Respuesta de Nivardo a
Bernardo, al contemplar
la panorámica de las extensas posesiones que le dejaban
sus hermanos al hacerse monjes en Cister:
la panorámica de las extensas posesiones que le dejaban
sus hermanos al hacerse monjes en Cister:
“¿Entonces... vosotros elegís el Cielo y a mí me dejáis la tierra?
Eso no puede ser, no lo acepto, el reparto no es igual”.
Bella y real historia de una familia
El mensaje
cristiano de esta familia del medioevo es un ejemplo de santidad familiar que
también tiene actualidad. Es la síntesis de un libro presentado con la intriga
y la agilidad de la novelística moderna. La familia de Bernardo de Claraval, la
vida de nueve personas en su ascensión hacia la santidad, descrita a partir de
datos rigurosamente históricos.
Sin duda, el
protagonista principal fue Bernardo: hábil apologista gran organizador
que expandió por occidente los benedictinos blancos, la regla cisterciense. Fue
el gran predicador de la Santa Cruzada , el
autor del amoroso título mariano Notre Dame, fundador de las órdenes de
caballería cristiana.
Al narrar la
historia de los creadores del Císter, M. Raymond utilizó aquel antiguo género
literario, y, tomando de la vida real unos sucesos extraordinarios, les
infundió un aliento poético y legendario del más alto valor emocional. Su
intención, al componer la trilogía, fue divulgar la historia de los primeros
cistercienses europeos del siglo XII, y la de los primeros trapenses
americanos en el siglo XIX.
En “La familia que alcanzó a Cristo” Raymond presenta la familia de San Bernardo en medio de sus crisis y sus luchas entre los hombres. Pero no describe santos convertidos en fantasmas petrificados en hornacinas, sino sencillamente la vida de nueve personas en su ascensión hacia la santidad.
Aquí
presentamos una síntesis a modo de obra de teatro preparada por un monje de
Osera: P. Damián Yañez Neira. Vale la pena leer la obra entera.
EL
CASTILLO DE FONTAINES.
En
la cúspide de una áspera colina, situada al norte de la Borgoña (Francia), se encuentra una severa
mole acantilada sobre la cual descansa el famoso Castillo de Fontaines,
construido en tiempos medievales para defenderse una familia feudal,
dueña de todos los parajes comarcanos. Pasados los años, a comienzos del
s. XII, ocupaba dicha mansión un matrimonio distinguido perteneciente a una
familia rebosante de piedad cristiana que llevaba una vida ejemplar
para todos los habitantes de aquella zona: El marido, Tescelín, pertenecía a
uno de aquellos caballeros y señores distinguidos de Borgoña muy relacionado
con los Duques. La esposa, Alicia de Montbart, era descendiente de los
mencionados duques de Borgoña, hija del poderoso Bernardo de Mombart.
La noble pareja, de sangre ilustre por ambas partes, eran dueños de
considerables bienes de fortuna, pero lo que más resplandecía en ellos era la
pureza de fe e integridad de costumbres cristianas que se respiraba en aquel
hogar distinguido.
Ambos se unieron en matrimonio creando un hogar en el que se vivía el
ideal cristiano en una pureza admirable, no tardando mucho en ser
bendecido por Dios con el mejor fruto que podían esperar, comenzando a
aparecer varios hijos y una hija, siete en total. Alicia fue madre feliz de los
siete vástagos en el siguiente orden: Guido, Gerardo, Bernardo, Humbelina,
Andrés, Bartolomé y Nivardo. De entre ellos, Guido fue el primogénito, y los
demás fueron apareciendo a su tiempo hasta el último, a quien le
impusieron el nombre de Nivardo.
La madre. Refieren los historiadores que Alicia, era tan piadosa, que- al
tiempo de nacer cada uno de ellos - tenía la piadosa costumbre de ofrecerlos a
Dios por medio de la Virgen Madre , de la
que era devotísima. Alguno ha llegado a preguntarse si esta práctica piadosa no
influiría, tal vez, en el futuro destino de todos ellos, pues es llamativo el
hecho de que los siete hermanos se consagrarían a Dios en la vida religiosa.
Los seis varones en el Císter - orden recién fundada en los bosques de Borgoña,
procedente del frondoso tronco benedictino; y la única hembra, Humbelina, que
apareció entre ellos, luego de abrazar el matrimonio y vivir varios años en él
sin haber tenido descendencia, se acogió –como hemos de ver, en las
monjas benedictinas de July, no habiendo imitado a sus hermanos para ingresar
en el Císter, por cuanto todavía no se había fundado en la Iglesia la
rama femenina de esta orden.
El hecho llamativo de consagrarse a Dios los siete hermanos, es rarísimo y
hasta tal vez único en familias numerosas de todos los tiempos.
El grupo de muchachos -sanos de alma y cuerpo- que se fueron
desarrollando, y en las horas libres de colegio, alegraban los
alrededores de la fortaleza de Fontaines, divirtiéndose de mil maneras, y hasta
peleándose alguna que otra vez, como es corriente entre hermanos. Pero como los
juegos siempre se desarrollaban en las cercanías de donde estaba la madre o
alguna sirvienta de prestigio-que cual ángeles tutelares no les perdían de
vista- cuando notaban algún altercado, bastaba una sola palabra de ellas para
llamarles al orden, restableciéndose inmediatamente la paz; haciendo que todos
los altercados se ahogaran y desaparecieran al instante.
El Protagonista
BERNARDO.Comenzamos resentando al personaje principal, del drama, por haber
sido el protagonista principal del trabajo que estamos presentando. Se trata
del tercero de los hermanos aparecidos en aquel hogar privilegiado de
Fontaines. Antes de nacer, los biógrafos refieren dos anécdotas interesantes
relacionadas con él. La primera es que su madre quiso que en el bautismo
le impusieran el nombre de Bernardo, como su abuelo materno, pero sobre todo,
la otra encantadora le hacen protagonista de una escena que despertaría en la
propia madre presagios de hechos notables relacionados con el porvenir de su
vida. Cuando se hallaba en cinta y antes del alumbramiento, pudo
contemplar que el tesoro que llevaba en sus entrañas, tenía forma de un
cachorrillo de color blanco, con manchas rojas, el cual daba formidables
aullidos. Sorprendida no poco ente aquella novedad, consultó con un santo
sacerdote para que le explicara el significado de aquella visión.
Fácilmente obtuvo lo que deseaba: le predijo cómo aquel niño que nacería
de ella, llegaría a ser algún día guardián diligente de la casa de Dios, gran
predicador de la fe, y un apóstol vocacional de primera línea. Así se cumplió
la predicción, pues San Bernardo es considerado como uno de los grandes padres
de la Iglesia ,
célebre por su elocuencia arrebatadora y grandes obras escritas que pasarían a
la posteridad enriqueciendo las grandes bibliotecas, porque además él fue
quien llevó la voz cantante en varios concilios, y lanzaría legiones de
soldados hacia tierra Santa.
Según las crónicas, su físico
personal era de tez rubia y ojos azules, sobresaliendo por su
candor angelical, un carácter dulce y amable, el cual jamás se enfrentaría con
sus hermanos, antes era la alegría personificada de aquel hogar, haciendo
que cuando en los juegos -tan pronto aparecía él - recobraran un ambiente
de festivo: Bernardo sería objeto de las predilecciones de su madre
Alicia. Pues si es innegable que toda madre ama a sus hijos con verdadera
ternura, siempre hay uno que se lleva un cariño especial, por su modo de
portarse con una conducta irreprochable, o por algo distinto que no encontraba
en los demás hijos, aunque ella se guardara mucho de manifestarlo al exterior,
con objeto de evitar que la envidia hiciera su aparición entre los demás
hermanos, como sucedió entre los hijos de Jacob que odiaban a José por
considerarle predilecto de su padre.
En aquel hogar se respiraba
felicidad, se vivía una fe ardiente, siendo los padres los que marcaban la
tónica, yendo delante de los hijos con el ejemplo, y la madre se esforzaba en
educarles con todo esmero. Todos estaban en edad de la formación y
perfeccionarse en la cultura. Bernardo asistía a las escuelas de Chatillón
donde aprendió a echar las bases de una cultura que con el tiempo marcaría
honda huella entre los historiadores y, como queda dicho, padres de la Iglesia.
Alicia de Mombart.
Aprovechando una de esas casualidades inesperadas, tenemos la
suerte de sorprender a aquella madre prudente y santa, la cual llevando a
Bernardo, su hijo angelical, a un lugar reservado, entabló con él un diálogo
animado: ¡Hijo mío!, cada vez que mis ojos se posan en ti, no sé lo que
presiente mi corazón maternal, es como si advirtiera un algo especial que
el cielo te tiene reservado. ¡Ojalá prepares tu corazón y te dispongas a ser
fiel a Dios, en el estado en que se digne colocarte! Ante todo, mi deber de
madre es aconsejarte lo que me parece mejor: "Estás en la edad de
perfeccionarte en los estudios, necesarios para triunfar en la vida, para
llegar a desarrollar algún día la misión que el cielo te tiene señalada;
pero hay una cosa tan importante y aún más que la cultura, ésta: que ante
todo estimes la vida de gracia, que te mantengas en fidelidad a Dios, que
lleves en todo momento una conducta irreprochable, de modo que estés en
disposición de llenar el papel que el Señor te tiene confiado por medio de
los maestros.
BERNARDO - Yo no sé -mamá- lo que Dios tendrá dispuesto sobre
mí persona cuando sea mayor. Ten en cuenta que tus consejos siempre han sido
para mí algo importantísimo, sagrado, que he tomado muy en serio, desde que
conocí las obligaciones que pesan sobre un hijo bien nacido. Comprendo que es
la hora de ahondar y perfeccionarme en los estudios, y, sobre todo, debo llevar
una vida angelical, digna de un cristiano que vive intensamente su
fe, tratando de evitar toda ofensa a Jesús, el Señor nuestro que
tanto nos ama. Créeme, mamá, ¡me llena de entusiasmo el ideal de tratar de
conservar indemne la vida de la gracia!
ALICIA - Una cosa
echo de menos en ti, hijo mío; quisiera inculcarte con toda mi alma ésta:
que aspires a observar de continuo una tierna devoción a nuestra Madre la Santísima la Virgen María.
¡Cuánto me agradaría que tu vida fuera una entrega generosa, total, de amor
continuo y entrañable a la Virgen ,
que tanto hizo por nosotros, pues por ella hemos recibido a Cristo, y con él
nos han venido todos los bienes que podemos apetecer en la tierra, y no
digamos en el cielo, como nos enseñan los santos padres. Por consiguiente,
debemos amarla con la mayor ternura de nuestra alma, con verdadera obsesión;
tienes que aspirar a ser, como el mejor de sus hijos; que te recuerdes de Ella
cada momento, la invoques sin cesar, le pidas ayuda para ser fiel a Cristo. Su
nombre dulcísimo llévalo siempre prendido de tu corazón para que acudas a su
valimiento en las ocasiones en que te puedan asaltar dificultades, notarás
luego la ayuda de la intercesión de tan dulcísima madre.
BERNARDO - ¡Ay mamá!, todo cuanto acabas de decirme quisiera
grabarlo profundamente en mi corazón! Precisamente es un ideal que me
cautiva en gran manera: la devoción mariana la siento muy dentro de mi pecho,
sobre todo desde aquella Nochebuena dichosa en que hallándonos ambos en
la iglesia del pueblo, esperando en la media noche la santa misa - según tú me
has contado muchas veces- me quedé dormido sobre uno de los bancos, y durante
el sueño sentí en mi pecho, un algo inenarrable que se me quedó grabado profundamente
en mi mente, la representación amorosa de la Virgen en el momento dichoso de dar a luz a
su divino hijo en el portal de Belén. Desde entonces, el recuerdo de
Jesús Niño y de su bendita Madre los llevo de continuo prendidos en mi corazón,
y noto que me ayudan a ser fiel a Dios en medio de mis estudios. Espero que tal
devoción a la Virgen ,
queridísima madre mía, se vaya acrecentando en el correr de los años.
¡Fuera brujas! Vamos a
referir aquí aquella curiosa anécdota que nos cuentan los autores de sus
primeros tiempos, cuando contaría de ocho a diez años. Eran días en
que en se vio afectado con fuertes dolores de cabeza. Hallándose en
tal estado, se acercó al lecho donde reposaba, una mujer de aquellas que
prometían la recuperación de la salud recitando sobre el enfermo ciertos versos
y canciones señalados que olían a brujería. Como no paraba de importunarme con
aquella novedad desquiciada, dándose cuenta el niño de que se hallaba ante una
auténtica bruja, hizo cuanto pudo para hacer que se la arrojaran lejos de la
alcoba, y que no se le ocurriera verla más por allí. Entonces
acudió él a la Santísima Virgen ,
invocó su protección , la cual le pagó con creces su devoción, devolviéndole la
salud al instante, de suerte que pudo abandonar el lecho y
volver a la vida normal que disfrutaba.
Aunque tengamos
que adelantar los hechos y sucesos de la vida del glorioso Santo, quiero añadir
aquí que san Bernardo llegaría a ser el gran doctor mariano por excelencia que
se distinguiría de manera especialísima en dedicar su pluma de oro a cantar las
grandezas de la Virgen Madre.
A ver si podemos decir algo sobre esto, como hemos de ver muy pronto.
ALICIA - ¡Hijo del alma!, qué alegría me causa conocer
estas confidencias tan íntimas que acabas de contarme. Ahora presumo que
tu vida está destinada por Dios para cosas grandes. Cuando un alma se halla
centrada en Cristo, y a la vez tiene a su Madre santísima como el mejor de los
tesoros que Dios pudo darnos en la tierra, pienso que puede ejercer una irradiación
sorprendente en medio del mundo. Así fue indudablemente la vida de Bernardo en
el mundo, un apóstol abrasado de amor por Cristo y por María. Las obras
escritas que dejó en abundancia, lo están delatando a quien se pone en contacto
con ellas, al calificarle los científicos de Doctor Melifluo.
BERNARDO - Seguiré
¡madre! sin vacilar hasta la muerte, estas consignas que me aconsejas,
acrecentando más y más cada día la tierna y ardiente devoción a María, nuestra
Madre, procurando que mi conducta sea siempre digna de un hijo
querido de la Virgen. Ese amor a la Virgen le ayudaba a desenvolverse en la vida
ya en sus primeros años.
Muerte de Alicia.
Aquella madre que por si
sola llenaba con su presencia el castillo de Fontaines, que era el paño de
lágrimas, no sólo de los hijos que había traído al mundo, sino también de todos
los desheredados de la fortuna, particularmente los más pobres y
necesitados que encontraban en ella una verdadera madre; bien pronto,
cuando menos se esperaba, iba a rendir tributo a la muerte. Había cumplido en
el mundo la misión que Dios la confiara: había sido modelo de esposas y de
madres cristianas, había formado el corazón de sus siete hijos para una vida de
piedad auténtica, se había deshecho en favorecer a todos cuantos desheredados
de la fortuna pululaban por doquier. Ante el divino acatamiento, quiso Dios
adelantarse a llamarla para si y darle el premio de los santos. Llevándola a
una gloria inmarcesible. Ya nada le restaba en el mundo, sino recibir el premio
reservado por Dios para todos aquellos que le han amado y servido con fidelidad
total y exquisita en el mundo. Cuando nadie lo esperaba, enfermó
gravemente y rindió tributo a la muerte, a pesar de hallarse en una edad
todavía rebosante de juventud. El corazón de su esposo Tescelín quedó partido
por el dolor de haber perdido a aquella fiel compañera que llenaba toda su
vida, y sus hijos no acertaban a vivir sin ella. Por su parte los pobres la
lloraron inconsolables durante mucho tiempo porque se acababa para ellos la
ayuda eficaz que les socorría en todas sus necesidades.
Dice la historia que era
tal la fama de santidad de Alicia, que el clero de la ciudad la llevó en
procesión hasta la abadía de San Benigno de Dijon donde fueron inhumados sus
restos en la cripta familiar. Bernardo sería quien más experimentó el vacío de
aquella madre en medio de los peligros que rodean a un joven de diecisiete
abriles en medio de un mundo corrompido. Como obsequio perenne a su recuerdo,
nunca olvidaría los consejos recibidos de ella: fidelidad a Dios,
correspondencia a la gracia divina e intensa devoción a la Virgen Madre. Así fue como acertó a mantenerse fiel
en el mundo, a pesar de que no le faltaron ocasiones graves que le llevarían al
borde de sucumbir. No me explico cómo esta mujer santísima nunca ha sido
propuesta para llegar al catálogo de los santos, que bien lo merecía.
Ataque diabólico.
A raíz de la muerte de
aquel tesoro de madre, cuando las heridas del corazón de Bernardo no se
habían cicatrizado aún, se le presentó un ataque formidable del enemigo que
intentó hacerle sucumbir. A pesar de la pena de aquella pérdida incomparable,
él trató de observar una vida normal en lo posible sorteando los
peligros. Para confirmarlo, vamos a referir un sólo hecho
histórico, sobre el peligro que corrió en un viaje organizado con unos
compañeros, los cuales se dirigían a un torneo con un grupo de jóvenes de la
misma edad junto con Bernardo. Como la ciudad distaba bastante de su lugar de
origen, en la primera etapa, al llegar a las últimas horas de la tarde,
buscaron alojamiento para poder pasar la noche en un mesón
del camino. La dueña de la casa se fijó más de la cuenta en el joven
Bernardo, de porte distinguido, rostro sonrosado, ojos azules y brillantes.
Aprovechó la ocasión para armarle una emboscada asaz peligrosa durante la
noche. Le preparó un lecho separado de los demás compañeros, y a altas horas de
la madrugada -cuando todos los habitantes del mesón dormían hondamente, la mala
hembra se le fue acercando como serpiente tentadora con fines mal
intencionados. Bernardo, dándose cuenta del peligro diabólico que le amenazaba,
comenzó a gritar fuertemente: "¡Ladrones, ladrones!..."
Se despertaron todos los
moradores del mesón, encendieron luz, recorrieron las distintas dependencias y
no hallando a nadie, por lo que volvieron pronto a dormir tranquilamente en sus
lechos. Pasadas algunas horas, la desvergonzada hembra, intentó
nuevamente acercarse con las mismas intenciones deshonestas, que antes;
pero Bernardo que se dio cuenta del peligro repitió las mismas palabras de
antes: ¡Ladrones!¡Ladrones! volviéndose a alborotar el mesón, pero no hubo más,
por cuando aparecían las primeras luces de la aurora. A la mañana
siguiente -ya en el camino- bromeaban entre si los compañeros de
Bernardo, creyéndole que había pasado la noche delirando durante el sueño, pero
les disuadió diciéndoles que no eran delirios, sino que un ladrón muy peligroso
se le acercaba cautelosamente en la oscuridad intentando robarle la perla que
mas amaba, la pureza de su alma. No fue esta la única ocasión en que peligró su
honestidad, pero el recuerdo de su santa madre Alicia, sobre todo el
cariño a la Virgen ,
que llevaba de continuo prendido hondamente en el corazón, le ayudaron en todo
momento a triunfar de todos los peligros manteniéndose fiel a Cristo hasta el
último momento.
Huida del mundo
BENARDO, entristecido,
con la reciente pérdida de su santa madre que fue para él la mayor
de las desgracias que pudo acaecerle; viendo los grandes peligros que le
acechaban, ansiando mantener su alma limpia como tanto le había aconsejado
ella, le llevó a conseguir los mayores triunfos. Sobre todo, se atribuye
también a ella la inspiración o el deseo de retirarse de un mundo donde
tantos peligros asediaban la vida de los jóvenes. Lo pensó seriamente,
sintiendo prontamente la ansiedad de retirarse a la vida del claustro, y al fin
decidió consagrarse a Dios. Lo tomó muy en serio, estudió el problema de
su vocación, y una vez convencido de que Dios le llamaba a la soledad, decidió
ingresar en un monasterio alejado del mundo y retirado de pasatiempos mundanos.
Lo que más admiración causa en él, es el hecho de resolviera ingresar no
solamente él, sino sintió el carisma de ejercer un apostolado vocacional que
pocas veces o nunca se habrá dado, arrastrando consigo a la soledad a un
grupo de jóvenes, y algunos no tan jóvenes. Vamos a ver la estrategia empleada
en este apostolado singular de conquistar corazones para el mismo ideal de huir
del mundo hacia la soledad del desierto.
Hermanos de
Bernardo
NARRADOR. La soberbia
fortaleza de Fontaines seguía ocupada de continuo por el bizarro
caballero Tescelín, en la viudez y rodeado de sus siete hijos,
algunos todavía formándose en los colegios próximos. Todo
transcurría normal sin que nadie presagiara los sucesos del porvenir. Pero
cuando menos lo esperaban, Bernardo, a sus dieciséis o dieciocho años sintió la
inspiración de intentar vaciar el castillo, llevando consigo a la vida
religiosa a algunos de sus hermanos.¡Caso nunca visto! Quería hacerles
partícipes de la misma dicha que él esperaba encontrar en la casa de Dios.
Pensó que dos de ellos: Bartolomé y Andrés no opondrían dificultad en ir
con él, como así fue, y sobre todo Nivardo, de unos diez u once años. Bastaron
breves insinuaciones para atraerles hacia su ideal, no oponerle dificultad los
mayores quedando decididos a seguirle, pero no obstante la conquista de algunos
le daría bastante qué hacer. De manera especial el mayor Guido, único que
se hallaba comprometido en el matrimonio y Gerardo, enrolado en las huestes del
Conde. Veamos cómo se las arregló para entrarles y llegar a poder contar con
ellos para acompañarle a la soledad del desierto.
GUIDO era una
persona buena, pacífica, padre honrado de familia, con una reputación excelente
en toda la comarca. Casado con Isabel de Forez, del matrimonio habían brotado
dos preciosas niñas que alegraban la casa y hacían la felicidad de ambos
cónyuges y demás familiares. Bernardo no se anduvo con contemplaciones, se
preparó para el ataque. En aquellos tiempos era fácil que los matrimonios se deshicieran
de mutuo acuerdo -no por un divorcio necio e insensato como sucede ahora- sino
para abrazar uno de ellos - o ambos contrayentes - un ideal más elevado de
perfección y nobleza, como era la vida religiosa. Lo vamos a ver a
través de esta familia. Escuchemos cómo Bernardo inicio su
apostolado vocacional en busca de servidores fieles de la causa de Dios,
tarea iniciada en la propia familia, comenzando por este su hermano mayor
Guido, de unos 25 años poco más o menos en aquellas circunstancias. Escuchemos
el diálogo animado entablado entre ambos hermanos.
BERNARDO. Sentados frente a frente en un salón
secreto, inició el diálogo el más joven de los dos: Estoy
convencido -Guido- de que este mundo es una auténtica farsa donde cada cual
representa su papel con mayor o peor acierto. En él peligra tanto la inocencia
del joven como la fidelidad del casado. Los enemigos del alma cercan por
doquier, deseosos de acometernos y hacer estragos en nosotros. Por eso no te
extrañes si te descubro un secreto que estoy madurando en mi interior, me
hallo decidido a ponerlo en práctica. Deseo a toda costa huir al
desierto, a una soledad donde me vea libre de muchos peligros que aquí me
cercan por doquier y pueda vivir allí sólo para Dios y para las
cosas del cielo.
Pero he pensado una cosa
que te va a chocar no poco: Quiero hacerme monje de una orden religiosa nueva
que acaba de establecerse aquí en la Borgoña ,
habiéndose fundado un monasterio en unos bosques de Cîteaux, en nuestra misma
región borgoñona, pero no quisiera ingresar solo en ella, sino deseo llevar
conmigo otros pretendientes de la familia y algunos amigos conocidos míos que
espero acepten la incorporación al número de pretendientes. Entre ellos me he
fijado en ti, al ver que tienes una madera excelente para sacar de ella un
perfecto monje. ¿Qué me dices a todo esto que te estoy proponiendo?
GUIDO -¿Qué quieres que te diga, Bernardo? me parece un
puesto excelente ese que quieres elegir. Pero, ¿te has dado cuenta de lo que me
dices? ¿No ves que me es imposible complacerte, por cuanto estoy ligado
con los lazos indisolubles del matrimonio? Bien lo sabes tú, tengo una esposa
buena, hermosa complaciente; dos hijas como dos soles; bienes necesarios, paz,
bienestar..., es decir, todo aquello que puede hacer feliz al hombre y al
matrimonio en el mundo. ¿Cómo quieres tú que lo renuncie todo sin
más ni más, para lanzarme a un estado de vida nada atractivo e hipotético? El
estado de monje creo que es una cosa seria, para el cual comprenderás que se
necesita tener una vocación especial o llamada de Dios manifiesta, y
jamás pasó por mi cabeza cosa semejante por hallarse a sentada mi
vida, como sabes.
BERNARDO - Desde
luego es cierto que se trata de una cosa seria --Querido Guido-, per quiero
añadirte: considera estas palabras eternas de la sagrada Escritura:
"¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? O
estas otras: El que dejare padres, esposa, hijos, heredades... por mi amor,
recibirá el ciento por uno ya en este mundo, y heredará después la vida
eterna".
GUIDO - Estoy
totalmente de acuerdo en lo que me dices, pero te repito que me es imposible
complacerte... Además, esas palabras son de consejo, nada de precepto, por lo
tanto, no me obligan a renunciar el estado matrimonial que tengo
abrazado. También nos podemos salvar viviendo en el mundo una vida honesta,
cumpliendo los deberes que nos impone el santo matrimonio. Santo de veras es
este estado cuando se cumplen las obligaciones que impone, lo sabes tú de
sobra.
BERNARDO Me doy perfecta cuenta de que has abrazado un estado
comprometido, el matrimonio, pero eso no obsta para que puedas y debas aspirar
a otro estado de mayor perfección. El matrimonio es un estado santo, pero la
vida religiosa es muy superior a él, por cuanto en ella se vive con un corazón
indiviso para el Señor. Además, lo que te he dicho ha sido por inspiración
divina, te he hablado porque sentía un impulso interior a proponerte este
camino de santidad, que no dudo te ha de hacer ilusión.
GUIDO - Insisto en que hay dificultades muy serias que me
impiden poder complacerte, porque estoy anclado en el matrimonio, convencido de
que con ello estoy dando gloria a Dios, y por otra parte, dejar a la esposa y a
las dos hijas pequeñas es algo que Dios no quiere ni manda. ¡También se
necesitan matrimonios cristianos que vivan en el mundo dando ejemplo,
cumpliendo los deberes que impone ese deber querido por Dios!
BERNARDO - Ciertamente es una cosa muy seria la que le
propongo, pero no es rara, ni mucho menos. Se dan muchos casos de esposos que
lo tratan en serio se separan voluntariamente en vida para abrazar un estado
santo que les proporcionará mayor gloria y una santidad eminente. También
reconozco que se necesitan en el mundo matrimonios comprometidos, fieles a la
palabra dada, pero pienso que si podemos emprender un camino de mayor
perfección, con ello daremos mayor gloria a Dios, cosa que hemos de
buscar siempre.
GUIDO - Si
así es, si tú crees que la voluntad de Dios es que Isabel y yo nos separemos en
vida por su amor, en último término yo no dispongo de mi persona: cuando me uní
en matrimonio con Isabel, le di palabra de serle fiel hasta la muerte, a eso
estoy resuelto, pero si tu dices que Dios quiere otra cosa de nosotros, tú te
las arreglarás con ella para convencerla. Yo seguiré la decisión que acordéis
ambos...
Espera unos minutos
voy a llamarla para que os careéis los dos, a ver quién sale vencedor.
- Se retiró Guido en busca
de ella unos instantes, y al punto salió de nuevo con Isabel, la cual luego de
saludar a su cuñado Bernardo, los tres se sentaron alrededor de la
mesa.
Guido inició el
diálogo:
GUIDO - (Dirigiéndose
a Isabel) Te he llamado, querida, para que te enteres de la propuesta que me
acaba de hacer Bernardo. Escucha el plan que tiene trazado: quiere dejar el
mundo y retirarse a un monasterio para llevar una vida penitente, porque dice
que allí se puede uno salvar más fácilmente que en el mundo. Lo peor es
que quiere que yo me separe de ti y me vaya con él. He estado discutiendo un
buen rato con él, aduciendo toda clase de razones para convencerle de que estoy
comprometido en el matrimonio, de que tú y yo somos felices en él, pero por más
razones que le he expuesto, no he logrado hacerle desistir. Ya sabes lo
obstinado que es Bernardo, siempre tiene que salir con la suya. Mira a ver si
tú tienes más suerte, y logras convencerle de que nos deje vivir en paz como
estamos.
ISABEL (Iracunda).
¡Este Bernardo… está
siempre metiéndose donde no le llaman! La propuesta que te hace la considero
completamente disparatada. Yo me encargaré de hacer que nos deje en paz. Ya lo
verás. No hagas ningún caso de él: porque si quiere retirarse a un convento,
que se vaya en buena hora, pero que a nosotros nos deje disfrutar de la paz que
tenemos en el matrimonio. Mira que somos jóvenes, tenemos medios de vida...,
sobre todo, Dios nos ha regalado las dos criaturas angelicales que
alegran nuestro hogar.
BERNARDO (Tranquilo) Comprendo de sobra -Isabel- que no sea
para ti ningún plato agradable la propuesta hecha a Guido, pero levanta un poco
la mirada y piensa que Dios puede pedirle algo mejor que el matrimonio, otro
estado más santo en el que sea más fácil la salvación, y si Dios le pide eso,
no debemos oponernos nunca a los planes divinos.
ISABEL - (Sigue airada). ¡No me
hables de que Dios quiere que nos separemos, después de haber convivido tantos
años juntos en un estado santo, establecido por él, cumpliendo lo mejor posible
los deberes que impone! Tú, si quieres irte de monje, márchate de una vez y
déjanos a nosotros disfrutar de una paz envidiable en nuestro hogar. Te repito
que también aquí podemos salvarnos, y eso espero, porque la salvación depende
del cumplimiento fiel de los deberes que impone el santo matrimonio, y nosotros
creo que somos enteramente fieles en ese sentido.
BERNARDO - (De
acuerdo-Isabel): podéis salvaros ambos llevando una vida cristiana como exige
el santo matrimonio, pero si Guido abraza la vida religiosa conmigo, puede
llegar a ser un apóstol de primer orden en la Iglesia ,
y esto aquí en el mundo le es imposible realizar por los muchos problemas de
todo género que asedian al matrimonio.
ISABEL - (Sigue malhumorada). ¡Te he dicho que te vayas de
una vez con la música a otra parte y nos dejes en paz, que busques un medio
de hacer penitencia por nosotros! En cuanto a permitir que tu hermano te
acompañe, eso de ninguna manera, porque nos hemos prometido fidelidad uno a
otro hasta la muerte y debemos cumplir esa palabra sagrada. No me cabe en la
cabeza que Dios quiera romper las ligaduras tan estrechas que a los dos nos
unen. Además, somos jóvenes y nos agrada disfrutar de la vida cumpliendo los
planes de a Dios.
BERNARDO - (Serio:
¡nada! veo que tienes un espíritu obstinado, Isabel! Como veo que no valen
razones ¿Sabes lo que te digo? Lo que no quieres hacer por las buenas,
Dios se encargará de llevarlo a cabo, aunque sea a costa tuya, ya lo verás.
Estoy persuadido, y no me falla el presentimiento: muy pronto me has de
llamar tú misma para pedir que admita a tu esposo Guido en el número de los
seguidores de Cristo que aspiran a encaminar sus pasos hacia el monasterio
de“Cîteaux”.
ISABEL - ¡Me
entran dudas de esto que me estás diciendo llegue a suceder!
BERNARDO - ¡Apuesto
que cuanto te acabo de decir, has de verlo no tardando mucho!
NARRADOR - Las
palabras de Bernardo afectaron profundamente a su hermano Guido, quien quedó
convencido de que Dios le llamaba a ser el primer seguidor suyo hacia una vida
de sacrificio y austeridad; pero de momento se guardó mucho de hacer la menor
insinuación a Isabel, esperando paciente la hora de Dios. -- Todo continuó
normal en el matrimonio, hasta llegar a creer Isabel que se había desvanecido
el peligro de la separación. Guido, en cambio, seguía con la mosca tras
de la oreja, porque conocía perfectamente a Bernardo, que era muy amigo
de salirse siempre con la suya. Isabel -por el contrario- juzgó que la sombra
de su cuñado no aparecería más por allí aconsejando la separación de lo que
Dios había unido.
Pero hete aquí que ella, de salud
robusta, al cabo de unos días comenzó inesperadamente a sentirse mal: Dolores
intestinales, fiebre alta, mareos constantes, falta de apetito, malestar
insoportable… insomnio… En una palabra, los médicos auguraron un desenlace
fatal, sin tardar mucho tiempo. Enterada la enferma del peligro que podía
correr su vida, se acordó de las últimas palabras de su cuñado, y desde aquel
momento cambió de actitud: mandó llamarle y le dijo que se daba por vencida: es
decir, desde aquel momento podía disponer de Guido a su antojo, pues ella y sus
dos hijitas aceptaban el sacrificio que Dios les pedía y se las
arreglarían para vivir las tres solas en el mundo. Tomar esta resolución y
comenzar a mejorar su estado físico, todo fue uno. Se vio bien clara la
voluntad de Dios. La prueba que le había pronosticado Bernardo acababa de
cumplirse.
Antes de despedirse,
tuvieron un animado diálogo marido y mujer, en presencia de las dos niñas:
GUIDO - A Isabel: Ha llegado la hora -amada mía - de hacer un sacrificio muy
grande por Dios. Piensa, Isabel querida, que este sacrificio solamente lo
podemos hacer por Dios, que es dueño absoluto de nuestra vida. Hemos sido muy
felices ambos durante tantos años, Dios nos ha bendecido con el tesoro de estas
dos hijas encantadoras, que espero las eduques con todo esmero para que
logren algún día dar mucha gloria a Dios en el mudo.
ISABEL. -
(Llorosa)- ¡Ay Guido de mi alma, qué pena tan profunda siento por verte
separado de mí! Pero veo que esa es la voluntad de Dios. Si así es, No hemos de
querer nosotros oponernos a su voluntad santísima, sino darle toda la gloria
que podamos en el lugar que nos tiene señalado. Tú procura serle fiel en el
monasterio, y pídele mucho por nosotras; yo también procuraré servirle lo mejor
que pueda en la vida y me entregaré de lleno a la formación de nuestras dos
niñas, que es normal sientan en el alma el vacío grande que tú dejas en nuestro
hogar que parecía lo llenabas todo.
ADELINA - (Llorosa)
- ¡Papá! ¿Por qué te marchas y nos dejas solas en el mundo? Mira que Lucrecia y
yo necesitamos de tu presencia cariñosa y constante. A tu lado somos muy
felices ambas, sin ti, el día nos parecerá noche oscura. ¡No podremos hacernos
a la idea de que en casa no volveremos a verte! ¡Piénsalo bien y no te decidas
a dejar solo a mamá y a estas tus hijitas, que te aman con inmenso
cariño!
LUCRECIA -(Igualmente llorosa) ¡Si -papá- nuestra vida será
muy triste si faltas tú de nuestro lado!. ¡Para mí se me acabaron ya todas las
alegrías de este mundo! ¡Mi vida va a ser una angustia continuada! (Llora…)
GUIDO - (Conmovido
y con lágrimas en los ojos) ¡Sí, hijitas mías! Es muy grande el sacrificio que
Dios nos pide a todos, pero cuando Dios llama, no hay más remedio que acudir a
su llamada. Este gran sacrificio que hacemos los cuatro por su amor, algún día
se trocará en gloria inmarcesible que es imposible calibrar!. Por lo tanto,
Animémonos todos a ofrecer a Dios esta separación temporal, seamos generosos
con Dios, hagamos por él todo lo que sea necesario, que pronto, muy pronto
llegará el día en que nos reuniremos de nuevo todos, pero será una
reunión para no separarnos jamás, y entonces será cuando nos alegraremos
de haber hecho esta separación tan costosa, al experimentar el peso de gloria
que ella trajo consigo para nosotros los cuatro.
NARRADOR - ¡Secretos juicios de Dios
Isabel, la que tanto se oponía en un principio a la marcha de su esposo Guido, ella misma vino a parar -con una de sus hijas- al monasterio de religiosas benedictinas de July, del que llegaría a ser abadesa, mientras que Lucrecia, la otra hija menor, unos años más tarde, ejercería el mismo cargo de abadesa en otro monasterio cisterciense al poco tiempo de fundada la rama femenina de la orden. Los planes de Dios son insondables, debemos aceptarlos siempre con sumisión y respeto. Cuantas veces tanto la madre como las dos hijas, bendecirían el día en que su esposo y padre Guido, decidió dejarlo todo, posesiones, mujer e hijas por amor suyo. ¡Ahora todo sería gozar, en el cielo y ¡ por toda la eternidad!
CONTINÚA
1ª PARTE
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2ª PARTE
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