal no crea un espacio adecuado para vivir nuestra vida. Vivir sólo entre nuestro corazón y las cosas, entre nuestro corazón y nuestro corazón, o entre nuestro corazón y nuestro cuerpo, bueno, este espacio sería demasiado limitado para contener toda la vida, todo lo que estamos llamados a vivir, a hacer, a desear. Sólo el espacio entre el corazón y Dios, entre nuestro corazón y el Corazón de Dios, es adecuado para nuestra vocación humana, porque Dios creó nuestro corazón a imagen y semejanza del suyo y para Él.

Entendemos inmediatamente una cosa: que no se trata tanto de poner un poco de oración en nuestra vida, sino de poner nuestra vida en la oración. Se trata de volcar toda nuestra vida y la vida del mundo en la oración, en la relación con el Señor. Se nos invita así a cultivar una concepción grande, dilatada, universal, infinita de la oración, aunque se exprese en nuestros corazones y en nuestras comunidades, que siempre nos parecen pequeños y frágiles. La oración, como tensión entre nuestro corazón y el Señor, es un aliento infinito dado a nuestra miseria y fragilidad.

Cuando Jesús, y después de él toda la tradición cristiana y monástica, nos pide “orar siempre, sin desfallecer”(4), antes de llamarnos a una práctica, quiere educarnos para tener una conciencia justa y verdadera de nosotros mismos, de nuestra vida, de toda la realidad. Orar siempre, pedir siempre, significa vivir todo dentro de la relación del corazón con el Señor, y por lo tanto poner y vivir todo en su justo lugar, en la verdad. Puedo realizar una acción heroica, pero sin la conciencia de que todo se hace por Dios y para Dios. Así, esta acción heroica es menos verdadera, menos humana, menos santa que un pequeño gesto, incluso ordinario y cotidiano, hecho y vivido con la conciencia de la relación con el Señor, es decir, en la oración. La oración se nos da y se nos pide para vivir todo con verdad. Porque la verdad de nosotros mismos, de todos y de todo es la relación con un Dios que nos crea, que nos ama, que es la plenitud de nuestra vida.



[1] RB Prol. 4

[2] Col 3,23-24

[3] cfr. Mt 10,29- 31

Lc 18,1

31 de enero de 2021

TEXTOS SOBRE LOS SANTOS ÁNGELES (María Evangelista)

   Autor: Jesús Ramón Folgado

 Es para nosotros una alegría el poder presentar estos textos selectos sobre los ángeles presentes en los escritos de nuestra fundadora, la Madre María de San Juan Evangelista. Todos sus manuscritos se encuentran en el Archivo de nuestro Monasterio, el cual fue consagrado bajo la advocación de la Santa Cruz. Esta monja cisterciense del siglo XVII fundó nuestra casa como respuesta a la llamada de Nuestro Señor a divulgar el amor redentor de Cristo en la cruz, razón por la cual se puso bajo la protección del madero redentor.

            La Madre María Evangelista inició su vida monástica en el Monasterio de San Joaquín y Santa Ana en Valladolid, que podemos considerar el primero de la reforma de la “Recolección Cisterciense” o de “Bernardas Recoletas de España”. Será en este santo lugar donde comenzará su relación mística con el Señor. Aquí redactará también la casi totalidad de sus escritos


espirituales por indicación de sus confesores. De todo ello se nos hablará ampliamente en la introducción. Sus textos solo serán comprensibles teniendo en cuenta su vocación monástica cisterciense, en un contexto barroco y de auténtica reforma católica, y en unos de los lugares más importantes de la cristiandad de la época, Valladolid. Aunque sea muy desconocida, podemos afirmar que la Madre María Evangelista se encuentra dentro del grupo de las grandes místicas de su época, como Santa Teresa de Jesús, la Venerable María Jesús de Ágreda o la Venerable Madre María Vela y Cueto, o de la tradición monástica medieval, como santa Hildegarda, santa Gertudris y toda la escuela de Helfta.

            La existencia de los ángeles es un dogma de fe, como manifiesta el IV Concilio de Letrán (1215). Están presentes en toda la Escritura, desde el primer libro hasta el último de ellos. Acompañarán la vida de Cristo desde antes de su nacimiento hasta su ascensión a los cielos y él mismo volverá en el día glorioso de su retorno junto a ellos; en la vida terrena del Señor Jesús los encontraremos en los momentos más importantes como su nacimiento, su predicación, la oración del huerto, la pasión o en la resurrección. La amplia tradición de la Iglesia no ha dejado de explicarnos en multitud de ocasiones su importancia en nuestra vida como intercesores ante Dios y como los más eficaces colaboradores en el camino hacia Dios. Por todo ello, nuestra Fundadora se encuentra dentro de esta amplia corriente eclesial aportando su relación íntima con ellos desde su experiencia en Dios.

            Desde el cenobio monástico toledano, que quiere ser imagen de la vida angelical, queremos agradecer a la “pequeña asociación Trifolium” la publicación de los textos de Madre María Evangelista dentro de su colección Archicum angelicum. Somos conscientes de lo que significa el que esta venerable cisterciense esté junto a los escritos sobre ángeles de los principales autores de la espiritualidad cristiana y sean editados en el corazón de nuestra querida Europa. También al editor de este trabajo y a la vicepostuladora de la causa de beatificación.

            Rezamos junto ante el sepulcro de María de San Juan Evangelista por todos aquellos que se acerquen a este libro. Pedimos a los santos ángeles que les ayuden a seguir siempre al Señor de los ángeles.

 Araceli Viñambres Franganillo,

Abadesa del Monasterio Cisterciense de la Santa Cruz

de Casarrubios del Monte −Toledo−

20 de agosto de 2020

San Bernardo de Claraval

5 de marzo de 2020

LA IDEA DE LA INTERIORIDAD SEGÚN BASILIO


(CARTA 2) A SU AMIGO GREGORIO)
a)      Basilio comienza esta carta poniéndole a su amigo un ejemplo, como señal al reconocimiento de su carta. Le reprocha que, sin saber de sus costumbres en aquel lugar, opine sobre ello; pero a la vez alaba su decir, de que todo es nada en la tierra comparado con la promesa del Señor.
Le confiesa que se avergüenza de escribir sobre lo que hace allí y dice no sentirse satisfecho. Se lamenta de haber dejado las ocupaciones, pero no la causa de sus males, que es él mismo; y para explicárselo, recurre al ejemplo de los navegantes que se marean en un navío grande, y pensando que este es la causa de su mareo, cambian a otro más pequeño, pero siguen mareados, pues el origen de él, lo llevan dentro de sí. No es el lugar, sino nuestra disposición interior: la negación de nosotros mismos, tomando la cruz y siguiendo al Señor, nos hará seguir con fidelidad a Aquel que nos mostró el camino, Dios mismo.

b)      La tranquilidad del alma (comienzo de la purificación) se consigue con la gracia de Dios, el esfuerzo (ascesis) y evitando la dispersión de los sentidos; de esta forma se ve con nitidez y se encuentra la Verdad. Para que esto se haga realidad es necesaria la separación del mundo, con todo lo que esta expresión lleva consigo: abandono de todo lo material, y un vivo deseo de ser instruidos por la Palabra de Dios, que se nos da como alimento, sobre todo, en la Lectio Divina. Olvidar el pasado es imprescindible, así como disponer el corazón para grabar en él lo nuevo, las cosas del Espíritu.
La soledad es un bien para el cuerpo porque adormece las pasiones y libera la razón, dejando libre al alma para vencer: tensiones, tristezas, desesperación, ímpetus, etc. El lugar (la soledad) es importante pues, alejados de los hombres, no son interrumpidos por ellos y, siendo alimentados por pensamientos divinos, será una vida angélica: dedicación total a la alabanza divina que consuela y tranquiliza el alma.
Evitando la dispersión hacia lo exterior, el espíritu se recoge y eleva hacia Dios. Contemplándole a Él, que es la Belleza inmarcesible, se olvida todo lo terreno, volcando todo el celo en los bienes que perduran y ejercitándose en las cuatro virtudes cardinales.

c)      Las Sagradas Escrituras. Es vital meditarlas pues nos muestran el deber y cómo conducirnos, encontrando cada uno en ellas el remedio a sus males. Las vidas de hombres como José, Job, David y Moisés, que han sido fieles a Dios, son modelos a imitar porque son imagen de Aquel a quien seguimos.

d)      Las oraciones que siguen a las lecturas ayudan a avivar el deseo, imprimiendo en el alma una idea más clara de Dios. Se llega a ser “templos de Dios” cuando las inquietudes y emociones terrenas no turban el espíritu, ahuyentando todo lo que invita al mal y practicando la virtud.

e)      Exalta el uso equilibrado de la palabra y la delicadeza en todo. De la palabra: fijarse una medida para hablar y para escuchar… la voz emitirla en tono medio, dulce en las conversaciones… En el trato: Ser afable en los encuentros, dulce en las conversaciones, acogida amable, rechazar la rudeza. La humildad es imprescindible: rebajarse por humildad. Nos pone el ejemplo del profeta Natán cuando advierte a David para hacerle ver su pecado, erigiéndolo en juez de su propio pecado. David -porque es humilde- no puede reprochar al hombre que lo había avergonzado.

f)       Lo que acompaña a la humildad exterior lo asemeja a los que están de duelo, y que se ha de manifestar espontáneamente. La ropa y el calzado han de ser útiles para cubrir las necesidades del cuerpo, no para lucirlos. Y lo mismo el alimento, solo lo necesario, para que en todo sea Dios glorificado.

g)      La oración ha de preceder y seguir a las comidas, ya que estos son dones de Dios, los presentes y los futuros. Remarca la importancia de la regularidad en la comida, pues la ocupación principal del asceta es el trabajo espiritual, así como la moderación en el sueño para ejercitarse en la piedad, pues la calma de la noche proporciona solaz al alma.

2.         Análisis lingüístico

            En la carta abundan los verbos. Unos son de acción como: vigilar, trabajar, disponer, renunciar, purificar, desasir, esforzar, padecer, vencer, salir, nutrir, romper, perder, hacer, preparar, echar, cambiar, procurar, encontrar, cuidar, comenzar, mostrar, elevar, cultivar, levantar, encontrar, volver, purificar, imitar, etc. y ayudan al alma en su ascensión a la unión con Dios, sin interrumpir la ascesis. Otros son de quietud, y evitan la distracción, la dispersión en el camino emprendido hacia la interioridad; verbos como: ser, retirar, dejar, adormecer, pensar, posar, estar, fijar, mirar, detenerse, ver, cesar, querer, saber, recibir, desear, esperar, etc., muy importantes en el proceso de la santificación, pues el alma ha de cesar en su actividad y estar receptiva a la acción de Dios en su alma. Otros son de lucha contra el enemigo que tienta hacia el mal: distraer, turbar, exasperar, apoderar, separar, excitar, interrumpir, revolotear, aflojar, dispersar.
            Sustantivos: Creador: el que nos creó para Sí y al que debemos tener siempre presente. Náuseas, tensiones, campos: son palabras simbólicas del proceso interior, del trabajo-ascesis. Constancia: con ella vamos adquiriendo la virtud; eternos: todo se hace, pensando en agradar al que contemplaremos en la eternidad, el Bien Supremo, Dios. Soledad, que, como dice Basilio, es donde el hombre se encuentra el hombre a sí mismo y a Dios. Melodías, himnos y cánticos, con los que -según Basilio- se imita a los ángeles y no hay mayor felicidad en la tierra, pues nos procuran consuelos. Felicidad, tranquilidad, simpatía, nitidez, amistad, íntimas, divinas, hermosos, pura, etc., definen distintos estados del alma en gracia. Malestar, oscuridad, tristezas, excitación, violencia, pasiones: van apareciendo en el proceso de ascesis-purificación del alma, y son dificultades-peligros que el enemigo va poniendo al alma.
            Adjetivos: imposible: Basilio quiere expresar con él la imposibilidad que siente el hombre en el camino hacia su purificación-interiorización. Brillante y resplandeciente (como el brillo de Dios, algo inexplicable a nuestro entender humano).

3.       Fuentes bíblicas

En el número 1, hay una cita bíblica explícita a Lc 9, 23; Mt 16, 24; Mc 8, 34: Si alguno quiere venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame. Y también otra cita casi explícita a Rm 8, 18: todo es nada en la tierra comparado con la promesa del Señor. Y a 1 Co 2, 9: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman.
En el número 3, encontramos cinco citas bíblicas implícitas, y en el 4, una.
-Gen 39,7-20, cuando José es acusado por la mujer de Putifar de un falso intento de violación
-Jb 2,7-11; 3 ss.: Job no se irrita a pesar de su desgracia y, ante los discursos de sus amigos, se mantiene fiel a Dios.
-2 Sam 11 y 12. Se describe el pecado de David con Betsabé. También es un hombre profundamente bueno que no es capaz de hacerles mal a los enemigos; pocos capítulos antes (cap. 9,1-13) se cuenta cómo hace buscar por todas partes a los descendientes de Saúl y de Jonatán, y los hace llamar
-Ex 34, 5-9 “…entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró. Y dijo: Si ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad”. Num 20, 1-13; 21, 4-9. Dios no es solo santo, sino que también es misericordioso con su pueblo. Aquí estaba la clave que buscaba Moisés, y Dios le manifestó a él Su gloria en la montaña:
-1 Co 3, 16: “Así llegamos a ser templo de Dios cuando las inquietudes no interrumpen la continuidad de este recuerdo…”.

4.         Ideas principales del texto

Sobre Dios. En el nº 2, habla del espíritu que, atento a las cosas interiores, se eleva hacia Dios, que es belleza, y cumple las virtudes cardinales de prudencia, justicia, fortaleza y templanza en todos los actos de su vida. En el nº 4: El que ama a Dios, se retira cerca de Él, ahuyentando y alejándose de los deseos que invitan al mal.
Sobre el hombre. En el nº 2: Huida del mundo, y ventajas que procura la soledad al alma, dejándola libre. Y el esfuerzo por mantener el espíritu tranquilo y establecer el alma en la alegría. Dice cómo debe ser su comportamiento.
Equilibrio en todo. En el nº 5 y 6: moderación en el hablar, sin deseos de ser admirado, sin ostentación, con una formación e instrucción sin envidia. Aprendiendo también lo bueno de los demás. Compostura en el hablar, en el vestir; sólo lo que sea útil: moderación en el alimento, en el sueño, ya que esto ayuda al asceta.
Es imprescindible que el hombre se aleje del mundo, pero más importante aun es dejarse a sí mismo.
Sagradas Escrituras. En el nº 3 nos dice: que meditando la Sagradas Escrituras, encontramos en ellas el cumplimiento del deber, y, cada persona, cada espíritu, el remedio a sus males. Con su lectura y las oraciones, llegamos a ser Templos de Dios” (1 Co 3,16), e imprimen en el alma una idea más clara de Él, colocándolo en lo profundo de sí mismos y aplicándolo así a la práctica de las virtudes. En las Escrituras halla el modelo para imitar a los santos, dedicándose al trabajo y perfección de la virtud.

5.         Reflexión 

La carta es bellísima y deja claro el camino que ha de llevar al alma a la interioridad, que no es otro que “olvidarse de sí misma, y negarse para seguir a Cristo”. El cumplimiento estricto de la disciplina, de la ascética, nos ayudará a ello. El autor explica muy bien que no es suficiente retirarse lejos del mundanal ruido si nuestro interior sigue alimentándose por las cosas de él, sin cambiar el corazón. Describe lo que suele ocurrirnos cuando nos irritamos contra todo lo exterior: personas, cosas, lugares, etc., (ejemplo: del navío o del barquillo ligero), sin darnos cuenta que el obstáculo principal está en lo más íntimo de nuestro corazón, de nuestro egoísmo, de nuestra alma, herida por el pecado.
El contenido doctrinal de la carta es un estímulo en el proceso de mi vida espiritual; me apremia y me ilumina el camino y me impulsa al agradecimiento, por el don de la vocación que me lo facilita. Apoyándome en su enseñanza, me pongo en disposición de que Dios purifique mi corazón y me aleje de cuanto no es Dios ni me conduce a Él. Como dice Basilio a su amigo, el lugar es muy importante, ya que es protección (donde se quitan los obstáculos que perjudican al alma), obteniendo la seguridad para acoger el don de Dios, y despertando en el alma el amor hacia Él con un amor de gratitud, de acción de gracias por haber sido elegida para Sí, para morar en su tienda (Sal 22,6). Es desde el agradecimiento desde donde puedo amarle más y más. Es como si me aconsejase a mí: “Aléjate, entra dentro de ti misma”. O bien, como dice San Benito: entra simplemente y ora (RB 52,4).
“Nuestro interior”, es el ámbito del encuentro de lo humano con lo divino, con nosotros mismos, nuestra morada interior. Es crisol donde se avivan las virtudes teologales y cardinales. Alejados del exterior penetramos en el interior de la conciencia, con el fuego divino de la meditación de la Sagradas Escrituras y la oración sálmica.
Esta carta de Basilio a su amigo Gregorio es de plena actualidad. Los cristianos que quieran, ante todo, alcanzar la perfección, han de realizar a su modo y según su condición el ideal moral vivido en el desierto (ascesis y disciplina).
Hallar la paz y el sosiego del cuerpo, pero sobre todo del espíritu, es un deseo cada vez más urgente para las personas del siglo XXI; y meditar esta carta, puede ayudar a buscar la soledad para encontrar en ella la paz y el sosiego que tanto necesita el hombre de hoy. De la intimidad de la persona con Dios nace una exigencia, la necesidad de “esa soledad exterior”, imprescindible para hallar “la paz interior, el sosiego y la armonía que necesita el alma”. Solo estando a solas con nosotros mismos y llenándonos del Señor, podemos encontrar “ese descanso del alma” que cada persona, cada alma, necesita para encontrarse consigo mismo y con Dios, y así poder ser feliz.

Hna. Florinda Panizo