“Buscad al
Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca”. Un profeta, en
fuerza de su misión, anuncia un mensaje, pero sus palabras dan a conocer el
pensamiento profundo y sincero del mismo Dios, que dice y repite que quiere ser
buscado, que nos está esperando, que se hace encontradizo. Dios espera y desea
que le busquemos, que le encontremos. Además indica, siempre por medio del
profeta, cómo puede tener lugar este encuentro. El camino es la conversión, el
cambio de nuestra manera de obrar, abandonando los planes desacertados, el
camino equivocado, para poder encontrarnos con este Dios rico en perdón.
Escuchando al profeta casi parecería
que es Dios que tiene necesidad de nosotros, cuando, en realidad, somos
nosotros que tenemos necesidad de Él. Precisamente porque Dios sabe que el
hombre le necesita, por esto sale a su encuentro, lo busca, lo llama. Y para
que no nos sorprenda este modo de hacer, el profeta, hablando siempre en nombre
de Dios, afirma: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son
mis caminos”. Dios, que quiere nuestro bien, nos sale al encuentro, no según
parámetros humanos, sino según su designio, su voluntad, a su modo, a su
manera, pero siempre trabajando en favor nuestro.
La palabra del profeta puede ayudarnos
a entender la parábola que Jesús propone hoy en el evangelio, una historia
sacada de las costumbres de la época: Un gran propietario, de mañana primero, y
repetidas veces después durante el día, sale a contratar obreros para su viña,
prometiendo a todos pagar lo debido en tales circunstancias. El Dios que busca
ser buscado, que el profeta ha evocado en la primera lectura, lo vemos plasmado
en la persona del amo que, lleno de solicitud, sale una y otra vez para llamar
a trabajar en su viña a los más posibles, tanto a los que se han levantado
temprano como a los remolones, a los que bajan a la plaza sólo en el último
momento. Para todos ofrece trabajo y salario al final de la jornada. Dios
llama, Dios busca, Dios espera.
Pero el profeta ha recordado también: “Mis
planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Como el
cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros”.
Es desde esta perspectiva y no desde la de la legislación laboral de nuestros tiempos
que hay que entender la parábola de hoy. A la hora de pagar a los obreros,
todos reciben el mismo salario, tanto los que han soportado el peso de la
jornada y el bochorno, como los que apenas han trabajado una hora. Los obreros
llamados casi al atardecer han aceptado trabajar en base a una promesa genérica
de un salario, que, en su momento, les es puntualmente pagado. El evangelista
deja entender que quedan satisfechos. Los llamados a la primera hora conocían
de antemano el tiempo durante el cual habían de trabajar y el dinero que
recibirían. Sobre este punto no hay dudas. Pero no quedan satisfechos. No
pueden recriminar al dueño que no haya cumplido su compromiso, pues lo ha
hecho. Se quejan en cambio de que el amo dé a los últimos lo mismo que a ellos,
los primeros. Se quejan de su generosidad.
Las frases que Jesús pone en boca del
amo: “¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas
a tener tú envidia porque yo soy bueno?”, no han de hacernos pensar en un Dios
déspota y caprichoso, que no sabe respetar nuestros derechos. La parábola va en
la misma linea de otras parábolas del evangelio, como la parábola del hijo
pródigo, por ejemplo, con las que Jesús sale al paso a las pretensiones de
quienes creen tener derechos en el reino de los cielos y pretenden exigir algo
a Dios. Pero en Dios todo es gracia. Es gracia la llamada, como es gracia el
premio. No hay lugar para solicitar primeros puestos o tratos especiales en
base pretendidos méritos. San
Pablo ha entendido bien esta lección. Él, obrero de la segunda hora, no confía
en sus méritos, sino en la fe en Jesús. Para el apóstol no tienen importancia
ni la muerte ni la vida, ni el trabajo ni el descanso. Para mí la vida es
Cristo, dice, y nos invita a imitarle diciendo: Lo importante es que vosotros
llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.