7 de marzo de 2016

SAN BASILIO MAGNO (4ª Parte)



1-SAN BASILIO Y LA EUCARISTÍA


            Cada cristiano en virtud del bautismo, se hace extraño al mundo y el que recibe el bautismo, es discípulo del Señor, se consagra a Él y le promete fidelidad eterna como en un vínculo nupcial, se hace ciudadano de los ángeles, y forma parte de la única fraternidad de la Iglesia. La Eucaristía confirma y hace visible el pacto en la experiencia cotidiana de cada bautizado, es decir, hace posible vivir en plenitud y con fidelidad la gracia del bautismo.

            San Basilio recomienda la comunión diaria, ya que nos es necesaria para acoger la vida eterna que es la verdadera vida. La Epístola 93 de Basilio[1], es uno de los escritos más importantes sobre la Eucaristía y la historia de la comunión: trata de la costumbre de reservar la Eucaristía en las casas privadas para su uso, la fe en la presencia del Cuerpo y Sangre del Señor, y es aquí donde recomienda la costumbre de la comunión diaria: “Y el comulgar cada día y participar del santo cuerpo y sangre de Cristo es bueno y muy útil; pues dice Él claramente: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”(Jn 6, 54)”[2].

Basilio nos enseña que la transformación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo es debido a la acción del Espíritu Santo. A través de los evangelios, reconocemos las palabras de la institución, y por medio de la Tradición de la Iglesia, nos llegan las palabras de la epíclesis. Para Basilio toda la acción litúrgica compuesta por gestos y palabras es consagratoria, la acción eucarística posee lo que él dice “una gran fuerza para el misterio”. “La acción litúrgica es actualización del Misterio, es presencia de Cristo, actuación del Espíritu Santo y transformación de los que participan de los dones eucarísticos”[3].

San Basilio tiene textos que nos hablan de la Eucaristía:

-Homilía en honor del mártir Gordio.

-Moralia:

* Regla 8: no se debe dudar de lo que dice el Señor.

* Regla 21: se debe participar del Cuerpo y Sangre de Cristo para obtener la vida eterna; de nada sirve recibir la comunión sin una buena disposición y lleva a la condenación a quienes la reciben indignamente; cuál es el modo de recibir adecuadamente la comunión; y deber de alabar al Señor el que participa de las cosas santas.

-Reglas breves:

* Cuestión 172: trata sobre el afecto y veneración con el cual se debe recibir al Señor.

* Cuestión 309: Si es conveniente acercarse a comulgar aquel al que acaecen los fenómenos acostumbrados y según la naturaleza.

* Cuestión 310: Si se puede celebrar la oblación en una casa privada.

-Sobre el Espíritu Santo: concerniente a la importancia de la tradición no escrita con relación a la Eucaristía.

-Cartas:

* Carta 93: A Cesaria, patricia, sobre la comunión.

* Carta 199, nº 22. 24.

* Carta 243, nº 2.

-Sobre el bautismo:

* Cuestión 3: Si no es peligroso que una persona que no está totalmente limpia de pecado pueda comulgar.



12-MARIOLOGÍA

El Verbo encarnado se encuentra en el centro de un doble misterio: por una parte Su generación divina y eterna del Padre en el ámbito de la Trinidad, y Su generación humana y temporal de la Virgen María. En su venida a la tierra, Jesús se ha hecho presente asumiendo una generación temporal en condiciones de perfecta igualdad con todos los hombres. Ha tomado la forma de siervo[4] para no escandalizar ni asustar a la debilidad humana. La Encarnación no destruye la divinidad. La intervención de Dios es acabar con el pecado y la muerte y hacer al hombre fuerte contra el mal y amigo de Dios, convertirlo en heredero del paraíso.

La concepción de virginal de María: es el kerigma[5], es decir, la proclamación pública del contenido de la fe de los creyentes.

María es un “taller” donde los “trabajadores” de la generación humana del Hijo son las Personas divinas –nombradas por el Evangelio- el Espíritu Santo y la fuerza del Altísimo.

Basilio distingue las dos fases del Misterio: la virginidad de María hasta el nacimiento de Jesús (condición indispensable para la encarnación). La virginidad perpetua designa un tiempo indefinido sin interrupción para el futuro, parecido al aplicado a la presencia de Jesús hasta el fin del mundo[6].

Una virgen dada en esposa, fue juzgada digna, idónea al servicio de la encarnación, a fin de que fuese honrada la virginidad y no fuese despreciado el matrimonio. La virginidad va unida al comienzo del matrimonio. José es el esposo custodio, testigo doméstico de la pureza de María.



CONCLUSIÓN


Basilio murió el 1 de enero del 379 sin poder asistir al triunfo que él había preparado. Murió sin llegar a los 50 años, agotado por las austeridades, el ascetismo y luchas que había mantenido en su episcopado. “Debió contentarse con trabajar sin esperanzas. La paz, por la que tanto había luchado, no se restableció sino después de su desaparición”[7]. Los primeros elogios fúnebres fueron los de su hermano Gregorio de Nisa y su gran amigo Gregorio Nacianceno.

            Legó a la Iglesia un amplio y riquísimo patrimonio de tesoros espirituales: el monacato que él mismo había reorganizado y sus Reglas que habrían de gobernarlo durante muchos siglos; sus escritos teológicos, llenos de sabiduría y sensatez, que le han hecho merecedor de ser contado entre los ocho mayores Padres y Doctores de la Iglesia universal. Su producción literaria comprende trabajos dogmáticos, ascéticos, pedagógicos y litúrgicos. A él se debe la fijación definitiva de una de las más conocidas liturgias orientales, que lleva su nombre: basiliana y que aún se celebra, algunos días al año en el rito bizantino.

            Setenta y dos años después de su muerte, el Concilio de Calcedonia le rindió homenaje con estas palabras: “El gran Basilio, el ministro de la gracia que expuso la verdad al mundo entero indudablemente fue uno de los más elocuentes oradores, entre los mejores que la Iglesia haya tenido; sus escritos le han colocado en lugar de privilegio entre sus doctores”.



APÉNDICE 1: “ORACIÓN A SAN BASILIO”



            Dios, Padre bueno, te damos gracias por la vida de San Basilio, en la que nos has regalado un ejemplo hermoso de lo que es seguir a Cristo con una vida comprometida.

Gracias porque nos enseñó a buscarte en la oración y en la Eucaristía.

Gracias porque meditando tu Palabra nos transmitió la sabiduría que viene de lo alto.

Gracias porque nos enseñó a reaccionar amando, especialmente a los pobres y a los enfermos, y a no desentendernos de lo que le sucede a nuestro prójimo.

Padre bueno, por intercesión de San Basilio, que nació y creció en una familia santa, bendice nuestros hogares para que vivan en unidad y amor.

Bendice a toda nuestra comunidad, especialmente a los niños y a los jóvenes.

Libra de todo mal nuestros campos, que no nos falte la salud, el pan y el trabajo.

Y que, a ejemplo de San Basilio, impulsados por el Espíritu Santo, hagamos conocer y amar a Jesucristo llevando una vida en santidad.

Amén.

Hna Marina Merina


[1] Dirigida a la matrona patricia Cesaria en el año 372.
[2] Johannes Quasten, Patrología II. La edad de oro de la literatura patrística griega, B.A.C., Madrid 1962, p. 245.
[3] Narciso Lorenzo Leal,  La Epíclesis y la Divinización del hombre, Nova et Vetera 59 (2005) 55.
[4] Fil 2,6.
[5] Anuncio.
[6] Mt 28, 20.
[7] Agustín Fliche, Víctor Martín, Historia de la Iglesia. La Iglesia del Imperio. Volumen III, Ediciones EDICEP, Valencia 1977, p. 288.

5 de marzo de 2016

DIMINGO IV DE CUARESMA (Ciclo C)

        
                 
         “El hijo menor dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes”. Así inicia la llamada “Parábola del hijo pródigo”, pero que sería mejor llamar “Parábola del padre misericordioso”. Como otros tantos pasajes del evangelio, la lectura de esta parábola puede suscitar el deseo de saber en cual de los tres personajes puede cada uno verse retratado. La pregunta no es ociosa, porque, como enseña san Pablo, todo el contenido de la Escritura ha sido escrito para nuestro consuelo y salvación. Urge pues colocarnos ante esta parábola para conocerla mejor, y en consecuencia, conocernos mejor a nosotros mismos. Además, en los relatos evangélicos, no siempre se da lisa y llanamente la conclusión de modo definitivo, sino que, a menudo, dejan abierta la posibilidad de que las cosas pudieran terminar de manera muy distinta de como podría parecer al principio.

         La descripción del hijo más joven podría parecer satisfactoria:  el muchacho, llevado por el deseo de experiencias nuevas, reclama la herencia paterna y, habiéndola obtenido, marcha lejos de lo habitual y conocido, malgasta sus bienes viviendo sin freno, y cuando el hambre atenaza, recapacita recordando la situación de los jornaleros de su padre. En consecuencia decide volver al padre planeando la confesión de su modo de proceder. La conclusión la conocemos generoso recibimiento y recuperación de sus derechos en la casa del padre.

Pero queda en el aire una pregunta: ¿Hasta qué punto es sincera su conversión, su vuelta al padre? ¿Reconoce que se ha equivocado de verdad, o su actitud es simplemente una muestra de pragmatismo? ¿Cuales debían ser los sentimientos de aquel joven ante la actitud espléndida del padre que abre sin reticencias las puertas tanto de la casa como del corazón? En el caso de una conversión más o menos de circunstancia, esta generosidad paterna ¿logra abrir brecha en su corazón y dar un vuelco auténtico en su actitud de modo de iniciar una real conversión? Los interrogantes quedan abiertos para que cada uno de nosotros trate de aplicarlos a nuestras continuas habituales y repetidas conversiones.

         La descripción del hijo mayor quizá es menos explícita en detalles, pero es convincente. El que se ha mantenido fiel, el que no ha desertado de la casa del padre, demuestra que de hecho está muy lejos del amor del padre. Envidia secreta del hermano menor que ha sabido cortar amarras y arriesgarse en aventuras alocadas. Envidia por el recibimiento paterno, expresado en imágenes muy materiales, pero sumamente expresivas: “Para él has matado el becerro cebado, a mi no me has dado nunca un cabrito”. Por si no bastase, muestra su profundo desprecio hacia su hermano, al que se refiere diciendo «ese hijo tuyo», no en cambio «ese hermano mío». Y sobre todo, ceguera total respecto al padre, del que no sabe apreciar la grandeza de alma. Y la pregunta importante: al final ¿se dejó convencer por el padre, depuso su actitud y aceptó juntarse a la fiesta, alegrarse del regreso del hermano?

         La intención de Jesús en esta parábola es mostrarnos la realidad de Dios, la inmensidad de su amor, de su perdón constante, total y definitivo. A veces se ha ha dibujado la imagen de Dios como la de un policía o de un juez, que espera nuestros fallos para descargar su mano. Naturalmente un Dios concebido en estos términos lo único que provoca es el rechazo puro y simple. ¿Somos conscientes del daño que hemos podido causar al ofrecer tal semblanza de Dios, en las antípodas del mensaje evangélico, en el que el acento está sobre el amor sin límites?

         Hoy, san Pablo, en la segunda lectura nos decía: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconcilieis con Dios”. Sabemos fuera de toda duda que Dios nos espera con los brazos abiertos. ¿Cual es de hecho nuestra propia actitud? A cada uno toca dar la respuesta.

27 de febrero de 2016

DOMINGO III DE CUARESMA (Ciclo C)


            “Si no os convertís, todos pereceréis”. Jesús, en el evangelio, repite dos veces esta especie de estribillo, aprovechando dos hechos acaecidos por entonces y seguramente conocidos por sus oyentes, como son una matanza de galileos perpetrada por Pilato en el templo de Jerusalén y las víctimas del hundimiento de una torre de Siloe. Jesús apremia a quienes le escuchaban a convertirse y, al enjuiciar los dos ejemplos aducidos, sale al paso de una mentalidad errónea que se daba por entonces y que aún puede darse hoy, incluso entre cristianos. Jesús afirma decididamente que nadie tiene derecho a interpretar como castigo divino las desgracias que pueden acontecer, ya sean naturales, ya provocadas por los hombres. Los parámetros de la justicia y de la retribución de Dios son muy diferentes de los nuestros. Pero todos y cada uno de los acontecimientos que se suceden en la vida de cada día deberían ser interpretados como signos que muestran la benevolencia de Dios así como la necesidad de una conversión sincera.

            En esta misma linea exhorta la parábola de la higuera estéril. A pesar de haber constatado repetidas veces que todo el trabajo llevado a cabo en favor de aquel árbol era inútil, pues no producía fruto, el responsable quiere probar otra vez, quiere dar otra oportunidad. Es la pedagogía divina: esperar que pueda sobrevenir el cambio, que los hombres no queden endurecidos en sus posturas, que se abran para dar finalmente una respuesta positiva.

            El concepto de conversión reviste a menudo una tonalidad más bien sombría en cuanto que se la relaciona con el pecado. Pero reducir la conversión al rechazo del pecado, sería dejar la obra a mitad. El hecho de convertirse supone ciertamente el dejar actitudes que no se compaginan con los postulados del evangelio pero supone también un esfuerzo positivo para inspirar una nueva manera de ser y de actuar para el que acepta convertirse.

            Un ejemplo del sentido positivo de la conversión lo ofrece la primera lectura que hablaba de la vocación de Moisés, el hombre de Dios que guió a Israel desde Egipto hasta la tierra prometida. Es de sobras conocido el relato de la zarza ardiente que Moisés admiró mientras apacentaba los rebaños de su suegro. Vio un fuego y, al acercarse, se dio cuenta de que era un zarzal envuelto en llamas pero que no se consumía. La voz que oyó al acercarse le hizo saber que aquel prodigio era el modo utilizado por Dios para entrar en contacto con él. Dios había escogido a Moisés y se le revelaba: Dios había decidido hacer de aquel hombre un instrumento de liberación para los hebreos que gemían bajo la esclavitud egipcia. Moisés se había refugiado en el desierto huyendo del Faraón que quería castigarle por su gesto en favor de sus hermanos hebreos.

Ante la zarza ardiente, Moisés, movido por la cercanía de Dios, se convence de la necesidad de abandonar la seguridad que le depara el desierto para regresar a Egipto y asumir la dura y difícil responsabilidad de salvar a sus hermanos. Cuando Moisés pregunta por el nombre de quien le envía, el Señor, junto con la revelación de su nombre, le impone dedicarse a liberar a su pueblo. Dios, al aparecerse a Moisés, le ha empujado a una conversión: le hace dejar el refugio cómodo que se había buscado para ponerse en la brecha y luchar con todas sus fuerzas en guiar a un pueblo de dura cerviz, que pondrá a prueba su paciencia y tenacidad.


            San Pablo invita hoy a dar una ojeada a la historia de los hebreos, plagada de constantes muestras de afecto y cuidado que Dios dispensó a Israel a lo largo de su historia, y que contrastan con la falta de sensibilidad demostrada tan a menudo con actitudes de indiferencia cuando no de abierto rechazo. El apóstol recuerda que cuanto les sucedió era un ejemplo destinado a nosotros, que aquellos detalles fueron escritos para ayudarnos a evitar su error. Pablo terminaba diciendo: ”El que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”. Como si dijese: Sois cristianos, habéis sido bautizados, confirmados y participáis en el banquete sacrificial de la Eucaristía. No juguéis con el don recibido de la bondad de Dios. Estemos pues atentos y preparados para ser cada vez más fieles a Jesús que nos ha llamado y que quiere introducirnos en su Reino de luz y de paz.