“Cuando Juan predicaba el bautismo,
Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó
haciendo el bien. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al
tercer día y nos lo hizo ver. El apóstol san Pedro resume el contenido de la fe
cristiana, afirmando que Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, murió por
nosotros, y que fue constituído Señor y Mesías en virtud de su resurrección de
entre los muertos. Jesús pasó haciendo el bien, fue como el peregrino que pasa por este mundo,
visitando a la humanidad en nombre de Dios, para traer la salvación. Pasaba
haciendo el bien, y todo esto porque Dios estaba con él. Jesús es realmente el Emmanuel,
el Dios con nosotros que se nos prometió en la Navidad.
En la noche del Jueves Santo, el
evangelista Juan pone en labios de Jesús esta plegaria: Padre, glorifícame
cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo
existiese. La resurrección com-porta para Jesús una vida nueva junto al Padre,
que el pobre lenguaje humano expresa diciendo que está en lo alto, allá arriba,
si más no, más allá de la muerte, de las deficiencias de nuestra naturaleza
limitada. Jesús quiere que todos los que creemos en él, estemos con él, allá
arriba, junto al Padre, compartiendo su trono. Y eso no sólo después que
hayamos pa-sado como él por la muerte. San Pablo nos dice que, por la fe, hemos
muerto con él, hemos resucitado con él, que nuestra vida está escondida con
Cristo en Dios y en consecuencia hemos de buscar los bienes de allá arriba.
Celebremos pues la Pascua, no con levadura vieja sino con panes ázimos la
sinceridad, la verdad, de justicia y de amor, y así trabajar para que el mundo
sea una masa nueva en Cristo Jesús.
"RESUCITÓ DE VERAS MI AMOR Y MI ESPERANZA" ¡ALELUYA!
Los discípulos, al igual que fueron
testigos de su actividad, de su doctrina, de sus milagros, fueron testigos
también de su aparente fracaso, de su muerte en el patíbulo. Pero son también
testigos de otra realidad que necesitan gritar a todo el que quiera escucharles:
¡Dios lo resucitó! No tiene miedo Pedro que le digan que está ebrio, que no
sabe lo que dice, pero él y los demás discípulos, que han sido testigos de toda
la vida del Maestro hasta su muerte infamante, ahora son llamados a ser
testigos de su nueva vida, de su resurrección: “Dios nos lo hizo ver, hemos
comido y bebido con él después de la resurrección”. La iluminación que Jesús
resucitado otorga a sus discípulos está destinada a todos los que creerán por
medio de la palabra de los apóstoles.
En la noche del jueves santo, en un
arranque emotivo pudo decir a Jesús: “Yo estoy dispuesto a dar la vida por ti”,
pero las tres negaciones le hicieron medir su limitación, le enseñaron a ser
más prudente. Por esto, al ver la tumba vacia, las bendas y el sudario, no se
deja llevar por una reacción rápida, que corre el riesgo de ser precipitada, y
por esto el evangelista afirma que empieza a entender las Escrituras: que Jesús
había de resucitar de entre los muertos. Es el primer paso para la fe
auténtica. La tumba vacía de por sí es un argumento ambivalente, no basta para
explicar la resurrección. Sólo aceptando la Escrituras, es decir aceptando la
historia de las intervenciones de Dios en bien de la humanidad, se puede cree y
confesar que ha resucitado de entre los muertos. Después Pedro y los demás
apóstoles, recibieron una confirma-ción de su fe, al comer y beber con él. Con
todo no podemos olvidar lo que Jesús dirá a Tomás: “Dichos los que crean sin
haber visto”.
"RESUCITÓ DE VERAS MI AMOR Y MI ESPERANZA" ¡ALELUYA!