1.
El protagonista del libro
Los cinco primeros versos caracterizan al
personaje, eje del libro; nos dan su nombre, su patria, su índole moral[1],
el estado próspero de que goza[2]
y un rasgo particular de su conducta[3].
Como patria de Job se señala Us; el hecho de mostrar la patria parece mostrar
en el autor la intención de presentar a Job como persona de carne y hueso, no
como un ser abstracto, personificación del justo atribulado.
La posición geográfica de Us[4]
queda un poco incierta, ya que las opiniones de los exegetas son varias; del
tiempo en que vivió Job la narración no dice nada, pero parece deducirse con
bastante probabilidad que el autor supone que Job vive en el tiempo patriarcal.
Las riquezas de Job se describen al modo de las de Isaac[5],
como los patriarcas. Job ejercía el oficio de sacerdote, ofreciendo
sacrificios.
De mayor importancia y aún de suma
transcendencia para el desarrollo del poema, que estriba todo en el presupuesto
de una virtud de Job nunca desmentida, es el retrato moral y religioso que se
hace de Job; los dos pares de epítetos que imitan algo el paralelismo del
lenguaje poético, pretenden dar la idea de un varón de virtud acabada, idea que
corrobora y canoniza el mismo Yahvé al repetir el elogio: ¿Te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra![6],
con las mismas palabras.
La probidad de Job era algo proverbial en
Israel, como lo prueba Ezequiel[7],
en que aparece como uno de los justos no israelitas de mayor poder intercesor
ante Dios[8],
lo presentan como ejemplar de paciencia. El primer epíteto expresa la ausencia
de deficiencias o defectos: sin tacha,
íntegro[9]; se
excluye, pues, de la perfección de Job cualquier defecto moral, toda falta en
el cumplimiento del deber de la virtud; y el segundo presenta más bien el
aspecto positivo de la virtud: la rectitud o dirección de la conducta según las
normas del bien, recto, bien dirigido en su conducta. Los dos
epítetos vuelven a presentar el lado positivo y negativo de la virtud
relacionándola mediante el primero con Dios: temeroso de Dios es el que, reconociendo a Dios por tal, lo acata
por la sumisión a su voluntad y, por
tanto a la Ley.
Con este temor va necesariamente unido el apartamiento
o evitación del mal, y en Job 28, 28, la unión de las dos cosas constituye la
sabiduría propia del hombre. Las grandes posesiones de ganado mayor y de
rebaños eran riquezas básicas de los patriarcas; las riquezas tan grandes
hacían de Job uno de los más grandes, en alguna insigne cualidad: nobleza,
dignidad, riqueza, etc. El libro de Job es uno de los libros más bellos,
punzantes y angustiosos de toda la Biblia.
Su autor parece ser que era hebreo, como lo demuestra su
perfecto conocimiento del idioma, y que era un viajero incansable, conocedor de
casi todo el Medio Oriente.
2.
Intervención de Satán
Al principio del libro, se nos da una
descripción de Job: Es Yahvé mismo el que la hace, diciendo a Satán: ¿Has reparado en mi siervo Job, que no hay
como él en la tierra, varón íntegro y justo, temeroso de Dios y apartado del
Mal?[10]. En
esta primera presentación del hombre Job, nos dicen que es un santo: sólo los
santos o los malvados, no los mediocres son los hombres capaces de dar la
batalla abierta a los problemas en su corazón.
Yahvé repite, confirmándolo con su divina
infalible autoridad, el juicio pronunciado por el autor al principio de la
narración[11],
reforzándolo con el apelativo mi siervo[12],
que Yahvé reserva generalmente para los hombres más insignes en virtud del
pueblo de Israel; la reacción de Satán ante el elogio divino no es ciertamente
de complacencia en virtud de Job; se niega a confesar que su piedad es
auténtica y que honre a Dios: es una piedad interesada, Dios es para él algo
que le asegura su prosperidad; Job sirve a Dios porque eso es para él un seguro
de vida y hacienda.
Por eso Satán propone
a Dios que haga una prueba: en vez de favorecerle, extienda su mano, ejerza su
poder, no para protegerle sino para arrebatarle lo que tiene; y Dios cede a los
deseos de Satán con fines enteramente contrarios, pues está cierto de lo
sincero de la virtud de Job, sabe que éste saldrá victorioso de la prueba y
habrá demostrado que Dios no se había equivocado en el juicio que había hecho
de Job: su honor quedará restablecido, por lo menos hay un hombre que sirve a
Dios de balde, porque Dios merece ese servicio; la perseverancia de Job en la
prueba se ha hecho desde ahora quicio en que se apoya el honor de Dios.
3.
Lamentación de Job
En los versos anteriores aparecía en lucha
contra sus desgracias; ahora cesa en ese conato utópico, y pasa a expresar su
tristeza de modo más tranquilo, aunque vivo, como su dolor, en lamentos
propuestos en forma de preguntas; estos no pretenden tanto inquirir el motivo
de sus padecimientos cuanto expresar la queja de que haya sucedido lo que
pregunta; y asoma por primera vez el problema de la causa de los dolores de Job
que tantas veces volverá a aparecer en el diálogo: Job se queja de que, no dejó
de venir a la vida, no hubiera muerto inmediatamente después de nacer. Después
de haber divagado Job por las regiones de ultratumba, vuelve a pensar en su
situación actual y renueva la pregunta del v. 11, pero proponiéndolo de modo
más universal: se trata de todos los desgraciados; y pretende que se le de una
razón, y le pide, aunque de modo velado, al que sabe Job que es el dador de la
luz de la vida.
Job piensa en una desgracia como la suya, en
la que no hay esperanza de recobrar la dicha; entonces sólo la muerte se ofrece
como medio de liberación, y como a tal se le desea con ansia, y se siente vivo
por el dolor porque no llega, los suspiros o gemidos han venido a ser para Job
imprescindibles y de uso tan constante como el alimento. Al leer el Prólogo del
libro se ve enseguida, que en 3,25, es una clara alusión a los repetidos golpes
que unos tras otros fueron cayendo sobre Job; si la primera desgracia había
venido inesperadamente, ella le hizo temer que vinieran otras detrás, y ese
temor, que crecía a medida que los golpes se sucedían unos a otros, lo veía
pronto realizado; así el alma de Job está dormida por el terror, por eso está
muy lejos del sosiego de que tan ansioso se ha manifestado.
4.
Diálogo de los tres amigos
En este diálogo, Elifaz teme que hablar a Job
en el estado de postración en que se halla puede ser molesto; pero no puede
dejar de hacerlo; las palabras pugnan por salir de sus labios; las primeras
palabras de Elifaz ceden en alabanza de Job; según ellas, Job habría sido
piadoso no sólo en su vida privada y familiar, como sabemos por el prólogo,
sino que su piedad se habría extendido a ayudar con sus buenas palabras al
prójimo que estaba a punto de sucumbir a la adversidad; pero Job se halla ahora
en las mismas circunstancias de aquellos a los que él antes ayudaba con sus
enseñanzas, y no sabe valerse de ellas, sino que yace sumido en la
desesperación por no querer ver en sus pecados la verdadera causa de la
tribulación y no volverse a Dios por la penitencia de ellos, Elifaz le enseña
como él enseñaba a los otros en otro tiempo.
Los tres amigos profesan la doctrina
tradicional: Dios premia y castiga en esta vida, el inocente no puede perecer.
Cada uno expresa la misma tesis desde diversos puntos de vista: Elifaz se basa
en experiencias personales, confirmadas por las revelaciones y visiones nocturnas
y la tradición; Bildad, que se muestra celoso del honor de Dios, se apoya en la
tradición y defiende en tono un tanto fatalista la tesis tradicional sobre la
retribución; Sofer, inculto e insolente, representa al hombre de la calle, sólo
acude a su autoridad personal.
5.
La angustia de Job
Para explicar la culpabilidad de Job, tiene
Elifaz que recurrir a una enseñanza esotérica que dice haber recibido por
revelación particular: el hombre es de naturaleza tan débil que comete el
pecado casi por necesidad y sin darse cuenta. En la vida de este hombre justo
va a irrumpir rápidamente el dolor. Los emisarios se suceden unos tras otros;
de la noche a la mañana, el rico patriarca, poseedor de rebaños, tierras,
hijos, le vemos tirado en la ceniza, hecho una úlcera y rascándose con un
tejón: pero no acaba en ello su problema; el hombre justo va a ser puesto en
entredicho: la teoría de la retribución se desmorona en su conciencia.
El libro de Job más que una discusión del
problema del dolor, la justicia divina y la vida misma, es como un
enfrentamiento de Dios y el hombre ante este triple problema. Hasta podríamos
definirlo como una oración; Job pide la verdad, una oración, sin duda,
vehemente por la crudeza del problema y las circunstancias en que se plantea.
El cap. 7 es una nueva lamentación por las miserias de esta vida, agudizadas en
Job por los dolores sin intermisión de su enfermedad, que le llevará irremediablemente
a un fin definitivo. Job ha vindicado para sí el derecho y aun la necesidad de
quejarse. Los amigos se callan, signo de que perseveran en su actitud. Job no
considera su suerte como un caso aislado o una excepción, sino que la incorpora
a la suerte común humana. El autor del diálogo hace así de Job un espejo en que
se refleja con claridad la imagen de la humanidad trabajada por el dolor y la
iniquidad, ansiosa de descanso y gozo.
La vida de Job está llena de trabajos y
dolores que por fuerza mayor se le han impuesto; a él se le ha dado como parte
hereditaria meses infaustos, que no le han causado más que desdichas; son los
meses que hace que dura su infortunio y los que prevé que todavía recrudece el
dolor de su enfermedad; su destino ha sido, pues, singularmente duro y
desdichado; durante esas noches especialmente dolorosas es cuando siente esa
ansia de alivio y descanso que no puede satisfacer: toda la noche se la pasa
agitándose inquieto, anhelando que la luz alivie un poco su tormento. La causa
principal de los dolores e inquietudes de Job es su enfermedad, ella ha
reducido su cuerpo a un estado horrible: todo él es mera podredumbre en la que
hierven los gusanos, tantos en número, que puede decirse que forman el vestido
de su carne. De la descomposición de su cuerpo deduce Job que su vida toca
irremediablemente su fin; los días de su vida han transcurrido por su brevedad,
más veloces que la lanzadera, que, con su rapidísimo ir y venir, da fin al
tejer de la tela. Así los días llegan ya al fin, sin esperanza de que se puedan
prolongar en una vida con salud y dichosa: la vida como tal le parece a Job
brevísima y larga su enfermedad con sus insufribles dolores.
La intervención de Dios ha de ser muy pronta;
sino, llegará tarde; porque muy pronto dejará Job de vivir; desaparecerá y ya
nadie, ni Dios mismo si quisiera volver a mirarle para hacerle bien, le
hallaría, pues se habrá acabado su existencia en el mundo. Pero la intervención
divina habría de proceder de un cambio espontáneo del ánimo de Dios respecto de
Job; no que pueda conseguir él, como proponía Elifaz, por un reconocimiento de
pecados que no ha cometido o por cesación de un estado de rebelión que no
existe.
Job es un hombre ansioso de la verdad. Por
eso pregunta a Yahvé: ¿Dime por qué me condenas, hazme saber quién eres Tú, que
das la felicidad a los malvados? ¡Si pudiera enfrentarme contigo, te diría lo
que pienso! Nada hay tan fascinante, y al mismo tiempo tan doloroso, como la
búsqueda de la verdad, y más todavía cuando, como en el caso de Job, lleva
consigo todo su bienestar material, su honra, su misma fe: por eso no es de
extrañar que Job aparezca en esta búsqueda como un hombre obstinado, impaciente
por encontrar la verdad: pero Job no es sólo de su vida de lo que se queja; la “aparente
injusticia de Dios” es la causa de la desazonada impaciencia de Job. Porque
Job, consciente de su esencia de criatura y enturbiada por el problema del
dolor de su fe en Yahvé, ha perdido todo apoyo en su búsqueda ansiosa de la
verdad.
Una de las notas más características de la
psicología jobea, es su experiencia viviente del abandono: abandono material de
todo bienestar terreno (Job 1), abandono de sus amigos: ¿No está mi apoyo en una nada? ¿No se me ha ido lejos toda ayuda?[13],
abandono de sí mismo: ¿Por qué me haces
blanco tuyo, ¿por qué te sirvo de cuidado?[14],
abandono de Dios. Dios me ha entregado a
los impíos, me ha arrojado en manos de los perversos. Feliz ero yo, y El me
arruinó; me cogió por el cuello y me estrelló, me cogió por blanco de sus
saetas, me cercan sus arqueros, me traspasan los riñones sin piedad, derrama
por tierra ni hiel[15].
6.
Lamentaciones y quejas
Job desde el principio ha
ido preparando esta decisión en su alma con cuanto nos viene diciendo; es su
conclusión psicológica. Lo miserable de su vida; la celeridad con que va a su
fin; lo decisivo de ese fin por el que desaparecerá definitivamente de este
mundo[16],
todo eso aprieta el ánima de Job, lo llena de amargura y le fuerza a quejarse
de nuevo; por eso se determina a dejar libre curso a las palabras que le
sugiere su aflicción; pero ya no hablará más a sus amigos, como había hecho
hasta ahora, sino que expondrá sus quejas a Dios. El mar es símbolo de las
potencias adversas a Dios y a su Reino; por eso Job pregunta a Dios por qué le
trata a él como aquellos monstruos enemigos suyos: como a enemigo suyo terrible
a quien hay que temer siempre bajo custodia; esa custodia o guardián es el
perpetuo infortunio y principalmente la cruel enfermedad que le tiene
encadenado y le vigila con dolor constante del que no puede huir; pues ese
dolor no cesa ni de día ni de noche, antes durante ella es más intenso el
sufrimiento, pues lejos de aliviárselo el lecho se lo recrece con angustiosas
pesadillas, cuando a conciliar el sueño y en las horas de forzada vela con
lúgubres y terroríficas visiones, ante la terribilidad y constancia de sus
dolores, vuelve Job al deseo de una muerte súbita; preferiría mi alma el estrangulamiento, la muerte más que mis dolores[17].
Mejor que esa vida tan llena
de dolor le parece la muerte, aunque sea la de asfixia.
El modo de apreciar Job la
conducta de Dios no lo aleja de Él su corazón, antes le impulsa hacia El su espíritu.
Sólo de Dios le puede venir lo único que ya espera, y es que se aparte, es
decir, que cese de afligirle y le conceda así unos instantes de quietud antes
de marchar a la región de la muerte. La oración concreta, pues, su objeto en lo
que otra vez ha pedido[18]:
que Dios aparte de él su mirada escrutadora y aflictiva, dejando de
atormentarle para que el tiempo que le queda de vida pueda pasarlo con el ánimo
sereno y consolado, sin las tristezas y temores de ahora. Esa serenidad de
ánimo se le prestaría a Job, no sólo ausencia de dolores, sino el experimentar
por ella que la ira de Dios para con él había cesado.
Y como argumento para mover
a concederle esa petición trae, como lo hizo en 7,16, la brevedad del tiempo
que le resta de vida, que, normalmente, dado lo avanzado de la enfermedad, ha
de ser muy corto. Otro argumento es lo triste y lúgubre de la región a la que
se encamina y de la que ya no ha de volver, es la tierra de las tinieblas, cuya
densísima oscuridad procura expresar el autor con la aglomeración y repetición
de vocablos y con la valiente imagen del fin: región en que la misma luz es
tiniebla o en la que ésta hace de luz. Tan profunda oscuridad excluye todo
gozo; y lleva unidas la miseria y la desgracia.
7.
Coloquio con Dios: ¿Por qué
le aflige?
De nuevo Job cambia de
deseo, como es propio de quien está oprimido por una gran congoja; ahora
querría que Dios le dejara tranquilo sin hacerlo padecer lo poquito que le
resta de vida. Job ve que la enfermedad le ha deshecho, le ha destruido el
organismo; no puede, por el contrario, vivir largo tiempo, eternamente. Como
con amarga ironía pide, que Dios le deje, que cese ya de atormentarle, ya que
su vida ha de ser breve como un soplo[19];
que la enfermedad, sí acabe su obra de destrucción, pero que no le cause tan terribles
dolores y penas. Ante la misteriosa conducta de Dios, Job no tiene otro recurso
que el de volver a preguntar en forma de queja: ¿hasta cuándo ha de estar Dios
sin apartar de él su mirada inquisitiva, ni cesar en su acción aflictiva, ni
por el tiempo brevísimo que se emplea en tragar la saliva? Otra razón por la
que la conducta de Dios se le hace a Job por lo demás enigmática y misteriosa:
¿por qué Dios, siempre inclinado al perdón, si Job tiene algún pecado de los
inherentes a la flaqueza humana, no se le perdona y vuelve a estar en paz con
él?
Todas las preguntas
anteriores de Job no son mera queja, sino más bien oración, casi equivalen a
“perdona mí pecado…”, y Job termina su conversación con Dios con la expresión
implícita de la esperanza de que Dios le devuelva otra vez su gracia antes de
morir: es un deseo mezclado de cierta esperanza, aunque muy débil; pero no nos
ha de extrañar, que un hombre que siente el dolor en su misma carne, que ve
destrozada su honra, flaquear su creencia en Dios y que, encima, se siente
abandonado de todos, tenga estados anímicos extremos, contrarios, incoherentes
unos con otros, como resultado de dos fuerzas que luchan entre sí: su razón y
su concepto de la justicia, que niega toda posibilidad de solución, por un lado
y, por otro, el hombre justo, creyente en su Dios, que aún pervive.
Pero Job se obstina en
encontrar la luz, donde parece imposible hallarla, pero a él le queda
esperanza; esperanza que le viene de Dios: y es la esperanza que surge en medio
de su situación, la que hace vislumbrar algo tras la impenetrable negrura; un algo
indeterminado, una solución desconocida, ni el mismo Job sabe lo que va
buscando: ¿Cuál es mi fortaleza para
esperar todavía? ¿Cuál mi fin para llevarlo todo con paciencia?[20].
Su problema es tal para caer en la desesperación, pero surge su esperanza, y
esta le hace vislumbrar que será posible toda solución, pero ella es
desconocida, este algo desconocido le crea una estrechez, una angustia y es
esta misma, la que le hace permanecer obstinado buscando la solución de su
problema.
La invencible repugnancia de
Job al ingrato manjar de sus dolores le hace volver al deseo, ahora
explícitamente expresado de que ponga Dios fin a su vida tan trabajosa. Lo
único que le cabe esperar es que Dios, que le trata ahora como enemigo, por un
acto de benevolencia para con él, se decida a hacer que cesen sus tormentos cortándole
el hilo de la vida. Eso es lo que pide a Dios: si supiera que Dios accediera a
sus ruegos, ya desde ahora se mitigaría su dolor y aún se llenaría de gozo. Y
el motivo de ese gozo irrefrenable no sería sólo el ver ya próximo el fin de
sus sufrimientos, sino saber que otra vez vuelve Dios a su antigua
benevolencia. Las palabras que Job pronuncia en todos estos versículos nos
declaran su grandeza de alma; más que el reposo anhelado que le traería la
muerte, estima el morir sin haberse apartado de la ordenación divina revelándose
contra ella, y el que dé Dios testimonio accediendo a sus deseos de esa
fidelidad de Job a los divinos decretos. A Dios le llama el Santo, es la vez
que se le designa en el diálogo con ese nombre.
Como para mover a Dios a que
le otorgue su petición de hacerle morir pronto, representa Job su natural
impotencia para perseverar en la paciencia con que hasta ahora se ha resignado
a la ordenación divina, porque si el tiempo de la tribulación se alarga, él no
ve en sí fuerzas para aguardar pacientemente el fin de sus dolores. Ante sí Job
sólo descubre un camino doloroso que acabará con la muerte, y esa vista le
quita todo ánimo para seguir aguantando. Job, pues, se declara destituido de
cuanto pudiera ser ayuda o medio para perseverar en la paciencia al prolongarse
su tribulación.
La intervención de Dios no
aporta la solución que esperaríamos: la revelación del más allá con sus premios
y castigos, donde encuentra su última explicación el dolor y sufrimiento de
este mundo. Pero era todavía un poco pronto; la misión de Job era sólo
preparatoria constatando que la doctrina tradicional de la retribución en esta
vida no es exacta; había que esperar otra solución, la cual vendría todavía
unos siglos más tarde.
Hna. Ana María Panizo
Quiero visitar el monasterio. Espero que Dios me dé la oportunidad. Gracias por compartir, iré leyendo poco a poco.
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