26 de mayo de 2015

FAMILIA QUE ALCANZÓ A CRISTO EN SÉNTESIS (2ª Parte)

  Gerardo.

NARRADOR. Bernardo  contaba ya en su haber con el primer candidato de la lista para  acompañarle al monasterio de Cîteaux. Su hermano Guido, el mayor de los siete hermanos, el cual como ya hemos dicho, llegaría a ser  un elemento excelente que tomó en serio la vida religiosa, como antes había tomado la del  matrimonio, porque las enseñanzas de aquella madre sin par, Alicia de Montbart -que no se cansaba de insistir ante sus hijos la fidelidad a Dios- nunca las echó en olvido. De aquí  que llegaría a ser un monje de cuerpo entero, cumplidor fiel de los deberes impuestos por el estado monástico.¡Cuanto pudiéramos añadir aquí en alabanza suya!

        Tras esta primera victoria, Bernardo no tardaría en habérselas con el segundo de los hermanos, Gerardo, que le seguía a él en la lista de varones. Aunque  todavía estaba libre de compromisos, sin embargo, la fama  que corría sobre él, era poco halagüeña, pues era considerado  como el hueso más duro de roer, por cuanto iba a oponerle una resistencia tenaz, que sólo el carácter indomable de Bernardo, unido a su oración ardiente y perseverante por él conseguirían la victoria total contra toda esperanza.

 GERARDO – gozaba de una fama de valor que corría de boca en boca. Sentía gran afición por las armas, es más,  gozaba de  poder emplearlas en defensa de su pariente el Duque de Borgoña; pero Bernardo se empeñó en apartarle de aquella profesión y enrolarle en otra milicia mucho más distinta  y gloriosa de la que llevaban los penitentes del desierto. Para iniciar el diálogo, buscó una oportunidad de poder entrevistarse con él y entablar un diálogo  entretenido que el militar nunca pudo ni soñar.

         ¡Mira, Gerardo, te voy a hacer una propuesta que te va a gustar! Sé que te agrada la milicia, que toda tu ilusión es hallar un sujeto con quien medir el poder de tu brazo robusto en una pelea, que no hay nada en el mundo que te ilusione tanto como el manejo de las armas. Es una buena cosa, pero ¿por qué no te vienes conmigo y te enrolas en otra milicia mucho más gloriosa que la de un soberano terreno? ¿Por qué no me sigues a un lugar que te voy a mostrar? Mira: hace unos años se establecieron unos monjes vestidos de blanco en un monasterio rodeado de bosques al sur de nuestra región borgoñona, los cuales debido a los grandes problemas que sucedieron, tuvieron que ausentarse un grupo de fundadores, con los más jóvenes. Quedándose sólo allí un grupito de monjes mayores y sólo algún que otro joven. Necesitan savia joven para  que se renueve la comunidad - bastante entrada en años- abrazando la vida monástica para dar vida a aquel monasterio.

        Por mi parte, estoy decidido a acudir a la llamada de Dios engrosando las filas de aquellos hombres de Dios, pero no quiero ir sólo, busco gente que me siga, jóvenes llenos de entusiasmo dispuestos a continuar con aquella empresa que está atravesando por malos momentos. ¿Por qué no lo piensas en serio  y te vienes conmigo? Medita estas frases lapidarias de la Biblia: "¡Servir a Dios es reinar"! El que deja padre, madre hermanos y todas las cosas del mundo por amor a Cristo y se viene conmigo. Qué alegría sería para mí poder contar contigo.¡Piénsalo bien, pero pronto y dame un sí rotundo!

GERARDO - (Despectivo y mal humorado) Ignoro por completo ese lenguaje; es más, no tengo necesidad de entenderlo; porque me hallo muy satisfecho sirviendo a nuestro pariente el Duque. ¡No me vengas con músicas! ¡Todos somos libres y que cada cual vaya por donde le dé la gana, que a mí me tiene sin cuidado lo que me propones.

BERNARDO  - ¡Gerardo! ¡Teme ser infiel a la gracia del cielo, que hoy llama a la puerta de tu alma por boca de este  tu querido hermano! ¡Tal vez esta obstinación que noto en ti,  pueda resultarte demasiado cara por lo que te pueda acaecer! 

 GERARDO (Más sosegado) Ya sé que has logrado conquistar  el corazón de nuestro hermano mayor Guido, pero pienso que conmigo no tienes nada que hacer. Me parece el colmo de la demencia que nosotros, nacidos para brillar en el mundo, para conquistarse un nombre ilustre como el de nuestros antepasados, renunciemos a tantas caricias como nos sonríe la vida de la milicia, para encerrarnos en la oscuridad de un convento... Aprovechémonos de la vida, que lo demás es cuento. Con tal que llevemos una piedad ordinaria como todo el mundo, es suficiente para merecer el último rincón que quede vacío en el reino de los  cielos. ¡No quiero oír hablar de penitencia!

          BERNARDO - (Persuasivo) Más necedad existe indudablemente  en aquellos que, dándose cuenta de que todo lo de esta vida es fugaz, pasajero, deleznable y digno de desprecio, a pesar de ello se apegan a las cosas terrenas, yendo ciegos tras la copa de un placer momentáneo que el mundo les brinda en abundancia. Créeme -Gerardo- la verdadera felicidad se halla única y exclusivamente en el servicio de Dios, y en crucificar la carne con sus apetitos en vida para conquistarse un puesto ilustre en el cielo. ¡Esto es sin duda alguna el colmo de la alegría para un cristiano que viva honestamente en el mundo.

        GERARDO - Ya sé que eres muy amigo de predicar, de llevar el agua a tu molino, haciendo que todos bailen al son que tu tocas, pero has chocado con un sujeto bastante empedernido, con el cual no tienes nada que hacer. ¡Mira! ¿Sabes lo que estoy pensando? Que te has equivocado conmigo, porque pierdes lastimosamente el tiempo. Dejémonos de historias: sigamos cada cual el camino que Dios nos ha trazado, y san Pedro será benigno con nosotros el último día cuando acudamos a  llamar a su puerta.

          BERNARDO - (Muy serio) Veo que eres duro de cerviz, como militar que eres. Pero a pesar de ello, no cesaré de insistir contigo  hasta ganar la batalla. Quiero añadir, para terminar, que si no es por las buenas, va a ser sin duda por las malas. ¡Ya lo verás!  Te añado,  mí  ¡Gerardo!´,  que pierdes lastimosamente el tiempo con este tu hermano que busca lo mejor para ti.  No esperes que haga el infeliz como lo hizo Guido, dejando a su esposa y a sus dos hijas, para dar gusto a un hermano amigo de dominar siempre. Creo que debemos dar por terminada la sesión  ¡Tararí…!

        Añadiré que no podemos continuar discutiendo, porque perdemos el tiempo y además en este momento la corneta llama  a formar, y no me es posible faltar a los deberes que impone la milicia. Te dejo en paz con el mejor deseo de que todos aquellos con quienes trates de conquistar, los halles más asequibles que a este soldado servidor de nuestro pariente el duque.

  BERNARDO (Entusiasmado): Así me agradan los hombres, que sean amigos de cumplir con puntualidad sus deberes, acudiendo presurosos al toque de la corneta. Pero ten en cuenta lo siguiente: Ya  que no   has querido ceder por las buenas, el Señor se encargará de llevar a cabo lo que desea de ti por los medios inverosímiles que él tiene en su mano. (Le señala con el dedo el costado de Gerardo) "Vendrá un día -y no está lejos- en que una lanza herirá este costado en el sitio que estoy tocando, y abrirá camino a pensamientos más saludables”.

            Se despidieron ambos hermanos con un abrazo no muy caluroso, yendo cada cual a cumplir con su deber, Gerardo satisfecho de haber logrado alejar de su lado a aquel hermano que le resultaba importuno porque se metía en sus cosas, y Bernardo seguiría orando con insistencia a Dios para que completara los planes que tenía señalados sobre él.  - A los pocos días, éste tuvo que tomar parte en una batalla contra los enemigos del Duque; le tocó las de perder: fue herido en un costado y hecho prisionero, dando con sus huesos en un oscuro calabozo, cargado de cadenas. Viéndose abandonado de todos, con peligro inminente de que las heridas se le gangrenasen y como resultado expuesto a comparecer de un momento a otro en el tribunal divino, recordando las palabras proféticas de su hermano Bernardo, quien le predijo la herida precisamente en aquel sitio que le señaló con el dedo; comenzó a dar voces despavoridas diciendo:
Soy monje, soy monje del Cister!"

        Pronto llegó a oídos de Bernardo todo lo sucedido, y le faltó tiempo para acudir presuroso a las puertas de la prisión, llamó en seguida. Le permitieron entrar y   llegar hasta el calabozo donde estaba Gerardo, se puso en contacto con él, hizo lo que pudo por curarle las heridas y obtener la libertad. Le explicó detalladamente todo lo que había pasado, animándole a soportar la dura prueba, prediciéndole que pronto sería rescatado. Así sucedió Bernardo se entrevistó con los jefes  de la prisión, se les dio a conocer, tardando poco en que le diera la libertad al soldado. Cuando todo había quedado normal,  en él encontró el segundo voluntario  para seguirle de monje a la fundación de Cîteaux, integrándose en el número de los treinta. Rápidamente acudió con él en dirección de Chatillón sur Seine.

        Gerardo fue un monje cabal en Císter primero, y en Claraval después, llegando a ser como el brazo derecho del propio san Bernardo, que le ayudó en todo momento hasta merecer una muerte santa. Es famoso el sermón de las exequias que pronunció el Santo con ocasión de la muerte de su hermano Gerardo, lamentando más su falta por los servicios que prestaba a su persona, que por el hecho de ser hermanos de sangre.
        Obtenida la victoria difícil sobre su hermano Gerardo. Bernardo la emprendió para tratar de atraer hacia si nada menos a su tío Galdrico.

Galdrico
 Se trataba de un excelente varón, hermano a Alicia, la santa mujer que Dios puso en el Castillo de Fontaines por compañera fiel de aquel varón justo que se llamó Tescelino, a fin de dar vida a los siete hijos que estaban destinados a consolidar la orden  Cisterciense, la misma que no pudo llevar a cabo san Roberto de Molesmo, según queda dicho, y  Dios había suscitado a Bernardo para poder lograrlo por diversos caminos que estamos tratando de explicar. Galdrico era un Caballero popular que vivía en la Borgoña no lejos de Fontaines dando un admirable ejemplo de vida cristiana en toda la comarca. Como su vida estaba relacionada con los hijos de Tescelín y Alicia, poco tardó en enterarse de los manejos que Bernardo traía entre manos, además de que muchas veces eran los dos quienes se entendían perfectamente y dando  por descontada su adhesión total al grupo de candidatos que iba conquistando Bernardo para consolidar Cîteaux. 

Despedida de Fontaines



BERNARDO, mientras tanto, con el resto de  postulantes reunidos, por haber llegado el momento de la partida, acudieron todos al castillo  de Fontaines para despedirse de de su padre, el venerable Tescelín y pedirle su bendición. Los cinco hermanos y demás compañeros que seguían se presentaron en tropel en el castillo a despedirse de aquel patriarca a quien tanto amaban, para pasar unas horas con él, disfrutar de un espléndido banquete y a continuación recibir sus últimos consejos  y pedirle su bendición. Pasaron todos un rato  agradabilísimo, y luego de despachar el gran  menú  festivo que  había mandado preparar, se dispusieron a emprender  la marcha,- no sin enterarse antes del benjamín de la familia,

NIVARDITO, con doce años, a quien habían echado de menos

Efectivamente, aquel  benjamín de los hermanos por ser muy pequeño no podía seguirles al convento. En aquel momento se hallaba jugando en la plaza con los demás niños. Se acercaron los hermanos y todo e grupo a darle el adiós con un  abrazo. Guido, el hermano mayor  a quien ya conocemos, tomó la palabra en nombre de todos, y le exhortó: (Cariñoso) Ya ves, Nivardo - le dijo  -: aquí tienes a todos tus hermanos que venimos a despedirnos de ti, porque nos vamos al Císter; que es un monasterio donde vamos a consagrarnos a Cristo en la paz de la vida monástica para vivir solo para Dios. Todos, de común acuerdo, hemos  acordado lo siguiente: Dada corta edad, te quedas en el mundo, con nuestro padre, Humbelina y con su esposo.  Como no quedan otros herederos, el castillo y toda la hacienda que nos pertenecía a los hermanos va a ser toda para ti: porque nosotros no necesitamos  nada del mundo; quedas tú sólo como dueño universal de cuantos bienes pudiéramos heredar nosotros. Nos bastan  sólo los que Dios nos tiene preparados en el cielo.

  NIVARDO - ¡Se quedó pensativo sin saber qué responder, sorprendido por la novedad de aquella promesa que le acababan de hacer. Luego de pensarlo un rato, contestó al instante:

 ¡Bueno es éso! ¿Conque vosotros elegís el cielo y a mí me dejáis la tierra? Eso no puede ser, no lo  acepto, el reparto no es igual. ¡

        Terció BERNARDO. ¡Ten ánimo, muchacho, sé fiel a Dios, que ya llegará el día –no tardando- en que podrás unirte a nosotros en el claustro, y darás mucha gloria a Dios en el Císter borgoñón y en España.

         Efectivamente, al llegar a los quince años renunció todas las cosas de la tierra para unirse a sus hermanos que se hallaban sirviendo a Dios en la abadía de Claraval recién  fundada por su propio hermano Bernardo, cuyo nombre se estaba  difundiendo en auras de celebridad por las principales naciones europeas  merced a su intenso apostolado y dinamismo desplegados por doquier.

         NIVARDO sería un puntal de primer orden del que echarían mano de él los superiores para echar cimientos de diversos monasterios. Los españoles tenemos un grato recuerdo suyo, pues aun cuando el hecho no está bien probado, con todo, personalmente opino que es cierta la opinión general de la mayoría de nuestros historiadores de haber sido él quien echó los cimientos del famoso  monasterio de la Santa Espina (Valladolid) en el año 1147, habiendo muerto allí  en olor de santidad, aunque el Señor no ha permitido que  se conociera el lugar  de su sepulcro. Por mas que se intentó desde el primer momento.     

Casualmente se hallaban cuatro o seis antiguos amigos de estudios  de Bernardo, tenían algunas impresiones sobre intenso apostolado que venía haciendo aquel hombre en la comarca buscando adeptos, y al enterarse que aquel gran amigo y pariente de Bernardo, se iría  con él, les faltó tiempo para dar su nombre para incorporarse en el  momento que lo dijeran a sus padres. Acudieron luego a presentarles sus deseos vocacionales, obteniendo fácilmente un  feliz resultado.

       
         En el que estaba el  punto de reunión de los prosélitos que Bernardo iba reuniendo. Allí se le unieron varios amigos desde los tiempos del colegios, entre los cuales se pueden citar Godofredo de la Roca, un primo suyo llamado Hugo de Vitrí, otro pariente del santo por nombre Roberto que se mostró de conducta intachable durante los primeros años, pero después se dejó seducir por los monjes cluniacenses, ocasionándole no poca amargura, pero le dirigió una carta  lamentando su fea acción de dejar el Císter, logrando que volviera a  Claraval y muriera en fama de santidad.
       
        BERNARDO.  Fijada la fecha de la partida para Cîteaux, Su intensa labor proselitista hasta reunir el grupo de los treinta compañeros que tenía previstos para capitanear, los fue recogiendo sin cesar, entre los cuales, además de los hermanos Bernabé y Andrés, lo fue completando, y no son dignos de ser presentarlos por no haber escenas llamativas, sólo hubo uno digno de mención su tío Galdrico, personaje distinguido, entrado en años, que habiendo quedado viudo, y habiendo oído  las propuestas de su sobrino, se sintió joven y le dio palabra de seguirle al desierto, resultando un monje hecho y derecho. Ya tenía Bernardo consigo aquel tropel de treinta pretendientes. Pero todavía no hemos dicho nada sobre el lugar que le había llenado de ilusión. Vaya  una pequeña síntesis del motivo por el que San Bernardo pensó poner en marcha aquella empresa de jóvenes entusiastas que estaban dispuestos a seguirle.

20 NARRADOR. La orden del Císter, fundada en 1098, hacía sólo doce años- por Roberto de Molesmo y un grupo de monjes benedictinos en las selvas de Cîteaux. Tan austera era aquella vida, que alejaba de sus puertas a los pretendientes, y los que se acercaban, no se decidían a entrar. El abad Esteban Harding temía por el porvenir de la casa, pero Dios acudió en su ayuda con la llegada de Bernardo y demás compañeros, reclutados entre las clases más distinguidas de la Borgoña. Desde aquel momento, comenzó el desbordamiento de vocaciones, de suerte que no tardaron en fundar un nuevo monasterio, al que seguirían otros hasta el punto de poblar de abadías  las principales naciones europeas.

                                **********************************
21 TESCELÍN
        Con la despedida de Bernardo y demás  compañeros, ya sólo quedaba como único morador del castillo de Fontaines Tescelín, aquel padre dignísimo de tales hijos, en compañía su hija Humbelina que había contraído matrimonio y vivían a su lado alegrando su vejez. Sucedió que un día cuando ya Bernardo se hallaba ya instalado echando los cimientos de la abadía de Claraval y tenía a sus órdenes los demás hermanos y compañeros que había reclutado y llevaba consigo, se le ocurrió hacer un viaje al monasterio  para visitarles. Le recibieron como era de suponer, lo mismo que a un patriarca, deshaciéndose todos en atenciones hacia él, lo mismo sus hijos que los demás monjes, pues se daban cuenta de la grandeza de aquel hombre que había sido capaz de forjar los corazones de los hijos que allí vivían para Dios en completa ascesis.

        Regresaría al castillo, y allí vivía gozoso de haber sido un fiel cumplidor de la misión que Dios le había confiado en el mundo. Con santo orgullo contemplaba los trofeos pendientes de los muros descarnados de la fortaleza, premio al esfuerzo de sus cacerías y victorias amigas contra los enemigos, pero le faltaba conseguir una última victoria no menos ardua que las anteriores: triunfar de si mismo. También lo conseguiría no tardando com vamos a ver.

        Cierto día, en uno de los viajes apostólicos que Bernardo se vio obligado a hacer al mundo para arreglar asuntos, al pasar no lejos del castillo de Fontaines, se acercó unas horas para abrazar a su querido padre,  para enterarse cómo seguía y los problemas que le aquejaban. Antes de despedirse, le abordó al anciano de manera inesperada:

        BERNARDO: Papá: ¿Qué haces aquí solo en el mundo? No tienes a nadie que alegre tu vejez, que comente contigo los acontecimientos de cada día, que te entretenga en las largas noches invernales? ¿Por qué no te vienes con nosotros a Claraval, para vivir en la casa de Dios, en compañía de todos tu hijos, que allí son felices por haber hallado el cielo en la tierra.  ¡Sería el colmo de la alegría de todos nosotros, que surgiera en tu corazón un arranque de fe generosa,  que te atrevieras a dejar a un lado todas las cosas de la tierra en manos de tu hija y te vinieras con nosotros a la  soledad.

        TESCELIN. Perdona, hijo, pero es que nunca lo había pensado, pues mis canas no están para dejar el mundo y retirarme a un desierto solitario. Perdona, papá, precisamente por  hallarte tan sólo y desamparado, permítame que insista: ¡Te hablo muy en serio, papá! ¡Vente con nosotros a Claraval, ya verás qué feliz vas a ser en compañía de tus hijos, a quienes proporcionarás  la mayor alegría.

        Vuelvo a insistir: Perdona, ¡Hijo! ¿Qué podrá hacer un viejo como yo  de más de setenta años  en un monasterio? No quiero pensar que voy a ser una  verdadera carga para vosotros. ¡Si fuera más joven, otra cosa sería, pero ¡a estas alturas!
       
        ¡No digas eso! Papá, puedes rezar, puedes sacrificarte por la Iglesia y por el mundo, porque tienes un corazón joven, capaz de amar a Dios con verdadera obsesión; en el momento que te veas arropado y querido de  tus hijos y todos los demás monjes que nos acompañan, se sentirán felices, porque en Claraval, todos formamos una verdadera familia... Tus únicas preocupaciones en la vida monástica van  a ser: entregarte a labores humildes y  buscar la manera de agradar a Dios. Indudablemente puedes llegar a conseguir una perfección tan encumbrada, como el más santo de los monjes con muchos años de vida monástica.

        Si así es, no tendrá inconveniente alguno en recluirme en Claraval, y ponerme a tus órdenes. Lo voy a pensar en serio, y si al fin me decido, ya te avisaré de inmediato, para que pienses en  la manera de venir a buscarme.
    
        A los pocos meses, el señor del castillo de Fontaines, el bizarro militar de otro tiempo, el esposo fiel de Alicia, una vez arregladas todas sus cosas y dejadas legalmente a su hija Humbelina, avisó a su hijo comunicándole que estaba dispuesto a abrazar aquella vida, y por lo tanto podía acudir a recogerle. Rápidamente acudieron en su busca  y se fue a Claraval a ponerse bajo la dirección de su mismo hijo. Fue una de las mayores fiestas que se celebraron en aquella abadía de santos varones, cuando después la prueba precia como todos los nuevos que ingresaban, acordaron  que se   celebrara la vestición del hábito humilde de de hermano converso, perseverando hasta la muerte que fue la de un santo. Esta fue la más señalada victoria obtenida por el esforzado guerrero de antaño.

 Humbelina

        NARRADOR -  De toda aquella familia, ya sólo quedaba en el mundo Humbelina, única hembra, como debemos  entre los hermanos. Era la heredera universal de todos los bienes que tenían sus padres, puesto que los demás hermanos habían renunciado todo por Cristo.  Educada en la piedad sólida  por su santa madre Alicia, al verse sola en el mundo, joven y deslumbrante de belleza, comenzó a dejarse esclavizar por las modas. Vivía feliz con su esposo, un caballero distinguido de su misma alcurnia, rodeados ambos de distinguida servidumbre pero  Dios no les concedió descendencia, porque tenía para ella otros fines laudables. Pasaron varios años juntos  viviendo ella como gran señora aprovechando de todas las distracciones honestas que facilita el mundo, viajando de continuo con su esposo y servidumbre en busca de lugares placenteros.

        Visita Claraval.   Cierto día, le entraron ganas de visitar Claraval donde oresidía su hermano Bernardo y se hallaba  su padre y todos los hermanos que allá se hallaban sirviendo a Dios en un estado santo pero de sacrificio. Se atavió lo mejor que le dictó su vanidad, mandó preparar un carruaje deslumbrante y rodeada de servidumbre emprendió la marcha a Claraval, semejando una verdadera princesa.  Al llegar al monasterio, mandó llamar a la portería. Poco tardó en salir a abrir Andrés, uno de los hermanos, quien reconociéndola al instante, luego de los saludos cariñosos, que se deja comprender, le faltó tiempo para echarle una mirada de arriba abajo, haciendo cierta mueca de desagrado, increpándole algo serio.

         ¿Pero Qué  estoy viendo? ¿Eres tú la hija de Alicia de Montbart? ¿Acaso esas alhajas deslumbrantes cubren otra cosa que un saco de podredumbre? No me explico cómo has llegado a ser una mujer tan mundana, habiendo tenido una mandre tan santa y ejemplar. 

          UMBELINA - (entristecida). Es verdad: soy una pobre  mujer mundana y pecadora que rinde demasiado culto a un cuerpo de barro vistiéndole con galas, que al fin no son otra cosa que  trapos.

        ANDRES - Ahora mismo voy a dar cuenta a Bernardo de tu llegada, pero puedes suponer  la cara que pondrá en el momento que le diga que te has presentado aquí con un tren de vida respirando soberbia.

        BERNARDO. Recibida la información de para del potero, mandó llamara a Andrés con este recado: vete a ver a Humbelina  y dile que su hermano Bernardo tiene más mas serias que hacer, que complacer a una mujer mundana. Lo mejor que puede hacer  es que se vuelva por donde ha venido, que en Claraval, hay mucho que hacer, lo dejaremos para otra ocasión!

 ANDRES -  (Serio) Me acaba de decir Bernardo que hoy no puede recibirte, que sus múltiples ocupaciones le impiden satisfacer los caprichos de una mujer sumergida en las vanidades del mundo... Me añadió que tomaras el camino y te vuelvas por donde has venido, que tendríamos otra ocasión para vernos....

 HUMBELINA - (Llorosa) ¡Pobre de mí! Soy una mujer culpable, es cierto; por eso precisamente  busco la compañía de los santos; si nuestro hermano Bernardo desprecia el cuerpo, que el siervo de Dios tenga al menos compasión de mi pobre alma, que estoy dispuesta a hacer cuanto él me diga... Vuelve a insistir con él para que me perdone; estoy segura que lo hará, porque tiene un corazón compasivo. Dile que esta visita ha de servir para transformar mi vida. Volveré al mundo, si, pero ya no seré más del mundo... El portero volvió a entrar en el monasterio, se dirigió a la celda de Bernardo, le transmitió el mensaje que le había dicho su hermana. Era lo que él esperaba: un golpe fuerte de la gracia divina para que quedara transformada. Mandó avisar al padre y a los demás hermanos, y todos salieron a la hospedería. Luego de los abrazos cariñosos que la prodigaron todos, se sentaron en corro a comentar cosas de la familia.

        HUMBELINA... ¡Papá, qué ganas tenía de verte!... ¿que tal te va con esta vida, tan distinta de la que llevabas en el castillo? Me figuro que te habrá costado mucho adaptarte, pero ahora disfrutarás de una paz envidiable. ¡Hija! Nunca pensé que se podía ser tan feliz en la tierra, y menos dentro de los muros de un monasterio, donde no nos enteramos de nada de lo que pasa en el mundo. Dios está tan cerca de nosotros, la presencia de la Virgen se siente tan cercana, que no me explico cómo es posible que no invadan los monasterios multitud de jóvenes como andan amargados y sin rumbo por esos mundos, expuestos a la condenación eterna...

        GUIDO. ¡Sin duda tendrás noticias de Isabel y de mis dos niñas Adelina y Lucrecia, que ya serán unas mocitas! Les puedes decir que soy muy feliz de haber hecho el sacrificio tan grande que Dios nos ha pedido a todos, pero no fue ni será nunca por desafecto hacia ellas, antes las amo ahora con todo mi corazón, y después de Dios, todo mi afecto, todo mi recuerdo, lo mejor de mis oraciones son para ellas, para que sean fieles a Dios en el mundo.

        HUMBELINA -  Las veo con frecuencia a las tres porque cada poco se acercan al castillo donde pasan buenos ratos a mi lado. Todas conversamos alegremente, comentando los recuerdos de los tiempos pasados. Las niñas son dos criaturas preciosas, muy espigaditas, y ambas de costumbres angelicales. De seguro que cuando llegue a casa, allí estarán esperando noticias de vosotros y de los demás hermanos, por supuesto, lo primero que me preguntarán será por el abuelito, que tanto las mimaba dándoles todas las golosinas que caían en sus manos.

          TESCELIN -  Diles a las dos de mi parte que su abuelito está viviendo los mejores momentos de su vida, que ha encontrado en la tierra una felicidad envidiable, y esta felicidad sólo se halla en Dios, viviendo unido a él, y sacrificándose por el mundo. Que ellas traten de vivir también una existencia centrada en Cristo, teniendo siempre a la Virgen por estrella que guíe sus pasos; verán cómo también hallarán una felicidad grande, aunque nunca será tan intensa como la que tenemos las almas consagradas.

        BERNARDO - Teníamos muchas ganas de saber de tu vida, Humbelina. Eras la única mujer que Dios puso entre los seis hermanos, a quien amábamos todos, pero que Dios te llamó por caminos muy distintos a los nuestros. Los demás hermanos y yo, aquí estamos sirviendo a Dios, disfrutando de una felicidad que si el mundo se enterara -como decía muy bien papá- asaltarían los monasterios multitud de pretendientes.

NARRADOR - Siguió la animada conversación durante todo el día, sobre todo recordaron las virtudes de su madre Alicia, que bien podía ser candidata a los altares. Sobre todo Humbelina se interesó mucho por Nivardo, el benjamín de la familia, recién profeso, que se mantenía silencioso y estaba a la expectativa, dejando que hablaran los demás hermanos: HUMBELINA. Y tú, Nivardito, no me dices nada. ¿Qué tal te sienta esta vida de retiro del mundo y de continua penitencia? Me figuro que no te habrás olvidado de tus amigos, y de tantos recuerdos gratos como dejaste en el Castillo y sus alrededores. Qué quieres que te diga. Esta vida, para mi es haber hallado el cielo en la tierra, porque nuestro recogimiento comunica una paz indecible.

        NIVARDO -  No te puedes hacer una idea a lo feliz que soy en esta vida, que para los mundanos les parece triste, pero aquí siento a Dios tan cercano, que estoy como pez en el agua, al verme rodeado de tantos hermanos que me quieren no sólo los de la familia, sino también todos los demás monjes, pues formamos una verdadera familia. En cuanto a olvidarme de mis amigos, y de tantas cosas como me rodeaban en el castillo, es imposible. De los amigos me acuerdo mucho pero en el sentido de pedir por ellos para que sean fieles a Dios. Del castillo, me acuerdo sobre todo de los perros con los que jugaba, de los rincones del bosque por los que merodeaba sin cesar, sobre todo en la primavera para buscar nidos y recoger avecillas que luego enjaulaba.¡Imposible olvidar tantos recuerdos de la infancia! Ahora, mis aficiones son muy distintas. Me han enseñado a ser alma de oración, a estimar el sacrificio en su justo valor, a amar a la Virgen con toda la ternura. Esta es mi vida, que no cambio ni  por nada aunque me ofrecieran todo el oro del undo.
                        
   COLOFON - A última hora de la tarde, Humbelina se despidió de su padre y hermanos, abrazándose con toda la ternura que se deja comprender y emprendió viaje de regreso al Castillo. Aquella visita marcó huella imborrable en su vida, porque llegó a Claraval con el corazón esclavizado por las modas y atractivos mundanos, y salió de allí con un despego total de todas esas cosas que llenaban su vida, pero no llenaban su alma. Comprendió que la verdadera felicitad solamente se halla en Dios y en su seguimiento fiel, tratando  de hacerlo  ene. Porvenir de su vida, comenzando  vivir de manera muy distinta. Dejó a un lado todas las alhajas y trajes llamativos, se enamoró de aquellos que antes  menos le agradaban, frecuentaba la iglesia, los sacramentos todo lo permitido en aquellos tiempos, se retiró de conversaciones y tertulias inútiles, sólo hallaba gusto con las cosas espirituales. El pensamiento de sus hermanos la obsesionaba, pensaba en la manera como lograr alcanzar una dicha semejante. Le parecía cosa difícil, pues los lazos del matrimonio la tenían encadenada al mundo. No obstante, comenzó a insistir con su marido -persona buena- quien al ver que la esposa persistía en retirarse a vivir en el desierto, abrazando la vida monástica como sus hermanos, hizo a Dios ese sacrificio, dejándola abrazar la misma regla que observaban su padre y sus hermanos.

  Una vez que la autorizó a dar el paso, ella pidió el ingreso en el monasterio benedictino de July -no pudiendo abrazar la observancia cisterciense, como sus hermanos, porque todavía no se habían fundado estas religiosas cistercienses, llegando a ser una alma de verdadera entrega, pues sus virtudes no fueron inferiores a las de sus hermanos. Hoy figura en el catálogo de los santos, Su fiesta es el 12 de Febrero.
        Ahora si que:

 
 ¡TODA LA FAMILIA HABÍA ALCANZADO A CRISTO, puesto que los siete hermanos y el padre se habían consagrado a él, y ¡tres de ellos merecieron el honor de los altares! Bernardo, Gerardo y Humbelina!

                                                          Por Fray Mª Damián Yáñez Neira
                                                          Monje de Oseira (Orense)

 1ª PARTE
 2ª PARTE


25 de mayo de 2015

LA FAMILIA QUE ALCANZO A CRISTO (SÍNTESIS) - 1ª Parte -





  Respuesta de Nivardo a  Bernardo, al contemplar
 la panorámica de las extensas posesiones que le dejaban
 sus hermanos al hacerse monjes en Cister: 
“¿Entonces... vosotros elegís el Cielo y a mí me dejáis la tierra?
Eso no puede ser, no lo  acepto,  el reparto no es igual”.

 Bella y real historia de una familia
El mensaje cristiano de esta familia del medioevo es un ejemplo de santidad familiar que también tiene actualidad. Es la síntesis de un libro presentado con la intriga y la agilidad de la novelística moderna. La familia de Bernardo de Claraval, la vida de nueve personas en su ascensión hacia la santidad, descrita a partir de datos rigurosamente históricos.

Sin duda, el protagonista principal fue Bernardo: hábil  apologista gran organizador que expandió por occidente los benedictinos blancos, la regla cisterciense. Fue el gran predicador de la Santa Cruzada, el autor del amoroso título mariano Notre Dame, fundador de las órdenes de caballería cristiana.

Al narrar la historia de los creadores del Císter, M. Raymond utilizó aquel antiguo género literario, y, tomando de la vida real unos sucesos extraordinarios, les infundió un aliento poético y legendario del más alto valor emocional. Su intención, al componer la trilogía, fue divulgar la historia de los primeros cistercienses europeos del siglo XII, y la de los primeros trapenses americanos  en  el  siglo XIX.

En “La familia que alcanzó a Cristo” Raymond presenta la familia de San Bernardo en medio de sus crisis y sus luchas entre los hombres. Pero no describe santos convertidos en fantasmas petrificados en hornacinas, sino sencillamente la vida de nueve personas en su ascensión hacia la santidad.
Aquí presentamos una síntesis a modo de obra de teatro preparada por un monje de Osera: P. Damián Yañez Neira. Vale la pena leer la obra entera.

  

 EL CASTILLO DE FONTAINES.                
En la cúspide de una áspera colina, situada al norte de la  Borgoña (Francia), se encuentra una severa mole acantilada sobre la cual descansa el famoso Castillo de Fontaines, construido en  tiempos medievales para defenderse una familia feudal, dueña de todos los  parajes comarcanos. Pasados los años, a comienzos del s. XII, ocupaba dicha mansión un matrimonio distinguido perteneciente a una familia rebosante de piedad cristiana que llevaba  una vida  ejemplar para todos los habitantes de aquella zona: El marido, Tescelín, pertenecía a uno de aquellos caballeros y señores distinguidos de Borgoña muy relacionado con los Duques. La esposa, Alicia de Montbart, era descendiente de los mencionados duques de Borgoña,  hija del poderoso Bernardo de Mombart. La  noble pareja, de  sangre ilustre por ambas partes, eran dueños de considerables bienes de fortuna, pero lo que más resplandecía en ellos era la pureza de fe e integridad de costumbres cristianas que se respiraba en aquel hogar distinguido.

    Ambos se unieron en matrimonio creando un hogar en el que se vivía el ideal cristiano en una pureza  admirable, no tardando mucho en ser bendecido  por Dios con el mejor fruto que podían esperar, comenzando a aparecer varios hijos y una hija, siete en total. Alicia fue madre feliz de los siete vástagos en el siguiente orden: Guido, Gerardo, Bernardo, Humbelina, Andrés, Bartolomé y Nivardo. De entre ellos, Guido fue el primogénito, y los demás fueron apareciendo  a su tiempo hasta  el último, a quien le impusieron el nombre de Nivardo.       

   La madre. Refieren los historiadores que Alicia,  era tan piadosa, que- al tiempo de nacer cada uno de ellos - tenía la piadosa costumbre de ofrecerlos a Dios por medio de la Virgen Madre, de la que era devotísima. Alguno ha llegado a preguntarse si esta práctica piadosa no influiría, tal vez, en el futuro destino de todos ellos, pues es llamativo el hecho de que los siete hermanos se consagrarían a Dios en la vida religiosa. Los seis varones en el Císter - orden recién fundada en los bosques de Borgoña, procedente del frondoso tronco benedictino; y la única hembra, Humbelina, que apareció entre ellos, luego de abrazar el matrimonio y vivir varios años en él sin haber tenido descendencia,  se acogió –como hemos de ver, en las monjas benedictinas de July, no habiendo imitado a sus hermanos para ingresar en el Císter, por cuanto todavía no se había fundado en la Iglesia la rama femenina de esta orden.

   El hecho llamativo de consagrarse a Dios los siete hermanos, es rarísimo y hasta tal vez único en  familias numerosas de todos los tiempos.

   El grupo de muchachos -sanos de alma y cuerpo- que se fueron desarrollando,  y en las horas libres de colegio, alegraban los alrededores de la fortaleza de Fontaines, divirtiéndose de mil maneras, y hasta peleándose alguna que otra vez, como es corriente entre hermanos. Pero como los juegos siempre se desarrollaban en las cercanías de donde estaba la madre o alguna sirvienta de prestigio-que cual ángeles tutelares no les perdían de vista- cuando notaban algún altercado, bastaba una sola palabra de ellas para llamarles al orden, restableciéndose inmediatamente la paz; haciendo que todos los altercados  se ahogaran y desaparecieran al instante.

El Protagonista 
  

BERNARDO.Comenzamos resentando al personaje principal,  del drama, por haber sido el protagonista principal del trabajo que estamos presentando. Se trata del tercero de los hermanos aparecidos en aquel hogar privilegiado de Fontaines. Antes de nacer, los biógrafos refieren dos anécdotas interesantes relacionadas con él. La primera es que su madre quiso que  en el bautismo le impusieran el nombre de Bernardo, como su abuelo materno, pero sobre todo, la otra encantadora le hacen protagonista de una escena que despertaría en la propia madre presagios de hechos notables relacionados con el porvenir de su vida.  Cuando se hallaba en cinta y antes del alumbramiento, pudo contemplar que el tesoro que llevaba en sus entrañas, tenía forma de un cachorrillo de color blanco, con manchas rojas, el cual daba formidables aullidos. Sorprendida no poco ente aquella novedad, consultó con un santo sacerdote para que le explicara el significado de aquella visión. Fácilmente  obtuvo lo que deseaba: le predijo cómo aquel niño que nacería de ella, llegaría a ser algún día guardián diligente de la casa de Dios, gran predicador de la fe, y un apóstol vocacional de primera línea. Así se cumplió la predicción, pues San Bernardo es considerado como uno de los grandes padres de la Iglesia, célebre por su elocuencia arrebatadora y grandes obras escritas que pasarían a la posteridad  enriqueciendo las grandes bibliotecas, porque además él fue quien llevó la voz  cantante en varios concilios, y lanzaría legiones de soldados hacia tierra Santa.   

  
Según las crónicas, su físico personal  era de tez rubia y ojos azules,  sobresaliendo por su candor angelical, un carácter dulce y amable, el cual jamás se enfrentaría con sus hermanos, antes era la alegría personificada de aquel hogar, haciendo que  cuando en los juegos -tan pronto aparecía él - recobraran un ambiente de festivo: Bernardo sería objeto  de las predilecciones de su madre Alicia. Pues si es innegable que toda madre ama a sus hijos con verdadera ternura, siempre hay uno que se lleva un cariño especial, por su modo de portarse con una conducta irreprochable, o por algo distinto que no encontraba en los demás hijos, aunque ella se guardara mucho de manifestarlo al exterior, con objeto de evitar que la envidia hiciera su aparición entre los demás hermanos, como sucedió entre los hijos de Jacob que odiaban a José por considerarle  predilecto de su padre.

   En aquel hogar se respiraba felicidad, se vivía una fe ardiente, siendo los padres los que marcaban la tónica, yendo delante de los hijos con el ejemplo, y la madre se esforzaba en educarles con todo esmero. Todos estaban en edad de la formación y perfeccionarse en la cultura. Bernardo asistía a las escuelas de Chatillón donde aprendió a echar las bases de una cultura que con el tiempo marcaría honda huella entre los historiadores y, como queda dicho, padres de la Iglesia.

 Alicia de Mombart.

Aprovechando una de esas casualidades inesperadas, tenemos la suerte de sorprender a aquella madre prudente y santa,  la cual llevando a Bernardo, su hijo angelical, a un lugar reservado, entabló con él un diálogo animado: ¡Hijo mío!, cada vez que mis ojos se posan en ti, no sé lo que presiente mi corazón maternal, es como si advirtiera un algo especial  que el cielo te tiene reservado. ¡Ojalá prepares tu corazón y te dispongas a ser fiel a Dios, en el estado en que se digne colocarte! Ante todo, mi deber de madre  es aconsejarte lo que me parece mejor: "Estás en la edad de perfeccionarte en los estudios, necesarios para triunfar en la vida, para llegar a desarrollar algún día la misión  que el cielo te tiene señalada; pero hay una cosa tan importante y aún más que la cultura,  ésta: que ante todo estimes la vida de  gracia, que te mantengas en fidelidad a Dios, que lleves en todo momento una conducta irreprochable, de modo que estés en disposición de llenar el papel que el Señor te tiene confiado por medio de los  maestros.

    BERNARDO - Yo no sé -mamá- lo que Dios tendrá dispuesto sobre mí persona cuando sea mayor. Ten en cuenta que tus consejos siempre han sido para mí algo importantísimo, sagrado, que he tomado muy en serio, desde que conocí las obligaciones que pesan sobre un hijo bien nacido. Comprendo que es la hora de ahondar y perfeccionarme en los estudios, y, sobre todo, debo llevar una vida angelical, digna de un cristiano que vive intensamente  su fe,  tratando de evitar toda ofensa a Jesús,  el Señor nuestro que tanto nos ama. Créeme, mamá, ¡me llena de entusiasmo el ideal de tratar de conservar indemne la vida de la gracia!

  ALICIA - Una cosa echo de menos en  ti, hijo mío; quisiera inculcarte con toda mi alma ésta: que aspires a observar de continuo  una tierna devoción a nuestra Madre la Santísima la Virgen María. ¡Cuánto me agradaría que tu vida fuera una entrega generosa, total, de amor continuo y entrañable  a la Virgen, que tanto hizo por nosotros, pues por ella hemos recibido a Cristo, y con él nos han venido todos los bienes que podemos apetecer en la tierra, y  no digamos en el cielo, como nos enseñan los santos padres. Por consiguiente, debemos amarla con la mayor ternura de nuestra alma, con verdadera obsesión; tienes que aspirar a ser, como el mejor de sus hijos; que te recuerdes de Ella cada momento, la invoques sin cesar, le pidas ayuda para ser fiel a Cristo. Su nombre dulcísimo llévalo siempre prendido de tu corazón para que acudas a su valimiento en las ocasiones en que te puedan asaltar dificultades, notarás luego la ayuda de la intercesión de tan dulcísima madre.

   BERNARDO - ¡Ay mamá!, todo cuanto acabas de decirme quisiera grabarlo profundamente en mi corazón! Precisamente es un  ideal que me cautiva en gran manera: la devoción mariana la siento muy dentro de mi pecho, sobre todo desde aquella Nochebuena dichosa en que  hallándonos ambos en la iglesia del pueblo, esperando en la media noche la santa misa - según tú me has contado muchas veces- me quedé dormido sobre uno de los bancos, y durante el sueño sentí en mi pecho, un algo inenarrable que se me quedó grabado profundamente en mi mente, la representación amorosa de la Virgen en el momento dichoso de dar a luz a su divino hijo  en el portal de Belén. Desde entonces, el recuerdo de Jesús Niño y de su bendita Madre los llevo de continuo prendidos en mi corazón, y noto que me ayudan a ser fiel a Dios en medio de mis estudios. Espero que tal devoción a la Virgen, queridísima madre mía, se vaya acrecentando en el correr de los años.

   ¡Fuera brujas! Vamos a referir aquí aquella curiosa anécdota que nos cuentan los autores de sus primeros tiempos, cuando contaría de  ocho a diez años. Eran  días en que  en  se vio afectado con fuertes dolores de cabeza. Hallándose en tal estado, se acercó al lecho donde reposaba, una mujer de aquellas que prometían la recuperación de la salud recitando sobre el enfermo ciertos versos y canciones señalados que olían a brujería. Como no paraba de importunarme con aquella novedad desquiciada, dándose cuenta el niño de que se hallaba ante una auténtica bruja, hizo cuanto pudo para hacer que se la arrojaran lejos de la alcoba, y que no se le ocurriera verla más por allí. Entonces acudió   él a la Santísima Virgen, invocó su protección , la cual le pagó con creces su devoción, devolviéndole la salud al instante,   de suerte que  pudo abandonar el lecho y volver a la vida normal que disfrutaba.

     Aunque tengamos que adelantar los hechos y sucesos de la vida del glorioso Santo, quiero añadir aquí que san Bernardo llegaría a ser el gran doctor mariano por excelencia que se distinguiría de manera especialísima en dedicar su pluma de oro a cantar las grandezas de la Virgen Madre.  A ver si podemos decir algo sobre esto, como hemos de ver muy pronto.

   ALICIA - ¡Hijo del alma!, qué alegría me causa conocer estas confidencias tan íntimas que  acabas de contarme. Ahora presumo que tu vida está destinada por Dios para cosas grandes. Cuando un alma se halla centrada en Cristo, y a la vez tiene a su Madre santísima como el mejor de los tesoros que Dios pudo darnos en la tierra, pienso que puede ejercer una irradiación sorprendente en medio del mundo. Así fue indudablemente la vida de Bernardo en el mundo, un apóstol abrasado de amor por Cristo y por María. Las obras escritas que dejó en abundancia, lo están delatando a quien se pone en contacto con ellas, al calificarle  los científicos de Doctor Melifluo.

   BERNARDO - Seguiré ¡madre! sin vacilar hasta la muerte, estas consignas que me aconsejas, acrecentando más y más cada día la tierna y ardiente devoción a María, nuestra Madre,  procurando que mi conducta sea siempre digna de un  hijo querido de la Virgen. Ese amor a la Virgen le ayudaba a desenvolverse en la vida ya en sus primeros años.

   Muerte de Alicia.

  Aquella madre que por si sola llenaba con su presencia el castillo de Fontaines, que era el paño de lágrimas, no sólo de los hijos que había traído al mundo, sino también de todos los desheredados de la fortuna, particularmente los más pobres y necesitados  que encontraban en ella una verdadera madre; bien pronto, cuando menos se esperaba, iba a rendir tributo a la muerte. Había cumplido en el mundo la misión que Dios la confiara: había sido modelo de esposas y de madres cristianas, había formado el corazón de sus siete hijos para una vida de piedad auténtica, se había deshecho en favorecer a todos cuantos desheredados de la fortuna pululaban por doquier. Ante el divino acatamiento, quiso Dios adelantarse a llamarla para si y darle el premio de los santos. Llevándola a una gloria inmarcesible. Ya nada le restaba en el mundo, sino recibir el premio reservado por Dios para todos aquellos que le han amado y servido con fidelidad total y exquisita en el  mundo. Cuando nadie lo esperaba, enfermó gravemente y rindió tributo a la muerte, a pesar de hallarse en una edad  todavía rebosante de juventud. El corazón de su esposo Tescelín quedó partido por el dolor de haber perdido a aquella fiel compañera que llenaba toda su vida, y sus hijos no acertaban a vivir sin ella. Por su parte los pobres la lloraron inconsolables durante mucho tiempo porque se acababa para ellos la ayuda eficaz que les socorría en todas sus necesidades.

   Dice la historia que era tal la fama de santidad de Alicia, que el clero de la ciudad la llevó en procesión hasta la abadía de San Benigno de Dijon donde fueron inhumados sus restos en la cripta familiar. Bernardo sería quien más experimentó el vacío de aquella madre en medio de los peligros que rodean a un joven de diecisiete abriles en medio de un mundo corrompido. Como obsequio perenne a su recuerdo, nunca olvidaría los consejos recibidos de ella: fidelidad a Dios, correspondencia a la gracia divina e intensa devoción a la Virgen Madre. Así fue como acertó a mantenerse fiel en el mundo, a pesar de que no le faltaron ocasiones graves que le llevarían al borde de sucumbir. No me explico cómo esta mujer santísima nunca ha sido propuesta para llegar al catálogo de los santos, que bien lo merecía.

    Ataque diabólico.

   A raíz de la muerte de aquel tesoro de madre, cuando las heridas del corazón de Bernardo  no se habían cicatrizado aún, se le presentó un ataque formidable del enemigo que intentó hacerle sucumbir. A pesar de la pena de aquella pérdida incomparable, él trató de observar  una vida normal en lo posible sorteando los peligros.   Para confirmarlo, vamos a referir un sólo  hecho histórico, sobre el  peligro que corrió en un viaje organizado con unos compañeros, los cuales se dirigían a un torneo con un grupo de jóvenes de la misma edad junto con Bernardo. Como la ciudad distaba bastante de su lugar de origen, en la primera etapa, al llegar a las últimas horas de la tarde, buscaron  alojamiento para poder pasar la  noche en un  mesón del camino. La  dueña de la casa se fijó más de la cuenta en el joven Bernardo, de porte distinguido, rostro sonrosado, ojos azules y brillantes. Aprovechó la ocasión para  armarle una emboscada asaz peligrosa durante la noche. Le preparó un lecho separado de los demás compañeros, y a altas horas de la madrugada -cuando todos los habitantes del mesón dormían hondamente, la mala hembra se le fue acercando como serpiente tentadora con fines mal intencionados. Bernardo, dándose cuenta del peligro diabólico que le amenazaba, comenzó a gritar fuertemente: "¡Ladrones, ladrones!..."

   Se despertaron todos los moradores del mesón, encendieron luz, recorrieron las distintas dependencias y no hallando a nadie, por lo que volvieron pronto a dormir tranquilamente en sus lechos. Pasadas algunas horas, la desvergonzada hembra, intentó nuevamente  acercarse con las mismas intenciones deshonestas, que antes; pero Bernardo que se dio cuenta del peligro repitió las mismas palabras de antes: ¡Ladrones!¡Ladrones! volviéndose a alborotar el mesón, pero no hubo más, por cuando aparecían las primeras  luces de la aurora.  A la mañana siguiente -ya en el camino- bromeaban entre si  los compañeros de Bernardo, creyéndole que había pasado la noche delirando durante el sueño, pero les disuadió diciéndoles que no eran delirios, sino que un ladrón muy peligroso se le acercaba cautelosamente en la oscuridad intentando robarle la perla que mas amaba, la pureza de su alma. No fue esta la única ocasión en que peligró su honestidad, pero el recuerdo de su santa madre Alicia, sobre todo el cariño  a la Virgen, que llevaba de continuo prendido hondamente en el corazón, le ayudaron en todo momento a triunfar de todos los peligros manteniéndose fiel a Cristo hasta el último momento.

Huida del mundo

 BENARDO, entristecido, con la reciente pérdida de su santa madre  que fue para él  la mayor de las desgracias que pudo acaecerle; viendo los grandes peligros que le acechaban, ansiando mantener su alma limpia como tanto le había aconsejado ella, le llevó a conseguir los mayores triunfos. Sobre todo, se atribuye también a ella la inspiración  o el deseo de retirarse de un mundo donde tantos peligros asediaban la vida de los jóvenes. Lo pensó seriamente, sintiendo prontamente la ansiedad de retirarse a la vida del claustro, y al fin decidió  consagrarse a Dios. Lo tomó muy en serio, estudió el problema de su vocación, y una vez convencido de que Dios le llamaba a la soledad, decidió ingresar en un monasterio alejado del mundo y retirado de pasatiempos mundanos.  Lo que más admiración causa en él, es el hecho de resolviera ingresar no solamente él, sino sintió el carisma de ejercer un apostolado vocacional que pocas veces o nunca se habrá dado,  arrastrando consigo a la soledad a un grupo de jóvenes, y algunos no tan jóvenes. Vamos a ver la estrategia empleada en este apostolado singular de conquistar corazones para el mismo ideal de huir del mundo hacia la soledad del desierto.

 Hermanos de Bernardo
  

NARRADOR. La soberbia fortaleza de Fontaines seguía ocupada de continuo por  el bizarro caballero Tescelín, en la viudez y rodeado de sus siete hijos, algunos   todavía formándose en los colegios próximos. Todo transcurría normal sin que nadie presagiara los sucesos del porvenir. Pero cuando menos lo esperaban, Bernardo, a sus dieciséis o dieciocho años sintió la inspiración de intentar vaciar el castillo, llevando consigo a la vida religiosa a algunos de sus hermanos.¡Caso nunca visto! Quería hacerles partícipes de la misma dicha que él esperaba encontrar en la casa de Dios. Pensó que dos de ellos: Bartolomé y  Andrés no opondrían dificultad en ir con él, como así fue, y sobre todo Nivardo, de unos diez u once años. Bastaron breves insinuaciones para atraerles hacia su ideal, no oponerle dificultad los mayores quedando decididos a seguirle, pero no obstante la conquista de algunos le daría bastante qué hacer. De manera especial el mayor Guido,  único que se hallaba comprometido en el matrimonio y Gerardo, enrolado en las huestes del Conde. Veamos cómo se las arregló para entrarles y llegar a poder contar con ellos para acompañarle a la soledad del desierto.

   GUIDO era una persona buena, pacífica, padre honrado de familia, con una reputación excelente en toda la comarca. Casado con Isabel de Forez, del matrimonio habían brotado dos preciosas niñas que alegraban la casa y hacían la felicidad de ambos cónyuges y demás familiares. Bernardo no se anduvo con contemplaciones, se preparó para el ataque. En aquellos tiempos era fácil que los matrimonios se deshicieran de mutuo acuerdo -no por un divorcio necio e insensato como sucede ahora- sino para abrazar uno de ellos - o ambos contrayentes - un ideal más elevado de perfección y  nobleza, como era la vida religiosa. Lo vamos a ver a  través de esta  familia. Escuchemos  cómo Bernardo inicio su apostolado vocacional  en busca de servidores fieles de la causa de Dios, tarea iniciada en la  propia familia, comenzando por este su hermano mayor Guido, de unos 25 años poco  más o menos en aquellas circunstancias. Escuchemos el diálogo animado entablado entre ambos hermanos.

   BERNARDO. Sentados frente a frente en un salón secreto,  inició el diálogo el más joven  de los dos: Estoy convencido -Guido- de que este mundo es una auténtica farsa donde cada cual representa su papel con mayor o peor acierto. En él peligra tanto la inocencia del joven como la fidelidad del casado. Los enemigos del alma  cercan por doquier, deseosos de acometernos y hacer estragos en nosotros. Por eso no te extrañes si te descubro un secreto que estoy madurando en mi interior,  me hallo decidido a ponerlo en práctica. Deseo a toda costa  huir al desierto, a una soledad donde me vea libre de muchos peligros que aquí me cercan por doquier  y pueda vivir  allí sólo para Dios y para las cosas del cielo.

   Pero he pensado una cosa que te va a chocar no poco: Quiero hacerme monje de una orden religiosa nueva que acaba de establecerse aquí en la Borgoña, habiéndose fundado un monasterio en unos bosques de Cîteaux, en nuestra misma región borgoñona, pero no quisiera ingresar solo en ella, sino deseo llevar conmigo otros pretendientes de la familia y algunos amigos conocidos míos que espero acepten la incorporación al número de pretendientes. Entre ellos me he fijado en ti, al ver que tienes una madera excelente para sacar de ella un perfecto monje. ¿Qué me dices a todo esto que te estoy proponiendo?

GUIDO -¿Qué quieres que te diga, Bernardo? me parece un puesto excelente ese que quieres elegir. Pero, ¿te has dado cuenta de lo que me dices? ¿No ves que me es imposible complacerte, por cuanto estoy  ligado con los lazos indisolubles del matrimonio? Bien lo sabes tú, tengo una esposa buena, hermosa complaciente; dos hijas como dos soles; bienes necesarios, paz, bienestar..., es decir,  todo aquello que puede hacer feliz al hombre y al matrimonio  en el mundo. ¿Cómo quieres tú que lo renuncie todo  sin más ni más, para lanzarme a un estado de vida nada atractivo e hipotético? El estado de monje creo que es una cosa seria, para el cual comprenderás que se necesita tener una vocación especial  o llamada de Dios manifiesta, y jamás  pasó por mi cabeza  cosa semejante por hallarse a sentada mi vida, como sabes.

   BERNARDO - Desde luego es cierto que se trata de una cosa seria --Querido Guido-, per quiero añadirte: considera estas palabras eternas de la sagrada  Escritura: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? O estas otras: El que dejare padres, esposa, hijos, heredades... por mi amor, recibirá el ciento por uno ya en este mundo, y heredará después la vida eterna".

   GUIDO - Estoy totalmente de acuerdo en lo que me dices, pero te repito que me es imposible complacerte... Además, esas palabras son de consejo, nada de precepto, por lo tanto, no me obligan a renunciar el estado  matrimonial que tengo abrazado. También nos podemos salvar viviendo en el mundo una vida honesta, cumpliendo los deberes que nos impone el santo matrimonio. Santo de veras es este estado cuando se cumplen las obligaciones que impone,  lo sabes tú de sobra.

   BERNARDO Me doy perfecta cuenta de que has abrazado un estado comprometido, el matrimonio, pero eso no obsta para que puedas y debas aspirar a otro estado de mayor perfección. El matrimonio es un estado santo, pero la vida religiosa es muy superior a él, por cuanto en ella se vive con un corazón indiviso para el Señor. Además, lo que te he dicho ha sido por inspiración divina, te he hablado porque sentía un impulso interior a proponerte este camino de santidad, que no dudo te ha de hacer ilusión.

   GUIDO - Insisto en que hay dificultades muy serias que me impiden poder complacerte, porque estoy anclado en el matrimonio, convencido de que con ello estoy dando gloria a Dios, y por otra parte, dejar a la esposa y a las dos hijas pequeñas es algo que Dios no quiere ni manda. ¡También se necesitan matrimonios cristianos que vivan en el mundo dando ejemplo, cumpliendo los deberes que impone ese deber querido por Dios!

   BERNARDO - Ciertamente es una  cosa muy seria la que le propongo, pero no es rara, ni mucho menos. Se dan muchos casos de esposos que lo tratan en serio se separan voluntariamente en vida para abrazar un estado santo que les proporcionará mayor gloria y una santidad eminente. También reconozco que se necesitan en el mundo matrimonios comprometidos, fieles a la palabra dada, pero pienso que si podemos emprender un camino de mayor perfección, con ello daremos mayor gloria a Dios, cosa que hemos de  buscar siempre.

   GUIDO - Si así es, si tú crees que la voluntad de Dios es que Isabel y yo nos separemos en vida por su amor, en último término yo no dispongo de mi persona: cuando me uní en matrimonio con Isabel, le di palabra de serle fiel hasta la muerte, a eso estoy resuelto, pero si tu dices que Dios quiere otra cosa de nosotros, tú te las arreglarás con ella para convencerla. Yo seguiré la decisión que acordéis ambos...

    Espera unos minutos voy a llamarla para que os careéis los dos, a ver quién sale vencedor.

   - Se retiró Guido en busca de ella unos instantes, y al punto salió de nuevo con Isabel, la cual luego de saludar a su cuñado Bernardo, los tres se sentaron alrededor de  la mesa.  

Guido inició el diálogo:      
GUIDO - (Dirigiéndose a Isabel) Te he llamado, querida, para que te enteres de la propuesta que me acaba de hacer Bernardo. Escucha el plan que tiene trazado: quiere dejar el mundo y retirarse a un monasterio para llevar una vida penitente, porque dice que allí se puede  uno salvar más fácilmente que en el mundo. Lo peor es que quiere que yo me separe de ti y me vaya con él. He estado discutiendo un buen rato con él, aduciendo toda clase de razones para convencerle de que estoy comprometido en el matrimonio, de que tú y yo somos felices en él, pero por más razones que le he expuesto, no he logrado hacerle desistir. Ya sabes lo obstinado que es Bernardo, siempre tiene que salir con la suya. Mira a ver si tú tienes más suerte, y logras convencerle de que nos deje vivir en paz como estamos.

 ISABEL (Iracunda).
   ¡Este Bernardo… está siempre metiéndose donde no le llaman! La propuesta que te hace la considero completamente disparatada. Yo me encargaré de hacer que nos deje en paz. Ya lo verás. No hagas ningún caso de él: porque si quiere retirarse a un convento, que se vaya en buena hora, pero que a nosotros nos deje disfrutar de la paz que tenemos en el matrimonio. Mira que somos jóvenes, tenemos medios de vida..., sobre todo, Dios nos ha regalado las dos criaturas angelicales  que alegran nuestro hogar.

BERNARDO (Tranquilo) Comprendo de sobra -Isabel- que no sea para ti ningún plato agradable la propuesta hecha a Guido, pero levanta un poco la mirada y piensa que Dios puede pedirle algo mejor que el matrimonio, otro estado más santo en el que sea más fácil la salvación, y si Dios le pide eso, no debemos oponernos nunca a los planes divinos.

   ISABEL - (Sigue airada). ¡No me hables de que Dios quiere que nos separemos, después de haber convivido tantos años juntos en un estado santo, establecido por él, cumpliendo lo mejor posible los deberes que impone! Tú, si quieres irte de monje, márchate de una vez y déjanos a nosotros disfrutar de una paz envidiable en nuestro hogar. Te repito que también aquí podemos salvarnos, y eso espero, porque la salvación depende del cumplimiento fiel de los deberes que impone el santo matrimonio, y nosotros creo que somos enteramente fieles en ese sentido.

   BERNARDO - (De acuerdo-Isabel): podéis salvaros ambos llevando una vida cristiana como exige el santo matrimonio, pero si Guido abraza la vida religiosa conmigo, puede llegar a ser un apóstol de primer orden en la Iglesia, y esto aquí en el mundo le es imposible realizar por los muchos problemas de todo género que asedian al matrimonio.

   ISABEL - (Sigue malhumorada). ¡Te he dicho que te vayas de una vez con la música a otra parte y nos dejes en paz, que busques un medio de  hacer penitencia por nosotros! En cuanto a permitir que tu hermano te acompañe, eso de ninguna manera, porque nos hemos prometido fidelidad uno a otro hasta la muerte y debemos cumplir esa palabra sagrada. No me cabe en la cabeza que Dios quiera romper las ligaduras tan estrechas que a los dos nos unen. Además, somos jóvenes y nos agrada disfrutar de la vida cumpliendo los planes de a Dios.

   BERNARDO - (Serio: ¡nada! veo que tienes un espíritu obstinado, Isabel! Como veo que no valen razones ¿Sabes lo que te digo? Lo que  no quieres hacer por las buenas, Dios se encargará de llevarlo a cabo, aunque sea a costa tuya, ya lo verás. Estoy persuadido, y no me falla el presentimiento: muy pronto  me has de llamar tú misma para pedir que admita a tu esposo Guido en el número de los seguidores de Cristo que aspiran a encaminar sus pasos hacia el monasterio de“Cîteaux”.

   ISABEL - ¡Me entran dudas de esto que me estás diciendo llegue a suceder!
   BERNARDO - ¡Apuesto que  cuanto te acabo de decir, has de verlo no tardando mucho!

  NARRADOR - Las palabras de Bernardo afectaron profundamente a su hermano Guido, quien quedó convencido de que Dios le llamaba a ser el primer seguidor suyo hacia una vida de sacrificio y austeridad; pero de momento se guardó mucho de hacer la menor insinuación a Isabel, esperando paciente la hora de Dios. -- Todo continuó normal en el matrimonio, hasta llegar a creer Isabel que se había desvanecido el peligro de la  separación. Guido, en cambio, seguía con la mosca tras de la oreja, porque conocía perfectamente a  Bernardo, que era muy amigo de salirse siempre con la suya. Isabel -por el contrario- juzgó que la sombra de su cuñado no aparecería más por allí aconsejando la separación de lo que Dios había unido.

Pero hete aquí que ella, de salud robusta, al cabo de unos días comenzó inesperadamente a sentirse mal: Dolores intestinales, fiebre alta, mareos constantes, falta de apetito, malestar insoportable… insomnio… En una palabra, los médicos auguraron un desenlace fatal, sin tardar mucho tiempo. Enterada la enferma del peligro que podía correr su vida, se acordó de las últimas palabras de su cuñado, y desde aquel momento cambió de actitud: mandó llamarle y le dijo que se daba por vencida: es decir, desde aquel momento podía disponer de Guido a su antojo, pues ella y sus dos hijitas aceptaban el sacrificio que Dios les pedía y  se las arreglarían para vivir las tres solas en el mundo. Tomar esta resolución y comenzar a mejorar su estado físico, todo fue uno. Se vio bien clara la voluntad de Dios. La prueba que le había pronosticado Bernardo acababa de cumplirse.

   Antes de despedirse, tuvieron un animado diálogo marido y mujer, en presencia  de las dos niñas:
 GUIDO - A Isabel: Ha llegado la hora -amada mía - de hacer un sacrificio muy grande por Dios. Piensa, Isabel querida, que este sacrificio solamente lo podemos hacer por Dios, que es dueño absoluto de nuestra vida. Hemos sido muy felices ambos durante tantos años, Dios nos ha bendecido con el tesoro de estas dos hijas encantadoras, que espero las eduques con todo esmero  para que logren algún día dar mucha gloria a Dios en el mudo.

   ISABEL. - (Llorosa)- ¡Ay Guido de mi alma, qué pena tan profunda siento por verte  separado de mí! Pero veo que esa es la voluntad de Dios. Si así es, No hemos de querer nosotros oponernos a su voluntad santísima, sino darle toda la gloria que podamos en el lugar que nos tiene señalado. Tú procura serle fiel en el monasterio, y pídele mucho por nosotras; yo también procuraré servirle lo mejor que pueda en la vida y me entregaré de lleno a la formación de nuestras dos niñas, que es normal sientan en el alma el vacío grande que tú dejas en nuestro hogar que parecía lo llenabas todo.

   ADELINA - (Llorosa) - ¡Papá! ¿Por qué te marchas y nos dejas solas en el mundo? Mira que Lucrecia y yo necesitamos de tu presencia cariñosa y constante. A tu lado somos muy felices ambas, sin ti, el día nos parecerá noche oscura. ¡No podremos hacernos a la idea de que en casa no volveremos a verte! ¡Piénsalo bien y no te decidas a dejar solo a  mamá y a estas tus hijitas, que te aman con inmenso  cariño!

   LUCRECIA -(Igualmente llorosa) ¡Si -papá- nuestra vida será muy triste si faltas tú de nuestro lado!. ¡Para mí se me acabaron ya todas las alegrías de este mundo! ¡Mi vida va a ser una angustia continuada! (Llora…)

   GUIDO - (Conmovido y con lágrimas en los ojos) ¡Sí, hijitas mías! Es muy grande el sacrificio que Dios nos pide a todos, pero cuando Dios llama, no hay más remedio que acudir a su llamada. Este gran sacrificio que hacemos los cuatro por su amor, algún día se trocará en gloria inmarcesible que es imposible calibrar!. Por lo tanto, Animémonos todos a ofrecer a Dios esta separación temporal, seamos generosos con Dios, hagamos por él todo lo que sea necesario, que pronto, muy pronto llegará el día en que nos reuniremos de nuevo todos, pero será una reunión  para no separarnos jamás, y entonces será cuando nos alegraremos de haber hecho esta separación tan costosa, al experimentar el peso de gloria que ella trajo consigo para nosotros los cuatro.


 NARRADOR -  ¡Secretos juicios de Dios


 Isabel, la que tanto se oponía en un principio a la marcha de su esposo Guido, ella misma vino a parar -con una de sus hijas- al monasterio de religiosas benedictinas de July, del que llegaría a ser abadesa, mientras que Lucrecia, la otra hija menor, unos años más tarde, ejercería el mismo cargo de abadesa en otro monasterio cisterciense al poco tiempo de fundada la rama femenina de la orden. Los planes de Dios son insondables, debemos aceptarlos siempre con sumisión y respeto. Cuantas veces tanto la madre como las dos hijas, bendecirían el día en que su esposo y padre Guido, decidió dejarlo todo, posesiones, mujer e hijas por amor suyo. ¡Ahora todo sería gozar, en el cielo y ¡ por toda la eternidad!

CONTINÚA

   1ª PARTE   
   2ª PARTE   

23 de mayo de 2015

PENTECOSTÉS ( Ciclo B)

   

           Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto exhaló su aliento sobre los discípulos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. San Juan, en el evangelio, evoca hoy la experiencia que los discípulos vivieron en la tarde del día de Pascua, cuando Jesús, apenas resucitado, les entregó el mayor don que podía ofrecerles: el Espíritu Santo. El mismo evangelista, al describir la muerte de Jesús, al decir que “entregó su Espíritu”, deja entender que, en el momento de su muerte, devuelve al Padre el Espíritu Santo que había recibido. Se trata de aquel mismo Espíritu que, desde las primeras páginas de la Biblia aparece como viento, lleno de fuerza e ímpetu, que, en el momento de la creación suscitaba la vida en el universo. Este mismo Espíritu, a lo largo de la historia, guió a todos los justos, animó a los patriarcas y profetas, cubrió con su sombra a la Virgen María para hacer de ella la Madre de Dios, descendió en forma de paloma sobre Jesús en el momento de su bautismo y estuvo con él durante su vida: se manifestaba en la fuerza que salía de Él en la predicación del Evangelio y la realización de los milagros. Este mismo Espíritu Jesús lo recibe de nuevo al resucitar de entre los muertos, para entregarlo a los suyos.
Con la fuerza del Espíritu los discípulos podrán continuar la obra de Jesús y llevarla hasta los confines de la tierra. Los que le había acompañado durante la vida pública, son llamados ahora a ser sus testigos, y para ello les otorga el Espíritu Santo. La misión que Jesús confía a los apóstoles con el don del Espíritu, encuentra su solemne comienzo en la escena que san Lucas ha recordado en la primera lectura, diciendo que el Espíritu, en forma de lenguas de fuego, bajó sobre los apóstoles, y éstos empiezan a proclamar las maravillas de Dios de tal manera que todos los pueblos, a pesar de las distintas lenguas, los entendían. El Espíritu ha puesto fin a las barreras que separan a las diversas naciones, para que en la unidad de la fe en Jesús, bajo la acción del único Espíritu, se lleve a cabo la unidad y la fraternidad de todos los hombres. 

San Lucas recuerda cómo todos los presentes en Jerusalén con motivo de la fiesta judía de Pentecostés, procedentes de distintas y variadas regiones del mundo, quedaron sorprendidos por el hecho de oir a los apóstoles hablar cada uno en su propia lengua. Esta característica del primer Pentecostés ha de entenderse en sentido espiritual y de hecho ha continuado a lo largo de los siglos en cuanto hombres y mujeres, de raza, lengua y cultura, temperamento y condición diferentes, han sabido, por la fuerza del Espíritu, vivir y trabajar en la unidad por haber sabido escuchar el único lenguaje de la fe y del amor que vienen de Dios. 

La manifestación sorprendente del Espíritu en el día de Pentecostés fue algo insólito, pero, de alguna manera, continuó en los primeros momentos de la vida de la Iglesia como recuerda el Nuevo Testamento. San Pablo, escribiendo a los Corintios enumera los carismas de sabiduría, ciencia, fe, gracia de curaciones, don de los milagros, profecía, discernimiento de los espíritus, don de lenguas, el saber interpretarlas, que el Espíritu suscitaba en los creyentes. Sería un error pensar que hoy el Espíritu ha dejado de actuar, por el hecho de que ya no son habituales aquellas manifestaciones sorprendentes. La actividad del Espíritu no ha cesado ni puede cesar. 

En efecto, San Pablo afirma hoy en la segunda lectura: “Nadie puede decir «Jesús es el Señor» si no es bajo la acción del Espíritu Santo”. Es decir se puede afirmar sin lugar a dudas que si la Iglesia existe, es por la acción del Espíritu. Es el Espíritu que hace a la Iglesia, que perdona los pecados de los hombres, los fortalece y anima, los hace permanecer unidos en la confesión de Jesus y su evangelio, para dar testimonio de él con una vida plasmada por la voluntad de Dios. No por ser menos visible y aparente la acción del Espíritu es menos real. No apaguemos al Espíritu, no le contristemos, sino déjemonos llevar por él para que nos conduzca a la plenitud del Reino de Dios.