20 de febrero de 2016

II DOMINGO DE CUARESMA (Ciclo C )

         

   “Durante cuarenta días el Espíritu fue llevando a Jesús por el desierto, mientras era tentado por el diablo”. Si bien con estas palabras el evangelista san Lucas inicia el relato de las tentaciones que Jesús sostuvo antes de iniciar su ministerio, sin embargo, a la vez, permiten entender de alguna manera toda la vida de Jesús desde una perspectiva bíblica importante.

En efecto, el Hijo de Dios se hizo hombre en un pueblo determinado, en Israel, grupo humano descendiente de Abrahán, Isaac y Jacob, cuya historia nos narra el Antiguo Testamento y que evoca hoy, a grandes rasgos, la primera lectura. Desde Egipto, donde había ido a parar y vivía como esclavo, fue llamado a la libertad por Dios. Con mano fuerte y brazo extendido, el Señor condujo a Israel por el desierto, durante cuarenta años, durante los cuales el pueblo aprendió a conocer a su Dios e invitado a entrar en una alianza de amor y de servicio con el Señor. Pero una vez instalado en Palestina, el pueblo siguió su peregrinar en una sucesión de caídas y conversiones, mantenido sin embargo por una esperanza de redención anunciada por Dios, que encontraría su realización en Cristo Jesús.

            Describiendo la vida de Jesús como guiado por el Espíritu por el desierto, en medio de tentaciones, Lucas quiere hacer comprender que Jesús es el verdadero Israel, aquel en quien se cumplen todas las promesas de salvación anunciadas por Dios a lo largo de la historia. Como dice san Pablo en la segunda lectura, nadie que cree en él quedará confundido. Todos los hombres, judíos y no judíos, que invoquen el nombre de Jesús se salvarán, pues Dios es el Señor de todos, generoso con todos los que se acercan a él. Lo importante es creer, es abrirnos al mensaje de la fe, confesar con los labios que Jesús es el Señor, y creer de corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos.

            Desde esta perspectiva es más fácil entender la escena de las tentaciones de Jesús. En efecto, la imagen de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre puesto de alguna manera a merced del diablo puede suscitar sorpresa, puede parecer inquietante. Pero si vemos en Jesús al verdadero Israel, al representante de todos los hombres, que ha querido hacerse igual a nosotros en todo, excepto en el pecado, no causará tanta sorpresa constatar que ha querido pasar por las mismas pruebas por las que pasó Israel, por las que pasamos todos los hombres. Más aún, la exposición que hace Lucas de las tentaciones termina con la afirmación que el diablo se marchó hasta otra ocasión, es decir hasta el momento de la gran y terrible tentación que Jesús hubo de pasar en el momento de su pasión y muerte. Jesús supo resistir a la misma, encontrando en la Palabra de Dios la fuerza de la fidelidad y ofreciéndonos la esperanza de la victoria.

            Mucho se ha escrito sobre el significado concreto de las tres tentaciones que Lucas recoge en su evangelio. El diablo propone a Jesús tres cuestiones concretas: satisfacer el hambre provocado por el ayuno con un milagro fuera de lugar; realizar su misión mesiánica con proyectos de dominio humano y obtener la adhesión de su pueblo con gestos espectaculares. Estas tentaciones que Jesús supera son de constante actualidad para nosotros y podríamos traducirlas entendiéndolas como la preocupación por los bienes materiales necesarios para nuestra subsistencia, el deseo de poder y dominio sobre los demás y la búsqueda de soluciones fáciles que nos eviten el esfuerzo y la responsabilidad. Para vencerlas hemos de imitar a Jesús, confiando plenamente en el amor de Dios, que vela siempre por nosotros, como nos enseña la Sagrada Escritura; así podemos encontrar la fuerza necesaria para participar en la victoria de Jesús sobre el diablo.

            

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