"Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna" |
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca
ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Estas palabras del
evangelista Juan generan esperanza y abren horizontes, pues, si damos un repaso
a la historia de los últimos dos mil años, encontramos motivos más que
suficientes para abrigar desánimo e inquietud, al ver cómo la injusticia y la
maldad siguen pesando en la convivencia humana, quedando, al parecer, lejana la
anunciada promesa de salvación. La primera lectura de este domingo evoca el
desastre del pueblo israelita que, por razón de sus pecados, llegó a
desaparecer como estado. Y en estos días asistimos, impotentes, a la realidad
de guerras y violencias en tantas partes del mundo, en las que los humanos, movidos
por razones más o menos discutibles, se combaten entre sí con saña, sembrando a
su alrededor sufrimiento, desolación y muerte. Y viene espontaneamente la pregunta: ¿Es que Dios nos ha engañado? ¿Es
que sus promesas han quedado reducidas a palabras vacias y sin sentido? ¿Dónde
está la salvación anunciada? ¿Cabe aún esperar que el mundo alcance un día la
justicia, la libertad y la paz de forma estable y continuada?
Más que perder el tiempo
en inútiles lamentaciones, conviene profundizar en el mensaje que proponen las
lecturas de este domingo. En la segunda lectura, san Pablo repetía que Dios,
rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, nos ha hecho vivir en
Cristo, nos ha resucitado con él, nos ha sentado en el cielo con él. Pero añade,
a renglón seguido, que todo eso ha sido por pura gracia y que tiene lugar en el
ámbito de la fe. La realidad nos ha sido dada, pero no hemos entrado aún en su
plena posesión. Salvados por gracia mediante la fe, hemos de responder
libremente para actuar según el plan de Dios. Para decirlo con otras palabras,
no podemos ser salvados si no colaboramos, si rechazamos el don de la gracia o
no lo convertimos en fidelidad. Por esta razón es injusto acusar a Dios de haber
prometido en balde, de no haber llevado a cabo el contenido de su promesa.
En efecto, Dios ama al
mundo y quiere su salvación, y para esto no ha dudado en entregar a su propio
Hijo. Pero san Juan dice también, como contrapartida, que la acción de Dios
puede quedar estéril por la dureza de corazón de los humanos, que prefieren las
tinieblas a la luz, la muerte a la vida. Y así elevangelista continua diciendo:
Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo
se salve por él. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y nosotros
hemos preferido la tiniebla a la luz, porque nuestras obras son malas. Con esta
afirmación el evangelista subraya la parte de responsabilidad que nos corresponde
en el devenir de la historia. La voluntad de Dios de salvar a la humanidad
incluye un profundo respeto por la libertad de de todas y cada una de las
personas.
En efecto, Dios promete la
salvación, o si preferimos, Dios ofrece la vida que es luz de los hombres y que
brilla en la tiniebla. Pero la tiniebla no la recibió, más aún intentó apagar
la luz. Y así se dice: El que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca
a la luz, para no verse acusado por sus obras. Seamos sinceros: a munudo y de
alguna manera hemos contribuido al rechazo de la vida y de la luz con nuestro
modo de actuar. Examinemos nuestra vida, interroguémonos sobre el modo cómo
respondemos a la propia vocación recibida, cómo tratamos de acercarnos a la luz
para conocer mejor nuestra tiniebla, para irla venciendo de modo que seamos
iluminados del todo.
En el camino de la vida se
levantan a derecha e izquierda un sinúmero de proyectos de vida capaces de
suscitar ilusión, que halagan al hombre hasta lo más profundo del ser. Pero no
todos estos estandartes pueden ofrecer vida y luz, pues muchos, por favorecer
el egoismo y la ambición, conducen a la muerte. Hoy se nos recuerda un pasaje
del libro de los Números: Durante la travesía del desierto, y ante una invasión
de serpientes venenosas, Moisés levanto un estandarte que quien lo miraba
quedaba curado. Desde el Calvario y para todos los hombres, la cruz de Jesús es
el estandarte capaz de dar vida. Vivamos con alegría el hecho de ser salvados
por gracia, mediante la fe, teniendo presente que ahora Dios espera de nosotros
que nos dediquemos a demostrar con hechos la fe que profesamos, a proclamar con
buenas obras el agradecimiento por haber sido salvados.
Muy hermoso; gracias no tiene desperdicio „feliz Do.Domingo
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