16 de septiembre de 2017

Meditando la Palabra de Dios. domingo XXIV -Ciclo A


         “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”. El apóstol Pedro plantea una cuestión sumamente delicada, que nos toca a todos muy de cerca. Todos nosotros, alguna que otra vez, con razón o sin ella, justa o injustamente nos hemos sentido ofendidos, y a veces por obra de personas de las que menos podíamos esperar un trato así. Y en estos casos se hace difícil perdonar. O quizás perdonamos, diciendo en nuestro corazón la consabida frase: perdono, pero no olvido. Y he aquí que Jesús hoy  invita al perdón, a un perdón generoso, ilimitado. Jesús sabe que las ofensas recibidas existen, que no todo es pura imaginación de una sensibilidad enfermiza. Cuando hay ofensa, cuando hay reato, cuando hay culpa, eso es algo concreto, que puede comprobarse. Esto está fuera de discusión. Pero el perdón no está vinculado con la aplicación de las normas de justicia. Vás más alla, pasa por encima. Jesús lo ha afirmado con la parábola del siervo.
         En esta parábola todo está voluntariamente exagerado. La deuda del siervo es fabulosa,  para hacer perder la cabeza. En cambio, el perdón del rey es magnánimo, sin condiciones ni límites. El siervo pedía tiempo para poder pagar pero en un instante todo queda liquidado. La reacción del siervo perdonado es también exagerada: se le acaba de perdonar una deuda inmensa, se ha librado de la prisión o de la esclavitud y he aqui que se convierte en exigente y despiadado con un compañero que le debía una miseria. Él mismo con su actitud provoca su propia desgracia.
         La lección es clara. Jesús concluye: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. Aquí está el mensaje que Jesús quiere inculcarnos. Seremos tratados exactamente como tratamos a los demás. La primera lectura abundaba en este mismo sentido cuando decía: “¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y, al mismo tiempo pedir a Dios la salud? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?”. Se impone ser realistas, pues se trata de un discurso difícil, de una exigencia dura. Pero es la palabra de Jesús y no podemos eludirla.  Cada vez que repetimos la oración que Jesús nos enseñó, el Padre nuestro, decimos: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
         Perdonar es una de las características del mensaje cristiano. Pero el perdón cristiano no puede ser entendido únicamente en una dimensión horizontal, como una medida en las relaciones con nuestros semejantes. Es en esta línea que san Pedro pregunta a Jesús: “¿Cuántas veces he de perdonar a mi hermano? ¿hasta siete veces?”. Sin duda el apóstol cree que se demuestra sumamente generoso, al declararse dispuesto a perdonar hasta siete veces. La respuesta de Jesús, en cambio, es impresionante: no siete veces, sino setenta veces siete, es decir siempre. Y ésto porque todos nosotros tenemos siempre necesidad de ser perdonados. Si somos sinceros hemos de reconocer que todos hemos sido perdonados; para todos y siempre, todo es gracia. Pero esta gracia sólo se nos concederá si nos disponemos a ella, si demostramos que sabemos perdonar.

         San Pablo, en la segunda lectura recordaba que “ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor. En la vida y la muerte somos del Señor”. Si somos conscientes que en él vivimos, nos movemos y existimos, que hemos de darle cuenta de nuestra vida, de nuestros actos, de todo lo que hacemos y de todo lo que no hacemos, si llegamos a tener conciencia clara de nuestra dependencia de Dios, entonces necesariamente nuestra relación con los demás ha de replantearse. Si yo quiero ser exigente para con los demás, no puedo olvidar que Alguien un día será exigente conmigo mismo. Es desde esta perspectiva que todo el orden de la sociedad, y sobre todo de la sociedad que quiera llamarse cristiana debería reorganizarse. Hemos de saber pedir perdón por nuestros pecados y hemos de perdonar de corazón a todos nuestros hermanos. Solo así seremos discípulos de Jesús y podremos contribuir a mejorar el mundo, para que la justicia y la paz reinen entre todos los hombres.

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