18 de junio de 2016

Domingo XII - Tiempo Ordinario (Ciclo C)


             “¿Quien dice la gente que soy yo?”. La figura de Jesús de Nazaret, a lo largo de la historia, ha suscitado curiosidad y sorpresa, preocupación y escándalo, para bien y para mal. Sus contemporaneos, incluidos sus mismos discípulos, desconcertados por su doctrina y admirados por los signos que confirmaban sus palabras, una y otra vez se preguntaban: ¿Quién es este hombre?. A quienes no interesa enfrentarse con la realidad y aceptar sus consecuencias, queda la salida superficial y expeditiva de afirmar que era un personaje raro, que es mejor dejarlo tranquilamente de lado para seguir el propio camino. No ha de extrañar pues que, desde afirmar que era un impostor hasta confesarlo Hijo de Dios, Señor y Mesías, se ha podido decir de todo acerca de Jesús. Pero Jesús, abriéndose paso entre quienes se le oponen o lo ignoran, sigue su camino, atrayendo a los que creen.

            El Evangelio nos ha recordado que Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. De hecho, esta pregunta es un modo de plantear la verdadera cuestión, expresada en la siguiente pregunta: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Jesús invita a los apóstoles a expresar lo que sienten, a definir la relación que les une a él, a manifestar su fe y su decisión de seguirle; en una palabra: a provocar su confesión, resumida en las palabras de Pedro: “Tú eres el Mesías de Dios”. La afirmación del apóstol Pedro resume cuanto Lucas dice desde el comienzo de su evangelio: Jesús es el Mesías, el Ungido del Señor, anunciado por los profetas, que viene a llevar a término la esperanza de Israel. Entender la misión de Jesús supera la posibilidad normal de los hombres, pues no es desde perspectivas humanas que se puede entender a Jesús, sino solamente desde una actitud de fe humilde para acoger el don de Dios.

            La pregunta de Jesús a los suyos podemos entenderla dirigida también a cada uno de nosotros. ¿Quién es Jesús para mi? Mucho se ha dicho y se ha escrito sobre la figura del Mestro y del movimiento que su vida y sus enseñanzas han provocado en la historia humana. Es una tentación fácil hacerse una idea de Jesús a nuestra imagen y semejanza, contruir el perfil de un Maestro que responda a nuestras conveniencias, que bendiga y justifique nuestras preferencias. La respuesta de Pedro: “Tú eres el Mesías de Dios”, en aquella situación concreta podía ser interpretada con matices de carácter político, completamente ajenos a la intención de Jesús. Para disipar toda duda Jesús inmediatamente anuncia su pasión, su muerte y su resurrección, indicando así que su reino no es de este mundo, porque Jesús ha venido para alcanzar la salvación de todo el género humano. Pero la verdadera fidelidad a Dios suscita siempre oposición y rechazo, y esto explica por qué Jesús no fue comprendido y aceptado por sus discípulos, sugestionados por una espera mesiánica en la que el elemento espiritual quedaba si no suprimido, al menos mediatizado por reivindicaciones políticas. Como Mesías de Dios, Jesús reclama de nosotros una fidelidad al Padre y a su voluntad, como él mismo demostró con su vida y su muerte.


            No dejemos pasar sin más las palabras que Jesús ha utilizado hoy en el evangelio. Anuncia para sí la pasión y la cruz, sin buscar éxitos a nivel humano, a fin de que los hombres acepten la voluntad del Padre y vivan, como hijos de Dios, las exigencia del amor, de la verdad y de la justicia. Y a quienes quieren seguirle propone algo parecido: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo”. En nuestra sociedad secularizada, la pregunta de Jesús reclama más que nunca una respuesta personal para demostrar con la vida que aceptamos el Evangelio y que queremos vivirlo sin limitaciones. Por el bautismo hemos sido incorporados a Jesús. Esta realidad exige algo más que nuestra participación a determinados gestos religiosos. Reclama todo un modo de vivir y actuar. Preguntémonos pues sinceramente: ¿Quién es Jesús para mi? y tratemos de dar la respuesta precisa, aunque ello cueste. “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará”.

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