16 de abril de 2016

DOMINGO IV DE PASUA -Ciclo C -



       “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”. La imagen del pastor aparece a menudo en el Antiguo Testamento para mostrar el interés y el cuidado con que Dios se ocupa de su pueblo. Y la Iglesia, desde los primeros siglos ha visto plasmada en este símbolo la realidad del misterio pascual de Jesús, que dio su vida por sus ovejas. Sin embargo es necesario recordar que el Pastor bíblico no asemeja en nada a las dulzonas representaciones a que estamos acostumbrados, mostrando un hombre de bucles dorados llevando entre sus brazos una blanca oveja. Nuestro Pastor es algo mucho más serio y exigente.

            El fragmento del evangelio de san Juan que leemos hoy contiene unas afirmaciones densas de contenido. Tres se refieren a las ovejas: escuchan mi voz - me siguen - no perecerán para siempre, y tres que se refieren al pastor: Las conozco - les doy la vida eterna - nadie las arrebatará de mi mano. Estas sentencias definen la relación entre Jesús y quienes creen en él.

            En primer lugar se afirma que las ovejas escuchan la voz del Pastor. En la Escritura, escuchar significa algo más que el hecho material de oir una palabra pronunciada. Se puede oir sin escuchar. Escuchar en sentido bíblico lleva consigo una aceptación, significa responder a la palabra pronunciada. Quien quiere ser oveja de Jesús cree en su palabra, se compromete a seguirlo, no se deja engañar por las voces de otros que intentan hacerse pasar por pastores pero que no son sino ávidos mercenarios que sólo desean aprovecharse de las incautas ovejas. Y el que sigue a Jesús, el que le da la mano y se fía de sus palabras, no se perderá, pues es Dios mismo que garantiza el éxito de esa confianza.

            Y Jesús, para confirmar esta confianza dice que él conoce a sus ovejas. De nuevo hay que recurrir a la Biblia para comprender toda la fuerza del término conocer. No se trata de un conocimiento superficial, anecdótico, sino que reclama una relación, una comunidad de vida hecha de amor y donación mutua. Jesús nos conoce porque nos ha llamado a la vida, nos mantiene en la existencia y quiere completar esta obra ofreciéndonos la vida eterna, aquella vida que permanece más allá de la muerte. Por esto, nadie ni nada puede arrebatar de la mano de Jesús, de la mano del mismo Padre, a quienes, por gracia de Dios, han sabido responder a la invitación del Pastor supremo.

            La lectura del Apocalipsis repite el mismo mensaje en una visión rica de imágenes y colorido. Una multitud inmensa, de toda nación, raza, pueblo y lengua, revestida con blancos ropajes, sigue al Cordero que es a la vez pastor, hacia las fuentes de aguas vivas, después de haber superado las tribulaciones de la vida en virtud de la sangre derramada por Jesucristo.

            Aceptar el mensaje de Jesús Buen Pastor no es una invitación a vivir una experiencia de idilio bucólico, sino a participar en un rudo combate que supone confrontarse constante con la palabra de Dios, aceptando la renuncia de cuanto se opone a la misma, ser testigo fiel y audaz, por la fuerza y la valentía que comunica el mismo Espíritu Santo, sin temer incluso, cuando se presente, la persecución. En este caminar no estamos solos: Jesús, a la vez Cordero y Pastor, nos guía, nos señala el camino, nos conforta.

            Una última reflexión: Hablar de pastores y rebaños encierra un peligro, ya que es fácil relacionar el término “pastor” conun cierto  autoritarismo y el término “rebaño” entenderlo en modo peyorativo, como si se tratase de conculcar el valor de la persona. Nuestro Pastor no busca dominar: se entrega para salvar. Ser oveja de Jesús no es renunciar a la razón o a la personalidad, sino que es respuesta hecha de amor y entrega libre al designio de salvación querido por Dios Padre, que no busca otra cosa que el bien y la felicidad de todos los hombres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario