SAN ELREDO DE
RIEVAL
Introducción
Elredo de Rieval nació en Hexham,
Northumberland (Yorkshire) (1110). Recibió la primera instrucción en el
priorato de Durham[1],
donde Eilaf, su padre, sacerdote de Hexham, iba a morir como oblato. A la edad
de catorce años fue recibido en la corte del rey de Escocia, David I. Allí
convivió con los príncipes reales, recibió una cultura anglo-normanda y siguió
estudiando los clásicos latinos. Hacia los veinte años empezó a desempeñar un
oficio palaciego, el de dapifer regis
o senescal; por eso podía recordar a San Bernardo que procedía de las cocinas.
En aquellos años, Waldef, hijo del rey, abandona la corte y se une a los
canónigos regulares, aunque al final acabará siendo abad cisterciense en
Melrose. Quizá esta decisión aceleró en él el deseo de hacerse monje.
Elredo es un representante de la
denominada teología monástica, cultivada en los monasterios medievales, y que
con la aparición de Císter experimentó un nuevo impulso, con autores como
Bernardo de Claraval, Guillermo de Saint-Thierry, Guerrico de Igny y el mismo
Elredo, todos ellos contemporáneos del siglo XII. Esta teología elaborada en
los claustros cistercienses, a diferencia de la que se hacía en las escuelas de
las catedrales y en las universidades, más especulativa, no separa la reflexión
intelectual de la vida, el conocimiento del amor. Es una teología encarnada en
la propia existencia y en la experiencia que brota del misterio de la fe,
creído y vivido en la liturgia, y que se fundamenta en la lectura pausada y
saboreada de la
Sagrada Escritura. El deseo de conocer y de amar a Dios, que
nos sale al encuentro a través de su Palabra,
y que debemos acoger, meditar y practicar, fue el que llevó a Elredo a
profundizar los textos bíblicos en todas sus dimensiones.
Una de las tareas más importantes
de un abad es la de dar a sus hermanos, los monjes que se le han confiado, la
enseñanza espiritual de la
Palabra de Dios, tarea que los abades cistercienses cumplían
cada día en el Capítulo (Sala Capitular donde se reúnen diariamente para leer la Regla ), y que nos ha valido
un amplio repertorio de sermones de los más insignes abades de la
Edad Media
La doctrina de Elredo está
injertada en el árbol de Claraval, y su enseñanza es fruto de una experiencia
personal, desarrollada en el campo bernardiano. Su modo de meditar la Escritura , de comentarla
y exponer sus textos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, de recurrir
a su autoridad, se identifica en Elredo con la escuela del Doctor Melifluo, que sobresalía en el arte de extraer de la letra
del texto bíblico la miel pura y sabrosa del sentido respecto a la experiencia
de Dios, al gusto de Dios. Elredo es la figura señera de toda una generación
cisterciense que, siguiendo la estela de San Bernardo, contribuye a la
renovación de la ciencia sagrada.
Discípulo fiel y a la vez
independiente de San Bernardo, desarrolla ciertas intuiciones del maestro,
afirmando el equilibrio de su pensamiento. Dos actitudes representativas
resaltan aspectos singulares en toda la producción literaria del Abad de
Rieval, y ponen su acento propio en su aportación a la formación de una
tradición espiritual.
También es fácil reconocer en sus
escritos -particularmente en sus dos grandes obras, el Espejo de la caridad y La
amistad espiritual- las líneas maestras del pensamiento de San Bernardo, al
que llama amantísimo padre y señor mío[2]. Tanta fue esta influencia
que ha podido afirmarse, a propósito del De
amicitia spirituali, que Bernardo sobrevivió en las obras de su mejor
discípulo[3].
Su doctrina monástica es fuerte,
sin paliativos. Que nadie se engañe: somos los
profesionales de la cruz de Cristo[4]. Me dirijo a vosotros, hermanos míos, hijos míos, no solo adoradores de
la cruz de Cristo, sino también profesionales y amadores de su cruz...[5].
Elredo, no afirma la Asunción de María,
ciertamente la Asunción
de la Virgen María
con el rigor teológico de la definición dogmática que hizo Pío XII el año 1950,
sino que se limita prudentemente a dar su opinión: Aunque en este asunto con el cuerpo, como algunos creen, pero aunque no me atreva a afirmar esto
porque no tengo en qué basarme, solo con dudas me atrevería a afirmar que en
este día la bienaventurada Virgen…, subiría al cielo y recorrería toda aquella
ciudad celeste con la rapidez de su espíritu.
Hasta la renovación litúrgica del Concilio
Vaticano II, con la Constitución
Dogmática Sacrosanctum
Concilium, en la fiesta de la
Asunción se leía el pasaje de la visita de Jesús a Marta y
María. El hecho de que el texto de la Biblia Vulgata hablase de un “castillo”, dio
lugar a Elredo para elaborar su sermón basado en los elementos constitutivos de
un castillo: el foso, el muro y la torre que constituyen los elementos
defensivos de un castillo, refiriéndose a las virtudes de la humildad, la
castidad y la caridad.
Elredo aplica esta figura a María, una plaza
fuerte completamente especial, en la que se dan a la perfección y
simultáneamente la laboriosidad de Marta y la contemplación de María.
Como ocurre en todos sus sermones, Elredo
deriva enseguida al sentido antropológico o moral, es decir, la aplicación a
los monjes. Igualmente ellos deben dedicarse a la vita actualis, las vigilias, el ayuno, el trabajo, pero a la vez
deben buscar tiempo para dedicarse exclusivamente a la contemplación, a estar
como María a los pies de Jesús, pues como el mismo Señor ha dicho: “María ha
escogido la mejor parte y no se le quitará”[6].
1. Sermón 19, en la Asunción de Santa María
1. 1 Jesús entró
en casa de Marta y María
Entró Jesús en un castillo[7] -nos dice Elredo-, y una mujer, de nombre Marta, que tenía una
hermana, que se llamaba María, lo acogió en su casa[8].
La alegría de María es grande por tener a tal huésped, al que agasaja, y en
cuya atención estaba muy ocupada. Pero aún más grande fue el contento de María,
al darse cuenta de la dignidad del huésped. Y al contrario que Marta, lo acogió
atendiendo a su sabiduría y se recreó en su dulzura. Y tan atenta estaba a las
palabras de Jesús, que no se preocupaba de lo que pasaba en la casa, de lo que
Marta decía y de sus muchas ocupaciones[9].
1. 2 Acoger a Jesús
espiritualmente
San Elredo, nos dice: ¿Quién de nosotros, si nuestro Señor estuviese en este mundo, y
quisiese venir a él, no se alegraría de modo admirable e inefable? ¿Pues qué
diremos, hermanos? ¿Porque no está físicamente, por eso no podemos recibirlo
físicamente, por eso no podemos esperar que venga? Debemos preparar
nuestras casas, y no dudar que Jesús vendrá a nosotros mejor que si viniese
físicamente. Es cierto que estas dos mujeres tuvieron la dicha de recibirlo
corporalmente, pero no nos debe caber la menor duda que fueron más dichosas
de recibirlo espiritualmente.
En aquel tiempo muchos lo recibieron
corporalmente, y comieron y bebieron con Él, pero como no lo acogieron
espiritualmente siguieron siendo unos desgraciados. Pues, ¿quién más
desgraciado que Judas? Él sirvió corporalmente al Señor. Y la
Virgen María , cuya gloriosa Asunción hoy
celebramos, aunque fue dichosa por recibir en su cuerpo al Hijo de Dios, lo fue
mucho más por acogerlo en su alma. Así nos lo dice San Lucas en su Evangelio: Dichoso el vientre que te llevó y los pechos
que te criaron. Y el Señor le contestó: Dichosos
más bien los que escuchan la
Palabra de Dios y la cumplen[10].
1. 3 Preparar un fortaleza
espiritual
Hermanos, hemos de preparar, un castillo espiritual para que pueda venir
a nosotros el Señor. Si María no hubiese preparado en sí esta morada
fortificada, Jesús no hubiese venido a morar ni en su cuerpo ni en su espíritu,
ni se leería hoy en esta solemnidad de María este Evangelio.
Debemos preparar este castillo donde se hacen
tres cosas para que sea fuerte: el foso, la muralla y las torres. Primero el
foso, después la muralla sobre el foso y por último la torre, que es más fuerte
y sobresale por encima de todo. La muralla y el foso contribuyen a la vez a la
defensa, ya que si no estuviese delante el foso, la gente podría, por medio de
algún ingenio, llegar a socavar la muralla, y si la muralla no estuviese sobre
el foso, podrían llegar hasta el foso y rellenarlo. La torre, por su parte, lo
defiende todo porque sobresale por encima de todo.
1. 4 El foso es la humildad
Ahora vayamos a nuestra alma y veamos cómo
deben realizarse espiritualmente todas estas cosas en cada uno de nosotros.
¿Qué es el foso sino un hoyo? Ahondemos en nuestro corazón para encontrar allí
lo que hay en el fondo, quitemos la tierra que está en el fondo y saquémosla
fuera, ya que es como se hace el foso. La tierra que debemos coger y echar
fuera es nuestra fragilidad. Y pensemos que no está escondida dentro, sino
tengámosla siempre presente a nuestros ojos, para que haya un foso en nuestro
corazón, es decir, tierra humilde y profunda. Ese foso, hermanos, es la humildad.
Hemos de recordar lo que nos dice aquel
viñador del Evangelio del árbol que el amo de la viña quiso arrancar porque no
encontró en él fruto: Señor, déjala este
año, y yo cavaré en su alrededor y le echaré estiércol[11].
El Señor quiso hacer allí un foso, es decir, enseñar la humildad. Así debemos
comenzar a construir este castillo, ya que si no empezamos por poner este foso
en nuestro corazón, “una verdadera humildad”, solamente traeremos ruina sobre
nosotros mismos.
1. 5 La muralla espiritual es
la castidad
A continuación del foso hemos de construir la
muralla. Y esta muralla es la castidad; muralla verdaderamente fuerte, ya que
mantiene incólume y sin mancilla la carne. Esta es la muralla que defiende el
foso -del que hemos hablado- para que no puedan rellenarlo los enemigos, porque
si perdemos la castidad, enseguida se llena el corazón de inmundicias e
impurezas, y desaparece por completo del corazón el foso espiritual, la
humildad. Y así como el foso es defendido por la muralla, también el muro ha de
ser defendido por el foso, ya que el que pierde la humildad no puede tampoco
mantener la castidad de la carne. Por esto sucede que la virginidad, mantenida
desde la infancia hasta la ancianidad, se pierde a veces cuando el alma se
mancha con la soberbia, y la carne a su vez se mancha con la lujuria.
María tuvo esta muralla con mayor perfección
que cualquier otro, porque ella es santa, pura, y su virginidad, como una
muralla firmísima, nunca pudo ser penetrada por la tentación del diablo. Fue
virgen antes del parto, en el parto y después de él.
1. 6 La torre de la caridad
Si imitamos a María y tenemos el foso de la
humildad y la muralla de la castidad, debemos edificar la torre de la caridad.
La caridad es la “gran torre”, porque así
como la torre suele ser la parte más alta del castillo, así la caridad está
sobre todas las virtudes del edificio espiritual del alma. El apóstol San Pablo
dice: Aún voy a mostraros un camino más
excelente[14].
Diciendo esto se refería a la caridad, que es el camino más sublime que lleva a la vida[15].
El que se encuentra en esta torre no teme a sus enemigos, ya que la caridad perfecta expulsa el temor[16].
Sin esta torre -la caridad- se tambalea el castillo espiritual del que hemos
hablado.
El que tiene seguro y fuerte el muro de la
castidad, pero desprecia o juzga a su hermano, no tiene con él la caridad que
debe, porque no tiene la torre, y el enemigo entra por la muralla y mata su
alma. Igualmente, si parece humilde en su comportamiento: en el comer, en sus
tendencias…, pero tiene por dentro un espíritu amargo para sus superiores y
hermanos, el foso de la humildad no podrá defenderlo de sus adversarios.
1. 7 La caridad de María
Como nos dice Elredo: “¿Quién podría expresar
lo perfecta que era la “torre” en la Virgen
María ? Si Pedro amó a su Señor, ¿cómo amaría Santa María a su
Señor e Hijo?”[17]. Y
cómo amaría ella a su prójimo, a los hombres, lo manifiestan tantos milagros y
apariciones con los que el mismo Jesús se ha dignado hacer ver que ella
intercede ante su Hijo por todo el género humano. Su caridad es tan grande que
no cabe en mente alguna.
Este es el “castillo” en el que Jesús se
digna entrar. Pero no nos cabe duda que son mucho más dichosos los que lo
reciben en el castillo espiritual que los que lo recibieron en sus
casas. No sabemos por qué el evangelista no nos ha dado el nombre del castillo,
pues solo se contentó con decir que entró
Jesús en un castillo. “Uno” expresa algo singular, y esto corresponde
propiamente a nuestra Santísima Señora, ya que ella es el “castillo singular”,
pues en nadie se halla tal humildad, tan perfecta castidad, tan extraordinaria
caridad. María es, sin duda, el “castillo singular” que construyó el Padre, que
santificó el Espíritu Santo, en el que entró el Hijo y toda la Trinidad como morada suya
peculiar.
1. 8 Jesús entró con la puerta
cerrada
Este es el “castillo” en el que entró Jesús.
Como profetizó Ezequiel, entró con la puerta cerrada y salió con la puerta
cerrada cuando dice: Y me condujo a la
puerta que da al Oriente, y estaba cerrada[18].
Esa puerta oriental es María Santísima, pues la puerta que da a Oriente, es la
primera que recibe la luz del sol; y así, María, que siempre se dirigía hacia
el Oriente, es decir, a la luz de Dios, recibió los primeros rayos; y más aún,
todo el resplandor del verdadero Sol, el del Hijo de Dios, como nos dice
Zacarías: “Nos ha visitado el Oriente, que procede de lo alto”[19].
Esa puerta
estaba cerrada y bien defendida, no pudiendo el enemigo encontrar ningún
acceso ni resquicio[20].
Estaba cerrada y sellada con el sello
de la castidad, que no se rompió al entrar el Señor, sino que la
confirmó y afianzó, porque de Él es de quien recibimos la virginidad; con su
presencia no la eliminó, sino más bien la confirmó. Así es como Jesús entró en
este “castillo”. Si nosotros tenemos este “castillo espiritual”, sin duda que
Jesús entrará espiritualmente en nosotros. En María, entró espiritual y
corporalmente, ya que en ella y de ella tomó el cuerpo.
1. 9 En la misma casa han de
vivir Marta y María
Y una mujer de
nombre Marta, que tenía una hermana que se llamaba María, lo acogió en su casa[21]. Si nuestra alma se ha
convertido en un castillo, conviene
que vivan en ella dos mujeres: una que esté a
los pies de Jesús para escuchar su
palabra; la otra para servirlo y alimentarlo. Porque si solo estuviese
María en aquella casa, no habría quien alimentase al Señor; si solo estuviese
Marta, no habría quien se recreara con sus palabras y presencia.
Marta simboliza el trabajo con el que el
hombre se afana por Cristo, y María, en cambio, el ocio en el que deja sus
trabajos corporales y se recrea con la dulzura de Dios, ya sea por la lectio, la oración o la contemplación.
En tanto que Cristo es pobre, anda por la tierra, pasa hambre, sed, y sufre la
tentación, es inevitable que estas dos mujeres habiten en la misma casa, es
decir, que ambas actividades se den en la misma alma.
Mientras nosotros estemos en la tierra, si
somos sus miembros, Él está en la tierra. Y mientras que los que son miembros
suyos pasan hambre, sed, y son tentados, Cristo también. Por eso Él dirá en el
día del juicio: Siempre que lo hicisteis
a uno de mis más pequeños hermanos, a mí me lo hicisteis[22].
Es necesario que en esta miserable y penosa vida esté Marta en nuestra casa,
que nos dediquemos a los trabajos manuales, pues mientras necesitamos comer y
beber, debemos trabajar. Pero cuando sintamos la tentación del deleite, hemos
de controlar nuestro cuerpo con las vigilias, el ayuno. Esta es la parte de
Marta.
1. 10 Actividades espirituales y
corporales
En nuestra alma también debe estar María, que
es el ejercicio espiritual, porque no debemos dedicarnos siempre a los trabajos
corporales, sino dejarnos para ver qué
bueno, qué dulce es el Señor[23],
estar a los pies de Jesús y escuchar su palabra. No debemos descuidar nunca a
María por Marta, ni tampoco a Marta por María, pues si descuidamos a Marta,
¿quién alimentará a Jesús? Y, si descuidamos a María, ¿de qué nos servirá que Jesús entre en nuestra casa, si no gustamos
nada de su dulzura?
Debemos tener presente que estas dos mujeres
nunca deben estar separadas en esta vida. Llegará el momento en que Jesús ni
será pobre, ni pasará hambre, ni sed, ni será tentado, entonces solo María, es
decir, la actividad espiritual, llenará nuestra casa, nuestra alma. Todo esto,
San Benito lo captó muy bien, o más bien el Espíritu Santo en San Benito[24],
y por eso estableció que estuviesen dedicados a la lectio, propio de María, sin olvidarse del trabajo correspondiente
a Marta; mandó ambas cosas y estableció unos tiempos para la actividad de Marta
y otros para la de María.
1. 11 Cómo se realizaron en la Virgen María
En la Virgen
María , se dieron perfectamente las dos actividades. Cuidó
a Jesús en todas sus necesidades temporales, huyó con Él a Egipto, etc.[25],
esto pertenece a la actividad corporal. En cambió, conservar todas estas cosas meditándolas en su corazón[26],
y reflexionar sobre su divinidad, contemplar su poder, deleitarse con su
dulzura, corresponde a la actividad espiritual. Por eso con razón dice el
evangelista: María, a los pies de Jesús,
escuchaba sus palabras[27].
En la parte de Marta, la
bienaventurada María no estaba a los pies
de Jesús. Más bien parece que era el mismo Jesús el que estaba a los pies
de su dulcísima Madre, ya que nos dice el evangelista, les estaba sujeto a María y José[28].
Pero en cuanto veía y reconocía su divinidad, ella estaba a sus pies, se
humillaba ante Él reconociéndose como su esclava[29].
Y en la parte de Marta le servía como a débil y pequeño que tenía hambre, sed,
sufría con Él en sus tribulaciones y en las injurias que le hacían los judíos.
Por eso se le dice: Marta, Marta, andas
muy ocupada y te turbas por muchas cosas[30].
Y en la parte de María, le suplicaba como a Señor, lo veneraba como a su Señor,
y anhelaba con todo su corazón su dulzura espiritual.
1. 12 En el tiempo del destierro
Por tanto, mientras estamos en este cuerpo, en este destierro, en este lugar
de penitencia[31],
tengamos presente que nos es más propio y natural lo que dijo el Señor a Adán: Tendrás que comer tu pan con el sudor de tu
frente[32].
Esto corresponde a Marta, porque todo lo que podemos gustar de la dulzura
espiritual no es más que una pitanza[33],
con la que Dios sustenta nuestra debilidad. Por eso, hagamos lo que corresponde
a Marta; y con temor y cuidado, ejercitémonos en lo que corresponde a María
para no dejar lo que corresponde a una por lo de la otra. Alguna vez Marta
querrá que María le ayude en el trabajo, pero no hay que ceder. Señor –dijo-, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el servicio? Dile que me
eche una mano[34].
Es una tentación.
1. 13 No dejar el quehacer de María
por el de Marta
Si cuando debemos dedicarnos a la lectio y a la oración, nuestra mente nos sugiere que hagamos otras cosas -que no
son ni urgentes ni necesarias en ese momento-, entonces, en cierto modo, Marta
llama a María para que la ayude. El
Señor juzga justa y adecuadamente, pues no manda a Marta que se siente con
María, ni a María que se levante y sirva con Marta. Es más dulce y agradable la
parte de María, pero el Señor no quiere que por ella se deje la obra de Marta;
y es más fatigosa la parte que corresponde a Marta, pero no quiere que se
abandone el ocio de María, sino que quiere que cada una haga su parte.
Los que quieren o piensan que algunos en esta
vida solo han de ser como Marta, y otros solo como María, se equivocan y no
entienden nada, ya que estas dos mujeres están, viven, en un mismo castillo, en una casa. La una y la otra
son gratas y adeptas al Señor, y son muy amadas por Él, como nos dice el
Evangelio: Jesús amaba a María, a Marta y
a Lázaro[35].
Pensemos, ¿qué santo llegó a la santidad sin la actividad de estas dos mujeres?
1. 14 No mezclar la una con la
otra
Cada uno de nosotros tenemos que dedicarnos a
ambas actividades, y es indiscutible que, en
ciertos momentos[36],
hemos de obrar como Marta y en otros como María, a nos ser que sobrevenga una
necesidad que esté fuera de la ley. Hay que ser fieles a los tiempos que el
Espíritu Santo nos ha determinado; esto quiere decir que en el tiempo de la lectio estemos haciéndola, y no nos
dejemos llevar por la pereza o la indiferencia, apartándonos de los pies de
Jesús, sino que estemos ahí, escuchando
su Palabra; y a la hora del trabajo seamos diligentes y dispuestos, y no
nos excusemos dejando el trabajo o servicio que nos pide la caridad.
Nunca debemos mezclar estas dos cosas, a no
ser que la obediencia, a la que no se debe anteponer ni la quietud ni el
trabajo, ni la acción ni la contemplación, nos urgiera a dejar los mismos pies de Jesús (por decirlo de alguna
manera). Y aunque para María era más agradable estar a los pies de Jesús, si Él
se lo hubiese mandado, se habría levantado ayudando a su hermana Marta a
servirlo. Pero el Señor no lo hizo, para recomendar con esto ambos modos de
proceder, y a no ser que se nos mande otra cosa, debemos cumplir ambas, sin
dejar la una por la otra.
1. 15 La mejor parte es de
María, que no se le quitará
Reflexionemos sobre lo que dice el Señor: María ha elegido la mejor parte que no se le
quitará[37].
¡Gran consuelo nos ha dado Jesús con estas palabras! Se nos quitará la parta de Marta, pero no la de
María. Nos hastiaríamos de todo el trabajo y miserias si estuviésemos siempre
con ellos; por eso el Señor nos consuela. Seamos valientes y llevemos con ánimo
todos los trabajos que nos sobrevengan, sabiendo que han de tener fin. Y si los
consuelos espirituales solo duraran lo que dura esta vida, no tendríamos mucho
interés. Pero no se nos quitará la
mejor parte (la de María), sino que aumentará.
Y después de esta vida, lo que aquí hemos
gustado como en pequeñas gotas, comenzaremos a gustarlo espiritualmente en
plenitud, hasta embriagarnos, como bien dice el profeta: Se embriagarán con la abundancia de tu casa y les darás a beber del
torrente de tus delicias[38].
No debemos rendirnos por los trabajos de esta vida, porque pronto se
terminarán. Debemos apetecer con ansia el gozo de las delicias del Cielo, que
ya empieza aquí, pero que tendremos en plenitud y para siempre en la otra vida,
la que durará eternamente. Que María, Madre asunta al cielo, nos ayude a
conseguir esta felicidad ante su Hijo, que es Dios y vive y reina con el Padre
y el Espíritu Santo por los siglos sin fin.
Conclusión
Dichoso aquel que sepa, a su debido
tiempo, escoger la mejor parte. No hay en ningún sitio otra mejor parte, porque
esa parte es el Señor, que es el que ha creado todo lo demás, todas las demás
partes, y frente a Él, que es el “Todo de todo lo creado”, sea esto visible o
invisible, todo lo demás solo son partes de lo creado. Así nos lo dice también
Juan del Carmelo en su libro “Sed de Dios”[39]. Pero en tanto que
estamos en este mundo, hemos de aceptar la alternancia de ambas vidas sin
quejas, dentro de la obediencia.
Mientras otros se entregan a diversas tareas,
dedíquese María -dediquémonos nosotros- a contemplar y a experimentar qué bueno y suave es el Señor[40].
Y procuremos sentarnos con el espíritu ferviente y el alma sosegada a los pies
de Jesús, mirándolo sin cesar y escuchando las palabras, porque es una delicia
para los ojos y melodía para el oído. De
sus labios fluye la gracia y es el más bello de los hombres[41].
Más aún, su gloria supera a la de los ángeles.
Gócese, pues, María, y viva agradecida -y
gócense todos los monjes del Císter-, por haber escogido la mejor parte.
Dichosos los ojos que ven lo que ves tú, y dichosa tú que percibes el murmullo
divino en el silencio, donde es bueno para el hombre esperar la salvación del
Señor. Busca la sencillez, evitando de un lado el engaño y la falsedad, y de
otro la multiplicidad de ocupaciones. Escucharás así las palabras de aquel cuya
voz encanta y cuya figura embelesa.
Hna. Florinda Panizo
AA VV, Biblia para la iniciación
cristiana, NT, T. 1, Edita: Secretariado Nacional de Catequesis, Madrid
1977.
AA VV, Biblia
para la iniciación cristiana, AT, T. 2, Edita: Secretariado Nacional de
Catequesis, Madrid 1977.
Casciaro José María, Sagrada Biblia: Nuevo Testamento T. 5, Ediciones Eunsa, Pamplona
2008.
Colombás G. M., San Benito su vida y su Regla, Editorial BAC, Madrid 1954.
De La Croix Boston J., La doctrine
de l’amitié chez Saint Bernard, en RAM 29 (1953) 3-19.
Del Carmelo Juan, La sed de Dios, Espiritualidad
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Elredo de Rieval, Sermones litúrgicos T. I, Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2008.
Elredo de Rieval, Sermones litúrgicos T. II, Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2008.
Elredo de Rieval, Sermones litúrgicos T. III, Ediciones Monte Carmelo, Burgos 2010.
Ratzinger Joseph Cardenal, La
contemplación de la belleza. A los participantes en el “Meeting” de Rimini (Italia) 24-8-2002.
Ubieta José Ángel, Biblia de Jerusalén, Editorial
Descleé de Brouwer, Bilbao 1975.
Webb T. Geoffrey y Walker Adrian, Speculum caritatis Pról.:
Espejo de la Caridad ,
Londres 1962.
[1] Las
escuelas de gramática dieron a Elredo una buena base para su futura cultura clásica.
Leach ofrece amplia información sobre las escuelas de los tiempos de Elredo y,
en concreto, de las de su región: “Early Yorkshire Schools”, en
Record Series of the Yorkshire Archeological Society, XXVII.
[3] J. De La
Croix Boston , La
doctrine de l’amitié chez Saint Bernard, en RAM 29 (1953) 3-19.
[6] Lc 10,42.
[7] Castillo, plaza fuerte, ciudadela,
así se ha entendido en la Edad Media
el término Castellum, de la Vulgata , y esta es la
interpretación que hace Elredo y describe en su sermón. Por eso, aunque vaya en
contra de nuestros conocimientos históricos y arqueológicos, es indispensable
mantener el término y leerlo desde esa perspectiva para poder comprender su
sermón.
[8] Lc 10,38-39. Este Evangelio se leía en
la fiesta de la Asunción
hasta la reforma del Concilio Vaticano II.
[13] Íbid.,1,48. María canta la
salvación de Dios en su persona. El campo se amplía y la salvación de Dios
llega a los pobres de la tierra, a los humildes, a los hambrientos, etc.
[14] 1 Co 13,1.
[15] Mt 7,14.
[16] 1 Jn 4,18.
[18] Ez 44,1; 47,2.
[19] Lc 1,78.
[20] Cf. Ez 44,1-2; Jos 6,1.
[21] Lc 10,38.39.
[22] Mt 25,40.
[23] Sal 45,11; Sal 33,9; 1 Pe 2,3.
[24] RB 48,1. San Benito nos presenta la
distribución de la jornada completa en el monasterio. Y esto nos da pie para
profundizar en los otros dos elementos que, junto con el Oficio Divino, son esenciales de la vida monástica: el trabajo y la lectio divina.
[30] Ibid., 10,41. Las palabras de Jesús no
son tanto un reproche a Marta como un elogio encendido de la actitud de María,
que escucha la Palabra
del Señor: “Aquella se agitaba, esta se alimentaba; aquella disponía muchas
cosas, esta solo atendía a una. Ambas ocupaciones eran buenas”. Cf. San Agustín, Sermón 103,3.
[31] 2 Co
5,6.
[32] Gn 3,19.
[33] En
el párrafo anterior, Elredo ha dicho lugar
de penitencia al que corresponde una
pitanza, ración de comida que se
distribuye a los que viven en comunidad o a los pobres.
[34] Lc 10,40. La frase cobra un sentido
nuevo al ver el contraste entre los apuros y nerviosismos de Marta y la
tranquilidad de María. En medio de las actividades de la vida hay que saber
“pararse” para escuchar la
Palabra de Dios, y esto tiene una importancia capital en los
monjes/as. Es la parte buena de la vida que escogen al seguirle en la vida
monástica-contemplativa. Es lo único que, en definitiva, interesa.
[35] Jn 11,5.
[36] RB 48,1.
[37] Lc 10,42. A veces se ha visto en Marta
el símbolo de la vida de la tierra y en María la del Cielo. Otras veces se ha
considerado a Marta como símbolo de la vida activa, y a María de la
contemplación. En la Iglesia
hay diversas vocaciones, pero acción y contemplación deben estar presentes en
toda vida cristina.
[38] Sal 35,9.
[39] Cf. Juan del Carmelo, La sed de Dios, Espiritualidad nº 16, Editorial Dagosola, Madrid
2011, p. 65.
[40] Sal
33,9.
[41] Sal 44,3. Está claro que la Iglesia lee este salmo
como una representación poético-profética de la relación esponsal entre Cristo
y la Iglesia.
Reconoce a Cristo como el más bello de los hombres; la gracia
derramada en sus labios manifiesta la belleza interior de su palabra, la gloria
de su anuncio. De este modo, no solo la belleza exterior con la que aparece el
Redentor es digna de ser glorificada, sino que en Él, sobre todo, se encarna la
belleza de la verdad, la belleza de Dios mismo. Cf. Joseph Ratzinger, La contemplación de la belleza. A los participantes en el “Meeting” de Rimini
(Italia) 24-8-2002.
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