5 de marzo de 2016

DIMINGO IV DE CUARESMA (Ciclo C)

        
                 
         “El hijo menor dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes”. Así inicia la llamada “Parábola del hijo pródigo”, pero que sería mejor llamar “Parábola del padre misericordioso”. Como otros tantos pasajes del evangelio, la lectura de esta parábola puede suscitar el deseo de saber en cual de los tres personajes puede cada uno verse retratado. La pregunta no es ociosa, porque, como enseña san Pablo, todo el contenido de la Escritura ha sido escrito para nuestro consuelo y salvación. Urge pues colocarnos ante esta parábola para conocerla mejor, y en consecuencia, conocernos mejor a nosotros mismos. Además, en los relatos evangélicos, no siempre se da lisa y llanamente la conclusión de modo definitivo, sino que, a menudo, dejan abierta la posibilidad de que las cosas pudieran terminar de manera muy distinta de como podría parecer al principio.

         La descripción del hijo más joven podría parecer satisfactoria:  el muchacho, llevado por el deseo de experiencias nuevas, reclama la herencia paterna y, habiéndola obtenido, marcha lejos de lo habitual y conocido, malgasta sus bienes viviendo sin freno, y cuando el hambre atenaza, recapacita recordando la situación de los jornaleros de su padre. En consecuencia decide volver al padre planeando la confesión de su modo de proceder. La conclusión la conocemos generoso recibimiento y recuperación de sus derechos en la casa del padre.

Pero queda en el aire una pregunta: ¿Hasta qué punto es sincera su conversión, su vuelta al padre? ¿Reconoce que se ha equivocado de verdad, o su actitud es simplemente una muestra de pragmatismo? ¿Cuales debían ser los sentimientos de aquel joven ante la actitud espléndida del padre que abre sin reticencias las puertas tanto de la casa como del corazón? En el caso de una conversión más o menos de circunstancia, esta generosidad paterna ¿logra abrir brecha en su corazón y dar un vuelco auténtico en su actitud de modo de iniciar una real conversión? Los interrogantes quedan abiertos para que cada uno de nosotros trate de aplicarlos a nuestras continuas habituales y repetidas conversiones.

         La descripción del hijo mayor quizá es menos explícita en detalles, pero es convincente. El que se ha mantenido fiel, el que no ha desertado de la casa del padre, demuestra que de hecho está muy lejos del amor del padre. Envidia secreta del hermano menor que ha sabido cortar amarras y arriesgarse en aventuras alocadas. Envidia por el recibimiento paterno, expresado en imágenes muy materiales, pero sumamente expresivas: “Para él has matado el becerro cebado, a mi no me has dado nunca un cabrito”. Por si no bastase, muestra su profundo desprecio hacia su hermano, al que se refiere diciendo «ese hijo tuyo», no en cambio «ese hermano mío». Y sobre todo, ceguera total respecto al padre, del que no sabe apreciar la grandeza de alma. Y la pregunta importante: al final ¿se dejó convencer por el padre, depuso su actitud y aceptó juntarse a la fiesta, alegrarse del regreso del hermano?

         La intención de Jesús en esta parábola es mostrarnos la realidad de Dios, la inmensidad de su amor, de su perdón constante, total y definitivo. A veces se ha ha dibujado la imagen de Dios como la de un policía o de un juez, que espera nuestros fallos para descargar su mano. Naturalmente un Dios concebido en estos términos lo único que provoca es el rechazo puro y simple. ¿Somos conscientes del daño que hemos podido causar al ofrecer tal semblanza de Dios, en las antípodas del mensaje evangélico, en el que el acento está sobre el amor sin límites?

         Hoy, san Pablo, en la segunda lectura nos decía: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconcilieis con Dios”. Sabemos fuera de toda duda que Dios nos espera con los brazos abiertos. ¿Cual es de hecho nuestra propia actitud? A cada uno toca dar la respuesta.

27 de febrero de 2016

DOMINGO III DE CUARESMA (Ciclo C)


            “Si no os convertís, todos pereceréis”. Jesús, en el evangelio, repite dos veces esta especie de estribillo, aprovechando dos hechos acaecidos por entonces y seguramente conocidos por sus oyentes, como son una matanza de galileos perpetrada por Pilato en el templo de Jerusalén y las víctimas del hundimiento de una torre de Siloe. Jesús apremia a quienes le escuchaban a convertirse y, al enjuiciar los dos ejemplos aducidos, sale al paso de una mentalidad errónea que se daba por entonces y que aún puede darse hoy, incluso entre cristianos. Jesús afirma decididamente que nadie tiene derecho a interpretar como castigo divino las desgracias que pueden acontecer, ya sean naturales, ya provocadas por los hombres. Los parámetros de la justicia y de la retribución de Dios son muy diferentes de los nuestros. Pero todos y cada uno de los acontecimientos que se suceden en la vida de cada día deberían ser interpretados como signos que muestran la benevolencia de Dios así como la necesidad de una conversión sincera.

            En esta misma linea exhorta la parábola de la higuera estéril. A pesar de haber constatado repetidas veces que todo el trabajo llevado a cabo en favor de aquel árbol era inútil, pues no producía fruto, el responsable quiere probar otra vez, quiere dar otra oportunidad. Es la pedagogía divina: esperar que pueda sobrevenir el cambio, que los hombres no queden endurecidos en sus posturas, que se abran para dar finalmente una respuesta positiva.

            El concepto de conversión reviste a menudo una tonalidad más bien sombría en cuanto que se la relaciona con el pecado. Pero reducir la conversión al rechazo del pecado, sería dejar la obra a mitad. El hecho de convertirse supone ciertamente el dejar actitudes que no se compaginan con los postulados del evangelio pero supone también un esfuerzo positivo para inspirar una nueva manera de ser y de actuar para el que acepta convertirse.

            Un ejemplo del sentido positivo de la conversión lo ofrece la primera lectura que hablaba de la vocación de Moisés, el hombre de Dios que guió a Israel desde Egipto hasta la tierra prometida. Es de sobras conocido el relato de la zarza ardiente que Moisés admiró mientras apacentaba los rebaños de su suegro. Vio un fuego y, al acercarse, se dio cuenta de que era un zarzal envuelto en llamas pero que no se consumía. La voz que oyó al acercarse le hizo saber que aquel prodigio era el modo utilizado por Dios para entrar en contacto con él. Dios había escogido a Moisés y se le revelaba: Dios había decidido hacer de aquel hombre un instrumento de liberación para los hebreos que gemían bajo la esclavitud egipcia. Moisés se había refugiado en el desierto huyendo del Faraón que quería castigarle por su gesto en favor de sus hermanos hebreos.

Ante la zarza ardiente, Moisés, movido por la cercanía de Dios, se convence de la necesidad de abandonar la seguridad que le depara el desierto para regresar a Egipto y asumir la dura y difícil responsabilidad de salvar a sus hermanos. Cuando Moisés pregunta por el nombre de quien le envía, el Señor, junto con la revelación de su nombre, le impone dedicarse a liberar a su pueblo. Dios, al aparecerse a Moisés, le ha empujado a una conversión: le hace dejar el refugio cómodo que se había buscado para ponerse en la brecha y luchar con todas sus fuerzas en guiar a un pueblo de dura cerviz, que pondrá a prueba su paciencia y tenacidad.


            San Pablo invita hoy a dar una ojeada a la historia de los hebreos, plagada de constantes muestras de afecto y cuidado que Dios dispensó a Israel a lo largo de su historia, y que contrastan con la falta de sensibilidad demostrada tan a menudo con actitudes de indiferencia cuando no de abierto rechazo. El apóstol recuerda que cuanto les sucedió era un ejemplo destinado a nosotros, que aquellos detalles fueron escritos para ayudarnos a evitar su error. Pablo terminaba diciendo: ”El que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”. Como si dijese: Sois cristianos, habéis sido bautizados, confirmados y participáis en el banquete sacrificial de la Eucaristía. No juguéis con el don recibido de la bondad de Dios. Estemos pues atentos y preparados para ser cada vez más fieles a Jesús que nos ha llamado y que quiere introducirnos en su Reino de luz y de paz.

25 de febrero de 2016

ÍNDICE DE "CAMINO CISTERCIENSE"


1.    ASÍ COMENZÓ
2.    M. MARÍA EVANGELISTA QUINTERO (Fundadora)
5.      María Evangelista Quintero Malfaz – En “VITA NOSTRA”-
7.    Monacato cristiano: Sus Fuentes
9.    Celda y Cielo

19.  Dios sigue llamando – Testimonio: Marina
21.  
25.  MISTICA FEMENINA MEDIEVAL: -Santa lutgarda-  2
27.  Mística femenina medieval  -La virgen Benedicta- 3
28.  PUDO MÁS, QUIEN MÁS AMÓ (Sta. Escloastica)

35.  LA AMISTAD EN SAN ELREDO (1ª parte)
36.  LA AMISTAD EN SAN ELREDO (2ª Parte)
38.  GUERRICO_DE_IGNY (Sermones: Navidad)
41.  S. BASILIO MAGNO (1ª parte)
42.  S. BASILIO: ESCRITOS (2ª parte)
44.  S. BASILIO Y LA EUCARISTÍA – 4ª parte-

62.  EN LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA – Elredo de Rieval-
68.  S. BENITO DE NURSIA: Patrón de Europa

72.  SALMO 130
77.  LA FAMILIA QUE ALCANZO A CRISTO (síntesis) - 1ª Parte -
78.  Familia que alcanzó a Cristo (síntesis) -2ª Parte-
85.  HISTORIA DE LAS CONGREGACIONESES PAÑOLAS
86.  
87. 
88.