Abadía de Maredsous |
. LA LITURGIA
Después
de la Primera Guerra
Mundial, el Movimiento Litúrgico se irá imponiendo en las comunidades
benedictinas de Bélgica. Su origen viene ya de fines del 1909, donde a raíz del
Congreso Católico de Malinas, la liturgia se quiere llevar a las parroquias, al
clero, al pueblo en general y que no permanezca encajonada sólo en los
monasterios.
Dom
Columba había abandonado Mont Caesar, justo en el momento en el que el
monasterio tenía a su cargo la tarea de llevar la liturgia a los fieles y a la
vez, elevar su investigación a niveles cada vez más altos. Contribuyó de forma
admirable en el primer Congreso Litúrgico de la historia, y comenzó a editar la
revista Questions Liturgiques.
Marmion
contribuyó a esta renovación con su doctrina bíblico-litúrgica. Permitió que en
1912, se celebrase en Maredsous una Semana Litúrgica, siendo él quien la abrió
con una conferencia de corte teológico-litúrgico, titulada: El Simbolismo en los dos Testamentos. En
esta alocución advertía del peligro de derivar la liturgia a un espiritualismo
exagerado o a un racionalismo estéril.
Su
apoyo al Movimiento fue sobre todo, centrando su acción litúrgico-espiritual a
las almas consagradas. Decía: “Si los hijos de San Benito toman a pecho el
Movimiento Litúrgico se debe no sólo a que, a fuerza de religiosos fieles a la
misión de su orden, continúan una tradición catorce veces secular, sino también
a que, en cuanto hijos amantísimos de la Santa Iglesia , se afanan por
secundar, a su manera, lo deseos de su Madre”. Dom Columba, los domingos y las
fiestas, hablaba a sus monjes, y el núcleo del tema, lo sacaba de los Misterios
litúrgicos, de la Palabra
de Dios que se había proclamado en la liturgia, de la Liturgia de las Horas…, y
como es natural en él, dentro de un cristocentrismo troncal. En la liturgia es
donde descubre más intensamente su propia experiencia de Dios en Jesucristo.
Basta meditar su obra “Jesucristo en sus Misterios”, para descubrir su amor y
dedicación a la liturgia. Dom Columba encuentra a Cristo vivo en Su Iglesia,
especialmente durante la celebración litúrgica, y es de ahí de donde nace su
amor Oficio Divino –al Opus Dei-, al que dedica dos capítulos en “Jesucristo,
ideal del monje” (capítulos XIII y XIV), y donde explica que la liturgia dimana
de Jesucristo que al unirse a Su Esposa, la Iglesia , le concede el don de poder alabar al
Padre, es decir, es el mismo Cristo el que adora a Dios Padre a través de los
labios de la Iglesia. Pero
nosotros no sabemos orar como conviene, y es el Espíritu de Jesús el que ora en
nosotros con “gemidos inenarrables”[1].
En el Oficio Litúrgico todo es inspirado por Él, todo es compuesto bajo Su
impulso. La Iglesia ,
es guiada por el Espíritu Santo que nos conduce a Cristo, Cristo nos lleva al
Padre y nos hace agradables a Él. Por tanto, este es el camino más seguro para
permanecer en la unión con Jesucristo y caminar hacia Dios[2].
Dom
Columba, al vivir la liturgia dentro del claustro benedictino, descubrió los
valores doctrinales que contienen los textos litúrgicos. La lex orandi (la norma de la oración) se
hizo para él no solamente la lex credendi
(la norma de la fe), sino también la lex
vivendi (la norma de vida).
Dom
Columba reconoce que el primado de la liturgia en la Orden benedictina representa
un elemento específico en relación a los otros Institutos religiosos; reconoce
su primacía entre los medios de perfección. Vuelve a unir al carácter litúrgico
los aspectos de la espiritualidad benedictina:
-Su
connotación es sobre natural, ya que Cristo nos da Su gracia y de una manera
eficaz durante la celebración litúrgica.
-En la
liturgia se reviven los misterios de la vida de Cristo, y se nos comunica la
gracia que ellos en sí, encierran. Por tanto, es en la liturgia donde se logra
la conformación con Cristo, que es para el cristiano, el proyecto que tiene el
Padre sobre él.
3.1. Hitos principales sobre la
oración litúrgica
Los
hitos fundamentales[3] que
podemos percibir en los dos capítulos sobre la oración litúrgica que Marmion
exponen su obra Jesucristo, ideal del
monje, son resumidamente, estos:
1-El
valor objetivo de una cosa es según la gloria que proporcione a Dios, por lo
tanto, una cosa vale tanto según sea estimada por Dios.
2-Existen
cosas que glorifican a Dios por su propia naturaleza, como puede ser la
Santa Misa , los Sacramentos, las virtudes…,
y por supuesto, la oración. Ésta glorifica a Dios por la intención del que la
recibe (fin del que obra), y por su misma naturaleza y los elementos de los que
consta (fin de la cosa misma).
3-Entre
todas las oraciones posibles, el primer lugar sin duda alguna, lo ocupa la
oración pública de la Iglesia ,
es decir, la oración litúrgica oficial que se relaciona íntimamente con la Santa Misa. El rezo del
Breviario es realmente una obra divina; es el auténtico Opus Dei.
4-La
excelencia del Oficio, nos viene dada por el fundamento de donde deriva, su
naturaleza, sus elementos y su propio fin.
5-El
fin primordial de la liturgia, es la alabanza divina, mas también proporciona
un manantial inagotable de gracias y es un medio más que eficaz para la
santificación personal. Adelanta lo que luego diría el Concilio Vaticano II en la Constitución
Sacrosanctum Concilium en su número 10: “…de la Liturgia , sobre todo de la Eucaristía , mana hacia
nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia
aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios,
a la cual las demás obras de la
Iglesia tienden como a su fin”[4].
6-La
liturgia no produce por sí en nosotros la gracia, como lo hacen los
sacramentos. Tiene una cierta eficacia en sí misma –ex opere operantes Ecclesiae-, pero no la eficacia intrínseca –ex opere operato- de los sacramentos.
Quiere esto decir, que la eficacia depende en gran parte de las disposiciones
subjetivas de la persona orante.
3.2. El Oficio Divino en la
vida del monje
San
Benito exige al que quiera entrar en el monasterio, lo mismo que debe hacer
todo cristiano: “Buscar a Dios”: “Este es el fin único y supremo a que debemos
aspirar: buscar a Dios… “Llegar a Dios” es el punto de mira que San Benito
quiere que tengamos ante la vista”[5]. Para Dom Columba, el Opus Dei ocupa un
lugar principal en la vida del monje,
pues es un homenaje que le es a Dios debido. En el Oficio Divino, el monje
busca a Dios, y es ésta, su tarea primordial, por eso, el Opus Dei, es la tarea más noble del monje, como bien dice San
Benito: “No anteponer nada al amor de Cristo” [6].
Por tanto, el Oficio Divino es un medio excelente de alcanzar a Cristo, y así,
escribía Dom Columba: “la oración oficial de la Iglesia , siendo una obra
muy agradable a Dios, llega a convertirse también para nosotros en una fuente
pura y abundante de unión con Cristo y de vida eterna”[7].
Para Marmion, en lo que se refiere a la liturgia y que además,
constituye “el centro de nuestra sacrosanta religión”[8],
es la Misa , la Eucaristía. La
alabanza divina recitada en el Oficio, está estrechamente relacionada con la Eucaristía : “La oración
pública gira en torno del sacrificio del altar; en él se apoya y de él saca su
más subido valor a los ojos de Dios; porque la ofrenda la Iglesia , en nombre de su
Esposo, Pontífice eterno, que ha merecido, por su sacrificio sin cesar
renovado, que toda la gloria y honor vuelva al Padre, en la unidad del Espíritu
Santo”[9].
La razón nuclear del Opus Dei para Marmion, es que a través de él,
estamos ya unidos con nuestro Salvador ya que cantamos con Él y por él la
gloria de Dios Padre. En esta misión y gracia a la vez de culto público, deben
participar todos los fieles, sin embargo, algunos han sido particularmente
escogidos para ser asociados al sacerdocio eterno de Su Esposo, ellos son los
sacerdotes y religiosos de coro. Dom Columba resume de forma excelente que es
lo que sucede en la recitación del Oficio: “El Padre ve en nosotros, durante la
recitación del oficio, no pobres almas con intereses privados y sin prestigio,
sino embajadores de la Esposa
(la Iglesia )
y de su amado Hijo, que con pleno derecho abogan por las almas; entonces
estamos investidos oficialmente de la dignidad y del poder de la Iglesia y del mismo
Jesucristo. Por otra parte, Él está entonces en medio de nosotros…; es el
supremo jerarca, que recibe nuestros ruegos y recoge nuestras alabanzas para
transmitirlas a Dios… Por eso estas alabanzas son superiores ante Dios en valor
y eficacia a cualquier otra alabanza y plegaria, a cualquier otra obra”[10],
ya que cualquier otra obra, es obra del hombre, y el Oficio, es la obra de Dios
por excelencia.
El Oficio Divino está formado por himnos que la Iglesia muchas veces los
recoge de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia , y otros, de la misma Escritura. Para
ensalzar a Dios con la dignidad que le es debido, debe ser Él mismo Quién nos
indique como hacerlo, por eso, rezamos con los Salmos, la mejor alabanza que
después del santo sacrificio de la Eucaristía , podemos ofrecer a Dios. “Los cánticos
inspirados por el Espíritu Santo relatan, publican y ensalzan todas la
perfecciones divinas”[11].
Pero además, los Salmos: “expresan de modo admirable los sentimientos y
necesidades de nuestras almas”[12].
Podemos resumir que el Oficio Divino recitado por la Esposa , tiene un “gran
poder de intercesión”, ya que la
Iglesia se apoya en Jesucristo; produce numerosos frutos de
santificación, ya que la “oración de la Iglesia , manantial de luz, nos hace participar de
los sentimientos del alma de Cristo”; y a la vez, nos hace partícipes de los
misterios de la vida de Cristo, que son camino seguro e infalible para
asemejarnos a Él.
Dom Columba también nos explica el por qué y el cómo la Iglesia honra y celebra a
los santos: “A la Santísima Trinidad
es, en efecto, como todos saben, a quien la Iglesia ofrece sus alabanzas, festejando a los
Santos. Cada uno de ellos es una manifestación de Cristo; lleva en sí los
rasgos del divino modelo, pero de una manera especial y distinta. Es un fruto
de la gracia de Cristo, y a horma y gloria de esta gracia se complace la Iglesia en ensalzar a sus
hijos victoriosos”[13].
Nosotros, al igual que los santos, estamos llamados a formar parte de este
cortejo victorioso, a participar en el seno del Padre de la gloria del Hijo si
nos hemos asociado en la tierra a sus Misterios. Ya desde ahora, podemos
anticiparnos, recitando el Oficio, al eterno
Alleluia que resuena en los
cielos.
4. ADOPCIÓN DIVINA
Como ya he apuntado anteriormente,
podemos afirmar que la doctrina de Dom Columba puede encontrase resumida en
Ef 1, 5: “Dios nos predestinó de antemano a ser sus hijos adoptivos por medio
de Jesucristo”. Es decir, la Santísima
Trinidad , nos ha predestinado a ser partícipes de Su vida
divina, para ya aquí, en esta vida, entrar en comunión, en relación con Ella, a
través de la gracia de la adopción que nos hace hijos y herederos de Su gloria.
Por este eje central que constituye la doctrina de Marmion, ha sido considerado
por el Padre dominico Philipon “Doctor de la adopción divina”[14].
Ampliando un poco más la doctrina de Dom Columba sobre la adopción
divina, vemos que es el Padre Quien da a
conocer a Su Hijo, y Éste, al asumir la naturaleza humana nos hace partícipes
de la filiación divina, esto es, el Hijo lo es por naturaleza, y nosotros,
somos hijos de Dios por gracia. Cristo, al hacerse hombre y darnos
participación en Su ser, hace que formemos un solo Cuerpo Místico, y esto es la
adopción divina, que nos es dada por Jesucristo. Sí, es así, la adopción divina
“la recibimos de Jesucristo y por Jesucristo”[15].
Por parte de Dios, la adopción es perfecta, Él nos adopta como hijos. Y
por parte nuestra, a partir del Bautismo, esta adopción debe irse
perfeccionando, es como un germen que debe ir desarrollándose, y será perfecta,
cuando al final de nuestra vida si hemos sido fieles, “nuestra adopción se abra
en los esplendores de la gloria”. Somos hijos
de Dios, co-herederos de Cristo. Aunque la realización en nosotros de
esta adopción es obra de las tres Personas de la Santísima Trinidad ,
se atribuye -no sin motivo- especialmente al Espíritu Santo. ¿Por qué? Siempre
por la misma razón: porque esta adopción es puramente gratuita, nace del amor.
La santidad cristiana no es sino morir al pecado y de esto modo, pasar
a una vida nueva. “Toda la santidad que Dios ha destinado a las almas ha sido
depositada en la humanidad de Cristo, y de esta fuente debemos nosotros
beberla”[16].
4.1. La santidad en el monje
La filiación adoptiva en Jesucristo, centro de su doctrina, la
descubrimos también cuando habla sobre la profesión monástica: “el hijo
adoptivo que se ofrece al Padre junto con el hijo de Dios, Jesucristo”[17].
El fin de la vida monástica para Dom Columba, no es otro que la
búsqueda de Dios, buscar a Dios por Sí mismo y en Sí mismo; “es tener y
cultivar con la Santísima Trinidad
aquella intimidad real y estrecha que llama san Juan: sociedad del Padre con Su
Hijo Jesús, en el Espíritu Santo”[18].
Para él, la Trinidad
no es “algo” abstracto, difuminado o impersonal, no, es una realidad viva,
personal y que puede transformar el ser y la vida del cristiano.
Para Marmion, la santidad en la Regla de San Benito, es reproducir el conjunto de
la vida y misterios de Cristo:
-La obediencia[19],
donde el monje, en la profesión, se ofrece como Cristo al cumplimiento de la
voluntad del Padre sin condiciones.
-Los dos aspectos de la santidad de Jesucristo: la muerte al pecado a
lo que es natural, y la felicidad al abrirse al crecimiento de la vida
sobrenatural.
Como ya hemos apuntado anteriormente al hablar de la Liturgia , en la vida
benedictina se da, igual que en la vida de Jesús, ejemplar supremo, una
jerarquía de actividades, es decir, lo más importante dentro de la vida
monástica es sin duda alguna, el Opus Dei, el Oficio Divino. Sin embargo, todas
las actividades deben conducir a la reproducción del conjunto de la santidad de
Cristo, como bien dice la Regla
benedictina: “No anteponer nada al amor de Cristo”[20].
Para Dom Columba, la vida de monje no es sino la vida cristiana pero
vivida más radicalmente, más profundamente; las virtudes monásticas son las
mismas que las del estado cristiano, porque encuentran su fundamento en Cristo
y obligan a todo cristiano, pero el monje debe practicarlas de un modo más
riguroso y amplio. “En Cristo, la cualidad de “primer religioso” se funda sobre
su dignidad de Hijo de Dios; esta dignidad es la que confiere a su vida de
“consagrado” al Padre su apoyo más santo, su inconmensurable grandeza, su valor
infinito. Del mismo modo, la vida religiosa no llega a su cumbre, no alcanza
todo su esplendor y no es verdaderamente fecunda, más que cuando es la
expresión más adecuada de la vida de hijo de Dios en Jesucristo”[21].“La Regla interpretada por
nuestras Constituciones…, es lo que debemos practicar: ella contiene todo lo
necesario para nuestra perfección y nuestra santidad, y por ella fue por la que
llegaron a la más alta perfección, a la cima de la santidad tantos y tantos
monjes”[22].
4.2. La Profesión
Monástica en Dom Columba
Marmion
Por el Bautismo nos unimos a Cristo al que aceptamos substancialmente,
y a través de la Profesión
monástica, y con un acto de fe práctica, ratificamos esta fe que nos une a
Cristo y al que dejamos que reine en nuestras almas. Por tanto, según Dom
Columba, la Profesión
inaugura la vida monástica.
Es por medio de la
Profesión como el novicio entra a formar parte de la familia
monástica, y lo consagra al servicio de Dios para que así llegue a convertirse
en perfecto discípulo de Cristo. “La profesión contiene en germen toda la
santidad religiosa”[23].
Es un contrato entre Dios y el discípulo, éste, a través de la obediencia y con
gran fe, se deja guiar por el Abad, y a cambio, Dios, conduce al monje a Sí
mismo. Sin embargo, Dom Columba afirma que la perfección a la que está llamado
el monje que profesa, es una perfección “benedictina”, ya que los votos tienden
a la práctica de la Regla
de San Benito y de las Constituciones que le rigen.
Las notas fundamentales de la Profesión , Marmion las resume:
1-La Profesión monástica es una inmolación: Es una inmolación de
nosotros mismos, que tiene como modelo la oblación de Cristo, y que debe ser
hecha con amor para que sea acepta a Dios. Dom Columba escribe: “san Benito une
la profesión al sacrificio eucarístico. Después de leída y firmada la petición,
el novicio con su propia mano “la deposita sobre el altar”, como para asociar
el testimonio real y auténtico de su compromiso a los dones que se ofrecen a
Dios en sacrificio; el monje, por lo tanto, une su inmolación a la de
Jesucristo, y esto es lo que quiere nuestro glorioso Padre”[24].
Marmion nos ofrece tres cualidades indispensables de la oblación que
deben darse también en la
Profesión :
-Debe ser un holocausto digno de Dios, porque la víctima y el sacerdote
se identifican en la persona del “Hijo amado”[25].
-Debe ser un holocausto total: El sacrificio de Jesús no es sólo en su
Pasión, comienza ya desde la
Encarnación , Él sabía lo que le esperaba durante toda Su
vida, y todo lo aceptó. El sacrificio de Cristo es único, perfecto en su
duración, y pleno en el sentido que se ofreció hasta derramar toda Su sangre.
Esta oblación hecha por Cristo de Su cuerpo una sola vez, basta para
santificarnos.
-Debe ser un holocausto ofrecido con amor: El amor de Cristo es
perfecto, ama a Su Padre y por eso se ofrece todo entero a cumplir la voluntad
del Padre; Su amor a los hombres está subordinado al amor que tiene al Padre:
“Para que conozcan que amo al Padre… hago esto”[26].
2-La Profesión monástica tiene carácter de holocausto: La Profesión es un
holocausto porque es una entrega de sí mismo a Dios, igual que Cristo se
ofreció totalmente a Dios en el Templo, el día de la Presentación que es
cuando podemos decir que Su ofrecimiento se hace “oficial”. En esto, como en
todo, Cristo es nuestro modelo.
Para que este holocausto sea perfecto y perpetuo, lo hacemos de forma
pública y solemne, y aceptado en la
Iglesia , ésta es la Profesión , la emisión de votos. Los votos hacen
que la donación de uno mismo sea irrevocable, y para esto, debe ser una
donación libre por parte del novicio.
3-La Profesión monástica va unida a la oblación que Jesús hizo de Sí mismo:
Para que este holocausto –que es la Profesión- sea “agradable a Dios” debe ir unido
al de Jesucristo –“del que recibe todo su valor y toda su eficacia
santificadora”[27]-,
cuya manifestación exterior se realiza durante la celebración del sacrificio
eucarístico; y para que sea un “holocausto santo”, esta oblación a Dios debe
ser hecha con amor, ya que es el amor el que obra la unión. Aunque en la Profesión , el monje se
dé todo a Dios, es poco lo que da, pero lo importante es que se dé todo y
además “el valor se mide por el afecto”.
Pero el momento de la
Profesión , no agota sus efectos, a este respecto escribe Dom
Columba: “La profesión del monje comunica a su vida entera el carácter y virtud
de holocausto: hace de nuestra vida un perpetuo sacrificio. El acto de la
profesión no dura más de unos momentos; pero sus efectos son permanentes, y
eternos sus frutos”[28].
4.2.1. Bendiciones que hace Dios a
quien profesa
Siguiendo la doctrina de Marmion, éste nos presenta tres principales
bendiciones que la Profesión
aporta:
1-La Profesión monástica hace al alma, amiga de Dios, muy amiga. Es
considerada como un segundo bautismo por el cual el profeso obtiene una
remisión general y se convierte en “una criatura completamente renovada”[29].
El alma se entrega a Jesús como al esposo la esposa, esta alma queda “revestida
de Cristo”.
2-Otra bendición es el aumento de valor de las acciones que realiza el
ya profeso: todas sus acciones tienen más valor porque gozan, participan de la
virtud de la religión. Citando a Santo Tomás, Dom Columba, nos explica esta
bendición: “Los actos de las distintas virtudes son mejores y más meritorios
cuando se cumplen en virtud del voto, porque pertenecen al culto divino y
tienen la modalidad de sacrificio”[30].
3-La Profesión es el origen de nuestra felicidad: al darnos totalmente
al Señor, Éste se nos da también, convirtiéndose en nuestra recompensa. La
generosidad del ofrecimiento total a Dios viene recompensada con un aumento de
gozo.
4.2.2. Fidelidad a las promesas
juradas
Lo primero de todo, es mantenernos fieles en la oblación hecha a
Cristo. La Profesión
nos obliga a dejar todo y seguir cada vez más a Jesús. Pero esta fidelidad no
está reñida con las fragilidades
miserias de la condición humana del monje, siempre que intente
corregirse y se lamente de ellas. Lo que no puede ser, es ese estado de tibieza
habitual “estoicamente mantenida”, y consintiendo diariamente en pequeñas
infidelidades. Un monje no puede retener nada para sí. Si el monje es generoso
en darse totalmente, Dios que no se deja vencer en generosidad, nos ayudará y
Él no puede faltar a Su promesa, se compromete a colaborar con el monje en la
tarea de su santidad, “Él es el amigo más sincero, el más fiel de los esposos”[31],
por tanto roguémosle que jamás le abandonemos.
“Nuestra santidad no es más que desarrollo y consecuencia de la
profesión monástica, fuera de la cual no la encontraremos; y si guardamos
constantemente las promesas juradas, Dios nos conducirá a la santidad, puesto
que los votos religiosos nos han consagrado enteramente a su servicio”[32].
Será de gran ayuda al monje para permanecer en la fidelidad, contemplar
la fidelidad de Jesús, que es “nuestro modelo”, y revivir la gracia de la Profesión , renovando la
fórmula de los votos, que puede hacerse en el Ofertorio de la Misa , uniendo nuestro
sacrificio al de Cristo: “Después de la santa Misa no hay acción más digna de
dios que la oblación de sí mismo por la profesión religiosa; no hay estado más
grato a sus ojos que aquel en que se halla el alma, determinada a permanecer
constantemente fiel. Es una práctica muy santa y provechosa renovar la
profesión todos los días, por ejemplo, en el ofertorio de la Misa , y unir entonces nuestro
sacrificio al de Jesús”[33].
De esta forma, nuestro día a día, será una prolongación de la Eucaristía ; “toda
nuestra vida será un himno de alabanza y acto de adoración perfecta, renovada
permanentemente”[34].
Esta fidelidad, Dom Columba la compara con el martirio, por la renuncia
a uno mismo que se hace por la Profesión. Ya
Santa Gertrudis advierte que el día de Todos los Santos vio a los religiosos
entre las filas de los mártires, ya que la perfección religiosa, convierte la
vida en un continuo holocausto, mas “un alma fiel y generosa encuentra en esta
oblación de sí misma siempre renovada, un gozo extraordinario, una dicha que
siempre aumenta, porque procede de Aquel que es la beatitud infinita e
inmutable”[35].
4.3. Conclusión de Jesucristo,
ideal del monje
Marmion, después de haber “comentado” la Regla de San Benito en esta
obra, en el último capítulo, el XVIII y como colofón, habla de la paz. El
primer epígrafe lo titula así:
“El don de la paz resume en
nosotros todas las obras de Cristo: La paz corona la armonía toda de la
existencia monástica”[36].
Y ¿qué es lo que debe el monje hacer para gozar de la paz que viene de Dios y
de la que nos habla San Benito?: “El acto de abandono requerido lo hicimos ya
el día de nuestra profesión, dándonos a Jesús para seguirle…Mantengámonos en
esta disposición, y gozaremos de paz. La santa Regla es, ya en este mundo, una
“visión de paz”. Todas las almas que se dejan modelar por la humanidad, la
obediencia, es espíritu de abandono y de confianza, fundamentos de la vida
monástica, se convierten en ciudad de paz”[37].
No hay otro camino para la paz sino el de “volver a Dios por medio de Cristo”[38].
El monje en el que habita la paz proveniente de Dios, es el monje por
excelencia según así lo ve San Benito. Del monje en el que habita la paz divina
y la irradia, escribe Dom Columba como últimas palabras de esta obra:
“Bienaventurado de veras, porque Dios está con él y en todos los instantes
encuentra en este Dios, que vino a buscar en el monasterio, el bien más grande
y precioso; como que es el Bien supremo e inmutable, que jamás defrauda los
deseos de aquellos que lo buscan con un corazón sencillo y sincero”[39].
En su Cruz pectoral llevaba grabado: “Él será la paz”; paz que
consiguió experimentar en plenitud al pasar de este mundo a la eternidad.
5. CONCLUSIÓN
Muy importante ha sido la influencia de Dom Columba en la
espiritualidad contemporánea. Puede ser
considerado como el autor místico contemporáneo más importante del mundo. Con
toda razón, hablando de los escritos de Marmion, el Padre jesuita De Guibert escribió en uno de
sus libros:
“Cualquiera que sea el estado de vida, la escuela espiritual a que se
pertenezca, el camino por donde os lleve el Espíritu divino, el grado de virtud
al cual hayáis llegado, siempre la lectura de estas páginas os resultará
atrayente y provechosa. Ayudan poderosamente a un gran número de almas que
sienten la necesidad de simplificar su vida interior apoyándola más
directamente sobre los grandes misterios de la fe”[40].
La centralidad de Cristo, unida a la filiación divina, han configurado
el pensamiento y la doctrina de Dom Columba Marmion, reconduciendo a los católicos
a las fuentes bíblicas –sobre todo, San Pablo-, a los Padres y a la liturgia.
De este modo, los ha hecho conscientes de su vida de hijos de Dios, animados
por el Espíritu Santo, y que pueden recurrir, dentro de la humildad y la
sencillez, a la misericordia y amor del Padre. Esta visión, viene acompañada de
un gran sentido de la participación en el Cuerpo De Cristo en la Eucaristía , y de una
fuerte devoción mariana, que le hacer pedir a la Virgen María , Madre de Jesús y
nuestra, de formar a Cristo en todos aquellos que a Ella recurren.
Hna. Marina Medina
[1] Ibid., 148.
[1] Ibid., 149.
[1] Ibid., 149.
[1] Bernardo-Recaredo García Pintado, Dom Columba Marmion y la profesión monástica,
Glosas Silenses Año XI. Nº 2 (2000) 337.
[1] Columba Marmion, Jesucristo, ideal del monje, Les Editions de Maredsous, a cargo de
Mauro Díaz Pérez, Barcelona 1956, p. 151.
[1] Ibid., 511.
[1] Ibid., 526.
[1] Ibid., 527.
[1] Ibid., 528.
[1] Antonio Royo Marín, Los grandes maestros de la vida espiritual. Historia de la
espiritualidad cristiana, B.A.C., Madrid 1973, p. 435.
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