Gerardo.
NARRADOR. Bernardo contaba ya en su
haber con el primer candidato de la lista para
acompañarle al monasterio de Cîteaux. Su hermano Guido, el mayor de los
siete hermanos, el cual como ya hemos dicho, llegaría a ser un elemento excelente que tomó en serio la
vida religiosa, como antes había tomado la del matrimonio, porque las enseñanzas de aquella
madre sin par, Alicia de Montbart -que no se cansaba de insistir ante sus hijos
la fidelidad a Dios- nunca las echó en olvido. De aquí que llegaría a ser un monje de cuerpo entero,
cumplidor fiel de los deberes impuestos por el estado monástico.¡Cuanto
pudiéramos añadir aquí en alabanza suya!
Tras
esta primera victoria, Bernardo no tardaría en habérselas con el segundo de los
hermanos, Gerardo, que le seguía a él en la lista de varones. Aunque todavía estaba libre de compromisos, sin
embargo, la fama que corría sobre él,
era poco halagüeña, pues era considerado
como el hueso más duro de roer, por cuanto iba a oponerle una resistencia
tenaz, que sólo el carácter indomable de Bernardo, unido a su oración ardiente
y perseverante por él conseguirían la victoria total contra toda esperanza.
GERARDO – gozaba de una fama de valor que corría de boca en boca. Sentía gran
afición por las armas, es más, gozaba
de poder emplearlas en defensa de su
pariente el Duque de Borgoña; pero Bernardo se empeñó en apartarle de aquella
profesión y enrolarle en otra milicia mucho más distinta y gloriosa de la que llevaban los penitentes
del desierto. Para iniciar el diálogo, buscó una oportunidad de poder
entrevistarse con él y entablar un diálogo
entretenido que el militar nunca pudo ni soñar.
¡Mira,
Gerardo, te voy a hacer una propuesta que te va a gustar! Sé que te agrada la
milicia, que toda tu ilusión es hallar un sujeto con quien medir el poder de tu
brazo robusto en una pelea, que no hay nada en el mundo que te ilusione tanto
como el manejo de las armas. Es una buena cosa, pero ¿por qué no te vienes
conmigo y te enrolas en otra milicia mucho más gloriosa que la de un soberano
terreno? ¿Por qué no me sigues a un lugar que te voy a mostrar? Mira: hace unos
años se establecieron unos monjes vestidos de blanco en un monasterio rodeado
de bosques al sur de nuestra región borgoñona, los cuales debido a los grandes
problemas que sucedieron, tuvieron que ausentarse un grupo de fundadores, con
los más jóvenes. Quedándose sólo allí un grupito de monjes mayores y sólo algún
que otro joven. Necesitan savia joven para
que se renueve la comunidad - bastante entrada en años- abrazando la
vida monástica para dar vida a aquel monasterio.
Por mi parte, estoy decidido a acudir a
la llamada de Dios engrosando las filas de aquellos hombres de Dios, pero no
quiero ir sólo, busco gente que me siga, jóvenes llenos de entusiasmo
dispuestos a continuar con aquella empresa que está atravesando por malos
momentos. ¿Por qué no lo piensas en serio
y te vienes conmigo? Medita estas frases lapidarias de la Biblia:
"¡Servir a Dios es reinar"! El que deja padre, madre hermanos y todas
las cosas del mundo por amor a Cristo y se viene conmigo. Qué alegría sería
para mí poder contar contigo.¡Piénsalo bien, pero pronto y dame un sí rotundo!
GERARDO - (Despectivo y mal humorado) Ignoro por completo ese lenguaje; es más,
no tengo necesidad de entenderlo; porque me hallo muy satisfecho sirviendo a
nuestro pariente el Duque. ¡No me vengas con músicas! ¡Todos somos libres y que
cada cual vaya por donde le dé la gana, que a mí me tiene sin cuidado lo que me
propones.
BERNARDO - ¡Gerardo! ¡Teme ser infiel a
la gracia del cielo, que hoy llama a la puerta de tu alma por boca de este tu querido hermano! ¡Tal vez esta obstinación
que noto en ti, pueda resultarte
demasiado cara por lo que te pueda acaecer!
GERARDO (Más sosegado) Ya sé que has logrado conquistar el corazón de nuestro hermano mayor Guido, pero
pienso que conmigo no tienes nada que hacer. Me parece el colmo de la demencia
que nosotros, nacidos para brillar en el mundo, para conquistarse un nombre
ilustre como el de nuestros antepasados, renunciemos a tantas caricias como nos
sonríe la vida de la milicia, para encerrarnos en la oscuridad de un
convento... Aprovechémonos de la vida, que lo demás es cuento. Con tal que
llevemos una piedad ordinaria como todo el mundo, es suficiente para merecer el
último rincón que quede vacío en el reino de los cielos. ¡No quiero oír hablar de penitencia!
BERNARDO - (Persuasivo) Más necedad existe indudablemente en aquellos que, dándose cuenta de que todo
lo de esta vida es fugaz, pasajero, deleznable y digno de desprecio, a pesar de
ello se apegan a las cosas terrenas, yendo ciegos tras la copa de un placer
momentáneo que el mundo les brinda en abundancia. Créeme -Gerardo- la verdadera
felicidad se halla única y exclusivamente en el servicio de Dios, y en
crucificar la carne con sus apetitos en vida para conquistarse un puesto
ilustre en el cielo. ¡Esto es sin duda alguna el colmo de la alegría para un
cristiano que viva honestamente en el mundo.
GERARDO - Ya sé que eres muy amigo de predicar, de llevar el agua a tu molino,
haciendo que todos bailen al son que tu tocas, pero has chocado con un sujeto
bastante empedernido, con el cual no tienes nada que hacer. ¡Mira! ¿Sabes lo
que estoy pensando? Que te has equivocado conmigo, porque pierdes
lastimosamente el tiempo. Dejémonos de historias: sigamos cada cual el camino
que Dios nos ha trazado, y san Pedro será benigno con nosotros el último día
cuando acudamos a llamar a su puerta.
BERNARDO - (Muy serio) Veo que eres duro de cerviz, como
militar que eres. Pero a pesar de ello, no cesaré de insistir contigo hasta ganar la batalla. Quiero añadir, para
terminar, que si no es por las buenas, va a ser sin duda por las malas. ¡Ya lo
verás! Te añado, mí
¡Gerardo!´, que pierdes
lastimosamente el tiempo con este tu hermano que busca lo mejor para ti. No esperes que haga el infeliz como lo hizo
Guido, dejando a su esposa y a sus dos hijas, para dar gusto a un hermano amigo
de dominar siempre. Creo que debemos dar por terminada la sesión ¡Tararí…!
Añadiré que no podemos continuar
discutiendo, porque perdemos el tiempo y además en este momento la corneta
llama a formar, y no me es posible
faltar a los deberes que impone la milicia. Te dejo en paz con el mejor deseo
de que todos aquellos con quienes trates de conquistar, los halles más
asequibles que a este soldado servidor de nuestro pariente el duque.
BERNARDO (Entusiasmado):
Así me agradan los hombres, que sean amigos de cumplir con puntualidad sus
deberes, acudiendo presurosos al toque de la corneta. Pero ten en cuenta lo
siguiente: Ya que no has querido ceder por las buenas, el Señor
se encargará de llevar a cabo lo que desea de ti por los medios inverosímiles
que él tiene en su mano. (Le señala con el dedo el costado de Gerardo)
"Vendrá un día -y no está lejos- en que una lanza herirá este costado en
el sitio que estoy tocando, y abrirá camino a pensamientos más saludables”.
Se despidieron ambos hermanos con
un abrazo no muy caluroso, yendo cada cual a cumplir con su deber, Gerardo
satisfecho de haber logrado alejar de su lado a aquel hermano que le resultaba
importuno porque se metía en sus cosas, y Bernardo seguiría orando con
insistencia a Dios para que completara los planes que tenía señalados sobre
él. - A los pocos días, éste tuvo que
tomar parte en una batalla contra los enemigos del Duque; le tocó las de
perder: fue herido en un costado y hecho prisionero, dando con sus huesos en un
oscuro calabozo, cargado de cadenas. Viéndose abandonado de todos, con peligro
inminente de que las heridas se le gangrenasen y como resultado expuesto a comparecer
de un momento a otro en el tribunal divino, recordando las palabras proféticas
de su hermano Bernardo, quien le predijo la herida precisamente en aquel sitio
que le señaló con el dedo; comenzó a dar voces despavoridas diciendo:
"¡Soy monje, soy monje del Cister!"
Pronto llegó
a oídos de Bernardo todo lo sucedido, y le faltó tiempo para acudir presuroso a
las puertas de la prisión, llamó en seguida. Le permitieron entrar y llegar hasta el calabozo donde estaba
Gerardo, se puso en contacto con él, hizo lo que pudo por curarle las heridas y
obtener la libertad. Le explicó detalladamente todo lo que había pasado,
animándole a soportar la dura prueba, prediciéndole que pronto sería rescatado.
Así sucedió Bernardo se entrevistó con los jefes de la prisión, se les dio a conocer, tardando
poco en que le diera la libertad al soldado. Cuando todo había quedado
normal, en él encontró el segundo
voluntario para seguirle de monje a la
fundación de Cîteaux, integrándose en el número de los treinta. Rápidamente
acudió con él en dirección de Chatillón sur Seine.
Gerardo fue un monje cabal en Císter
primero, y en Claraval después, llegando a ser como el brazo derecho del propio
san Bernardo, que le ayudó en todo momento hasta merecer una muerte santa. Es famoso
el sermón de las exequias que pronunció el Santo con ocasión de la muerte de su
hermano Gerardo, lamentando más su falta por los servicios que prestaba a su
persona, que por el hecho de ser hermanos de sangre.
Obtenida la victoria difícil sobre su hermano
Gerardo. Bernardo la emprendió para tratar de atraer hacia si nada menos a su
tío Galdrico.
Galdrico
Se trataba de un excelente varón,
hermano a Alicia, la santa mujer que Dios puso en el Castillo de Fontaines por
compañera fiel de aquel varón justo que se llamó Tescelino, a fin de dar vida a
los siete hijos que estaban destinados a consolidar la orden Cisterciense, la misma que no pudo llevar a
cabo san Roberto de Molesmo, según queda dicho, y Dios había suscitado a Bernardo para poder
lograrlo por diversos caminos que estamos tratando de explicar. Galdrico era un
Caballero popular que vivía en la Borgoña no lejos de Fontaines dando un
admirable ejemplo de vida cristiana en toda la comarca. Como su vida estaba
relacionada con los hijos de Tescelín y Alicia, poco tardó en enterarse de los
manejos que Bernardo traía entre manos, además de que muchas veces eran los dos
quienes se entendían perfectamente y dando
por descontada su adhesión total al grupo de candidatos que iba
conquistando Bernardo para consolidar Cîteaux.
Despedida de Fontaines
BERNARDO, mientras tanto, con el resto de
postulantes reunidos, por haber llegado el momento de la partida,
acudieron todos al castillo de Fontaines
para despedirse de de su padre, el venerable Tescelín y pedirle su bendición.
Los cinco hermanos y demás compañeros que seguían se presentaron en tropel en
el castillo a despedirse de aquel patriarca a quien tanto amaban, para pasar
unas horas con él, disfrutar de un espléndido banquete y a continuación recibir
sus últimos consejos y pedirle su
bendición. Pasaron todos un rato
agradabilísimo, y luego de despachar el gran menú
festivo que había mandado
preparar, se dispusieron a emprender la
marcha,- no sin enterarse antes del benjamín de la familia,
NIVARDITO, con doce
años, a quien habían echado de menos
Efectivamente, aquel benjamín
de los hermanos por ser muy pequeño no podía seguirles al convento. En aquel
momento se hallaba jugando en la plaza con los demás niños. Se acercaron los
hermanos y todo e grupo a darle el adiós con un
abrazo. Guido, el hermano mayor a
quien ya conocemos, tomó la palabra en nombre de todos, y le exhortó:
(Cariñoso) Ya ves, Nivardo - le dijo -:
aquí tienes a todos tus hermanos que venimos a despedirnos de ti, porque nos
vamos al Císter; que es un monasterio donde vamos a consagrarnos a Cristo en la
paz de la vida monástica para vivir solo para Dios. Todos, de común acuerdo,
hemos acordado lo siguiente: Dada corta
edad, te quedas en el mundo, con nuestro padre, Humbelina y con su esposo. Como no quedan otros herederos, el castillo y
toda la hacienda que nos pertenecía a los hermanos va a ser toda para ti:
porque nosotros no necesitamos nada del
mundo; quedas tú sólo como dueño universal de cuantos bienes pudiéramos heredar
nosotros. Nos bastan sólo los que Dios
nos tiene preparados en el cielo.
NIVARDO - ¡Se quedó
pensativo sin saber qué responder, sorprendido por la novedad de aquella
promesa que le acababan de hacer. Luego de pensarlo un rato, contestó al
instante:
¡Bueno es éso! ¿Conque vosotros elegís el
cielo y a mí me dejáis la tierra? Eso no puede ser, no lo acepto, el reparto no es igual. ¡
Terció BERNARDO. ¡Ten ánimo, muchacho, sé fiel a Dios, que ya llegará el día –no
tardando- en que podrás unirte a nosotros en el claustro, y darás mucha gloria
a Dios en el Císter borgoñón y en España.
Efectivamente, al llegar a los quince años
renunció todas las cosas de la tierra para unirse a sus hermanos que se
hallaban sirviendo a Dios en la abadía de Claraval recién fundada por su propio hermano Bernardo, cuyo
nombre se estaba difundiendo en auras de
celebridad por las principales naciones europeas merced a su intenso apostolado y dinamismo
desplegados por doquier.
NIVARDO sería un
puntal de primer orden del que echarían mano de él los superiores para echar
cimientos de diversos monasterios. Los españoles tenemos un grato recuerdo
suyo, pues aun cuando el hecho no está bien probado, con todo, personalmente
opino que es cierta la opinión general de la mayoría de nuestros historiadores
de haber sido él quien echó los cimientos del famoso monasterio de la Santa Espina (Valladolid) en
el año 1147, habiendo muerto allí en
olor de santidad, aunque el Señor no ha permitido que se conociera el lugar de su sepulcro. Por mas que se intentó desde
el primer momento.
Casualmente
se hallaban cuatro o seis antiguos amigos de estudios de Bernardo, tenían algunas impresiones sobre
intenso apostolado que venía haciendo aquel hombre en la comarca buscando
adeptos, y al enterarse que aquel gran amigo y pariente de Bernardo, se
iría con él, les faltó tiempo para dar
su nombre para incorporarse en el
momento que lo dijeran a sus padres. Acudieron luego a presentarles sus
deseos vocacionales, obteniendo fácilmente un
feliz resultado.
En el que estaba el punto de reunión de los prosélitos que
Bernardo iba reuniendo. Allí se le unieron varios amigos desde los tiempos del
colegios, entre los cuales se pueden citar Godofredo de la Roca, un primo suyo
llamado Hugo de Vitrí, otro pariente del santo por nombre Roberto que se mostró
de conducta intachable durante los primeros años, pero después se dejó seducir
por los monjes cluniacenses, ocasionándole no poca amargura, pero le dirigió
una carta lamentando su fea acción de
dejar el Císter, logrando que volviera a
Claraval y muriera en fama de santidad.
BERNARDO. Fijada la fecha de la partida
para Cîteaux, Su intensa labor proselitista hasta reunir el grupo de los
treinta compañeros que tenía previstos para capitanear, los fue recogiendo sin
cesar, entre los cuales, además de los hermanos Bernabé y Andrés, lo fue
completando, y no son dignos de ser presentarlos por no haber escenas
llamativas, sólo hubo uno digno de mención su tío Galdrico, personaje
distinguido, entrado en años, que habiendo quedado viudo, y habiendo oído las propuestas de su sobrino, se sintió joven
y le dio palabra de seguirle al desierto, resultando un monje hecho y derecho.
Ya tenía Bernardo consigo aquel tropel de treinta pretendientes. Pero todavía
no hemos dicho nada sobre el lugar que le había llenado de ilusión. Vaya una pequeña síntesis del motivo por el que
San Bernardo pensó poner en marcha aquella empresa de jóvenes entusiastas que
estaban dispuestos a seguirle.
20 NARRADOR. La orden del
Císter, fundada en 1098, hacía sólo doce años- por Roberto de Molesmo y un
grupo de monjes benedictinos en las selvas de Cîteaux. Tan austera era aquella
vida, que alejaba de sus puertas a los pretendientes, y los que se acercaban,
no se decidían a entrar. El abad Esteban Harding temía por el porvenir de la
casa, pero Dios acudió en su ayuda con la llegada de Bernardo y demás
compañeros, reclutados entre las clases más distinguidas de la Borgoña. Desde
aquel momento, comenzó el desbordamiento de vocaciones, de suerte que no
tardaron en fundar un nuevo monasterio, al que seguirían otros hasta el punto
de poblar de abadías las principales
naciones europeas.
**********************************
21 TESCELÍN
Con
la despedida de Bernardo y demás
compañeros, ya sólo quedaba como único morador del castillo de Fontaines
Tescelín, aquel padre dignísimo de tales hijos, en compañía su hija Humbelina
que había contraído matrimonio y vivían a su lado alegrando su vejez. Sucedió
que un día cuando ya Bernardo se hallaba ya instalado echando los cimientos de
la abadía de Claraval y tenía a sus órdenes los demás hermanos y compañeros que
había reclutado y llevaba consigo, se le ocurrió hacer un viaje al monasterio para visitarles. Le recibieron como era de
suponer, lo mismo que a un patriarca, deshaciéndose todos en atenciones hacia
él, lo mismo sus hijos que los demás monjes, pues se daban cuenta de la
grandeza de aquel hombre que había sido capaz de forjar los corazones de los
hijos que allí vivían para Dios en completa ascesis.
Regresaría
al castillo, y allí vivía gozoso de haber sido un fiel cumplidor de la misión
que Dios le había confiado en el mundo. Con santo orgullo contemplaba los
trofeos pendientes de los muros descarnados de la fortaleza, premio al esfuerzo
de sus cacerías y victorias amigas contra los enemigos, pero le faltaba
conseguir una última victoria no menos ardua que las anteriores: triunfar de si
mismo. También lo conseguiría no tardando com vamos a ver.
Cierto
día, en uno de los viajes apostólicos que Bernardo se vio obligado a hacer al
mundo para arreglar asuntos, al pasar no lejos del castillo de Fontaines, se
acercó unas horas para abrazar a su querido padre, para enterarse cómo seguía y los problemas
que le aquejaban. Antes de despedirse, le abordó al anciano de manera
inesperada:
BERNARDO: Papá: ¿Qué haces aquí solo en el mundo? No tienes a nadie que alegre
tu vejez, que comente contigo los acontecimientos de cada día, que te entretenga
en las largas noches invernales? ¿Por qué no te vienes con nosotros a Claraval,
para vivir en la casa de Dios, en compañía de todos tu hijos, que allí son
felices por haber hallado el cielo en la tierra. ¡Sería el colmo de la alegría de todos nosotros,
que surgiera en tu corazón un arranque de fe generosa, que te atrevieras a dejar a un lado todas las
cosas de la tierra en manos de tu hija y te vinieras con nosotros a la soledad.
TESCELIN. Perdona, hijo, pero es que nunca lo había pensado, pues mis canas no
están para dejar el mundo y retirarme a un desierto solitario. Perdona, papá,
precisamente por hallarte tan sólo y
desamparado, permítame que insista: ¡Te hablo muy en serio, papá! ¡Vente con
nosotros a Claraval, ya verás qué feliz vas a ser en compañía de tus hijos, a
quienes proporcionarás la mayor alegría.
Vuelvo a insistir: Perdona, ¡Hijo! ¿Qué
podrá hacer un viejo como yo de más de
setenta años en un monasterio? No quiero
pensar que voy a ser una verdadera carga
para vosotros. ¡Si fuera más joven, otra cosa sería, pero ¡a estas alturas!
¡No digas eso! Papá, puedes rezar,
puedes sacrificarte por la Iglesia y por el mundo, porque tienes un corazón
joven, capaz de amar a Dios con verdadera obsesión; en el momento que te veas
arropado y querido de tus hijos y todos
los demás monjes que nos acompañan, se sentirán felices, porque en Claraval,
todos formamos una verdadera familia... Tus únicas preocupaciones en la vida
monástica van a ser: entregarte a
labores humildes y buscar la manera de
agradar a Dios. Indudablemente puedes llegar a conseguir una perfección tan
encumbrada, como el más santo de los monjes con muchos años de vida monástica.
Si así es, no tendrá inconveniente
alguno en recluirme en Claraval, y ponerme a tus órdenes. Lo voy a pensar en
serio, y si al fin me decido, ya te avisaré de inmediato, para que pienses
en la manera de venir a buscarme.
A
los pocos meses, el señor del castillo de Fontaines, el bizarro militar de otro
tiempo, el esposo fiel de Alicia, una vez arregladas todas sus cosas y dejadas
legalmente a su hija Humbelina, avisó a su hijo comunicándole que estaba
dispuesto a abrazar aquella vida, y por lo tanto podía acudir a recogerle.
Rápidamente acudieron en su busca y se
fue a Claraval a ponerse bajo la dirección de su mismo hijo. Fue una de las
mayores fiestas que se celebraron en aquella abadía de santos varones, cuando
después la prueba precia como todos los nuevos que ingresaban, acordaron que se
celebrara la vestición del hábito humilde de de hermano converso,
perseverando hasta la muerte que fue la de un santo. Esta fue la más señalada
victoria obtenida por el esforzado guerrero de antaño.
Humbelina
NARRADOR - De toda aquella familia, ya
sólo quedaba en el mundo Humbelina, única hembra, como debemos entre los hermanos. Era la heredera universal
de todos los bienes que tenían sus padres, puesto que los demás hermanos habían
renunciado todo por Cristo. Educada en
la piedad sólida por su santa madre
Alicia, al verse sola en el mundo, joven y deslumbrante de belleza, comenzó a
dejarse esclavizar por las modas. Vivía feliz con su esposo, un caballero
distinguido de su misma alcurnia, rodeados ambos de distinguida servidumbre
pero Dios no les concedió descendencia,
porque tenía para ella otros fines laudables. Pasaron varios años juntos viviendo ella como gran señora aprovechando
de todas las distracciones honestas que facilita el mundo, viajando de continuo
con su esposo y servidumbre en busca de lugares placenteros.
Visita
Claraval. Cierto día, le entraron ganas de visitar Claraval donde oresidía su
hermano Bernardo y se hallaba su padre y
todos los hermanos que allá se hallaban sirviendo a Dios en un estado santo
pero de sacrificio. Se atavió lo mejor que le dictó su vanidad, mandó preparar
un carruaje deslumbrante y rodeada de servidumbre emprendió la marcha a
Claraval, semejando una verdadera princesa.
Al llegar al monasterio, mandó llamar a la portería. Poco tardó en salir
a abrir Andrés, uno de los hermanos, quien reconociéndola al instante, luego de
los saludos cariñosos, que se deja comprender, le faltó tiempo para echarle una
mirada de arriba abajo, haciendo cierta mueca de desagrado, increpándole algo
serio.
¿Pero
Qué estoy viendo? ¿Eres tú la hija de
Alicia de Montbart? ¿Acaso esas alhajas deslumbrantes cubren otra cosa que un
saco de podredumbre? No me explico cómo has llegado a ser una mujer tan
mundana, habiendo tenido una mandre tan santa y ejemplar.
UMBELINA - (entristecida). Es verdad: soy una pobre mujer mundana y pecadora que rinde demasiado
culto a un cuerpo de barro vistiéndole con galas, que al fin no son otra cosa
que trapos.
ANDRES - Ahora mismo voy a dar cuenta a Bernardo de tu
llegada, pero puedes suponer la cara que
pondrá en el momento que le diga que te has presentado aquí con un tren de vida
respirando soberbia.
BERNARDO. Recibida la información de para del potero, mandó
llamara a Andrés con este recado: vete a ver a Humbelina y dile que su hermano Bernardo tiene más mas
serias que hacer, que complacer a una mujer mundana. Lo mejor que puede
hacer es que se vuelva por donde ha
venido, que en Claraval, hay mucho que hacer, lo dejaremos para otra ocasión!
ANDRES - (Serio) Me acaba de decir
Bernardo que hoy no puede recibirte, que sus múltiples ocupaciones le impiden
satisfacer los caprichos de una mujer sumergida en las vanidades del mundo... Me
añadió que tomaras el camino y te vuelvas por donde has venido, que tendríamos
otra ocasión para vernos....
HUMBELINA - (Llorosa) ¡Pobre de mí! Soy una mujer culpable, es cierto; por eso
precisamente busco la compañía de los
santos; si nuestro hermano Bernardo desprecia el cuerpo, que el siervo de Dios
tenga al menos compasión de mi pobre alma, que estoy dispuesta a hacer cuanto
él me diga... Vuelve a insistir con él para que me perdone; estoy segura que lo
hará, porque tiene un corazón compasivo. Dile que esta visita ha de servir para
transformar mi vida. Volveré al mundo, si, pero ya no seré más del mundo... El
portero volvió a entrar en el monasterio, se dirigió a la celda de Bernardo, le
transmitió el mensaje que le había dicho su hermana. Era lo que él esperaba: un
golpe fuerte de la gracia divina para que quedara transformada. Mandó avisar al
padre y a los demás hermanos, y todos salieron a la hospedería. Luego de los
abrazos cariñosos que la prodigaron todos, se sentaron en corro a comentar
cosas de la familia.
HUMBELINA... ¡Papá, qué ganas tenía de verte!... ¿que tal te va con esta vida, tan
distinta de la que llevabas en el castillo? Me figuro que te habrá costado
mucho adaptarte, pero ahora disfrutarás de una paz envidiable. ¡Hija! Nunca
pensé que se podía ser tan feliz en la tierra, y menos dentro de los muros de
un monasterio, donde no nos enteramos de nada de lo que pasa en el mundo. Dios
está tan cerca de nosotros, la presencia de la Virgen se siente tan cercana,
que no me explico cómo es posible que no invadan los monasterios multitud de
jóvenes como andan amargados y sin rumbo por esos mundos, expuestos a la
condenación eterna...
GUIDO. ¡Sin duda tendrás noticias de Isabel y de mis dos niñas Adelina y
Lucrecia, que ya serán unas mocitas! Les puedes decir que soy muy feliz de
haber hecho el sacrificio tan grande que Dios nos ha pedido a todos, pero no fue
ni será nunca por desafecto hacia ellas, antes las amo ahora con todo mi
corazón, y después de Dios, todo mi afecto, todo mi recuerdo, lo mejor de mis
oraciones son para ellas, para que sean fieles a Dios en el mundo.
HUMBELINA - Las veo con frecuencia a las
tres porque cada poco se acercan al castillo donde pasan buenos ratos a mi
lado. Todas conversamos alegremente, comentando los recuerdos de los tiempos
pasados. Las niñas son dos criaturas preciosas, muy espigaditas, y ambas de
costumbres angelicales. De seguro que cuando llegue a casa, allí estarán
esperando noticias de vosotros y de los demás hermanos, por supuesto, lo
primero que me preguntarán será por el abuelito, que tanto las mimaba dándoles
todas las golosinas que caían en sus manos.
TESCELIN - Diles a las dos de mi parte que
su abuelito está viviendo los mejores momentos de su vida, que ha encontrado en
la tierra una felicidad envidiable, y esta felicidad sólo se halla en Dios,
viviendo unido a él, y sacrificándose por el mundo. Que ellas traten de vivir
también una existencia centrada en Cristo, teniendo siempre a la Virgen por
estrella que guíe sus pasos; verán cómo también hallarán una felicidad grande,
aunque nunca será tan intensa como la que tenemos las almas consagradas.
BERNARDO - Teníamos muchas ganas de saber de tu vida, Humbelina. Eras la única
mujer que Dios puso entre los seis hermanos, a quien amábamos todos, pero que
Dios te llamó por caminos muy distintos a los nuestros. Los demás hermanos y
yo, aquí estamos sirviendo a Dios, disfrutando de una felicidad que si el mundo
se enterara -como decía muy bien papá- asaltarían los monasterios multitud de
pretendientes.
NARRADOR - Siguió la animada conversación durante todo el día, sobre todo
recordaron las virtudes de su madre Alicia, que bien podía ser candidata a los
altares. Sobre todo Humbelina se interesó mucho por Nivardo, el benjamín de la
familia, recién profeso, que se mantenía silencioso y estaba a la expectativa,
dejando que hablaran los demás hermanos: HUMBELINA. Y tú, Nivardito, no me dices
nada. ¿Qué tal te sienta esta vida de retiro del mundo y de continua
penitencia? Me figuro que no te habrás olvidado de tus amigos, y de tantos
recuerdos gratos como dejaste en el Castillo y sus alrededores. Qué quieres que
te diga. Esta vida, para mi es haber hallado el cielo en la tierra, porque
nuestro recogimiento comunica una paz indecible.
NIVARDO - No te puedes hacer una idea a
lo feliz que soy en esta vida, que para los mundanos les parece triste, pero
aquí siento a Dios tan cercano, que estoy como pez en el agua, al verme rodeado
de tantos hermanos que me quieren no sólo los de la familia, sino también todos
los demás monjes, pues formamos una verdadera familia. En cuanto a olvidarme de
mis amigos, y de tantas cosas como me rodeaban en el castillo, es imposible. De
los amigos me acuerdo mucho pero en el sentido de pedir por ellos para que sean
fieles a Dios. Del castillo, me acuerdo sobre todo de los perros con los que
jugaba, de los rincones del bosque por los que merodeaba sin cesar, sobre todo
en la primavera para buscar nidos y recoger avecillas que luego
enjaulaba.¡Imposible olvidar tantos recuerdos de la infancia! Ahora, mis
aficiones son muy distintas. Me han enseñado a ser alma de oración, a estimar
el sacrificio en su justo valor, a amar a la Virgen con toda la ternura. Esta
es mi vida, que no cambio ni por nada
aunque me ofrecieran todo el oro del undo.
COLOFON - A última hora de la tarde, Humbelina se despidió de su padre y
hermanos, abrazándose con toda la ternura que se deja comprender y emprendió
viaje de regreso al Castillo. Aquella visita marcó huella imborrable en su
vida, porque llegó a Claraval con el corazón esclavizado por las modas y
atractivos mundanos, y salió de allí con un despego total de todas esas cosas
que llenaban su vida, pero no llenaban su alma. Comprendió que la verdadera
felicitad solamente se halla en Dios y en su seguimiento fiel, tratando de hacerlo
ene. Porvenir de su vida, comenzando
vivir de manera muy distinta. Dejó a un lado todas las alhajas y trajes
llamativos, se enamoró de aquellos que antes
menos le agradaban, frecuentaba la iglesia, los sacramentos todo lo
permitido en aquellos tiempos, se retiró de conversaciones y tertulias inútiles,
sólo hallaba gusto con las cosas espirituales. El pensamiento de sus hermanos
la obsesionaba, pensaba en la manera como lograr alcanzar una dicha semejante.
Le parecía cosa difícil, pues los lazos del matrimonio la tenían encadenada al
mundo. No obstante, comenzó a insistir con su marido -persona buena- quien al
ver que la esposa persistía en retirarse a vivir en el desierto, abrazando la
vida monástica como sus hermanos, hizo a Dios ese sacrificio, dejándola abrazar
la misma regla que observaban su padre y sus hermanos.
Una vez que
la autorizó a dar el paso, ella pidió el ingreso en el monasterio benedictino
de July -no pudiendo abrazar la observancia cisterciense, como sus hermanos,
porque todavía no se habían fundado estas religiosas cistercienses, llegando a
ser una alma de verdadera entrega, pues sus virtudes no fueron inferiores a las
de sus hermanos. Hoy figura en el catálogo de los santos, Su fiesta es el 12 de
Febrero.
Ahora si que:
¡TODA LA FAMILIA HABÍA ALCANZADO A CRISTO, puesto que los siete hermanos y el padre se habían consagrado a él, y
¡tres de ellos merecieron el honor de los altares! Bernardo, Gerardo y
Humbelina!
Por Fray Mª Damián Yáñez Neira
Monje de Oseira
(Orense)
1ª PARTE
|
2ª PARTE
|
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