“Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu
padre y yo te buscábamos angustiados. ¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo
de-bía estar en la casa de mi Padre?”. En el primer domingo después de Navidad,
en la celebración de la
Sagrada Familia , el evangelio invita a contemplar a Jesús en
la casa de José y María. El episodio evangélico, más que un ejemplo de
convivencia entre Jesús, María y José, muestra un momento de tensión en su
experiencia familiar, con motivo de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo.
San Lucas, al escribir el evangelio de la infancia de Jesús, lo hace a la luz
de los acontecimientos pascuales, que dan sentido a toda la fe cristiana, y es
desde esta perspectiva que hemos de entender este episodio.
José y
María, como buenos israelitas, suben a Jerusalén para celebrar la Pascua , y aquel año llevan
consigo a Jesús, con doce años cumplidos, pues, según las costumbres judías,
los adolescentes llegaban a la mayoría de edad desde el punto de vista
religioso a los trece año. Jesús, en el momento en el momento del regreso a
Nazaret, se queda en Jerusalén. Sus padres lo buscan ansiosos durante tres
días. Estos tres días remiten al hecho de la muerte y resurrección. En efecto,
el drama de los apóstoles y discípulos en el momento de la pasión al
desaparecer su amado Maestro lo vivieron anticipadamente María y José al perder
a su hijo. María y José encuentran a su hijo en el templo en medio de los
doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas, y todos los que le oían
quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. La sabiduría
que Jesús mostraba a los doce años sorprenderá también más tarde a sus
paisanos, cuando hablará en las sinagogas y la gente exclamará: ¿De dónde saca
éste esa sabiduría?
La
reprensión de María a su hijo es del todo legítima. Más que un regaño es una
queja, expresión de amor en el fondo. María se siente herida en su condición de
madre en cuanto su hijo desaparece sin decir nada. María se siente madre; ahora
constata que tiene un hijo, pero que no lo posee de forma egoísta. En su
espíritu se repetía la pregunta que no tiene respuesta: ¿Por qué? El drama
interior de María anuncia el drama de la comunidad apostólica que no acaba de
entender el escándalo de la cruz. Y aún hoy la Iglesia continua
preguntándose sobre el por qué de la cruz, sobre la necesidad de la muerte del
Salvador.
La
respuesta de Jesús a sus padres es, en el fondo, el planteamiento de la
dimensión trascendente del mensaje cristiano, que es invitación a superar las
coordenadas humanas y ponernos en camino en pos de Jesús. Llamada nada fácil,
porque son demasiado fuertes los vínculos que nos atan a la realidad de este
mundo. Es comprensible que María y José no comprendieran lo que quería decir
Jesús, como más tarde los apóstoles no entendían a Jesús cuando hablaba de
muerte y de resurrección.
En
este sentido María aparece como el prototipo de creyente. No ha entendido lo
que su hijo intentaba decirle, pero en lugar de rechazarlo haciendo valer su
autoridad de madre, trata de penetrar más y más en su significado, a través de
una asidua, atenta y constante meditación: “María conservaba todo esto en su
corazón”. La palabra de Jesús puede, a menudo, aparecer como llena de sombras,
de oscuridad, pero, a la larga, siempre es la respuesta justa que el hombre
necesita para sus problemas. La propuesta de la fe no es siempre verificable,
quizá no lo es nunca; hay que aceptarla, meditarla hasta que se pueda asumir
con generosidad, como hizo María, como hace la Iglesia. María y
José nos muestran el camino de la fe, de la humilde aceptación de la voluntad
de Dios, el único que existe para llegar a la verdadera alegría de la vida
terna.