“Estaban los
discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. El
evangelista no duda en recordar que los discípulos se escondían, que el miedo les
oprimía, a pesar de que, aquella misma mañana, Pedro y Juan pudieron constatar
que la tumba estaba vacía y María Magdalena no dudaba en proclamar que había
visto al Señor resucitado. Sin duda el hecho mismo de la pasión, la misma
actitud que adoptaron ante tales acontecimientos, la ligereza con que habían
abandonado e incluso negado a Jesús, había traumatizado profundamente el ánimo
de aquellos hombres. A todo esto además se sumaba además el miedo a los judíos,
por temor de represalias. Es en este contexto más bien negativo que hay que
leer la narración de la primera aparición a los apóstoles que cuenta el
evangelista san Juan. Contra toda esperanza, humanamente
hablando, a aquellos hombres temerosos les fue dado ver con sus propios ojos a
aquél que vieron clavado a la cruz, y que ahora está ante ellos resucitado, que
les comunica su paz, que les ofrece su Espíritu. Y a continuación aquellos
hombres que se habían encerrado en el cenáculo se convierten en ardientes
propagadores del evangelio, no dudando en salir de su refugio, y enfrentarse
con el mundo y los hombres, hasta dar incluso la vida por el Maestro.
El episodio de Tomás, de sus dudas
después de la primera aparición y su confesión admirable en la segunda,
completa el cuadro y muestra que el mensaje del evangelista no es privativo del
grupo de los íntimos que vivieron aquella experiencia, sino que se alarga a
todos los que aceptan creer el mensaje de la resurrección de Jesús. El que
cree, haya tocado o no las llagas del Crucificado, reciba la paz de Jesús, el
don del Espíritu y está llamado a proclamar con la palabra y la vida el mensaje
pascual.
Y es a partir de esta experiencia que
empieza a organizarse la Iglesia, la comunidad de los creyentes, como recordaba
hoy la lectura de los Hechos de los Apóstoles. Lucas esboza cómo ha de ser la
comunidad cristiana. El primer criterio de autenticidad es la constancia en
escuchar las enseñanzas de los apóstoles. Por enseñanzas de los apóstoles hay
que entender cuanto ellos comunican de la vida y de la predicación de Jesús,
que ellos vivieron intensamente. Esta comunión en la fe tiene sus consecuencias
en la vida práctica, y suscita una comunidad de vida que ha de manifestarse en
el pensar y actuar, hasta llegar poner en común todo lo que poseían: vivían
todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo
repartían entre todos. Tal modo de actuar, que supera las tendencias de la
naturaleza humana, necesita una ayuda espiritual que los cristianos encuentran
en la fracción del pan, es decir en la celebración de la Eucaristía, y en la
plegaria. Esta es la imagen que Lucas ofrece de la primera comunidad cristiana,
y que es fuente de alegría para los que la viven, y para los demás motivo de
admiración y testimonio que convence a los que aún no creen.
Esta descripción de la experiencia de
vida de la primera comunidad cristiana, tiene su complemento en lo que san
Pedro afirma en la segunda lectura. La
realidad que la resurrección de Jesús ha obtenido va más allá de una vida
fraternal bien organizada, basada en el amor y la participación de los bienes.
Se trata de una esperanza viva para una herencia imperecedera que poseeremos
únicamente después de nuestra muerte, cuando estaremos con Jesús en su Reino.
Así se afirma el doble sentido de la realidad cristiana: ya hemos recibido esta
herencia, en la fe, en la esperanza, pero es necesario trabajar, superar las
dificultades que la vida pueda deparar, hasta que llegue el momento en que
nuestra vocación hallará su plenitud. La vida cristiana, hecha de fe, de
esperanza, de amor, de alegría, de paz, tiene un sentido dinámico, es un
continuo crecer hasta el día de la manifestación definitiva de Jesucristo. Celebrar
las fiestas pascuales quiere decir recordar cuanto ha hecho por nosotros el
Señor Jesús, pero es también una llamada a responder con generosidad, para
asegurar la vocación que hemos recibido y aceptado en el bautismo, y a
trasmitirla con nuestro testimonio a los demás hombres, nuestros hermanos.
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