Hoy se abre el nuevo año litúrgico (Ciclo
B), con el Evangelio de Marcos, que es el más corto y antiguo de todos. No
contiene relatos sobre la infancia de Jesús y se centra en la “buena nueva” que es Él, “el Cristo, Hijo de Dios”[1], para mostrar la belleza de estar con Él y
disfrutar de la Vida que Él es y da, para invitarnos a seguir al único
Señor. La liturgia nos invita a estar
preparados, estar despiertos y orar,
porque no sabemos cuándo será el momento, no conocemos el día ni el
momento del regreso del Señor[2]. el primer domingo de Adviento, que celebramos al
inicio del año litúrgico, es figura y profecía del último Adviento, que
meditamos en las últimas semanas del año cíclico A hasta el día solemne de Cristo
Rey.
«Velad»
-I domingo de Adviento-, «convertíos» -II domingo-, «alegraos» -III domingo- y «encomendaos» -IV domingo- son las
acciones que estamos especialmente invitados a realizar en este “tiempo fuerte del
Año litúrgico” que nos prepara a entrar en el Misterio de la Navidad: En la 1ª
lectura, nos presenta Isaías, el gran profeta mesiánico, que invoca a Dios, nuestro
Padre y Redentor, que no nos deja solos el camino sino que viene al mundo haciéndose
hombre como uno de nosotros. Él no quiere que nuestro corazón se endurezca sino
que encuentre la alegría y la justicia en
sus caminos. La misma convicción, llena de oración, expresa el salmista,
que se dirige al Pastor de Israel y
le pide que vuelva, que visite su viña, que sostenga con su mano "al hijo del hombre, que ha fortalecido[3]
Reconocemos en la
liturgia de este domingo temas y simbolismos ya meditados en los domingos
finales, que unen el Adviento, como cada Año litúrgico, a la reflexión
escatológica, para invitar a la verdadera conversión: el Señor no quiere sacrificios, sino misericordia[4] y nos pide a cada uno actos de
auténtica justicia, que realicen su Reino de Paz ya en la tierra y eliminen las
estructuras del mal que angustian a tantos de sus hijos, nuestros hermanos.
Vigilar significa esperar al Señor, esperar su manifestación permanecer firmes hasta el fin, irreprensibles en el
día de nuestro Señor Jesucristo -2ª lectura[5]-:
el cristiano es hijo de la luz e hijo del
día,[6] sabe
que Jesús ya venció y por eso vive en la
luz, se alegra ya en el día del Señor,
se constituye para ser luz[7], ilumina, lucha
contra las tinieblas del error, del pecado y del mal. Su vigilia, según la poderosa invitación
del Señor Jesús, significa vivir como redimido y no como un durmiente,
observando la historia con la misma mirada del Creador, actuando en ella con
justicia y caridad, viendo en ella los signos de los tiempos y los signos de la
presencia de Dios, reconociendo el Tiempo
de Dios, de su bendición en el hoy. Él viene siempre, en este mundo
nuestro que espera la salvación. ¡Maranatha!, Ven Señor Jesús.
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