“Vosotras no temáis, ya sé que
buscáis a Jesús el crucificado. No, está aquí: ha resucitado, como había dicho.
Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: «Ha resucitado
de entre los muertos”. El mensaje del ángel abre recuerda que ha empezado una nueva etapa, y
en consecuencia es necesario renovarse, pues Jesús ha resucitado de entre los
muertos y va por delante de nosotros.
A
la luz del Resucitado, la liturgia de la palabra ha subrayado algunos momentos
de la historia de la salvación que permiten entender la voluntad salvadora de
Dios, que a través de los tiempos ha ido preparando la victoria pascual de Jesús.
En primer lugar el relato de la creación recordaba a la vez cómo la Palabra
creadora de Dios por su espíritu fecunda contínuamente el universo; y a pesar
del pecado del hombre, Dios decide una nueva y definitiva intervención divina,
que es precisamente nuestra redención. En esta historia la figura de Abrahán, que
cree en la palabra de Dios, y espera contra toda esperanza, es el modelo para
nuestra fe personal en la vida de cada día.
De modo semejante, el paso del mar Rojo, manifestación típica de las
intervenciones de Dios en la historia para salvar a los que creen en él, es
también al mismo tiempo imagen de lo que se realiza en nosotros por medio del
bautismo cristiano.
El mensaje de los profetas
completa la visión de la historia de la salvación. Los dos fragmentos del libro
de Isaías aseguran que todo puede cambiar, porque Dios no ha cesado nunca de
manifestar su amor, un amor que contínuamente está creando, un amor que va más
allá de cualquier necesidad, un amor que se ha concretado en la alianza que
Dios ha ofrecido a los hombres y que en Jesucristo ha llegado a ser la alianza
nueva y eterna. Siguen las palabras del profeta Baruc, evocando la presencia
salvadora de la Sabiduría de Dios, que ha venido a la tierra y ha convivido con
los hombres, contienen una invitación a dar una respuesta a tantos beneficios.
Y esta nueva creación, que es la obra de Dios, como recuerda Ezequiel, ha
tomado la iniciativa para purificar y renovar a su pueblo con la aspersión del
agua pura, con el don del Espíritu nuevo que renovará el corazón de los
hombres, a fin de que aprendan a vivir según sus mandamientos.
El apóstol Pablo ha recordado
la relación existente entre la resurrección de Jesús y nuestro renacimiento
espiritual. El bautismo ha realizado nuestra participación en la muerte y
resurrección de Jesús, realidad que hemos de demostrar tratando de vivir una
vida nueva por la fuerza del Espíritu Santo que hemos recibido.
Hoy la liturgia ofrece la
posibilidad de renovar nuestras promesas bautismales, renunciando al pecado y a
las seducciones del mal y confesando nuestra fe en el Dios Uno y Trino.
Olvidando nuestro pasado, hemos de aprovechar esta oportunidad para responder
con decisión a la llamada de Dios e iniciar una vida nueva. Y la
Eucaristía señalará nuestro encuentro
con el Señor resucitado. No se nos concede como se concedió a los apóstoles ver
con nuestros ojos al Señor, pero no podemos olvidar las palabras que dijo a
Tomás: Dichosos los que crean sir haber visto.
Las mujeres que fueron a
visitar el sepulcro, no se dejaron impresionar por el hecho de encontrar la tumba vacía. Aceptando la palabra del
ángel, se convierten en los primeros mensajeros de la buena nueva, anunciado a
todos que el Señor ha vencido a la muerte y ha resucitado. Pero como nos dice
el evangelio, no todos las creyeron, sino más se permitieron el lujo de
interpretar sus palabras como imaginaciones que no merecían crédito. Que el
Señor nos haga ser testigos de la victoria del Señor, anunciando con nuestra
palabras y sobre todo con nuestra vida, que el Señor ha resucitado realmente.
J.G.
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