12 de diciembre de 2015

III DOMINGO DE ADVIENTO (ciclo C)



        “Estad siempre alegres en el Señor”. Hoy, la liturgia invita a vivir en la alegría, pero si miramos el panorama de nuestro mundo veremos que abundan las violencias, las muertes, las guerras, los terrorismos, las hambres, las injusticias, los odios, los egoísmos, y en consecuencia cabe preguntarse si posible vivir alegres en medio de toda esta realidad. Pero la alegría cristiana no es una alegría vacía o superficial, sino que es un gozo fundamentado en la cercanía del Señor que ofrece sin césar su presencia, activa y salvadora. 

En la primera lectura el profeta Sofonías, que vivió en años difíciles para Israel, interpreta las calamidades de aquel momento como un castigo por los pecados del pueblo, pero al mismo tiempo está convencido que el amor que Dios le tiene supera infinitamente cuanto puedan merecer los pecados cometidos y se siente impulsado a invitar  a mantener la alegría confiando en lo que Dios hará con los suyos. Por esto el profeta repite incansable, dirigiéndose a su pueblo: “No temas, no desfallezcas, regocíjate, grita de júbilo, gózate de todo corazón”.

En esta misma linea, San Pablo, en la segunda lectura, repite la invitación a estar alegres porque el Señor está cerca. El apóstol, consciente de la realidad de la vida cotidiana, ansía la llegada del Señor que viene y quiere todos participen de la misma esperanza. La llegada del Señor, la inminencia de su venida es para Pablo un motivo de alegría. La alegría que anuncia y recomienda es el resultado de una dedicación serena y decidida al servicio del Señor. Las preocupaciones que la vida lleva consigo no han de ser obstáculo para esta alegría. 

El evangelio evoca de nuevo de la figura de Juan el Bautista, el precursor del Señor. Juan propone un bautismo de agua como expresión de la voluntad de preparar el camino al Señor que viene, de disponer los corazones de los hombres para que puedan acoger a aquel que bautizará con Espíritu Santo y fuego. El juicio que Juan anuncia  ha de entenderse como una posibilidad de acoger la salvación, más que como una amenaza de condenación. La predicación de Juan repite la doctrina acerca de la conversión verdadera que había sido señalada ya por los profetas: la necesidad de dejar el culto de los dioses falsos, sean los que sean, respetar al prójimo y procurar hacer todo el bien posible. 

De este programa no se excluye a nadie, como tampoco ninguna situación humana o profesional puede ser un obstáculo para acoger el mensaje de renovación. Por esto los que escuchan al Precursor, tanto personas normales, como recaudadores de impuestos o soldados, categorías que en aquella época eran cordialmente despreciadas, se acercan a él, y, convencidos de la necesidad de prepararse a lo que el Precursos anunciaba, le preguntan: “¿Qué hemos de hacer nosotros?”. La llamada a la conversión no es una propuesta para huir de nuestro mundo, sino para estar en él de manera nueva, es decir, se trata de una invitación a actuar de otro modo, de hacer mejor lo que se hace habitualmente. Lo más importante no es saber a ciencia cierta lo que hay que hacer para cambiar, sino el sentir en el fondo de nosotros mismos la inquietud de que hay que hacer algo, que no podemos seguir como hasta ahora.

Las palabras del Precursor al anunciar el inminente juicio de Dios aparecen teñidas de una seriedad, que contrasta con la insistente invitación a la alegría de las dos primeras lecturas. Si prestamos atención a estos textos podremos darnos cuenta que el discurso sobre el juicio descansa sobre la misma convicción que anima al profeta Sofonías y al apóstol Pablo a proclamar la necesidad de dejarnos llenar el corazón y los labios de gozo y júbilo: Dios viene a nosotros, más aún, está en medio de nosotros para proponernos un mensaje de salvación, que si lo aceptamos con generosidad, nos permitirá gozar para siempre de la verdadera e inextinguible alegría.
Oración 

       Mira, Señor, a tu pueblo que espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo, y concédele celebrar el gran misterio de nuestra salvación con un corazón nuevo y una inmensa alegría. Amén



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