La celebración de la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, cierra el Año Litúrgico en el que se ha meditado sobre todo el misterio de su vida, su predicación y el anuncio del Reino de Dios. Durante el anuncio del Reino, Jesús nos muestra lo que éste significa para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante la mentira mortal del pecado que existe en el mundo. Porque si a Jesucristo le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; los hombres, por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo título a su autoridad; esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, así claramente podemos constatar que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía. Es, pues, ineludible que Cristo reine en la inteligencia de cada uno de nosotros, por lo cual, con perfecto acatamiento, se ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en nuestra voluntad, para que seamos capaces de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón y así posponiendo los efectos naturales, amemos a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estemos unidos; es preciso igualmente que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios, deben servir para la interna santificación del alma. Todo lo ello si se lleva a la meditación y profunda consideración de cada uno, no hay duda que nos inclinaremos sin grandes dificultades y hasta naturalidad a la perfección.
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