“Durante cuarenta días
el Espíritu fue llevando a Jesús por el desierto, mientras era tentado por el
diablo”. Si bien con estas palabras el evangelista san Lucas inicia el relato
de las tentaciones que Jesús sostuvo antes de iniciar su ministerio, sin
embargo, a la vez, permiten entender de alguna manera toda la vida de Jesús
desde una perspectiva bíblica importante.
En efecto, el Hijo de
Dios se hizo hombre en un pueblo determinado, en Israel, grupo humano descendiente
de Abrahán, Isaac y Jacob, cuya historia nos narra el Antiguo Testamento y que
evoca hoy, a grandes rasgos, la primera lectura. Desde Egipto, donde había
ido a parar y vivía como esclavo, fue llamado a la libertad por Dios. Con mano
fuerte y brazo extendido, el Señor condujo a Israel por el desierto, durante
cuarenta años, durante los cuales el pueblo aprendió a conocer a su Dios e
invitado a entrar en una alianza de amor y de servicio con el Señor. Pero una
vez instalado en Palestina, el pueblo siguió su peregrinar en una sucesión de
caídas y conversiones, mantenido sin embargo por una esperanza de redención
anunciada por Dios, que encontraría su realización en Cristo Jesús.
Describiendo la vida de Jesús como guiado por el Espíritu por el desierto, en
medio de tentaciones, Lucas quiere hacer comprender que Jesús es el verdadero
Israel, aquel en quien se cumplen todas las promesas de salvación anunciadas
por Dios a lo largo de la historia. Como dice san Pablo en la segunda lectura,
nadie que cree en él quedará confundido. Todos los hombres, judíos y no judíos,
que invoquen el nombre de Jesús se salvarán, pues Dios es el Señor de todos,
generoso con todos los que se acercan a él. Lo importante es creer, es abrirnos
al mensaje de la fe, confesar con los labios que Jesús es el Señor, y creer de
corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos.
Desde esta perspectiva es más fácil entender la escena de las tentaciones de
Jesús. En efecto, la imagen de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre puesto de
alguna manera a merced del diablo puede suscitar sorpresa, puede parecer
inquietante. Pero si vemos en Jesús al verdadero Israel, al representante de
todos los hombres, que ha querido hacerse igual a nosotros en todo, excepto en
el pecado, no causará tanta sorpresa constatar que ha querido pasar por las
mismas pruebas por las que pasó Israel, por las que pasamos todos los hombres.
Más aún, la exposición que hace Lucas de las tentaciones termina con la
afirmación que el diablo se marchó hasta otra ocasión, es decir hasta el
momento de la gran y terrible tentación que Jesús hubo de pasar en el momento
de su pasión y muerte. Jesús supo resistir a la misma, encontrando en la Palabra de Dios la fuerza
de la fidelidad y ofreciéndonos la esperanza de la victoria.
Mucho se ha escrito sobre el significado concreto de las tres tentaciones que
Lucas recoge en su evangelio. El diablo propone a Jesús tres cuestiones
concretas: satisfacer el hambre provocado por el ayuno con un milagro fuera de
lugar; realizar su misión mesiánica con proyectos de dominio humano y obtener
la adhesión de su pueblo con gestos espectaculares. Estas tentaciones que Jesús
supera son de constante actualidad para nosotros y podríamos traducirlas
entendiéndolas como la preocupación por los bienes materiales necesarios para
nuestra subsistencia, el deseo de poder y dominio sobre los demás y la búsqueda
de soluciones fáciles que nos eviten el esfuerzo y la responsabilidad. Para
vencerlas hemos de imitar a Jesús, confiando plenamente en el amor de Dios, que
vela siempre por nosotros, como nos enseña la Sagrada Escritura ;
así podemos encontrar la fuerza necesaria para participar en la victoria de
Jesús sobre el diablo.
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