“Esta
es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros esta buena obra,
la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús”. Con estas palabras san Pablo animaba
a los cristianos de Filipos que, por haber creído en Jesús, encontraban muchas
dificultades en su caminar por la vida. Y estas palabras mantienen todo su
valor para nosotros que vivimos en un mundo agobiado por conflictos, tensiones
y violencias, hasta el punto de que, a menudo, nos preguntamos qué futuro nos espera
cuando se están poniendo en duda valores que parecían seguros y estables.
Pero las palabras del apóstol
recuerdan que ha sido Dios mismo que ha inaugurado en nosotros una obra buena, y
por lo tanto hemos de estar seguros de que nuestra vida no está llevada al azar
por fuerzas ocultas sino que estamos en manos de Dios. El apóstol asegura que
nos encaminamos hacia el día de Jesús y, por esta razón estamos invitados a esperar
y vigilar, a fin de poder acoger la llegada de aquel momento de modo que el
encuentro con Jesús sea un momento de gozo y alegría. Porque aquel momento significará
que habremos alcanzado otro nivel de vida, que no solo carecerá de las
contingencias actuales, sino también supondrá haber alcanzado la salvación que Dios
ha prometido e iniciado.
La salvación de Dios. Esta
afirmación la oiremos a menudo a lo largo del tiempo de Adviento, y cabe
preguntarse si tiene sentido aún para el hombre moderno. Nuestra sociedad
trabaja con tesón para crear bienestar, alejar guerras y revoluciones, fomentar
el progreso en todos los niveles, venciendo enfermedades y alargando la vida, insistiendo
en la formación para vencer la ignorancia, exaltando los valores de libertad,
de justicia y de paz. Pero, al mismo tiempo, este cuadro ofrece un preocupante
vacío, en cuanto muchos hombres y mujeres, mientras buscan el progreso, van
perdiendo la referencia a Dios.
Hay quien insiste en que Dios ya no es necesario, porque
el hombre sabe hallar explicaciones a todo y no siente la necesidad de un Dios
bueno que solucione sus entuertos. Disminuye la práctica religiosa y son muchos
los que muestran desconocimiento de las verdades de la fe cristiana. Esta
realidad nos invita a esforzarnos para vivir sinceramente la fe en Jesús,
cumpliendo la voluntad del Padre, más que con palabras, con obras, tratando de
vivir el contenido del tiempo de adviento. Si tomamos en serio este empeño,
podremos ayudar a los demás hombre y mujeres a descubrir que la salvación de
Dios no es una frase esteriotipada, vacía, sino todo un programa que merece ser
tenido en cuenta y llevado a la práctica.
Es desde esta perspectiva que se
pueden entender en toda su plenitud los acentos llenos de esperanza del libro
de Baruc que, dirigiéndose a la ciudad de Jerusalén que había sucumbido por su
infidelidad, la invitaba a ponerse en pie, a mirar hacia oriente, para
contemplar como se abajarán los montes encumbrados, como se rellenarán los
barrancos para disponer una senda que facilite el paso hasta llegar a la
intimidad con Dios.
Palabras parecidas, prestadas por el
libro de Isaías, ilustran el comienzo del ministerio de Juan, el hijo de
Zacarías, enviado para llamar a la conversión a sus conciudadanos, para
inducirles a recibir el bautismo de agua, signo de cambio para recibir el
perdón de los pecados. Juan se presenta a sí mismo como la voz que grita en el
desierto para mostrar a todos la salvación de Dios. Confortados pues por la palabra de Dios, preparémonos
para dar cumplida respuesta a la invitación de vivir el Adviento de Jesús,
preparándonos para acoger con generosidad la salvación que Dios ofrece
gratuitamente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
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