“Si alguno se
viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos,
y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo
mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. Estas condiciones
que Jesús propone a quien quiera
seguirle, son exigentes e incómodas, aptas para desanimar al más decidido. Si
Jesús busca seguidores dispuestos a asumir la realidad del Reino para
anunciarla a los demás, al mismo tiempo no duda en indicar las normas
necesarias, sin rebajas ni acomodaciones, pues no desea alimentar ilusiones que
a la primera dificultad se hundirán con estrépito. Los humanos, a menudo, queremos
indicar cómo seguir a Jesús, sin darnos cuenta de que de hecho proyectamos
nuestra propia idea en lugar de asumir la de Jesús.
Lucas habla de una multitud que
seguía a Jesús, escuchando sus enseñanzas y admirando los signos que las
confirmaban. Pero Jesús era consciente de que el entusiasmo de aquella gente
carecía de solidez, pues era superficial e inestable. Para disipar todo
equívoco y clarificar la situación, Jesús expone las condiciones necesarias
para ser de verdad sus discípulos. Sus palabras debieron sonar duras y
exigentes a quienes las oyeron; el paso de los siglos no ha mitigado esta
dureza; pero hemos de entender que son palabras que continuan teniendo hoy toda
su validez para quien desee seguir a Jesús y ser cristiano.
En primer lugar, Jesús pone como
condición indispensable para seguirle posponer todo afecto por legítimo que
sea: la enumeración empieza por los padres, sigue por los esposos, hijos y
hermanos, para terminar diciendo: “e incluso a sí mismo”. Cabe preguntarse:
¿Cómo puede atreverse Jesús a pedir todo ésto, él que, en otras ocasiones, ha
afirmado con insistencia: “Amaos unos a otros como yo os he amado”; o también: “En
esto reconocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”. Pero
precisamente, para poder llevar a cabo el gran precepto del amor que Jesús
encomienda a los suyos, hace falta preferirle por encima de todo, purificar el
corazón de todo inpedimento y estar disponible, para poder ser llenado y
poseído por Aquel que no ha dudado dar su vida por nosotros.
No basta esta exigencia a nivel de
los afectos más entrañables y añade: “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no
puede ser discípulo mío”. Jesús invita a quien pretende seguirle a orientar su
vida por encima de todo lo mundano y terreno, para poder apreciar el único
valor supremo, más allá de los valores caducos. Llevar su cruz quiere significar
estar en comunión estrecha con Jesús y estar dispuesto a dar la vida por Jesús.
Llevar su cruz, es decir la cruz que se nos ha asignado. Entristece ver que a
menudo nos inventamos cruces, hechas a nuestro antojo, evadiéndonos de la cruz
que la vida y las circunstancia nos han deparado. Aunque no es fácil, sólo
aprendiendo a llevar la propia cruz, con alegría, con generosidad, alcanzamos
la paz y la serenidad.
Para insistir en su pensamiento, Jesús
propone las parábolas del que quiere
construir una torre y la del rey que proyecta salir a guerrear con otro
soberano. Jesús recuerda que para nosotros en la vida todo tiene un precio. Es
decir, que el mismo don que Dios ofrece gratuitamente exige una disposición
para acogerlo debidamente. El discípulo de Jesús está llamado a ponderar
constantemente las exigencias de la llamada y preguntarse hasta qué punto ha
respondido y cuanto le queda aún por llevar a cabo. El que decida permanecer
junto a Jesús ha de consentir a relativizarlo todo para dejar el primer puesto Él.
Todo el evangelio es radical cuando
se lee con el corazón abierto y sin prejuicios. Cuando decidimos amar por
encima de todo otro amor a Dios, nos comprometemos a llevar la cruz por encima
de todos los demás ideales por seductores que sean, a fin de estar libre y
disponible y así poder seguirle hasta el final. La llamada de Jesús lleva la
radicalidad al extremo cuando afirma sin tapujos: “El que no renuncia a todos
sus bienes, (tanto materiales como espirituales), no puede ser discípulo mío”.
A cada uno de nosotros toca dar la respuesta.
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