“El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación”. Estas palabras del libro del Profeta Isaías invitan a reflexionar acerca de la realidad de nuestra redención. En efecto, en la medida en que nos consideramos cristianos tenemos la convicción de haber sido salvados, es decir, de haber obtenido, como consecuencia de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, el perdón de los pecados y la promesa de una vida después de la muerte. Pero la sensibilidad del hombre de hoy, que aspira a una vida tranquila, gozando de todo lo bueno y evitando cualquier contradicción o sufrimiento, se siente incómoda cada vez que la Escritura evoca la triste realidad del sufrimiento del hombre Jesús que supone el misterio de la Cruz, aún cuando lo consideremos desde la perspectiva de la mañana de Pascua.
Hoy el autor de la carta a los Hebreos, en la segunda lectura, decía: “Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, y que ha ha sido probado en todo exactamente como nosotros, excepto el pecado”. El perdón de Dios es algo más que una compasión supeficial, es el resultado de una comunión que Dios, hecho hombre, ha querido tener con el dolor y el sufrimiento de tantos hombres y mujeres que, a lo largo de la historia, han padecido y padecen en carne propia hasta la muerte. Y es esta comunión que lleva a la vida que no tiene fin, la misma vida que el Resucitado obtuvo el domingo de Pascua, después de la cruz del Viernes Santo.
Desde esta perspectiva podemos entender mejor el mensaje del evangelio de hoy, que resume la obra de Jesús como un servicio total y definitivo: “El que quiera ser grande, sea vuestro servidor y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Este es el programa que Jesús asumió desde el comienzo de su ministerio: servir a los hombres, haciéndose semejante a nosotros para indicarnos el camino que conduce a la vida, a la plena comunión con Dios, a participar en el Reino de Dios.
Teniendo en cuenta esta actitud asumida por Jesús, produce una cierta inquietud el episodio que Marcos recuerda hoy. Cuando Jesús se dirigía a Jerusalén para ofrecer su vida por la humanidad, Santiago y Juan se atreven a pedirle los primeros puestos en el Reino anunciado. Se podría pensar que lo hacían por amor hacia el Maestro, para estar a su lado en las dificultades, pero la reacción negativa de los otros diez apóstoles hace ver que no era precisamente así. El deseo de los dos hermanos muestra que aún no habían entendido a Jesús y a su misión, que tenían una imagen equivocada de la realidad a pesar del tiempo que llevaban a su lado. Por esto Jesús no puede menos que decirles con pesar: “No sabéis lo que pedís”. Y, seguramente con el corazón entristecido, les recomienda: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”.
El episodio de Santiago y Juan, que tiene una explicación en la debilidad humana, por desgracia no terminó con ellos. Es triste que hayan existido y existan a nivel de Iglesia comportamientos semejantes, y muchas páginas de la historia muestran la preocupación de hombres de Iglesia para alcanzar y ejercer un poder y un dominio nada evangélicos. Una actitud semejante lo que logra es que quede empañada o incluso deformada la obra de salvación de la humanidad que Dios ha querido llevar a cabo por medio de su Hijo, y que la Iglesia ha de llevar a cabo, no buscando ser servida sino sirviendo a todos los hombres.
Cabe preguntarnos: ¿Cómo vivimos nuestra condición de cristianos? Estamos entre los que están dispuestos a servir hasta el final, como Jesús, o más bien nos colocamos en las filas de los que buscan ser servidos. Que cada uno se examine y vea que le conviene hacer si desea estar para siempre con Jesús.
SI podemos beber TU CALIZ de Santiago y Juan si es una valentía no el " podemos " Marxista; gracias Madres y hermanas las amo mucho
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