La espiritualidad monástica desde su
nacimiento viene caracterizada por un profundo sentido teocéntrico: el único
objetivo del monje no es otro sino amar a Dios. Este amor a Dios es para los
monjes antiguos el ámbito vital de la existencia cristiana. Para ellos la vida
cristiana se realiza en la comprensión y en la experiencia del amor de Dios. El
gran obstáculo para este ideal es el pecado. Por eso, para la espiritualidad
monástica, si se quiere conservar el amor de Dios es necesario separarse de
toda afición mundana y negarse a sí mismos. En este contexto, la ascesis es
vista como un medio para poder vivir el amor de Dios.
La doctrina ascética dentro del monacato de
los primeros siglos, es fundamental. Para los primeros monjes, la ascesis se
convierte en el medio por excelencia para llegar al perfecto amor de Dios. Esta
doctrina en oriente podemos resumirla en tres puntos: el combate espiritual;
las armas para el mismo; y el resultado de la victoria.
1-El combate espiritual: Los monjes
orientales conciben la vida cristiana como un combate espiritual cuya fórmula
puede encontrarse en varias citas bíblicas[1].
Los enemigos contra los que combatían eran los vicios y los demonios.
2-Las armas: Las armas de los monjes
primitivos utilizadas en este combate espiritual, eran fundamentalmente tres:
a) La oración: Era su obligación primera.
Además de la oración litúrgica, el pensamiento de Dios debía acompañar a los
monjes noche y día. La oración era totalmente necesaria para vencer los vicios.
b) El trabajo: El trabajo no es separable de
la oración y debe formar parte importante de la jornada monástica. El monje
debe vivir del trabajo de sus manos.
c) El ayuno: El ayuno era algo fundante para
sujetar el cuerpo y el alma. Se realizaba una sola comida al día y era perfectamente
regulado por los monjes cenobitas.
3-El resultado de la victoria: Con la
ascesis, el monje podía llegar a la victoria, al pleno dominio de sí mismo que
en la antigüedad se le daba el nombre de la apatheia
(paz espiritual). Sólo con una fuerte ascesis, los monjes podían
desarrollar completamente la vida del espíritu, podían entregarse a la contemplación
de los bienes eternos ya poseídos en esperanza. “Esta psicología nos muestra en
su conjunto un plantel de almas selectas tendiendo únicamente hacia los bienes
del cielo o poseyendo, ya desde aquí abajo, gracias a la ascesis, una cierta
anticipación de los mismos”[2].
10.1
El Monacato en Asia Menor
Fue en Asia Menor donde precisamente con más
fuerza, llegó el influjo del monacato egipcio, aunque fue rectificado y
adaptado.
El iniciador de la vida monástica en Armenia,
Paflagonia y el Ponto, fue Eusebio de Sebaste, quien debido a divergencias en
cuanto al dogma, Basilio, 30 años más joven, se separó de él a pesar del gran
afecto que le profesaba y la admiración que tenía de él por su vida ascética.
El objetivo principal del monaquismo era la
unión con Dios, la búsqueda de Dios. Toda la vida del monje es un ejercicio de
vivir constantemente la esperanza repitiendo incesantemente el “Ven” del
Apocalipsis.
La vida monástica es pues, concebida como
vida celeste o angelical y es un tema de los más desarrollados en el antiguo
monaquismo. En la vida pre-monástica, la ascesis cristina fue comprendida como
“virginidad” para alimentar la relación existente entre el hombre y el ángel[3].
Más tarde, con el comienzo del martirio, el concepto de “vida angelical” se
aplica a los mártires.
En Asia Menor donde sobre todo fijamos la
mirada en los Tres Capadocios, este concepto se amplia y hasta tal punto que la
ascesis monástica se identificará con la vida angelical.
El precepto neotestamentario de “orad sin
interrupción”[4], los
Padres lo recuerdan con insistencia[5].
La tendencia a una interpretación literal de este precepto de la oración
continua, aflora pronto en el seno del monaquismo y se convierte en una
corriente espiritual largamente difundida
sobre todo en Asia Menor.
10.2
El Monacato en San Basilio
Entre los Capadocios, es considerado como el
Maestro; hombre de gran cultura, dotado de capacidad organizadora, con sentido
práctico en su forma de reformar el monaquismo. La búsqueda de la perfección le
lleva a comprometerse en el movimiento monástico del Ponto, al que favorece y
dota de una doctrina espiritual firme, rica y equilibrada. A Basilio se le
puede considerar el “fundador” del cenobitismo integral y auténtico de la Iglesia oriental.
Hablar de Basilio en el contexto de la vida
monástica, quiere decir hablar de su experiencia en Annesi. Annesi era una
propiedad de montaña de la familia de Basilio, “lugar solitario y encantador”
en boca de Basilio, Pero según San Gregorio Nacianceno “madriguera de ratones”.
Nos encontramos de frente a una fundación ascético monástica de tipo familiar,
ya que allí, habita la familia de Basilio.
La madre de Basilio, Emelia, su hermana
Macrina y su hermano Naucrazio viven la vida ascética ligada a los principio de
Eusebio: pobreza, oración, plena igualdad entre amos y esclavos, fraternidad en
Cristo, caridad hacia los pobres. Las comunidades de Basilio, a menudo
masculinas y femeninas, es decir, mixtas, eran regidas a través del ritmo del
trabajo, oración y servicio a los pobres.
El tipo de monacato que promueve Basilio, en
contraposición con el egipcio, se le ha llamado “monaquismo docto”. Basilio a
la hora de legislar el monacato, tiene como fuentes el Nuevo Testamento, y el
ideal filosófico[6].
Concibe la vida monástica como la realización perfecta del ideal cristiano y la
fraternidad. Por tanto, San Basilio no es amante de la vida anacorética, y su
ideal monástico se basa en el cenobitismo, que es el modo más propio de vida
para el espíritu humano, ya que como dice Platón, el hombre es un “ser social”,
busca la compañía, además, Dios ha dispuesto que cada uno tenga necesidad de
los otros. Este cenobitismo de Basilio no es tan rígido como el de Pacomio que
tiene una estructura militar. Para San Basilio el monje es aquel que realiza la
vocación divina de imitar a Jesús, por eso se desprende de sus posesiones ya
que Cristo se hizo pobre por nuestro amor[7];
se humilla porque Cristo se anonadó tomando la forma de esclavo[8].
En pos de Jesús, el monje se dirige a la soledad para enfrentarse y combatir al
enemigo de Dios y de los hombres. La finalidad de la vida monástica que está en
la Escritura
no es otra sino la de “agradar a Dios”, más, ¿Cómo se agrada a Dios? Basilio
coincide con Pacomio que la manera de agradar a Dios es la importancia que se
da al Evangelio y el sentido de la comunidad. En el cenobitismo antiguo, no
existe una teología completa sobre la vida monástica, ésta es una fidelidad a
los mandamientos de Dios y a la búsqueda de Dios para encontrarle y agradarle.
Para Basilio, el monje no es sino un
cristiano, pero un cristiano íntegro. Como dice Amand: “La ascesis propiamente
monástica de Basilio no existe por sí misma; más bien continúa y corona la
ascesis cristiana que se impone a todo bautizado… El monje es el cristiano
auténtico y generoso, el cristiano que pone todo su empeño en vivir en plenitud
el cristianismo”[9]. Esta
idea de Basilio, propugna ante todo y como principio de la vida monástica, un
ascetismo “positivo”[10]
que debe preceder al ascetismo “negativo” fundamentado en la separación del
mundo y en la pureza de corazón mediante la continencia.
10.3 Algunas
nociones sobre la comunidad cenobita basiliana
San Basilio, como ya expusimos, prefiere la
vida cenobita a la anacoreta, ya que ésta no permite la práctica de una virtud
tan esencial como es el precepto de la caridad fraterna, y además, la vida
solitaria conlleva grandes peligros. Sólo la vida común permite realizar de
manera íntegra el ideal evangélico ya que así los monjes pueden, especialmente
por medio del trabajo, estar al servicio de los demás hermanos según los
mandamientos de Señor. La vida anacorética sólo es ventajosa si depende de la
cenobita. Es imposible para el eremita mejorar los propios defectos porque no
hay nadie que se los pueda señalar ni corregir. La soledad no desarrolla la humildad,
la paciencia, ni la caridad que forja tan fecunda la vida de los cenobitas. El
anacoreta corre el riesgo de la autocomplacencia y tiene poca resistencia hacia
las tentaciones y la tibieza. El ejercicio de la virtud, exige que exista la
comunidad. Los libros no sustituyen al maestro y la naturaleza del hombre es tal que no puede prescindir de
testigos.
La comunidad constituye un campo de prueba,
una bella vía de progreso, un continuo ejercicio, una ininterrumpida meditación
de los preceptos del Señor. El objeto de esta vida en común es la gloria de
Dios.
Los carismas recibidos lo son para el bien de
los demás. Cada uno recibe un don extraordinario y el eremita no puede gozar de
los dones concedidos a otros. Con esta apología, Basilio justifica la
legislación cenobita: “La vida de los monjes es aquella digna de los campeones
de la filosofía monástica”.
Para Basilio, la comunidad la concibe en
torno al concepto del cuerpo de Cristo, donde el superior, generalmente un
sacerdote, tiene la función de discernir la voluntad de Dios en cada monje y guiar
el espíritu de sus monjes. Sus poderes no son ilimitados, incluso debe
consultar a los hermanos cuando se debe acoger a un nuevo miembro en la
comunidad.
Basilio abraza el ideal de la comunidad de
Jerusalén, es decir, los monjes tendrán que dejar toda posesión y abrazar la pobreza.
La renuncia a los bienes exteriores es perfecta cuando el monje permanece
imperturbable frente a la muerte.
La
obediencia es una virtud nuclear en el monje, obediencia que es libremente
abrazada.
La comunidad es poco numerosa, hecho que la
convierte en una familia y se puede conservar más fácilmente el recogimiento de
los miembros y la relación personal de cada monje con el abad. Se ha calculado
que las comunidades constarían de unos treinta o cuarenta hermanos. Aunque
escribe que los monasterios deberían erigirse en lugares retirados, él mismo
fundó comunidades en aldeas y ciudades. La comunidad monástica debía integrarse
con la vida de la iglesia local porque también los otros fieles tienen en común
con los monjes el bautismo. Existe una sola espiritualidad para todos los
cristianos: La auténtica vida apostólica. Los votos religiosos se asemejan a
las promesas bautismales.
En la Capadocia se aplica una disciplina que favorece
la dirección espiritual individual: los monasterios basilianos constan de un
monje para aconsejar a los huéspedes.
La renuncia permite acceder a la vida según
Dios rechazando al demonio y la mundanidad, es el principio de asimilación a
Cristo; por la no distracción se llega a la unificación del corazón
permaneciendo en el recuerdo de Dios y
por tanto, en grado de acoger al Espíritu Santo. Meditando y contemplando las
obras divinas, no se tiene tiempo para distraerse.
La selección de las vocaciones es severa, con
un riguroso examen del candidato y un período de prueba para verificar la
humildad y la idoneidad. No se acogen esclavos, y a los casados se les aplican
medidas prudenciales. El abad de un monasterio es elegido por los superiores de
los monasterios cercanos que también se reunirán para la toma de decisiones
importantes y solucionar las dificultades que existan.
El hábito debe ser según el estilo de vida
propio de cada uno. En efecto, son diferentes los ropajes de los soldados y del
senador; de este modo, dice San Basilio, se sabe quién es cada uno, así
también, los monjes, deben tener su propia vestimenta para que así, con una
simple ojeada se pueda saber que se trata de un monje.
La ruina del monje viene del recuerdo del
pasado como por ejemplo, el ambiente familiar; de la ilusión de los resultados
ascéticos adquiridos: el coro angélico, la conducta celeste en la tierra, la
oración, la vigilia, el ayuno, el hábito pobre, el púdico sonrojo, la noble
palidez, los honores recibidos…
10.4
El Oficio Divino
Según Basilio, la oración comunitaria debe
ser hecha con una doble disposición: atención y arte. Atención para no
distraerse, permaneciendo atento ante Aquel que escruta las profundidades del
corazón. Arte que debe buscarse en la ejecución del canto: “Cantad con arte”[11].
También otorga capital importancia al silencio durante la celebración de la
oración comunitaria. Basilio distingue entre “salmodia” y “oración”, por lo que
podemos suponer que además de cantar los Salmos (para Basilio el Salterio es
una síntesis de la Escritura ,
una farmacia donde se encuentran disponibles todas las medicinas para las
enfermedades espirituales) existían tiempos de oración silenciosa y personal.
El Padre Nuestro ocupaba un lugar primordial.
El oficio matinal comenzaba antes de la
aurora y consagraba a Dios el principio del día; la hora Tercia constituía un
descanso del trabajo de la mañana para conmemorar la venida del Espíritu Santo
sobre los apóstoles; la hora de Sexta se basaba en el Salmo 54, 18[12].
Nona había sido instituida a imitación de los apóstoles Pedro y Juan[13].
Al atardecer las Vísperas constituían la acción de gracias por los beneficios
recibidos durante la jornada y a la vez pedir perdón por las faltas cometidas.
El Salmo 90 se recitaba en el oficio que se celebraba al inicio de la noche
(Completas). Entre la media noche y el canto del gallo tenía lugar el oficio
llamado mesonyction, que Basilio
justifica recurriendo al ejemplo de San Pablo y Silas en la cárcel[14]
y al Salmo 118, 62[15].
Basilio comprende que es importante la
variedad y la amenidad para evitar las distracciones y la monotonía y por eso
se cambiaban con frecuencia tanto los salmos y oraciones como la manera de
cantarlos o recitarlos.
Mas no por recitar el Oficio el monje quedaba
absuelto de la oración continua recomendada en el Nuevo Testamento. Orar sin
interrupción constituye una de las obligaciones de todo cristiano hacia donde
tiende la vida monástica y por tanto, las horas del Oficio canónico no
sustituyen la oración continua aun cuando no se puede entender el espíritu de
la estructura de la Liturgia
de las Horas sino a la luz de la doctrina de la oración continua.
10.5
Escritos monásticos de Basilio
El núcleo de su doctrina es que el cristiano,
y sobre todo el monje está obligado a la rigurosa observancia de todos y cada
uno de los preceptos de la ley evangélica. Para Basilio la única regla
monástica será hasta el fin la Sagrada
Escritura , especialmente el Nuevo Testamento.
El primer escrito que tenemos, antes de ser
obispo, son las Reglas Morales (o Moralia) que constituyen como una lista
de citas del Nuevo Testamento agrupados en 80 instrucciones, compuestas por
varias citas sin comentarios, mas colocados bajo un título, como el de la regla
48: “es necesario ser misericordioso y generoso. Los que no lo son, son
condenados”. Con ellas, somete a la
Palabra de Dios las tendencias radicales del grupo de
Eustacio (Eusebio de Sebaste).
Como consecuencia del viaje realizado a los
eustacianos del Ponto entre el 360-370, tenemos el Pequeño Asceticón, organizado en una serie de preguntas y
respuestas. De la época del episcopado está el Grande Asceticón, que recoge cuestiones divididas en las Reglas largas o Amplias (55. Regulae fusius tractatae) y Reglas Breves (313. Regulae brevius tractatae).
Basilio publicó varias ediciones de sus Reglas. La primera edición -el Pequeño
Asceticón- perdida en griego, se conserva en siriaco y en latín (traducidas
por Rufino). Como parece que todavía no había recibido la ordenación episcopal,
debe ser escrita antes del 370. Los destinatarios son más claramente monjes que
los de las Reglas Morales. El texto
definitivo, el Gran Asceticón, es dos
veces más largo que la primera edición, y las estructuras aparecen ya bien
definidas. Las Reglas son una serie
de interpretaciones de la Sagrada Escritura
para uso de los “cristianos” que viven en comunidad la vida de perfección.
Las Reglas
Amplias son un compendio de la enseñanza impartida a los monjes sobre los
principios de la vida religiosa, una verdadera catequesis elaborada sobre la
base de la experiencia y de los problemas concretos. Se han dividido en siete
secciones: la primera (Pról. 7) trata de la obediencia a los mandamientos y de
las dos normas fundamentales: amar a Dios y amar al prójimo; la segunda (8-15)
habla sobre la renuncia; la tercera (16-23) versa sobre el dominio de los
apetitos; la cuarta (24-36) se refiere al buen orden de la comunidad; la quinta
(37-42) al trabajo; la sexta (43-54) se ocupa de los deberes de los superiores;
y la séptima (55) atañe al buen uso de la medicina.
Las Reglas
Breves, son respuestas ocasionales a cuestiones exegéticas y a casos de
conciencia. Son preguntas transcritas sin corrección y respuestas dadas en el
momento. Están más ligadas que las Reglas
Amplias a las Sagradas Escrituras. Comienzan con esta pregunta: “¿Está
permitido o es oportuno hacer y decir libremente lo que uno cree, sin tener en
cuenta las Sagradas Escrituras?” Basilio
responde con una serie de textos bíblicos, que prueban la absoluta necesidad
que tenemos de ellas: “De las cosas y de las palabras que nos vienen a la
mente, unas están explícitamente previstas en la Sagrada Escritura …
En cuanto a las primeras, nadie en absoluto está autorizado para hacer lo que
está prohibido ni para descuidar un solo precepto”[16].
A lo largo de los siglos muchos
centros monásticos se han regido o se han inspirado en las “Reglas” de Basilio.
Más que una regla que rige la vida de una comunidad, se insiste en la
radicalidad de una vida según el Evangelio, son por tanto, Reglas esencialmente
cristocéntricas, todo lo que se vive en el monasterio está orientado a la
imitación de Cristo y al perfeccionamiento en Él. “Cristo es el punto de
partida, el centro y la meta de toda vida monástica”[17].
“La obra de San Basilio representa el último
término de la evolución del monacato en Oriente. Este ideal acabó por imponerse
a todos los monasterios. San Basilio es tenido todavía hoy como el gran
patriarca de los monjes orientales”[18].
10.5.1
Aspectos esenciales de las Reglas basilianas
1- El principio de la imitación de Cristo: La
imitación de Cristo lleva a desarrollar al máximo las virtualidades del
bautismo. Se debe renunciar al “yo”, al “ego” para lograr asemejarse a Cristo y
es también una respuesta de gratitud a Jesús que se he entregado por el hombre.
El monje debe colocar a Cristo como el centro de su vida y para ello es
necesario cargar con la cruz.
2- El monje debe estar crucificado con
Cristo: Basilio decía que el monje que toma su propia cruz, sigue a Cristo; y
en el número 43 de sus Reglas Amplias afirma que “la regla del cristianismo
consiste en la imitación de Cristo en la medida de la Encarnación ”, es
decir, debe el monje conformarse a Cristo por nosotros humillado y hecho
obediente hasta la muerte. El deseo de donarse a Dios, el monje lo realiza
renunciando a su propia voluntad y vivir según la voluntad divina. La cruz se
convierte en símbolo del combate diario, gracias a los padecimiento sufridos
por Cristo se le ofrece al monje la felicidad en el Reino de los Cielos.
Una vez que el monje carga con la cruz,
encuentra en su camino las virtudes de la continencia, humildad, obediencia y
paciencia:
Con la continencia se renuncia a lo superfluo
para asemejarse con Cristo y no se distraerse con una pasión corporal o con
pensamientos perversos, ya que el no corromperse lleva a participar de lo
divino.
La humildad, virtud monástica por excelencia,
es un imitar a Cristo. Aquí Basilio se fija en el lavatorio de los pies de la
Última Cena y expresa en sus Discursos
Ascéticos su idea de que la humildad y la dulzura abren la puerta del Temor de
Dios.
Igual que Jesús fue obediente hasta la muerte
a Su Padre Celestial, tal debe ser también el monje y doblegar su voluntad por
la obediencia.
Para el monje, este siglo ha de ser un “siglo
de paciencia”, ya que cargar con la cruz es un combate que dura toda la vida.
La victoria no llega inmediatamente, no llegará hasta que termine su vida
terrenal, mientras tanto, debe luchar y combatir contra los vicios y pasiones
del hombre viejo.
3- Convertirse en una nueva creación en
Cristo: el monje está llamada no sólo a imitar a Cristo sino a unirse íntimamente
a Él. Y no hay otro camino para ello sino nacer de lo Alto por el Bautismo y el
Espíritu. La vida en Cristo es vida de amor, de amor en Dios que modela al
amante a imagen del Amado, y sólo en Cristo es posible llegar al amor perfecto.
Pero amar a Dios supone amar como Dios: “Amaos los unos a los otros como Yo os
he amado”[19]. Una
vida totalmente centrada en Cristo está caracterizada por la alegría.
4- El monje debe prepararse para el tiempo
del Juicio: Nadie sabe cuándo llegará su hora. La lucha contra el egoísmo, el
expulsar los propios demonios debe tender hacia la unión con Dios. El monje
vive en una actitud de vuelta hacia el Más Allá, es una espera activa, de
preparación. El monje se convierte así en testigo del Reino ya presente y lo da
a conocer a los demás.
El monje se considera por tanto, peregrino en
este mundo, extranjero, exiliado, y vive despegado de las cosas terrenas,
siempre vigilante y alegremente tendiendo hacia los bienes futuros de la
gloria. San Basilio en el número 5 de sus Reglas Amplias expone que si no somos
extranjeros en este mundo, no llegaremos al objetivo de ser agradables a Dios.
No se trata tanto de una separación física como de hacerse extranjero al mundo
(al mundo que no es “capaz del Espíritu”) mediante un actuar no-mundano.
10.6 La Regla de San Benito
Si existe una Regla
monástica “cristiana”, ésta es la de S. Benito; su Regla empieza con Cristo[20]
y termina con Cristo[21].
Pero entre el principio y el fin de la
Regla el nombre de Cristo reaparece a menudo, y el recuerdo
de la doctrina, del ejemplo, del amor de Cristo, se adivina constantemente en
todos los textos legislativos del Código. San Benito repite que nada debe
preferir el monje al amor de Cristo[22]
y que nada antepongan absolutamente a Su divina Persona[23]
pues sólo Él puede conducirnos a la vida eterna.
Este absolutismo por Cristo es para
el monje de la escuela benedictina la meta, la
convergencia de toda sus ilusiones y aspiraciones, y el centro de
gravedad de toda su vida espiritual tal y como nos dice Colombás. El cristocentrismo
de S. Benito en su Regla es prueba fehaciente de su particular carisma
monástico.
Si tenemos además presente el
cristocentrismo que S. Benito imprime a su Regla y que cifra esplendorosamente
en el axioma nihil amorem Christi
praeponere, no anteponer nada al amor de Cristo[24],
no nos quedará duda alguna ya, que la propia vocación del patriarca de los
monjes de Occidente ha sido tal como la expresaría en su obra: una auténtica
vocación evangélica, es decir, del seguimiento de Cristo, de la búsqueda de
Dios en Cristo, del amor total a Cristo. Y es que en la Regla no hay nada que se
salga del Evangelio; este mismo instrumento de las buenas obras[25]
es un claro exponente de que la
Regla está basada en el Evangelio, en Cristo.
La vocación del monje, como la de
todo cristiano, es la unión con Dios (y para eso es necesario no anteponer nada
a Cristo o como dice también el capítulo 72, 11: “No anteponer absolutamente
nada al amor de Cristo”; sin esto, no pensemos en lograr dicha unión íntima y
personal con Cristo)[26].
S. Benito se nutre de la tradición
cristiana y monástica, sobre todo, de la Sagrada Escritura.
La espiritualidad benedictina es bíblica y toda la Regla aparece impregnada de la Escritura. La relación de la Regla con la Biblia implica una atención
a los textos de los Padres y de los monjes antiguos en los cuales se desvela la Escritura que aparece en
todo el texto de la Regla[27].
10.7
San Basilio y la Regla
de San Benito
San Benito, concluyendo ya su
“Mínima Regla de iniciación”[28],
cita con toda justicia a San Basilio como “nuestro Padre”[29]:
“…, para el que corre hacia la perfección de la vida, están las doctrinas de
los santos Padres, cuya observancia lleva al hombre a la cumbre de la
perfección. Porque ¿qué página o sentencia de autoridad divina del Antiguo o
del Nuevo Testamento no es rectísima norma de vida humana? O ¿qué libro de los
santos Padres católicos no nos exhorta con insistencia a que corramos por
camino derecho hacia nuestro Creador? Y también las Colaciones de los Padres,
sus Instituciones y Vidas. Como asimismo la Regla de nuestro Padre[30]
San Basilio?, ¿qué otra cosa son sino instrumentos de virtudes para monjes
obedientes y de vida santa?”[31]
Cuando San Benito habla de la Regla de Basilio, se refiere
al Pequeño Asceticón (Asceticum Parvum): La traducción latina realizada por
Rufino de Aquilea. Este posiblemente, debe ser el único texto que conoció San
Benito.
Algunos expertos coinciden en
señalar la mucha dependencia de la
Regla de San Benito con respecto a Basilio, sin embargo Adalbert
De Vogüé, advierte que existe más influjo de Casiano porque tiene más tendencia
eremítica.
Pero lo común y esencial es
considerar la Sagrada Escritura
como “regla” para la vida monástica. Se dice, que el Evangelio fue la primera
de las reglas monásticas; y en efecto, fue la Sagrada Escritura
y ante todo el Evangelio donde los primeros solitarios buscaron las normas de
vida religiosa. En el cenobitismo primitivo, cabe destacar a San Pacomio,
perfeccionado por Basilio.
Resumiendo, podemos afirmar que San
Benito, siguiendo la tradición del monacato latino, se ha fijado en los modelos
orientales. De oriente ha copiado la terminología monástica y litúrgica, y los
temas fundamentales del ascetismo. Y del cenobitismo basiliano ha retomado
sobre todo, el cuadro de las instituciones, la organización interna de la
comunidad y la visión eclesial del cenobio.
Hna. Marina Medina
[1] Ef 6, 11-17; 1 Tim 6, 12; 2 Tim 4, 7.
[2] Antonio Royo Marín, Los
grandes maestros de la vida espiritual. Historia de la espiritualidad cristiana,
B.A.C., Madrid 1973, p. 69.
[3] En la literatura ascética de los siglos II –III, sobre todo en Asia
Menor, se trabaja con este concepto.
[4] Lc 18,1; 1 Ts 5, 17; Rm 12, 12;
Ef 6, 18…
[5] Carmelo Cristiano, La preghiera nei Padri – La spiritualità
cristiana, Storia e Testi 4, Edición Studium, Roma 1981, p. 47-50.
[6] La vida monástica en la antigüedad, era la vida filosófica. La
filosofía era un modo de plantear la vida para que ésta fuese realmente una
vida feliz, de búsqueda de la sabiduría. Para los cristianos, la verdadera vida
filosófica era la propia. El que ama y busca a Cristo es el verdadero filósofo.
Esta vida filosófica de los cristianos, era una vida de gran ascetismo.
[7] 2 Cor 8,9.
[8] Fil 2, 7.
[9] Alejandro Masoliver, Historia del Monacato cristiano. I. Desde
los orígenes hasta San Benito, Ediciones Encuentro, Madrid 1978, p. 50.
[10] San Basilio escribe en el prólogo de las Grandes Reglas que es
necesario purificar nuestras almas cumpliendo perfectamente todos los
mandamientos.
[11] Sal 46, 8.
[12] Por la tarde, en la mañana, al mediodía, me quejo gimiendo…
[13] Hech 3, 1.
[14] Hech 16, 25.
[15] A media noche me levanto para darte gracias por tus justos juicios…
[16] Regulae brevius tractatae, 1.
[17] Stephanos, Los orígenes de la vida cenobítica,
Cistercium 178 (1989) 280.
[18] García M. Colombás, San Benito. Su vida y su Regla, B.A.C.,
Madrid 1954, p. 23.
[19] Jn 15, 12.
[20] Pról 3 RB.
[21] 72, 11-12 RB.
[22] 4, 21 RB.
[23] 72, 11 RB.
[24] 4, 21 RB y casi idéntico en 72, 11 RB.
[25] 4, 21 RB.
[26] Marina Medina Postigo, No anteponer nada al amor de Cristo, Pontificio
Ateneo de San Anselmo. Curso de Formación Monástica. Roma 2009, p. 7. 8.
[27] Marina Medina Postigo, Introducción general a la RB , Pontificio Ateneo de
San Anselmo. Curso de Formación Monástica. Roma 2008, p. 3. 4.
[28] 73, 8 RB.
[29] 73,5 RB.
[30] Cuando San Benito usa la expresión “nuestros” Padres, hacer referencia
a los Padres monásticos, no a los Padres de la fe.
[31] 73, 2-6 RB.
[32] Adalbert de Vogüé, Las grandes Reglas de San Basilio. Una
ojeada. Cuadernos Monásticos 91 (1989) 431.