20 de marzo de 2016

Tránsito de San benito 21 de Marzo


La familia benedictina celebra hoy 21 de marzo, el Tránsito de San Benito de Nursia, nuestro Fundador y Legislador. Es el tránsito de esta vida a la eterna, es decir, paso de su vida mortal a la gloria de Dios. Vivió, como se asume tradicionalmente, entre los años 480 y 547 y sin embargo aún está muy vivo en este mundo en todos y cada uno de los que seguimos sus pasos en la vida monástica que él legisló.

Nos llena de alegría esta fiesta, porque vemos cómo la existencia terrena de nuestro Padre  en  la  vida  monástica  llega  a  su  término  llena  de  frutos  de  santidad  y  de irradiación del Evangelio. San Benito que vivió enseñándonos que la única meta del hombre es el Cielo. Este vivir para alcanzarlo, colma sus ansias y lo libera del peso de lo material para entregarse al Amor de la Eternidad, Dios. Él, con su ejemplo de vida manifestado a su vez en su Regla que a nosotros nos marca el camino que conduce al Cielo,  nos enseña a entender lo que es esa “Meta”, y a desearla crecientemente a medida que lo vamos experimentando ya en este mundo. Y si alguien lo ha deseado ardientemente, ése, era él mismo.

S.  Benito cumplió  su tarea, la misión que un día en medio del silencio de Subiaco, Dios le encomendó. Amado de Dios, en intimidad constante, supo de su pronta partida. Avisó de su muerte a algunos de los suyos, prohibiéndoles manifestar a todos la noticia para no entristecerlos anticipadamente. Él mismo, seis días antes de su tránsito, mandó abrir su sepulcro. Quien vivía inmerso en Dios y en las realidades sobrenaturales, no tenía miedo de la muerte. Cuando se acercaba el momento de partida se hizo llevar por sus discípulos a la Iglesia, donde confortado con el Cuerpo y Sangre de Cristo y sostenido entre los brazos de sus hijos de religión, de pie con las manos extendidas hacia el Cielo, exhaló el último aliento entre palabras de oración.

            En el mismo día de su tránsito, dos de sus discípulos que se hallaban uno en el monasterio y otro lejos de él, tuvieron una misma e idéntica revelación. Vieron en efecto, un camino adornado de tapices y resplandeciente de innumerables lámparas, que por la parte de oriente, desde su monasterio, se dirigía derecho hasta el cielo. En la cumbre, un personaje de aspecto venerable y resplandeciente les preguntó si sabían qué era aquel camino que estaban contemplando. Ellos contestaron que lo ignoraban. Y entonces les dijo: "Este es el camino por el cual el amado del Señor Benito ha subido al cielo".

            San Benito dejaba una Orden llena de vitalidad que será uno de los más sobresalientes medios para extender el Evangelio y la cultura. La herencia de San Benito llenará al mundo de esperanza.

            A poco que pensemos nos damos cuenta de que la vida de los que triunfan del mundo y del mal, siguiendo los caminos del Señor, como lo hizo con heroísmo San Benito, no termina nunca sino que sigue en la Eternidad para ser mensaje y lección permanente de que nuestra meta es el Reino de los Cielos.

Para comenzar a vivir y disfrutar esa vida ya de alguna forma, aunque no en plenitud,  debemos pedir el desearlo con la mayor intensidad posible como él y como todos los santos lo han pedido y deseado. Si no lo deseamos, difícilmente daremos pasos para obtenerlo. Y, además de desearlo, como hemos dicho, debemos pedirlo también sinceramente en la oración, porque avanzar por el camino del amor perfecto y disfrutar de la felicidad eterna es un don de Dios. Pero, también debemos trabajar con la ayuda de la gracia; si no lo trabajamos tampoco lo obtendremos.  Debemos  trabajar  espiritualmente  para  llegar  tanto  como  nos  sea posible a la plenitud del amor evangélico y así poder participar de la gloria de Cristo. Lo tenemos fácil: San Benito, en su Regla, nos enseña cómo debemos hacer este trabajo que conduce a la plenitud.

            Por eso hoy es el día de acercarnos a su memoria y en la plegaria le preguntamos qué tenemos que hacer para amar a Dios sobre todas las cosas y alcanzar la Felicidad plena, y entonces recibiremos de sus manos la Santa Regla, y con ella aprenderemos las monjas, los monjes y todos los creyentes, que la vida es para “Amar al Amor”, es Él que dirige nuestras palabras, alabanzas, esfuerzos, silencio y austeridad hacia Fiesta Eterna con el que lo es Todo para nosotros, es nuestro Único Vivir: Cristo.

          Con vosotros que visitáis nuestro Blog y nos reconocéis como hermanos, unimos a la nuestra, vuestra acción de gracias, en esta Fiesta del Tránsito de S. Benito, por este don de la llamada a seguir al Señor por distintos caminos hacia la misma Meta, y le pedimos que Él, siga siendo la fuente donde sepamos beber y encontremos cada día el coraje, para recorrer con Él, cada uno desde su punto de partida, el camino que Él mismo marcó y recorrió.

Hna. MJP

19 de marzo de 2016

Domingo de ramos 2016

      


“¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto”. San Lucas pone en labios de la multitud que acoge a Jesús en su entrada en Jerusalén esta aclamación. No era la primera vez que visitaba la ciudad santa, pero en aquella ocasión quiso dar una solemnidad inusitada a su ingreso. Podría pensarse que el ministerio por tierras palestinas estaba dando su fruto y que llegaba finalmente el reconocimiento público y solemne de Jesús como Mesías enviado por Dios, pero no era así. Jesús quiso este ingreso triunfal a modo de último aviso, para que el pueblo abriera sus oídos a la palabra de Dios y su corazón a la fe que salva. El fervor popular alrededor de Jesús sentado sobre un asno iba a ser breve: a los pocos días las mismas voces reclamarán de Pilato que el Maestro sea crucificado, como un vulgar delincuente perturbador del pueblo, que ponía en peligro su estabilidad religiosa y política.

            Con el recuerdo de esta solemne entrada en Jerusalén, la liturgia de este domingo de Ramos inaugura la Semana Santa, la semana en la cual, como creyentes, trataremos de seguir paso a paso las últimas vicisitudes de Jesús, el Maestro bueno, que pasó haciendo el bien, y que terminó clavado en una cruz, condenado a muerte por delitos no cometidos. La cruz, sin embargo, no fue conclusión de una amarga experiencia, sino que, por la reali-dad de la resurrección que siguió, fue comienzo de algo tan extraordinario como es el fenómeno humano y espiritual que llamamos cristianismo.

            Las lecturas de este domingo invitan a considerar la realidad de la Pasión desde distintos ángulos: el anuncio profético de la primera lectura del Antiguo Testamento, la descripción detallada de los momentos culminantes de la pasión de Jesús en el evangelio, así como la interpretación teológica del hecho mismo del abajamiento de Jesús en su muerte. La historia de la pasión y muerte de Jesús la hemos aprendido desde niños y la recordamos cada año. En cierto modo podemos afirmar que estamos familiarizados con ella. Pero si somos sinceros hemos de reconocer que es duro aceptar sin más este drama sangriento. El desenlace de la existencia de Jesús, con la muerte más terrible de aquella época, reservada sólo a esclavos y terroristas, es consecuencia de su vida, por haber vivido como había vivido. La figura y la palabra de Jesús, que ha querido ser hombre con los hombres, que sobreponía la misericordia hacia el hermano sobre un culto frío y formalista, que invitaba a una seria conversión para vivir según la voluntad de Dios, suponían una amenaza para todos los bienestantes de aquella sociedad, y una decepción para los que, en el comienzo de su actividad, se habían entusiasmado con aquel Maestro que hablaba con autoridad. Aquellos hombres intuyeron pronto que el Reino de Dios y el Dios del Reino anunciados por Jesús, suponían el fin de sus privilegios. Y rápidamente tomaron la decisión de acabar con él. Quizá porque nada vuelve al ser humano más agresivo ni más innoble con sus propios hermanos que el pánico.


            Jesús, aunque Hijo de Dios, aprendió en sus propios sufrimientos y en su propia historia humana, que la plenitud del hombre sólo se alcanza en aquella actitud de aceptación y confianza que se llama obediencia. En esta Semana Santa no nos limitemos a ver, a contemplar la Pasión del Señor. Tratemos de despojarnos de todo lo que pueda impidirnos el tomar la cruz, como el Cirineo, y acompañar a Jesús hasta el Calvario, para morir con él, para vivir con él.


12 de marzo de 2016

V DOMINGO DE CUARESMA (Ciclo C)


«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Jesús, mientras adoctrinaba al pueblo, se ve acosado por un grupo de letrados y fariseos que le presentan una mujer sorprendida en adulterio y desean saber su parecer sobre el caso. Si bien la ley de Moisés imponía a los adúlteros la pena de muerte, la intención de los interlocutores de Jesús no era recta, pues buscaban comprometerle y acabar con él. Si Jesús, permaneciendo fiel a su mensaje de perdón y misericordia, no se declaraba partidario de aplicar la Ley podía ser acusado de conculcar los preceptos que el pueblo creía haber recibido de Dios. Si, por el contrario, se declaraba en favor del rigor de la pena, su enseñanza sobre el amor de Dios que busca al pecador para perdonarlo, quedaba en meras palabras.

            Jesús no puede aprobar el pecado ni contradecir a la ley. Pero, al mismo tiempo, quiere hacer comprender que el juez es Dios y que los hombres no pueden usurpar su función. Y así con calma soberana, Jesús adopta una actitud de silencio ante quienes le interrogan. El evangelista lo presenta inclinado, trazando signos con el dedo en la tierra. Era un modo de demostrar que no estaba de acuerdo con el modo como habían planteado la cuestión y que no quería entrar en su juego. Pero aquellos hombres no cejan, insisten, quieren una respuesta. Con breves palabras Jesús da su opinión: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.

            El celo por la fidelidad a la ley de Dios si no va acompañado de una clara conciencia del propio pecado, puede llegar a convertir a los hombres en crueles verdugos de sus hermanos. Jesús plantea la aplicación de la ley a nivel personal, invitando a vigilar sobre los motivos que nos mueven en el momento de exigir para los demás todo el rigor de la ley. ¿Cómo pueden todos y cada uno de los hombres y mujeres, que estamos cargados de pecados, exigir que se aplique la ley a uno de nuestros semejantes, sin preguntarnos sobre nuestra responsabilidad ante esta misma ley? En otro lugar del Evangelio Jesús afirmará: “Con la misma medida con que medís, seréis medidos”, y también: “No hagas a los demás lo que no quieres que hagan contigo”.

            Con fina ironía, el evangelista recuerda que los acusadores, uno tras otro, empezando por los más viejos, fueron desfilando hasta dejar a Jesús solo con la adúltera. La euforia de aquellos hombres, deseosos de apedrear a una infeliz que cedió al pecado, se esfuma cuando Jesús los encara con su propia conciencia. Todos, sin excepción, sienten el peso de las propias culpas. La justicia de ley de Dios hemos de aplicarla, ante todo, a nosotros mismos.

            La adúltera, sola en la presencia del Señor, espera su juicio. Jesús quiere ser el heraldo de la misericordia de Dios y le concede el perdón, recomendándole apartarse del pecado. No es que Jesús no dé importancia al pecado. Jesús no ha venido para exigir el precio de los errores cometidos, sino para invitar a la reconciliación. A la mujer adúltera se le otorga la misericordia de Dios para que en el futuro evite el pecado y, en adelante no peque más.

La justicia de la ley había sido el ideal seguido por Pablo, y, para defender la ley de los padres, no dudó en combatir a los discípulos de Jesús. Pero en el camino de Damasco Dios le hizo conocer a Jesús, la fuerza de su resurrección y la comunión con sus padecimientos, y por esto afirma en la segunda lectura que la justicia de la ley la estima una pérdida, comparada con la excelencia del conocimiento de Jesús y la justicia que viene de la fe. La actitud de Jesús nos asegura que hemos sido rescatados de nuestros pecados, para que, olvidando lo que queda atrás, nos lancemos hacia lo que está por delante, para que corramos hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba nos llama en Cristo Jesús.