23 de abril de 2016

DOMINGO V DE PASUA -Ciclo C-


“Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado”. Este fragmento del Apocalipsis, que leemos en este domingo, es un mensaje de esperanza, destinado a hacer comprender cuánto Dios quiere realizar en bien de la humanidad, para lo que reclama y espera nuestra colaboración. La nueva creación aparece como obra llevada a cabo por el mismo Dios, como expresión de su amor por la humanidad, como superación de todo lo caduco y adverso que pueda oscurecer la vida en esta tierra. Dios quiere renovar el mundo, la vida, los hombres y para ellos ha puesto en marcha el misterio de Jesús, que es el principio que hace posible toda renovación. Sería una equivocación pensar que esta nueva realidad vendrá de golpe, sin esfuerzo de nuestra parte. Nada más lejos de la realidad. Las otras dos lecturas ayudan a entender la dinámica de esta obra renovadora de Dios.

            Cuando Judas sale del cenáculo para entregar a los sacerdotes y demás autoridades judías al Maestro, éste, consciente de lo que le espera, trata de explicar a los apóstoles la auténtica dimensión de lo que se avecina: será entregado en manos de sus enemigos, juzgado y torturado, para terminar clavado en la cruz, en la que consumará su vida y su ministerio. Jesús interpreta estos hechos de modo muy diferente de como los veríamos nosotros. La pasión de Jesús no es un final ignominioso sino el paso de la muerte a la vida. Como hombre temblará ante esta hora, y en la oración del huerto llegará a pedir que aparte este cáliz: pero acepta el designio del Padre y se abandona en sus manos, porque está seguro de que el Padre le ama con un amor capaz de triunfar incluso sobre la misma muerte y, al mismo tiempo sabe que su entrega es necesaria para la salvación de los hombres, por quienes se ha hecho hombre. Esta entrega sin límites confirma la palabra con que Jesús indica la novedad que puede y debe cambiar al mundo, el gran don que Dios hace a la humanidad: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”.

            La muerte de Jesús en la cruz crea una situación nueva para aquellos que han creído en él. Han sido escogidos, llamados para transformar el mundo, como levadura que ha de hacer fermentar la masa, no como individuos aislados, sino como grupo compacto, como Iglesia, cuerpo de Jesús. Y como única fuerza para llevar a cabo esta tarea se les da el mandamiento del amor: “Amaos unos a otros”. El nuevo mandamiento del amor es la fuerza que les ayudará a contemplar y asumir el escándalo de la cruz, así como las dudas de la resurrección. Por esta fuerza habrán de lanzarse a la predicación del mensaje de Jesús, sabiendo, como Pablo y Bernabé decían a las comunidades que habían organizado, que hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.


            Es para renovar el mundo que Jesús dice: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros”. Desde una lógica humana, el concepto de mandamiento no encaja demasiado con el del amor, ya que el amor entraña libertad, espontaneidad. Nadie, ni el más potente dictador de la historia, ha imaginado que podía imponer el amor por ley, por norma, porque el amor no puede ser una obligación impuesta desde fuera. Pero Jesús se atreve a decirnos que nos deja el mandamiento del amor. Y añade una precisión importante: “Como yo os he amado”. Nuestro Dios no nos hace violencia, no nos fuerza con armas o con condicionamientos psicológicos: simplemente nos deja su ejemplo, marcha ante nosotros con su amor, nos señala un camino, respetando nuestra libertad. Si queremos ser sus discípulos hemos de vivir según esta norma, siguiendo este ejemplo. Entonces, y solo entonces podrá aparecer esta realidad nueva que Jesús ha venido a inaugurar entre los hombres. 


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