“Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”. Estas palabras de Jesús, que la liturgia repite al recibir el tiempo de Adviento, son una llamada a la esperanza, proyectando hacia el futuro nuestro corazón siempre insatisfecho, porque hambrea, anhela y ambiciona sin cesar, aspira conseguir lo que sueña y, demasiado a menudo, cuando le parece alcanzarlo, se le esfuma de entre las manos. Por eso se puede decir que los humanos vivimos en una actitud de espera, de adviento constante, si bien por desgracia no siempre se espera en la línea justa.
Los textos litúrgicos de este primer domingo de Adviento invitan a salir al encuentro de Jesús, a emprender una marcha gozosa, aunque parezca oscura al comienzo, por muy orientada que esté hacia la luz. Cuando se inicia un camino se sabe más o menos a dónde se pretende ir y la meta escogida da sentido al esfuerzo que supone dejar lo que se poseía, para ponerse en movimiento y avanzar. Pero esta espera no es pasividad ni inercia. Ha de ser una espera activa que se exprese en vigilancia, oración, obras de justicia y de paz. No es suficiente proclamar nuestra esperanza con los labios, sino que hemos de manifestarla sirviendo gozosamente a Dios y a los hermanos.
San Pablo, escribiendo a los cristianos de Tesalónica, insiste en la necesidad de preparar el futuro actuando en el presente, aprovechando todas las posibilidades que éste ofrece. El apóstol insiste en proceder, según sus enseñanzas, rebosando de amor mutuo, de amor a todos, y de esta manera ser fuertes esperando a Jesús que viene. La enseñanza del apóstol recuerda que conviene tener presente la relación que Jesús quiere que exista entre los humanos, empeñándonos con sinceridad en el respeto de la justicia, del derecho y de la verdad, sobre todo en relación con los más pobres y más marginados. Porque el Reino de Dios que viene necesita de nuestra colaboración, para que pueda llegar a ser una realidad. Para estar dispuestos el día de la venida de Jesús hemos de trabajar en el hoy que se nos ofrece, aprovechando todas las posibilidades.
Acerca de los detalles de la última venida de Jesús en realidad sabemos muy poco. San Lucas, en el evangelio de hoy, intenta describir el momento en que nos presentaremos ante Jesús en el último día, pero lo hace con imágenes de la literatura apocalíptica de aquella época, que hoy parecen exageradas. Lo que pretende el evangelista es inculcar confianza, e invitar a los creyentes a estar siempre despiertos, a pedir con la plegaria la fuerza necesaria para mantenerse en pie cuando llegue el momento del encuentro con Jesús. Lo importante es que el creyente evite cuanto pueda embotar su espíritu, haga tambalear su fe, reseque su esperanza, vacíe su caridad, de modo que se mantenga alerta y dispuesto para acoger a Jesús cuando llegue, que es lo que realmente cuenta. La venida de Jesús es un juicio, ciertamente, pero en vista de nuestra liberación. No olvidemos el contenido de la palabra de Jesús: “Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”.
Somos cristianos, herederos de una larga historia que se halla plasmada en los libros que forma las Escrituras. Se trata de la historia del pueblo de Dios que es la historia de hombres y mujeres en adviento, en espera permanente: Israel esperaba la libertad cuando estaba bajo la esclavitud, la tierra prometida mientras deambulaba por el desierto, el prometido Mesías, cuando las circunstancia históricas ponían en peligro su condición de pueblo libre. Y después de la venida de Dios hecho hombre para salvar a los hombres, ahora quienes formamos la Iglesia, esperamos la segunda venida de Jesús, que él mismo ha prometido. Pero no basta esperar, hay que focalizar el objetivo de la esperanza para no quedar desilusionados, por haber esperado y deseado algo, que a la larga se muestra vano, fugaz e inconsistente.
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