“Maestro,
hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido
impedir, porque no es de los nuestros”. Estas palabras que el evangelista Marcos
ha conservado son una severa advertencia para todos los que pretendan ser
discípulos de Jesús. Uno de los apóstoles, y precisamente Juan, el predilecto, pretendía impedir que un desconocido realizase exorcismos usando el nombre de
Jesús por no ser del grupo. Frase, en apariencia sencilla, pero cargada de
prejuicios, que muy a menudo han causado daño en la vida de la humanidad: “No
es de los nuestros”. Esta simples palabras suponen imponer una división en la
sociedad, estableciendo distinciones entre nosotros y los demás.
En el contexto del evangelio de hoy, por “nosotros” se entiende al grupo de
los que siguen al Maestro, de los que escuchan sus palabras y de los que, de
alguna manera, han optado por el evangelio de Jesús. “Nosotros” significa la porción elegida, los
buenos, los poseedores de la verdad. “Los demás” son el resto de la
humanidad, los que en principio han de ser salvados ciertamente, y para los
cuales Jesús está dispuesto a entregarse para que tengan vida y la tengan en
abundancia, pero que, de momento aparecen como masa informe, marginada, casi
como ciudadanos de segundo orden, sin voz ni voto.
Marcos dice bien claro que esta forma de pensar es de los apóstoles, o al
menos a uno de ellos. A los discípulos les molesta que se haga el bien en
nombre de Jesús fuera del círculo reducido de los que le siguen. Cuántas veces nos
cuesta también a nosotros aceptar que haya hombres que no son de los nuestros,
-que no son católicos, para entendernos-, y que, en nombre de Jesús hacen el
bien, y anuncian también el evangelio. Mucho faltaba a aquellos hombres para
entender la Buena nueva de Jesús y de la herencia que se les quería confiar, la
de llevar, sin trabas, hasta el confín del orbe la salvación de Dios.
La reacción de Jesús es decidida: “No
se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar
mal de mí”. Jesús hace entender que hay muchos modos de estar a su lado, de ser
de los suyos, formas que deben ser respetadas. Desde la perspectiva de Jesús en
el proyecto de Iglesia que propone no caben pretensiones de monopolio sobre el
evangelio y la salvación. Nadie puede pretender derechos exclusivos sobre el
Espíritu y erigirse en árbitro de los demás; a creerse el verdadero discípulo
de Jesús, y, en consecuencia, preferirse a otros o marginar a quienes no estén
completamente en su misma linea.
La respuesta de Jesús coincide con
la que Moisés daba en la primera lectura del libro de los Números. Dios
comunicó el Espíritu a setenta ancianos de Israel, para que ayudasen a Moisés
en la misión de dirigir al pueblo. Otros dos personajes, que a pesar de haber
sido llamados se habían quedado en el campamento, reciben también el Espíritu y
profetizan a su vez, desagradando a Josué, que pretendía que Moisés les hiciese
callar. Moisés, como Jesús, hace comprender que el don del Espíritu no
pertenece a una minoría, no está reservado a un grupo selecto, sino que todo el
verdadero Israel está destinado a recibir la plenitud del Espíritu y
profetizar, para ser en verdad un pueblo de profetas.
En la medida en que somos Iglesia,
pueblo que ha recibido la plenitud del Espíritu, hemos de respetar a quienes,
fuera de la misma actúan en nombre de
Jesús. Cualquier servicio realizado a discípulos de Jesús por ser discípulos
suyos tiene valor de eternidad. Por el contrario, quienes escandalicen a uno de
sus discípulos, es decir quienes pongan un obstáculo a la fe de los creyentes
merecen una severa sanción. Y hoy el apóstol Santiago en la segunda lectura
recordaba que el abuso de los bienes recibidos puede oscurecer la presencia de
Dios y ser escándalo de los demás hasta corromper el corazón humano. Jesús
espera de nosotros que no pongamos obstáculos a la fe tanto de los que creen en
él cómo de los que aún no creen. La palabra de Dios invita hoy a un serio
examen de conciencia para ver como vivimos la fe que profesamos, si somos realmente
testigos de aquel que por nosotros no ha dudado entregar incluso su propia
vida.