22 de septiembre de 2017

Meditando la Palabra de Dios. Domingo XXV - A


       “Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca”. Un profeta, en fuerza de su misión, anuncia un mensaje, pero sus palabras dan a conocer el pensamiento profundo y sincero del mismo Dios, que dice y repite que quiere ser buscado, que nos está esperando, que se hace encontradizo. Dios espera y desea que le busquemos, que le encontremos. Además indica, siempre por medio del profeta, cómo puede tener lugar este encuentro. El camino es la conversión, el cambio de nuestra manera de obrar, abandonando los planes desacertados, el camino equivocado, para poder encontrarnos con este Dios rico en perdón.
         Escuchando al profeta casi parecería que es Dios que tiene necesidad de nosotros, cuando, en realidad, somos nosotros que tenemos necesidad de Él. Precisamente porque Dios sabe que el hombre le necesita, por esto sale a su encuentro, lo busca, lo llama. Y para que no nos sorprenda este modo de hacer, el profeta, hablando siempre en nombre de Dios, afirma: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”. Dios, que quiere nuestro bien, nos sale al encuentro, no según parámetros humanos, sino según su designio, su voluntad, a su modo, a su manera, pero siempre trabajando en favor nuestro.
         La palabra del profeta puede ayudarnos a entender la parábola que Jesús propone hoy en el evangelio, una historia sacada de las costumbres de la época: Un gran propietario, de mañana primero, y repetidas veces después durante el día, sale a contratar obreros para su viña, prometiendo a todos pagar lo debido en tales circunstancias. El Dios que busca ser buscado, que el profeta ha evocado en la primera lectura, lo vemos plasmado en la persona del amo que, lleno de solicitud, sale una y otra vez para llamar a trabajar en su viña a los más posibles, tanto a los que se han levantado temprano como a los remolones, a los que bajan a la plaza sólo en el último momento. Para todos ofrece trabajo y salario al final de la jornada. Dios llama, Dios busca, Dios espera.
         Pero el profeta ha recordado también: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros”. Es desde esta perspectiva y no desde la de la legislación laboral de nuestros tiempos que hay que entender la parábola de hoy. A la hora de pagar a los obreros, todos reciben el mismo salario, tanto los que han soportado el peso de la jornada y el bochorno, como los que apenas han trabajado una hora. Los obreros llamados casi al atardecer han aceptado trabajar en base a una promesa genérica de un salario, que, en su momento, les es puntualmente pagado. El evangelista deja entender que quedan satisfechos. Los llamados a la primera hora conocían de antemano el tiempo durante el cual habían de trabajar y el dinero que recibirían. Sobre este punto no hay dudas. Pero no quedan satisfechos. No pueden recriminar al dueño que no haya cumplido su compromiso, pues lo ha hecho. Se quejan en cambio de que el amo dé a los últimos lo mismo que a ellos, los primeros. Se quejan de su generosidad.

         Las frases que Jesús pone en boca del amo: “¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”, no han de hacernos pensar en un Dios déspota y caprichoso, que no sabe respetar nuestros derechos. La parábola va en la misma linea de otras parábolas del evangelio, como la parábola del hijo pródigo, por ejemplo, con las que Jesús sale al paso a las pretensiones de quienes creen tener derechos en el reino de los cielos y pretenden exigir algo a Dios. Pero en Dios todo es gracia. Es gracia la llamada, como es gracia el premio. No hay lugar para solicitar primeros puestos o tratos especiales en base pretendidos méritos.         San Pablo ha entendido bien esta lección. Él, obrero de la segunda hora, no confía en sus méritos, sino en la fe en Jesús. Para el apóstol no tienen importancia ni la muerte ni la vida, ni el trabajo ni el descanso. Para mí la vida es Cristo, dice, y nos invita a imitarle diciendo: Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.

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