“Este
será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del
Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre.
Hoy, la lectura del libro del Exodo, recordaba cómo Moisés, antes de salir de Egipto,
invitó al pueblo a sacrificar una res y a comerla en familia con panes sin
fermentar y hierbas amargas. El antiquísimo rito, propio de pueblos de pastores
nómadas, recibe en aquel momento un significado nuevo, pues la sangre de la
víctima será signo de liberación cuando la última plaga hiera los primogénitos
de Egipto. Se trata de la institución de un rito nuevo, del rito de la Pascua,
es decir del Paso del Señor que quiere salvar a su pueblo. Este rito de la
Pascua Israel lo celebró en la vigilia de dejar Egipto y ha continuado a
celebrarlo cada año hasta hoy, como memorial de cuanto Dios ha hecho, hace y
hará por su pueblo.
Jesús,
como todo buen israelita celebró cada año la cena de la Pascua. Pero en el
momento en que estaba para iniciar el éxodo de su pasión y muerte, quiso
comerla con sus discípulos y el venerable rito, por explícita voluntad de
Jesús, adquiere un nuevo sentido, como afirmaba san Pablo en la segunda
lectura. En lugar del habitual cordero inmolado, Jesús distribuye el pan
diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”. El pan se convierte
en signo de la carne del nuevo y definitivo Cordero que el Viernes santo será
inmolado en la Cruz. En lugar de la sangre del cordero, Jesús entrega la copa
del vino diciendo: “Este cáliz es la nueva Alianza sellada en mi sangre”, la
sangre que será derramada en la Cruz. El antiguo rito pascual, renovado por
Jesús, anticipa sacramentalmente la realidad de salvación que tendrá lugar en
la Cruz, y, después de la resurrección de Jesús, quedará como rito memorial
que, repetido cada día, permite a la Iglesia anunciar la muerte y la
resurrección de Jesús hasta que vuelva al final de los tiempos.
En
este contexto hay que entender el relato del evangelio, en el que el
evangelista indicaba que había llegado la hora de Jesús, es decir el momento
para dejar este mundo y volver al Padre, para enfrentarse con la muerte. Y
Jesús acompaña sus palabras con gestos concretos: lava los pies de sus
discípulos. El signo es descrito subrayando
el uso de los verbos dejar y tomar, aplicados tanto a los
vestidos como a la vida. El hecho de que Jesús lave los pies de los apóstoles
no es un simple ejemplo de humilde servicio a los hermanos. Es todo un signo
que substituye en el cuarto Evangelio a la misma institución de la Eucaristia.
El
texto expresa que Jesús, siendo Dios, se ha hecho hombre por amor a los
hombres; y en llegando el momento, es decir su hora, no duda en despojarse de
su cuerpo y entregarse a sí mismo a la muerte por amor al Padre y por amor
nuestro, para librarnos así del pecado y de la misma muerte. Después retomará
su cuerpo para manifestarlo glorioso en la victoria de la resurrección,
asociándonos a su victoria. La nueva vida que Jesús nos obtiene con su misterio
pascual comporta para nosotros exigencias de amor y servicio para con Dios pero
también y sobre todo para con los hermanos: “Os he dado ejemplo para que lo que
yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”. El hecho de ser
cristianos comporta una práctica sacramental, - somos bautizados, confirmados,
tomamos parte en la eucaristía y en la penitencia -, pero esto no basta. Es
necesario un esfuerzo para traducir en la vida lo que celebramos en el rito:
hay que ponerse al servicio de los hermanos, asumiendo las exigencias de la
justicia y la caridad, cada uno en el lugar que le corresponde,
comprometéndonos a trabajar a fin de que el mundo y la sociedad, respondan cada
vez mejor a la voluntad de Dios, manifestada para nosotros en Jesús.
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