“Tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá
el jefe de Israel, y éste será nuestra paz”. En este cuarto domingo de adviento,
el oráculo del profeta Miqueas invita a evocar la realidad del nacimiento del
Hijo de Dios hecho hombre en el portal de Belen. El oráculo del profeta iba
dirigido a los habitantes del reino de Judá que atravesaba un período de
decadencia moral, en el que la justicia y el derecho eran conculcadas
habitualmente, y el mismo rey, descendiente de David, había prevaricado. Dios
manda a su profeta para que advierta que está por llegar el día del Señor, es
decir el día de juicio en el que Dios mismo pedirá cuentas de los desmanes de
su pueblo. Pero junto a la gravedad del mensaje aparece una nota de esperanza,
cuando el profeta señala que de Belén, del mismo lugar de donde salió David,
Dios mismo suscitará un nuevo rey, cuya misión será pastorear a los suyos asegurando
la paz y la tranquilidad para todos. Este caudillo dará comienzo a una nueva
era y pondrá fin a la enemistad de los hombres con Dios y él mismo será la paz.
La visita de María a
Isabel, que ha evocado el evangelio, recuerda cómo Dios llevó a cumplimiento la
promesa anunciada por Miqueas. María recibió el mensaje del ángel,
comunicándole que había sido escogida para ser la Madre del enviado de Dios.
Llevando en si la Palabra
hecha carne, se siente impulsada por la caridad de Dios y corre al encuentro de
su pariente Isabel, que también espera un hijo. El primer efecto de la caridad
divina cuando invade a una persona es hacerle sentir la necesidad de comunicar
la palabra de gracia recibida. María lo ha entendido perfectamente. Por eso le
falta tiempo para acercarse a Isabel. Y del mismo modo que María, lo ha
entendido también la Iglesia
que, a lo largo de la historia ha sido consciente de que su primer deber es
manifestar el amor de Dios recibido evangelizando a los hombres, sin distinción
de raza, lengua o cultura.
En el viaje de María
hacia la casa de Isabel, el Hijo de Dios hace su primer viaje misionero para
comunicar a los hombres la fuerza que posee, el mismo Espíritu de Dios. Cuando
María llega a la casa de Isabel, el Espíritu hace saltar de alegría a Juan en
el seno de su madre. Jesús, desde María, comunica su gracia y su Espíritu al
que ha de ser su precursor. Juan exulta y transmite a su madre el don recibido.
De ahí el grito de Isabel: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de
tu vientre. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”. Es el alba
de la redención: Dios visita a su pueblo para estar con él, dispuesto a borrar
cuanto de pecado y de error puede impedir esta comunión de vida y de esperanza.
El Espíritu hace percibir la
Venida del Señor, Juan se alegra, Isabel bendice, María es
ensalzada, ella que es la que ha creído en la potente palabra de Dios.
Completando este
mensaje, en la segunda lectura, el autor de la carta a los Hebreos habla de la
entrada en el mundo del Hijo de Dios hecho hijo de María. Sin entrar en
detalles de esta venida, apunta directamente a la consumación de la redención.
Poniendo en labios de Jesús un fragmento del salmo 39, deja comprender su
vivencia espiritual: “Me has preparado un cuerpo, y dado que no aceptas
holocaustos ni víctimas expiatorias, aquí estoy, Oh Dios para hacer tu voluntad”.
Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en María, ha venido al mundo para cumplir
la voluntad del Padre y ofrecerse libremente por su amor para reparar el error
del primer hombre. De este modo, mediante su obediencia, obtuvo la salvación
para quienes, por la desobediencia de uno solo, estaban apartados de Dios.
La celebración de la próxima
Navidad de Jesús, que despierta
entrañables sentimientos, ha de llevarnos a tener presente que él ha
aceptado nacer para asumir libremente su total entrega que tendrá lugar en el
Calvario, el Viernes Santo, cuando desde la cruz entregará su espíritu. Jesús
desde su nacimiento invita a tomar en serio su vida y su obra, que es la
salvación, la redención de todos los hombres.
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