“La liturgia en la Regla de San Benito”
INTRODUCCIÓN
Desde que el monje se levanta hasta que se entrega al reposo, el monje
no deja de escuchar y leer casi continuamente, Palabra de Dios.
El dinamismo de la Palabra de Dios, arranca de su encuadre litúrgico. En la Liturgia se realiza la obra
de nuestra redención; se hace actual el misterio salvífico en cada hombre, pero
para ello, Dios necesita nuestra colaboración, el encuentro tiene que ser de
dos y existir el diálogo, es decir, palabra y respuesta a la palabra.
Por esto, necesitamos sintonizar con la acción de Dios que se realiza
en nosotros, escuchar Su Palabra que nos dirige y meditarla y pode de este
modo, responderle.
La Palabra de Dios, no es algo que Dios dijo un día hace ya mucho
tiempo y ha quedado escrita, no, no es esto, en la Escritura, Dios se revela a
Sí mismo y manifiesta Su voluntad;
en ella, el Padre “sale amorosamente al encuentro de Sus hijos”.
Dios. Cristo, el Verbo-Palabra de Dios hecho carne es el contenido formal de la
Escritura-Palabra de Dios. Cristo es el lazo que une todos los acontecimientos
de la Historia Sagrada, la que sólo en Él encuentra su explicación, culmen y su
desarrollo.
La Escritura, a pesar de estar escrita en nuestro pobre lenguaje humano
incapaz de expresar con perfección el lenguaje divino, no produce el efecto que
cualquier otra palabra, sino que nos pone en contacto con Dios que se nos
revela y dirige Su mensaje a quien le escuche.
San Juan Crisóstomo, ya nos advierte que si nos dedicamos a una lectura
atenta y orante de la Palabra, siempre se percibe el fruto.
La dinámica de esta Palabra, Su autoridad y virtud, se revela sobre
todo en la acción litúrgica. Si la lectura del Antiguo Testamento en la
sinagoga, preparaba a la venida del Mesías, la lectura del Antiguo y Nuevo
Testamento en la liturgia, está orientada a desplegar todas las virtualidades
del día inaugurado por Cristo, de la realidad, que comenzando en Él, terminará
su función en el último día, en que vendrá por segunda vez. En este día el
Cuerpo Místico de Cristo alcanzará su plenitud y la humanidad redimida será ya
una sola cosa en Cristo.
“La Iglesia –y también cada uno de sus miembros- camina a través de los
siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumpla en ella las palabras
de Dios”.
Si escuchamos, meditamos, oramos con la Palabra de Dios, Ésta nos hará crecer y
progresar interiormente “hasta alcanzar la medida de Cristo en Su plenitud”.
I-ORACIÓN, CORAZÓN DE LA ESPIRITUALIDA
MONÁSTICA
Como para tantos otros aspectos de
la espiritualidad monástica, así para el específico de la oración, los monjes
no nos han dejado –por lo menos hasta el siglo XII- en relación con la
importancia que tuvo en sus vidas, exposiciones sistemáticas ni tratados
doctrinales. Sin embargo, estudiando la oración en la tradición monástica,
observamos la centralidad de la Palabra de Dios en ella y la importancia de la
Palabra en la vida de los monjes.
El precepto
neotestamentario “orad incesantemente” (1 Ts 5, 17; cf. Lc 18,1; Rm 12, 12; Ef
6, 18; Col 4, 2; etc) ha ejercido un gran influjo sobre la espiritualidad
monástica. Y vemos precisamente en San Benito que ya desde joven, se entregó a
la oración sin medida en la cueva y luego su vida es una continua oración, por
tano había llegado a vivir el ideal tan buscado por los monjes: orar siempre.
I.1- Oración y Palabra de Dios
Un elemento primordial de la oración
está constituido por la memorización de muchos pasajes de la Escritura.
Las frecuentes citas, alusiones y
resonancias bíblicas que se encuentran en gran parte de las antiguas fuentes
monásticas y que muestran la centralidad de la Palabra de Dios en la formación
espiritual de los primeros monjes. Particularmente la oración de éstos, estaba
totalmente penetrada por la Palabra de Dios.
En toda la tradición monástica,
emerge de forma clara la gran importancia de los salmos, ya que es una parte
sobresaliente en el rezo del Oficio cotidiano, pero la Escritura está presente
en todas sus partes. Está es acogida en su unidad, que culmina y se realiza en
Cristo. Los salmos nos ayudan a encontrar para revivir, reexperimentar en
nosotros lo que sucedió en Él: encontrarlo, recibir Su Espíritu, entrar en comunión
con Su Cuerpo Místico todo entero. Esta unidad de la Escritura es también
vista, en íntima relación con la vida de la Iglesia. A este criterio debe
reducirse el valor teológico de la lectio
divina, tan fundamental dentro de la tradición monástica y un elemento
retomado y primordial en San Benito y con Gregorio Magno llega a ser un método
de la teología espiritual según la cual, la Biblia se lee en sentido objetivo,
es decir, con los ojos iluminados por el carisma profético o por el Misterio de
la Historia Sagrada que tendrá que cumplirse hasta el regreso glorioso de
Cristo.
I.2- La “lectio
divina”
Es una lectura espiritual de la
Escritura, lectura sapiencial, sin prisas; el que la practica escucha, saborea
y admira. Es una gracia de Dios que da y
que es necesario pedir, ya que es Él el que abre nuestra mente a la comprensión
de la Escritura.
Una buena
definición de ésta, nos la da Bouyer al decir que es “una lectura personal de
la Palabra de Dios, durante la cual uno se esfuerza por asimilar la sustancia;
una lectura en la fe, en espíritu de oración creyendo en la presencia actual de
Dios, que nos habla en el texto sagrado, mientras el monje se esfuerza por
estar también él presente, en espíritu de obediencia, de completo abandono
tanto a las promesas como a las exigencias divinas”.
El fruto de esta lectura es una
experiencia bíblica que es inseparable a la experiencia litúrgica, porque está in medio ecclesiae. La clave
hermenéutica de la lectio es el
acontecimiento pascual de Cristo que se realiza en la Iglesia. Por otra parte,
en la liturgia se entra en la dinámica de Palabra eficaz-escucha obediente y
operativa que se continúa luego en la lectio
divina.
1.3- La salmodia
Es
sabido, la importancia de la recitación de salmos tanto entre los anacoretas, o
en el monacato cenobítico. La espiritualidad monástica ha quedado profundamente
marcada por los salmos. Juan Casiano en sus Conferencias,
nos enseña que el verdadero orante se hace rezando los salmos.
El proceso de “cristianización” de
los salmos se ha debido a la aportación precedente de la espiritualidad
monástica. En la relación entre salmos y Cristo se habla de una triple
referencia: Éstos hablan de Él: psalmus
vos de Christo, o le hablan a Él: vox
ecclesiae ad Christum, o lo muestran hablando al Padre: vox Christi ad Patrem.
De Vogüë afirma –citando a Cesáreo
de Arlés- que el salmo entendido como Palabra de Dios, suscita en respuesta, en
el tiempo de oración que sigue, la oración propiamente dicha.
La oración de la Liturgia de las
Horas, nos enseña a valorar los salmos, a comprenderlos. En el Nuevo Testamento
contemplamos a Jesús recitando los salmos y que también la oración de la
Iglesia Apostólica, ha tomado de los salmos, en más de una ocasión, su propia
expresión. Éstos permanecen plenos de riquezas para nosotros, pero si al
leerlos, los vamos orando a la vez, del modo y según la interpretación de la
Tradición. En la oración el monje está en continua escucha de la Palabra de
Dios y en ella toma conciencia de su vida de fe, de esperanza y de caridad.
Todo el Salterio se convierte en
oración. Este bloque de salmo hay que recitarlo en un tiempo determinado: en
una semana (como nos advierte San Benito), en un mes (como solemos hacer
actualmente)…
Nosotros que no sabemos rezar (como
nos dice San Pablo), rezamos utilizando la misma Palabra de Dios que son los
Salmos, pero pronunciados como si fueran palabras nuestras. Los salmos nos
permiten entender de que está hecho mi corazón, pues son Palabra de Dios, y
nadie mejor que Él para saber, mejor que yo, lo que llevo dentro de mi
interior. Esta Palabra de Dios en mí, me enseña a aprender la forma de ver de
Dios y a la vez, se aprende lo que debe decirse a Dios. En los salmos hay
palabras para expresar todos los sentimientos, incluido el ateismo (Ejemplo:
Sal 87). Los salmos son el espejo del corazón, son un compendio de toda la
Sagrada Escritura y llevan consigo una gracia particular: tienen escritas las
emociones del alma y la forma en que el alma cambia y se puede corregir.
Los salmos eran una oración cantada,
y en la Biblia sólo dos Libros se cantan: Los salmos y el Cantar de los
Cantares. El canto es la elevación de la palabra. En los salmos, la fuerza de
la oración que me une a Dios, se transforma en canto; y la fuerza del Eros, me une a los otros seres humanos.
De estas dos fuerzas, la Biblia hace un canto.
El Salterio, puede construir armonía
en el ser humano que se convierte en un hermoso microcosmos en el macrocosmos.
El hombre puede mostrar la armonía del macrocosmos. La música crea unión.
Así,
la estructura fundamental de la oración: los Salmos.
II- ORACIÓN MONÁSTICA, PALABRA DE DIOS, S.
BENITO
Al
hablar de oración monástica, no nos referimos necesariamente a una oración
distinta que la que hace cualquier otro cristiano. El monaquismo, tiene como un
fin primordial, la vida contemplativa, y hasta tal punto es esencial la oración
en la vida del monje, que constituye su razón de ser en la Iglesia.
El monje, debe escuchar a Dios,
vivir por la Palabra, es decir, es una actitud contemplativa que nace del amor,
de un intenso y continuo deseo de Dios, de escucha amorosa al Señor. Y esto trae como consecuencia, una
mayor sensibilidad a la Palabra, y, por eso, al mismo Dios. Es esta
precisamente la primera palabra de S. Benito en su Regla: “Ausculta”.
En la oración monástica, la oración
auténtica es la que celebra la Palabra de Dios, sea en la liturgia o en lo más
hondo del corazón. Orar sin la Palabra es una ilusión. La relación entre
Palabra y oración nos hacen constatar lo que el monje vive en su búsqueda de
Dios.
El ejemplo de S. Benito y la Regla,
nos ofrecen indicaciones para dar un testimonio de fidelidad inquebrantable a
la Palabra de Dios, meditada acogida y hecha oración. Esto exige conservar
silencio y una actitud de adoración en presencia del Señor. Así es, la Palabra
de Dios revela Sus profundidades a quien está atento, a la acción misteriosa
del Espíritu.
La familiaridad con la Palabra, que
la Regla garantiza, reservándole un amplio espacio en el horario cotidiano,
crea confianza, excluye falsas seguridades y arraiga en el alma el total
señorío de Dios. Así, el monje excluye interpretaciones de conveniencia o
instrumentalizadas de la Escritura, y adquiere una conciencia clara y profunda
del al debilidad humana, en donde resplandece la fuerza de Dios. El monje
benedictino se inspira en la Sagrada Escritura para su coloquio con Dios.
III- LA ORACIÓN EN LA REGLA DE S. BENITO
Según la Regla de S. Benito, la vida
monástica se equilibra y se desarrolla en torno a la escucha de la Palabra de
Dios, a la recitación de los salmos, oración interior, trabajo, relaciones
fraternas… Toda la organización de la jornada culmina en el Opus Dei, a la que “nada se debe
anteponer”.
En la Regla vemos que el oratorio
está pensado solamente para la oración;
el silencio debe reinar en él;
el que lo desee puede permanecer en él después del Oficio
y entrar durante la jornada.
Este clima de silencio y recogimiento favorece la escucha de la Palabra y de
una vida en presencia de Dios.
Benito pone en las manos del monje
ese gran libro de oración que es el Salterio, más aún, la Sagrada Escritura en
Su totalidad. Ella es la luz divina y divinizante,
la voz de Dios que nos llama,
El remedio, la
ley divina, es
también una norma rectísima que guía nuestra vida.
Por tanto, la Palabra es el primer elemento en la oración y en la lectio. Las palabras que leemos en la
Escritura son un importante apoyo para entablar un diálogo con el Señor. Ya sea
en la liturgia o en la oración personal, el monje se deja interpelar por la voz
de Dios que le habla en la Escritura, que le exhorta, le ilumina. El capítulo
7º de la Regla nos describe este diálogo continuo con Dios al que la Escritura
nos invita y que Ella realiza en nosotros. La vida y la oración del monje están
plenamente modelados por Ella.
El monje así, se impregna de las
palabras de la Escritura y conserva en su memoria las palabras inspiradas (los
términos de “acordarse”, “pensar en”, está ligado a palabras de la Escritura),
permanece en diálogo con Dios y con sus hermanos los hombres y todo lo que
sucede, adquiere sentido a la luz de Dios.
La Regla nos pide que “nuestra mente
concuerde con lo que dice nuestra boca”.
El monje debe dejarse penetrar por la Escritura, por los salmos muy
particularmente y dejar transformarse por ello hasta que palabras y corazón,
concuerden (19, 7 concordare). La
acción litúrgica es el momento apropiado, definitivo para la presencia de Dios.
El primer grado de humildad y los siguientes nos lo recuerdan. El monje no se
limita a escuchar la Escritura, responde a estas palabras y hace suyo lo que
dice el profeta
y hace suyas las palabras de la
Escritura en nombre de los que sufren.
El monje medita sin cesar en su espíritu,
repetirá en su corazón a todas horas
los versículos de los salmos, hasta que pueda decir en su corazón: “Señor, soy
un pecador” (7, 65 dicens in corde semper).
Si leemos atentamente la Regla, vemos que los términos “siempre” y “acordarse”
aparecen veintiuna veces en el texto y están siempre ligadas a versículos
bíblicos que evocan a Dios o el juicio.
Cesáreo de Arlés en su Sermón 7, 1,
nos dice que leyendo la Biblia, nos abrimos a la misericordia de Dios; ésto nos
vale sobre todo para los salmos. Y nos recomienda después, meditar estos salmos
en una oración silenciosa e interior para que la misericordia de Dios pueda
penetrar en nuestro corazón (Sermón 76, 1).
En Benito la liturgia es
nuclearmente, alabanza (cinco veces en la Regla), la oración del corazón, debe
expresarse tanto como por la acción de gracias, como por la súplica. Pero esta
oración personal debe ser una prolongación de la liturgia y debe estar
inspirada por la Escritura.
CONCLUSIÓN
S. Benito coloca unas bases sólidas
para la vida espiritual del monje. Insiste sobre la oración del corazón que
nace y se desarrolla en la liturgia y en la lectura de la Sagrada Escritura.
Podemos encontrar –entre otras
muchas- una serie de orientaciones útiles que existen en la Regla:
-Para nuestras comunidades,
conviene, en primer lugar, conceder a la liturgia y a la Escritura todo el
lugar que le corresponde.
-Valorizar la oración de los salmos
como lugar de la presencia de Cristo.
-Captar toda la importancia del
lugar y del momento –principalmente a continuación de la celebración del
Oficio- para meditar la Palabra recibida y dejarse transformar por Ella.
-Recurrir a la oración breve sacada
de la liturgia y de la Escritura.
-Reconocer delante de Dios nuestra
pobreza y miseria y dejarnos guiar por la Regla de S. Benito, para alcanzar,
bajo la conducción de la Escritura, una profunda vida espiritual.
Liturgia y Palabra de Dios se
convertirán entonces para nosotros mismos y para todos los buscadores de Dios,
en lugares de intensa experiencia espiritual y también en un lugar de encuentro
con los demás hombres.
Toda la vida del monje está
impregnada por la Palabra de Dios que debe ser su alimento diario y cotidiano
en donde debe nutrirse. Tanto en el Oficio Divino como en la lectio, el elemento principal es la
Palabra que Dios nos dirige a través de la Escritura. No podemos buscarle en
otro sitio o vanos serán nuestros esfuerzos, nuestra oración personal debe ser
animada por la Escritura que nos revela el verdadero rostro de Dios, de un Dios
que nos ama y quiere ser correspondido.
Hna Marina Medina
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