«Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?». Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo». |
“Por
propia iniciativa, Dios, el Padre de los astros, con la Palabra de la verdad nos
engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas”. Así concibe el
apóstol Santiago la realidad de la persona humana. En efecto, todo hombre y
toda mujer son criaturas de Dios, la obra de su amor, hasta el punto que san
Ireneo no dudó en afirmar: “La gloria de Dios es el hombre viviente”. Dios, una
vez realizada la creación, no se ha desentendido de la humanidad ni la ha abandonado
sin más a su suerte, dejándola como juguete indefenso en manos de un destino
ciego y a veces cruel. Es una verdad recordada repetidamente a lo largo de la Escritura que Dios llama
al hombre por su nombre, es decir individualmente, en su circunstancia
concreta, no simplemente como uno más de un montón amorfo e indiferenciado.
Dios invita a los humanos a llevar a cabo un papel concreto en esta realidad
que es la vida sobre la tierra y ofrece
cuanto necesitamos para no perdernos en los meandros de la existencia. Por eso,
Santiago insiste: “Aceptad dócilmente la palabra que ha sido implantada y es
capaz de salvaros”. Esta misma palabra que nos engendró permanece en nosotros
como semilla de vida, pero no actúa de modo mágico, mecánicamente, sino que es
fuerza de vida, de salvacion en la medida en que la aceptemos, y colaboremos
con ella, permitiéndole ser luz y guía, alimento y sostén. “Llevadla a la
práctica y no os limitéis a escucharla, engañandoos a vosotros mismos”,
continua diciendo el apóstol, advirtiéndonos del peligro que nos acecha de no
traducir en comportamiento lo que la palabra pueda insinuar.
En la
primera lectura, en un pasaje del libro del Deuteronomio, Moisés recordaba cómo
Dios ha dado a su pueblo mandatos y preceptos. Para muchos resulta difícil
compaginar la imagen de un Dios creador, justo y bueno, con la de un Dios
legislador que se entretiene en inventar normas y prescripciones que pueden dar
la impresión de coartar el gran don de la libertad. La dificultad para aceptar
al Dios legislador nace de la no aceptación por parte del hombre de su
condición de criatura. La enseñanza de la revelación contenida en la Sagrada Escritura
dice que Dios es creador, hacedor de todo, y en consecuencia nosotros somos
criaturas. Pero la misma Escritura recuerda también y desde sus primeras
páginas que al hombre siempre le ha costado obedecer y que se rebeló contra el
primer mandato que se le impuso: así comió del árbol prohibido porque una voz
le repetía que desobedeciendo sería como Dios, no dependería de nadie ni de
nada. Y la Escritura
concluye que esta trágica ilusión termina en el drama de la muerte de la que
nadie puede escapar.
Los
preceptos, normas, leyes o mandatos que puede dar Dios no son una falta de
respeto a la personalidad del hombre, sino indicaciones que enseñan cómo evitar
el mal, construir la vida, y hacer del mundo un espacio habitable, cimentado en
el respeto mutuo, en la verdad, en la justicia y en el amor. Porque, como Jesús
advierte en el evangelio de hoy, el peligro no viene de fuera, acecha dentro de
nosotros mismos: “Dentro del corazón del hombre nacen los malos propósitos, las
fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”. No sería justo deducir
de estas palabras de Jesús que todo sea negativo en nuestra realidad, sino que,
al constatar simplemente los límites del hombre, al mismo tiempo afirma que ha
venido para ayudarle y hacerle salir a flote, para iniciar así un cambio de
ruta que aleje de la muerte y conduzca a la vida. Por eso conviene estar
atentos a la Palabra
que se nos comunica y que puede salvarnos.
Pero
Jesús advierte de otro peligro que acecha: “Dejáis a un lado los mandamientos
de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”. Lo que Dios propone es principio
de vida, mientras que los mandamientos de los hombres, aunque aparezcan como
signo de libertad, a la larga esclavizan, no ayudan al hombre a crecer humana y
espiritualmente. Las lecturas de este domingo invitan a abrirnos a la Palabra de Dios, a comportarnos
en la vida según su voluntad, demostrando con nuestro obrar la fe que arde en
nuestro interior: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es
visitar a los atribulados y no mancharse las manos con este mundo”. Como dice la Escritura : “Observa los
mandamientos y vivirás”.
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